jueves, 20 de noviembre de 2008

Obsesión por la técnica

El hombre tiene auténtica obsesión por la técnica. Intenta descubrir técnicas para todo, porque lo que quiere es tener controlado y manejado su entorno según su voluntad. Así que ponemos más empeño en controlar las cosas que en comprenderlas: la técnica nos hace más hábiles, pero no más sabios. Y así aplicamos muchas de las técnicas a nuestro alcance sin tener un conocimiento profundo de lo que estamos modificando... al fin y al cabo, una técnica fue lo que descubrió el burro de la fábula y le permitió tocar la flauta sin saber ni solfeo ni entender lo que realmente estaba haciendo.

Por ejemplo, hemos desarrollado una técnica que nos permite manejar el genoma, cambiando unos genes por otros, intentando clonar seres vivos, modificar sus características; pero nos limitamos a cambiar elementos del ADN de sitio, sin tener ni la más remota idea de cómo funcionan esos elementos. Jugamos con la vida, sin saber ni qué es ni cómo se transmite. Es como si yo, que apenas sé cómo cambiar el aceite de mi coche, me atreviese a desmontar todo el motor. Y así con muchas otras cosas:

Queremos controlar la natalidad, y descubrimos y aplicamos la técnica correspondiente, sin establecer antes los criterios a seguir para dicho control.

Queremos controlar la genética, para no encontrarnos con sorpresas desagradables, y aplicamos técnicas de selección de embriones, sin tener en cuenta que lo que manejamos es algo más importante que un puzle de genes: ¡es un ser humano!

Queremos controlar las enfermedades genéticas, y "fabricamos" niños medicina para curar a otros, sin tener en cuenta que para ello debemos eliminar a muchos otros por el camino.

Queremos controlar la muerte, y como no tenemos una técnica para evitarla o retrasarla, aplicamos técnicas eutanásicas para, al menos, adelantarla a nuestro capricho.

Queremos controlar el clima... pero por ahora vamos a tener que aguantarnos con el clima que nos toque... porque esta técnica todavía no la hemos inventado.


Quizá el ejemplo que más pone de manifiesto el absurdo afán del hombre por tenerlo todo bajo control sean las "técnicas de oración", mediante las que nos empeñamos en controlar también la gracia de Dios: desarrollar técnicas para alcanzar la comunicación con Dios según nuestra voluntad... en vez de pedir a Dios humildemente que se ponga en contacto con nosotros cuando tenga a bien concedérnoslo.

Si no fuese porque el hombre obsesionado por la técnica suele negar a Dios, ¡buscaría también una técnica para controlarle a Él!

viernes, 7 de noviembre de 2008

El mejor conductor

Voy a tomar prestada esta idea que he leído en un libro sobre la Virgen de Medjugorje. Se trata de comparar nuestra vida -en especial la vida espiritual- con la conducción de un coche.

A todos nos gustaría ver toda la carretera de una vez, para saber a dónde nos llevará y por qué caminos nos obligará a transitar. Pero la realidad es que, cuando iniciamos el viaje, lo más que podemos ver son unos cientos de metros por delante de nosotros; y al llegar a la siguiente curva o cambio de rasante, podremos ver otro tramo...; y así un kilómetro detrás de otro...

En algunas ocasiones, al coronar un repecho, tenemos la posibilidad de ver todo un valle ante nosotros, con sus campos, pueblos y quizá alguna ciudad; incluso podremos distinguir a lo lejos la carretera por la que más tarde transitaremos. Pero esta vista suele durar unos pocos instantes, ya que, en seguida que iniciamos el descenso, volvemos a reducir nuestro horizonte visual a un corto tramo de carretera. Por supuesto, si conducimos de noche nuestra visión se reduce aun más y sólo podremos ver el pequeño triángulo que ilumina nuestros faros.

Algo así pasa con nuestra vida: nos ponemos en camino con una meta lejana; pero ignoramos los abatares que se nos presentarán a cada momento. En realidad, ni siquiera estamos del todo seguros de haber elegido la carretera correcta para llegar al destino que nos hemos marcado. Y tampoco podemos descartar que un accidente nos retrase o nos obligue a cambiar de objetivo. No puede ser de otro modo. El que pretenda tener la absoluta seguridad de conocer cuál será su futuro, se deberá limitar a quedarse quieto.

