viernes, 11 de noviembre de 2005

Sexo sin amor

Quiero empezar este escrito contestando el primer comentario realizado por Miguel Angel a mi escrito anterior "Amor y sexo":

Efectivamente, el descubrimiento de los anticonceptivos no es la causa de la trivialización del sexo, sino la condición previa para que se pudiese producir la degeneración moral que actualmente nos invade. Cada vez que el hombre logra controlar un fenómeno natural (en este caso la fecundidad) se considera con el derecho de utilizar ese control incluso en contra de su propia naturaleza personal o social. En un mundo alejado de Dios, relativista y edonista, que busca satisfacer inmediata y completamente todos sus deseos corporales, sólo faltó que se pudiesen eliminar a capricho los efectos no deseados del sexo, para que la humanidad se lanzase a la carrera de seis pasos que describo en dicho escrito.

Quisiera ahora explicar los errores en que ha incurrido la humanidad para que tan vertiginoso cambio se haya podido dar impunemente

1º.- No toda posibilidad científica de hacer algo justifica la moralidad del acto; no todos los avances sociales van en la dirección del progreso. Los anticonceptivos supusieron un logro científico pero un profundo atraso social, como por desgracia la historia ha demostrado.
2º.- La sexualidad está íntimamente ligada al amor permanente (matrimonio), tanto en su dimensión de lenguaje del amor, como en su dimensión procreativa. El sexo sin amor (búsqueda del bien ajeno) es hipocresía que destruye a los que lo practican, tratando de remedar por unos instantes lo que sería el auténtico amor, pero buscando exclusivamente el propio placer.
3º.- El sexo no es un mero acto biológico: en el hombre es un acto de toda la persona, con un fuerte componente psíquico y espiritual. Por esto están tan relacionados los trastornos sexuales y los psicológicos. El sexo humano no es un fin, sino un medio; si se trivializa, perderá su capacidad de ser cauce del amor. En la sociedad actual, culmen de la libertad sexual, el amor ha fracasado porque el libertinaje sexual es el anti-amor, la manifestación más patente del egoismo.
4º.- Que cualquier práctica sexual sea posible no significa que sea igualmente válida o digna: las prácticas sexuales que dignifican la naturaleza humana son aquellas que sirven de cauce al amor (entrega incondicional y no búsqueda del propio placer) y que están abiertas a la fecundidad, consecuencia necesaria de dicho amor. La práctica sexual meramente instintiva embrutece a la persona (como cualquier otro abandono en los instintos) alejándola de su humanidad y acercándola a su "animalidad"; las prácticas sexuales contrarias a la naturaleza biológica de cada uno perjudican aún más a la persona, ya que van incluso contra el propio instinto.

5º.- La sociedad protege a la familia porque ésta es su célula básica. Las relaciones sentimentales o sexuales que existan entre las personas no deben ser reguladas jurídicamente; y mucho menos equiparaqdas al matrimonio. Si se ha trivializado el sexo, despojándole de todo compromiso y contenido moral, ahora no puede servir ese mismo sexo como punto de apoyo para reclamar un amparo jurídico.
6º.- Ninguna persona posee derecho a "tener hijos": felizmente, la esclavitud se ha abolido en la práctica totalidad de la Tierra. En ningún caso ese derecho justificaría la manipulación genética de embriones humanos, porque el hombre no es un ser que pueda diseñarse, planificarse, escogerse y fabricarse, como se puede hacer con cualquier otro bien de consumo. La sociedad debe tratar de evitar que, por éste pretendido derecho, se traigan al mundo intencionadamente niños en circunstancias alejadas de las previstas por la naturaleza, para evitar el daño que a su dignidad se producirá: hijos de parejas homosexuales, de madres solteras sin padre conocido, gestados por madres de alquiler o por parientes cercanos o fecundando artificialmente a personas en edad no natural de procrear.


No tenemos ni la más remota idea de lo que nos deparará en el futuro una sociedad que ha sustituido el milenario sistema familiar por la liberalización sexual y la producción de seres humanos a capricho; lo que es seguro es que esa sociedad será mucho menos humana y más animal que la que Dios había diseñado.

