lunes, 30 de julio de 2018

Jesús nos dijo: sed sagaces como serpientes, pero sencillos como palomas (Mt. 1, 16)


Y también añade: Los hijos de este mundo parecen más listos que los hijos de la luz (Luc 16, 8).


Jesús nos anima a buscar el bien con sencillez, sin doblez ni hipocresía, pero con ahínco, con inteligencia, porque estrecha es la puerta que conduce al paraíso (Mt 7, 13)… No es que se trate de un paso angosto, que nos exigirá hacer contorsiones para pasarlo, sino que lo que nos dice es que de las muchas posibilidades de vida que el mundo nos ofrece, la auténtica, la que coincide con el plan de Dios es sólo una; y merece la pena encontrarla.

Por esto, tenemos que poner todos los medios humanos para hacer el bien como si no existiese la ayuda de Dios; pero con el optimismo que nos da el saber que será Él quien lo logre…, si es que tiene interés en ello. Si nosotros ponemos todos nuestros medios… el resultado ya no debe preocuparnos, sino que debemos dejarlo en sus manos…

sábado, 28 de julio de 2018

Sed perfectos como vuestro Padre es perfecto (Mt 5, 48).


Pero en otro pasaje añade: sin mí no podéis hacer nada (Juan 15, 5).

¿En qué quedamos: todo depende de nuestra perfección o de su ayuda? 

Es una nueva aparente contradicción en el mensaje evangélico, porque se nos exigen los dos extremos a la vez; y tenemos que compaginarlos.
La experiencia nos dice que la frase del Evangelio de San Juan es totalmente cierta: sin la ayuda de Dios, nuestros más firmes propósitos se vienen abajo a la primera de cambio. Y no sólo me refiero a la ayuda que supone el propio mensaje evangélico, que nos va indicando cuál es el camino a seguir (Yo soy el camino, la verdad y la vida Jn 14, 6); sino a la ayuda directa de la gracia de Dios: todo es gracia (gratis) que Él nos da.

Entonces, ¿de qué perfección habla Cristo en el Evangelio de San Mateo? Pues está claro: de la perfección de Dios. Y Dios, ¿qué es? Pues Dios es amor... Esto es lo único que se nos pide, que seamos perfectos en el amor, que nuestra voluntad sea amarlo y cumplir sus mandamientos...;  aunque sin su ayuda será sólo eso: un propósito efímero.


jueves, 26 de julio de 2018

El que gane su vida la perderá y el que la pierda la ganará (Luc 17, 33)

O lo que es lo mismo: el que no muere no da fruto (Juan 12, 24).
Parece una contradicción; pero está claro: si nos afanamos en "ganar" la vida según nuestros criterios, la estaremos desperdiciando; pero si nos fiamos de los criterios de Cristo, entonces la viviremos plenamente, aquí y después por toda la eternidad. Porque seguir el plan de Dios para nuestra vida es la mejor manera de aprovecharla. ¡Cuantas veces nos arrepentimos de haber seguido nuestros planes! Y en la mayoría de los casos no es por maldad, sino por ignorancia. decía Eugene Boylan en su libro El Amor de Dios que nos afanamos en pedir a Dios que nos ayude a cumplir nuestros planes, cuando debería ser al revés: deberíamos pedirle que nos ayude a cumplir sus planes, que son los que nos harán felices. Es decir, si morimos a nuestra voluntad (no por masoquismo, sino por convencimiento de que quien sabe lo que nos conviene es Él), entonces es cuando nuestra vida fructifica, tanto para nosotros mismos como para los demás.
Y si vernos en el camino correcto es lo que nos hace felices, cuando además constatamos que eso ayuda a los otros, entonces la felicidad es plena.

martes, 24 de julio de 2018

El pecado es lo intrínsecamente opuesto a Dios; pero el pecador es el hijo amado de ese Dios.