Con la vida espiritual pasa lo mismo: Dios, cuando nos anima a ponernos en marcha, nos va revelando sólo un corto tramo de su plan para nosotros; y algunas veces nos exige conducir de noche y lo vemos todo muy negro. En ocasiones esto es para no desalentarnos: si conociésemos de antemano la cantidad de baches y curvas que tiene el camino... ¡no lo iniciaríamos! Otras veces lo hace para probar nuestra confianza. En algún momento nos deja vislumbrar su plan a largo plazo; pero en seguida nos vuelve a reducir la visión, y tenemos que conformarnos con las "señales de tráfico" que van indicando el peligro, los cruces o las desviaciones que vendrán después.

Así son los planes -la vocación- de Dios: debemos ponernos en camino con la firme determinación de no abandonar pase lo que pase. El único requisito será llevar el depósito bien lleno de gasolina: del mejor carburante, que es la Gracia de Dios. También tendremos que ir pidiéndole ayuda para sortear cada uno de los obstáculos que encontremos...Y si pinchamos, ¡no debemos desalentarnos!: ponemos un buen parche con la Confesión y seguimos adelante...

Hay un truco infalible para una buena conducción: ¡llevar a la Virgen de copiloto!

lunes, 3 de noviembre de 2008

Los tres niveles de la oración

Cuando por fin nos decidimos a hacer oración, a comunicarnos con nuestro Padre Dios, solemos empezar con oraciones vocales: esas frases que la Iglesia nos ofrece para que vayamos aprendiendo a hablar con Dios. Con el tiempo, pasamos de las oraciones vocales a la oración mental y la oración del corazón: le hablamos a Dios con nuestras propias palabras, nos soltamos a conversar con Él.

Es en este tipo de oración en el que podemos distinguir tres niveles:

Cuando comenzamos a orar, es habitual que llevemos a nuestra conversación con Dios en primer lugar nuestras necesidades materiales, lo que es perfectamente legítimo: a Dios, como Padre nuestro que es, le podemos pedir cualquier cosa, como hacemos con los padres de la Tierra. Después, también nos preocupamos por nuestras necesidades espirituales; y le pedimos a Dios que nos ayude a mejorar en esto y aquello...; y que nos resuelva aquella dificultad para poder cumplir con los planes apostólicos...; y que nos facilite los medios que necesitamos... y colaboradores... En definitiva, pedimos a Dios que nos ayude a sacar adelante nuestra vida, nuestra familia y esos planes tan santos que nos hemos propuesto. Cuando así actuamos, estamos en el primer nivel de la oración.

Cuando Dios tenga a bien concedérnoslo (aunque habitualmente bastará con pedírselo), pasaremos al segundo nivel: en éste, en vez de preocuparnos tanto por nuestros planes, empezamos a preguntarle a Dios cuál es el plan que Él tiene para nosotros: que nos muestre su voluntad. Nuestro anhelo ya no es que nos ayude a cumplir nuestros planes, sino el suyo; en definitiva: que nos ayude a hacer su voluntad. Y cambia el modo de nuestra oración, porque en vez de "hablarle tanto y pedirle tanto", permanecemos a la escucha de su palabra, de sus indicaciones...; y le pedimos fundamentalmente entendimiento para conocer su voluntad, porque hemos aprendido a confiar más en su voluntad que en nuestro criterio; a preferir sus planes antes que los nuestros. Y entonces llega la paz a nuestro corazón, porque Él ha tomado el timón de nuestra vida.

El tercer nivel es algo totalmente distinto, mucho más difícil de alcanzar y de explicar. Cuando Dios lo considera oportuno, se muestra Él mismo, en vez de mostrarnos sólo su voluntad; y el orante pasa de adherirse a la voluntad de Dios a identificarse con Cristo, compartir su vida... Como decía San Pablo: "no ya yo, es Cristo quien vive en mí"...

Pongámonos en camino y empecemos por el primer nivel..., ¡con la meta de llegar al ter
cero cuanto antes!