Yo soy rey, pero mi reino no es de este mundo… (Juan 18, 36)
Es una frase que se entiende a la perfección; pero quizá no
signifique exactamente lo que parece a primera vista. No se trata de que Cristo
sólo sea rey en los cielos, sino que es rey precisamente en la Tierra, aunque
su reino no se parezca a los reinos de los humanos.
Cristo es rey y por eso nos puede exigir obediencia. No ejerce su reinado como
un tirano más, que exige sumisión ejerciendo su poder y amenazando con la
violencia. Cristo es rey --es nuestro Señor- porque ejerce la auténtica
autoridad, que no es otra cosa que “el
saber universalmente admitido”. Y Cristo es nuestra autoridad porque es quien
mejor puede indicarnos cual debe ser nuestro proceder, cómo vivir nuestra vida; no porque sea quien puede
obligarnos a obedecerlo.
Por eso, su reino no es como los de este mundo, porque Él,
después de ejercer su autoridad, nos deja en libertad para obedecerlo o no. Es
un reino que procura el bien de los súbditos; no su simple sumisión.
Tampoco es un reino territorial, no
tiene fronteras, sino que puede pertenecer a este reino cualquier ser humano
(id y enseñad a todas las gentes) sea cual sea su condición; y, de una manera misteriosa, incluso cualquiera que sea su religión, si es hombre de buena voluntad.
Esto no es posible para los hombres; pero para Dios no hay nada imposible...
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