Dios es justo y misericordioso; es más, es infinitamente justo e infinitamente misericordioso.
Por supuesto, este es el caso en el que más claro se ve que la virtud no está en el medio: Dios no es medio-justo y medio-misericordioso (¡vaya chapuza sería esto!). Dios, una vez más, nos maravilla conjugando los dos extremos: administra su justicia con toda misericordia; y es misericordioso con aquellos a los que ha de juzgar.
Por eso, en virtud de su justicia, rechaza el pecado, que es lo opuesto al plan de Dios; pero ama al pecador, como hijo extraviado que es.
Este pensamiento es el que lleva a la conclusión que de sólo se condena aquél que expresamente rechaza el amor de Dios (Dios, en justicia, tiene que respetar ese rechazo); y todo el que de algún modo desea salvarse, logrará salvarse, porque la misericordia de Dios lo hará posible a pesar de sus pecados.
Este pensamiento es el que alienta mi esperanza, mi seguridad de que encontraré en Dios un juez que, sin negar mis pecados, sabrá perdonarlos...
Cristo nos consiguió ese perdón, sólo tenemos que pedirlo.

viernes, 20 de julio de 2018

La voluntad de Dios es nuestra norma; pero la conciencia individual es inviolable.

Siguiendo con lo expuesto en la entrada anterior, la dignidad de cada alma es tan alta, que sólo puede juzgársela atendiendo a su propia conciencia.
Es cierto que no se puede despreciar ni una tilde de la Ley, pero la Ley al final no es lo importante; lo importante es la actitud con la que actuamos. Y en esto, la Ley de Dios es totalmente distinta a la Ley o justicia humanas, que se fija únicamente en los actos externos y sus consecuencias. Para Dios, lo importante es que hayamos actuado según nuestro conocimiento del bien y el mal; y que lo hayamos hecho por amor a Dios y al prójimo.
Porque, en definitiva, lo que a Dios le importa es la medida de nuestro amor, no la eficacia en cumplir sus normas. si así lo hubiese querido, entonces no habría creado hombres, sino máquinas perfectas sin posibilidad de error... y carentes e todo cariño.

miércoles, 18 de julio de 2018

Somos meras criaturas de Dios; pero eso nos confiere una dignidad infinita.


La propia Humanidad constituye un ejemplo de cómo el cristianismo es capaz de conjugar los dos extremos.
Efectivamente, el cristianismo afirma que cada hombre es infinitamente valioso en sí mismo y tiene una dignidad infinita como hijo que es de Dios. Y, por tanto, respeta al máximo la libertad de su conciencia y la posibilidad de seguir el camino evangélico a su manera. Son muchos los diferentes carismas que existen en el cristianismo. Entre los católicos son innumerables las Órdenes Religiosas, Institutos Seculares, iniciativas apostólicas y movimientos espirituales; y algo similar ocurre con los protestantes o los ortodoxos…
Sin embargo, también consideramos que la Humanidad entera constituye como un solo cuerpo, del que cada uno somos uno de sus miembros. Y como ocurre en cualquier cuerpo, lo que le suceda a un miembro repercute en el resto del organismo. Por esto, los cristianos, sin menoscabar el hecho de que el amor a Dios y el camino para encontrarlo debe ser algo personal, nos exigimos el cooperar al bien de ese organismo y de cada uno de los demás miembros.


lunes, 16 de julio de 2018

Cristo es rey, pero su reino no es de este mundo…


Yo soy rey, pero mi reino no es de este mundo(Juan 18, 36)

