La propia Humanidad constituye un ejemplo de cómo el cristianismo es capaz de conjugar los dos extremos.
Efectivamente, el cristianismo afirma que cada hombre es
infinitamente valioso en sí mismo y tiene una dignidad infinita como hijo que
es de Dios. Y, por tanto, respeta al máximo la libertad de su conciencia y la
posibilidad de seguir el camino evangélico a su manera. Son muchos los diferentes carismas que existen en el cristianismo. Entre los católicos son innumerables
las Órdenes Religiosas, Institutos Seculares, iniciativas apostólicas y
movimientos espirituales; y algo similar ocurre con los protestantes o los
ortodoxos…
Sin embargo, también consideramos que la Humanidad entera
constituye como un solo cuerpo, del que cada uno somos uno de sus miembros. Y
como ocurre en cualquier cuerpo, lo que le suceda a un miembro repercute en el
resto del organismo. Por esto, los cristianos, sin menoscabar el hecho de que
el amor a Dios y el camino para encontrarlo debe ser algo personal, nos
exigimos el cooperar al bien de ese organismo y de cada uno de los demás
miembros.
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