martes, 3 de julio de 2018

Jesucristo es perfecto Dios y perfecto hombre

El mayor ejemplo evangélico de contradicción (perfección de los extremos) lo tenemos en el propio Cristo: no fue medio Dios y medio hombre; sino plenamente Dios y plenamente hombre.

Es decir, que si un Dios Uno y Trino no era ya bastante lío, se nos revela que una de las personas que conforman la naturaleza divina es a la vez Dios y hombre: es creador y criatura.

Y esto ni siquiera la imaginación puede describirlo. Sólo el amor -la misma naturaleza divina- puede arrojar algo de luz sobre la cuestión: Dios crea por la fecundidad de su amor y acaba amando a aquello que ha creado. Y esto es lo razonable: si amar es la determinación de la voluntad de buscar como único bien propio el bien ajeno, ¿no es lógico que Dios ame y busque el bien de aquello que creó por amor? Y si la criatura ofende a Dios, ¿no es lógico que uno de los amantes trate de reparar esa ofensa? Y qué mejor forma de reparar que hacerse uno con aquello que se ama. Y éste es Jesucristo, una sola persona divina con las dos naturalezas: la del amante y la del amado.

Mi amor no me da para más explicación.

Y este Jesucristo, Dios y hombre, es quien mejor nos puede revelar el misterio de nuestra naturaleza humana, el sentido de nuestra existencia. Lo encontramos en el Evangelio: la buena nueva.

Repasemos en las siguientes entradas las aparentes contradicciones de su maravilloso mensaje.

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