Es una frase que se entiende a la perfección; pero quizá no signifique exactamente lo que parece a primera vista. No se trata de que Cristo sólo sea rey en los cielos, sino que es rey precisamente en la Tierra, aunque su reino no se parezca a los reinos de los humanos.
Cristo es rey y por eso nos puede exigir obediencia. No ejerce su reinado como un tirano más, que exige sumisión ejerciendo su poder y amenazando con la violencia. Cristo es rey --es nuestro Señor- porque ejerce la auténtica autoridad, que no es otra cosa que “el saber universalmente admitido”. Y Cristo es nuestra autoridad porque es quien mejor puede indicarnos cual debe ser nuestro proceder, cómo vivir nuestra vida; no porque sea quien puede obligarnos a obedecerlo.
Por eso, su reino no es como los de este mundo, porque Él, después de ejercer su autoridad, nos deja en libertad para obedecerlo o no. Es un reino que procura el bien de los súbditos; no su simple sumisión.
Tampoco es un reino territorial, no tiene fronteras, sino que puede pertenecer a este reino cualquier ser humano (id y enseñad a todas las gentes) sea cual sea su condición; y, de una manera misteriosa, incluso cualquiera que sea su religión, si es hombre de buena voluntad.

Esto no es posible para los hombres; pero para Dios no hay nada imposible...

sábado, 14 de julio de 2018

Bienaventurados los pobres; pero hay del que retenga el salario de su jornalero.

Continúo con la entrada anterior.
Ya he comentado en anteriores ocasiones que el cristianismo no es de derechas ni de izquierdas; entre otras cosas porque no es una ideología política, sino una religión. Es cierto que tanto unos como otros han tratado de apoderarse del mensaje de Cristo para justificar su propia ideología; pero difícilmente lo podrán lograr, debido precisamente a que el cristianismo conjuga los opuestos, no defiende ningún extremo, ni siquiera el centro.
En todo caso, se podría decir que Cristo vino a la tierra para exigir a las derechas que asumiesen los postulados de la izquierda; y a las izquierdas, que asumiese los de la derecha: 

  • Respetar la iniciativa privada, pero que la colectividad vele para que a nadie le falte lo necesario (ni liberalismo ni colectivismo, sino todo lo contrario). 
  • Buscar el mayor bien común, pero sin diluir al individuo en la masa (dignidad personal de cada ser humano, con derechos inviolables). 
  • Defender la propiedad privada, como mejor medio de alcanzar el bien común; pero redistribuirla mediante un sistema impositivo justo (porque sobre toda propiedad privada pesa una hipoteca en favor de las necesidades ajenas).

La perfección del mensaje evangélico consiste precisamente en que conjuga siempre los dos extremos: dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios...

jueves, 12 de julio de 2018

Bienaventurados los pobres…; pero bien merece el jornalero su salario.


Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos (Mateo 5, 3)

Es decir, la pobreza la debemos practicar para con uno mismo. Debemos tratar de no estar dominados por los bienes materiales, en el sentido más amplio del término. Muchos hombres actuales son esclavos de alguna de las llamadas tres "P": el placer, el poder o el poseer; y las ambicionan obsesivamente. Por eso, bienaventurados aquellos que estén liberados de esas tres "P".  

Pero las palabras de Jesús no sólo no nos permiten imponer esta bienaventuranza a los demás, sino que nos exigen que busquemos su bien y tratemos de cubrir con dignidad sus necesidades. Por eso también las palabras de Jesús: bien merece el jornalero su salario... Ya el antiguo testamento, exigía esto de los israelitas: No oprimirás a tu prójimo, ni lrobarás. El salario de un jornalero no ha de quedar contigo toda la noche hasta la mañana. (Levítico 19, 13)

Alguien ha considerado que esta bienaventuranza era una forma de conformar al pueblo con su suerte: en modo alguno. La pobreza que predica es para con uno mismo, nunca para con el prójimo. 
La sobriedad la practicamos cada uno, para provecho de nuestra alma y ayuda para los demás; pero jamás se la imponemos al hermano.