miércoles, 9 de noviembre de 2005

Amor y sexo

Aprovecho que venimos hablando de amor para dejar bien claro que éste es distinto del sexo, aunque la sociedad actual los confunda tan frecuentemente, actitud que viene derivada del hecho de que se confunda el amor -búsqueda del bien ajeno- con el egoísmo -búsqueda del bien propio-. De esta forma, el sexo pasa de ser el lenguaje de nuestro amor -como alguien lo ha definido- a ser la vía para la satisfacción del propio ego.
Desde mediados del siglo pasado, esta confusión se generalizó debido fundamentalmente a un descubrimiento científico: la famosa píldora anticonceptiva. Éste fue el desencadenante de un vertiginoso cambio social que ha derivado en el actual debilitamiento de nuestra sociedad. A la situación actual de trivialización del sexo y el amor, y la profunda confusión de conceptos, se ha llegado a través de los siguientes pasos:
1º.- Con la aparición de los métodos anticonceptivos artificiales, se disoció sexualidad y procreación: se podían tener relaciones sexuales plenas sin temor a que ello provocase una nueva vida.
2º.- Con esta seguridad, se disoció sexualidad de matrimonio, ya que, al no estar vinculado el sexo a la procreación, no se veía la necesidad de restringirlo al ámbito matrimonial.
3º.- Si el sexo no tiene que estar ligado a una unión permanente y tender a la procreación, entonces se convierte en un mero acto biológico moralmente neutro y, por tanto, disociado del amor. El sexo dependerá del instinto de la persona, al igual que cualquier otra actividad biológica.
4º.- Si la sexualidad es mero instinto, moralmente neutra, no se le deben poner límites más estrictos que los que cada persona quiera admitir. Cualquier práctica sexual placentera es igualmente válida y digna: sadomasoquismo, pedofilia, ... Incluso se desliga el sexo de "los sexos"; y se convierten en opciones igualmente válidas la heterosexualidad y la homosexualidad.
5º.- Llegados a este punto, se comienza a recorrer el camino en sentido inverso. La trivialización del sexo, que ha servido para su justificación en cualquier circunstancia y sin un objetivo concreto (ni procreación, ni amor); sirve ahora para dar carta de naturaleza a las relaciones meramente sexuales: se pretende que las parejas "de hecho" (uniones sexuales temporalmente estables, con independencia de su orientación sexual), reciban la misma protección de la sociedad (mediante la legislación oportuna) que la que reciben los matrimonios (uniones permanentes que forman la célula básica de la sociedad: la familia).
6º.- Como último paso, desligado el sexo de la procreación, se pretende disociar también la procreación del sexo: se reclama la fecundación artificial y se justifica cualquier manipulación genética de embriones humanos. Se reclama la paternidad por parte de parejas homosexuales, individuos solos, o excesivamente mayores.


Así, vemos que primero se disoció el sexo y la fecundidad para poder practicarlo sin limitación ni condicionamiento; y, ahora que estamos liberados sexualmente, exigimos que se nos proporcione la fecundidad que habíamos rechazado. ¿No es ésta la mejor manera de reafirmar la estrecha unión entre amor, sexo y procreación que existía inicialmente y que nunca debió romperse?

martes, 8 de noviembre de 2005

Amor a Dios Padre

Quiero seguir ahora comentando la creación del hombre por parte de Dios. Sabemos por la revelación que nos ha creado a su imagen y semejanza. Por supuesto, no se trata de que tengamos algún parecido fisiológico con Dios, sino que nuestro parecido es de otro género, se debe predicar más de nuestra alma que de nuestro cuerpo. Y, ¿cuáles son la potencias del alma?: pues memoria, entendimiento y voluntad. Desde el punto de vista de la memoria, nuestro parecido con Dios es mu remoto, ya que Él no tiene memoria, sino que lo conoce todo en un mismo acto continuo. Con respecto al entendimiento, sí existe algún parecido: Dios conoce la Verdad y nosotros tenemos la facultad de tratar de conocerla. Pero es sin duda en la voluntad en lo que más nos parecemos. Dios tiene voluntad y hace lo que desea... el hombre también tiene voluntad y como es libre puede elegir entre las diversas opciones que se le plantean: ¡esta es la gran diferencia con las demás criaturas! Creo que es precisamente en esto en lo que Dios nos hizo semejantes a Él. Nuestra actuación no está pre-determinada, sino que nosotros, con el ejercicio de nuestra libre voluntad vamos determinándonos.
¿Cuál es la esencia de Dios?: el amor. Dios es amor. Si nosotros nos parecemos en algo a Él, también deberíamos ser amor. Y, ¿qué es el amor?; pues precisamente, el amor es la más firme determinación de la voluntad: Amar es buscar como único bien propio el bien ajeno. Todos los animales buscan instintivamente su propio bien, no pueden actuar de otra forma. El hombre, por el contrario, puede determinarse a buscar el bien ajeno, incluso prioritariamente al propio bien. Ésta es la característica diferenciadora radical del hombre: que tiene, a semejanza de Dios, capacidad de amar. Para dotarle de esta capacidad es para lo que Dios crea al hombre libre, con voluntad propia.
Pero este descubrimiento es muy importante: si el hombre fue creado específicamente con capacidad de amar, es porque debe amar; y a quien prioritariamente debe amar es a Aquél que le creo. El hombre nace con la vocación fundamental de relacionarse con Dios, sintiendo su amor y amándole; y, consecuentemente, amando y siendo amado por los demás congéneres. Éste es el misterio del hombre: que es la única criatura querida por Dios por sí misma, llamada a compartir la misma vida divina; pero, como nos ha creado libres, el hacerlo o no depende exclusivamente de nosotros.
No podemos pensar que el ejercicio de nuestra libertad es indiferente: que decidir amar a Dios, a los demás o a nosotros mismos no tiene consecuencias para nuestra propia existencia. Dios nos ha creado libres de elegir; pero, una vez elegido, no somos libres para determinar las consecuencias de nuestra elección. Clive S. Lewis lo expresa claramente por boca de uno de sus personajes en su libro "El Gran Divorcio": "Libre como es libre el hombre para beber mientras está bebiendo. Pero mientras bebe no es libre para no mojarse".
Es decir, podemos amar a Dios o rehusarle; pero esto último nos lleva a alejarnos de nuestra semejanza con Dios y a parecernos más a los animales: en definitiva, a frustrar la vocación para la que fuimos creados, a aniquilarnos como seres humanos.