Porque somos cuerpo y alma, espirituales y materiales, destinados al Cielo pero viviendo muy en la Tierra, debemos amar a Dios con todas nuestras fuerzas
materiales pero también al prójimo como a nosotros mismos. Más aún, debemos amar al prójimo como Dios le ama.
¿Que no es fácil? Efectivamente, no lo es; pero la dificultad es debida a la propia grandeza
del hombre, a la complejidad de su naturaleza. Por esto, la moral cristiana no
descansa en la certeza absoluta de un dogma, sino en la incertidumbre de querer
conjugar los extremos: amar a Dios y al hombre, el cuerpo y el alma, la materia
y el espíritu. Y esto nos lleva a no tener nunca la certeza de haberlo hecho
totalmente bien; pero tampoco podremos nunca constatar que lo hemos hecho
totalmente mal. Mientras vivamos, nunca tendremos el Cielo asegurado; pero tampoco estaremos condenados irremediablemente al infierno. Ya conocéis el dicho: no hay santo sin pasado ni pecador sin futuro.
¿No será esto una manifestación de lo que pueda ser la infinita
justicia divina conjugada con su infinita misericordia?
No hay comentarios:
Publicar un comentario