miércoles, 11 de julio de 2018

Amar a Dios sobre todas las cosas; y al prójimo como a uno mismo


Porque somos cuerpo y alma, espirituales y materiales, destinados al Cielo pero viviendo muy en la Tierra, debemos amar a Dios con todas nuestras fuerzas materiales pero también al prójimo como a nosotros mismos. Más aún, debemos amar al prójimo como Dios le ama. ¿Que no es fácil? Efectivamente, no lo es; pero la dificultad es debida a la propia grandeza del hombre, a la complejidad de su naturaleza. Por esto, la moral cristiana no descansa en la certeza absoluta de un dogma, sino en la incertidumbre de querer conjugar los extremos: amar a Dios y al hombre, el cuerpo y el alma, la materia y el espíritu. Y esto nos lleva a no tener nunca la certeza de haberlo hecho totalmente bien; pero tampoco podremos nunca constatar que lo hemos hecho totalmente mal. Mientras vivamos, nunca tendremos el Cielo asegurado; pero tampoco estaremos condenados irremediablemente al infierno. Ya conocéis el dicho: no hay santo sin pasado ni pecador sin futuro.

¿No será esto una manifestación de lo que pueda ser la infinita justicia divina conjugada con su infinita misericordia?

lunes, 9 de julio de 2018

Lo importante es el alma; pero dentro de un cuerpo

Lo importante es el alma; pero ésta no es sino la forma del cuerpo. Ambos son indisociables y su unión es lo que caracteriza al ser humano y lo distingue de los demás seres que son sólo cuerpo o sólo espíritu.

Porque es Dios quien ha querido que no seamos una mera espiritualidad inmaterial, como los ángeles. Él ha querido crear un mundo que es a la vez material y espiritual; ha querido crear y amar a un hombre que es cuerpo y alma. Por esto, todas las cosas materiales creadas son santas; aunque todas, fuera de su momento oportuno y justa medida, nos pueden hacer pecar. Dominad y henchid la Tierra es el mandato que recibimos; pero si ella nos domina, entonces vamos contra el plan de Dios.

Nuestro cuerpo será glorioso en el cielo; pero mientras tanto tiene necesidades materiales; y no sólo el nuestro, sino fundamentalmente el de los demás. Así, debemos atender al bien espiritual de nuestros hermanos -que es su salvación-; pero sin descuidar su bien material, sus necesidades para mantener ese cuerpo que Dios le ha dado. El mismo Jesús quiso liberar a muchos enfermos de su enfermedad (cuidar su cuerpo); pero siempre les dijo: vete y no peques más (para cuidar también su alma). Porque, aunque sabía mejor que nadie que lo realmente malo no es el mal del cuerpo, sino el del alma, también quiso curar nuestras enfermedades, aliviar nuestras penas.


Y lo que hiciéremos con cualquier hermano, a Él se lo hacemos (Mateo 25, 40).

domingo, 8 de julio de 2018

Importa la vida eterna; pero ésta se consigue en esta vida


¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma? 
Evidentemente, lo importante es disfrutar toda la eternidad en el cielo de la presencia y el amor de Dios. Pero este mismo Dios ha querido que ese disfrute nos lo ganemos durante nuestra vida temporal: nos pide nuestro amor, cuando todavía no podemos ver completamente el suyo. Y nos lo ganamos con nuestra actitud, porque en realidad el cielo es un mero regalo de Dios, que nunca podríamos alcanzar con nuestra solas fuerzas.
Por esto, en la vida cristiana, existe la oración y la acción, la meditación y el trabajo; y lo correcto no es rezar un poco y trabajar otro poco; sino que lo perfecto es alumbrar toda nuestra acción con la oración: en definitiva, mantener lo más posible a lo largo de nuestra vida esa presencia del Dios que nos ama y al que pretendemos amar. 
Si actuásemos así no sólo nos estaríamos ganando el cielo durante nuestra vida terrena, ¡es que ya lo estaríamos viviendo!

viernes, 6 de julio de 2018

Somos miembros del Cuerpo de Cristo; pero únicos e irrepetibles.


Efectivamente, formamos todos un mismo cuerpo espiritual, como los ladrillos de un edificio o los distintos miembros de un mismo organismo; pero no nos confundimos en el todo. Nos salvamos dentro de la Iglesia, en comunidad; pero nos salvamos individualmente, porque nadie puede conseguirnos la salvación por nosotros mismos, ni siquiera Cristo, que nos abrió la puerta del cielo, pero no nos obliga a entrar. Somos un pensamiento en la mente de Dios; pero tenemos toda la dignidad de seres únicos e irrepetibles, imaginados y amados por Dios desde el comienzo de los tiempos. Somos "la humanidad"; pero Dios sólo es capaz de ver a cada uno de los individuos, porque nos ama a cada uno de nosotros.

jueves, 5 de julio de 2018

Jesús sube a los Cielos, pero se queda con nosotros


¿Cómo volver al seno de la Trinidad con su naturaleza divina y su naturaleza humana, pero quedarse también “todos los días hasta el fin del mundo” entre nosotros con su naturaleza humana y su divinidad?

El amor siempre encuentra soluciones imaginativas para lograr su objetivo: con su divinidad forma un cuerpo místico que nos abarca a todos los hombres y de esta forma todos estamos dentro de él; pero simultáneamente, con la Eucaristía, consigue que su cuerpo humano pueda entrar en cada uno de nosotros. El continente que entra dentro de cada una de las partes del contenido. Cristo nos abraza como miembros de su cuerpo místico; pero quiere sentir cómo nosotros le abrazamos -cada uno individualmente- con nuestro propio cuerpo.

¡Alucinante! Sólo el Amor podría imaginar algo así.

miércoles, 4 de julio de 2018

Nos explica la Ley, pero nos libera del legalismo


Jesucristo, al transmitirnos su mensaje, conservó hasta la última tilde de la Ley antigua; pero arrasó con todos los añadidos que algunos hombres habían echado sobre los hombros de otros hombres. De la ley deja aquello que nos libera, que nos hace más hombres: el amor a Dios y al prójimo; y elimina lo que nos esclaviza, el legalismo reglamentario (613 preceptos tenían los judíos de aquella época) mediante el cual lo importante era cumplir el precepto, no el por qué se cumplía ni la actitud con la que se cumplía. Cristo fue indudablemente un revolucionario, como lo debe ser todo cristiano: pero su revolución consistió en dejarlo todo igual, en volver a los orígenes. Por eso le crucificaron, porque revolucionaba las falsas estructuras entonces establecidas, sin modificar los cimientos: eliminó las super-estructuras que los hombres habíamos construido, para que pudiésemos contemplar claramente su mensaje.

martes, 3 de julio de 2018

Jesucristo es perfecto Dios y perfecto hombre

El mayor ejemplo evangélico de contradicción (perfección de los extremos) lo tenemos en el propio Cristo: no fue medio Dios y medio hombre; sino plenamente Dios y plenamente hombre.

Es decir, que si un Dios Uno y Trino no era ya bastante lío, se nos revela que una de las personas que conforman la naturaleza divina es a la vez Dios y hombre: es creador y criatura.

Y esto ni siquiera la imaginación puede describirlo. Sólo el amor -la misma naturaleza divina- puede arrojar algo de luz sobre la cuestión: Dios crea por la fecundidad de su amor y acaba amando a aquello que ha creado. Y esto es lo razonable: si amar es la determinación de la voluntad de buscar como único bien propio el bien ajeno, ¿no es lógico que Dios ame y busque el bien de aquello que creó por amor? Y si la criatura ofende a Dios, ¿no es lógico que uno de los amantes trate de reparar esa ofensa? Y qué mejor forma de reparar que hacerse uno con aquello que se ama. Y éste es Jesucristo, una sola persona divina con las dos naturalezas: la del amante y la del amado.

Mi amor no me da para más explicación.

Y este Jesucristo, Dios y hombre, es quien mejor nos puede revelar el misterio de nuestra naturaleza humana, el sentido de nuestra existencia. Lo encontramos en el Evangelio: la buena nueva.

Repasemos en las siguientes entradas las aparentes contradicciones de su maravilloso mensaje.