sábado, 27 de octubre de 2012

El paso definitivo

La conversión al Cristianismo no consiste en un mejoramiento de nuestra actitud, sino en un cambio radical de la misma. Por esto, puede ocurrir que una persona que ha decidido firmemente dar este paso, continúe con sus defectos anteriores hasta que poco a poco los vaya superando. No se trataría de un fracaso de su decisión, sino consecuencia lógica de que una cosa es la determinación del hombre y otra sus posibilidades de llevarla a cabo. Por esto, deberíamos abstenernos de juzgar a los demás. Quizá haya personas buenas, que tratan por todos los medios de servir a Dios y a los demás; pero cuyas pasiones les siguen arrastrando a los mismos errores que pretenden superar. Y puede haber personas perversas cuyo único dios es su propio provecho, que respetan a los demás como una estrategia para no ser molestados ellos mismos. Dios juzgará al final a unos y a otros; lo único que debe importarnos es en qué grupo nos encontramos nosotros y qué vamos a hacer por mejorar nosotros mismos.
Pero lo que quiero decir es que la decisión de seguir el camino a la perfección cristiana –la santidad- no es una evolución paulatina mediante la que vamos mejorando, sino una transformación esencial: pasamos de ser el centro de nuestra propia vida a ser parte de la vida de Dios y, en consecuencia, de la vida de los demás. Se trata de pasar de amarnos a amar. Y la definición de amar es suficientemente clarificadora a este respecto: Amar es buscar como único bien propio el bien ajeno.
No es un proceso paulatino, es una determinación fundamental que cambia nuestra vida…; y merece la pena.

jueves, 25 de octubre de 2012

¿Buenas personas?

El Cristianismo no es un camino para llevarnos a ser “buenas personas”; el Cristianismo pretende hacernos perfectos, aunque nunca lo logremos en esta vida. Ya comenté en una entrada antigua [el jardín del alma] que nuestra vida espiritual se parece a un jardín: no basta con que no haya cardos, sino que debe tener flores hermosas y olorosas. Por lo mismo, no basta con que el cristiano se limite a no “hacer mal a nadie”, sino que es necesario que haga el bien, mucho y a muchos. Y creo que es esta falta de obras buenas, positivas, lo que hace sospechar del cristianismo a lo que nos ven desde afuera.
En este sentido, tan lejos está de la perfección el que se limita (quizá como postura vital más cómoda) a “ser buena persona” que el que no tiene escrúpulos para aprovecharse de los demás: ninguno de los dos colabora al bien. Por supuesto, desde un punto de vista simplemente ciudadano, siempre es mejor no hacer mal a los demás; pero esta postura cómo da a veces nos lleva a consentir injusticias que deberíamos tratar de evitar; y en estos casos, nuestra omisión se parece mucho a la acción mala de los demás.
Y desde el punto de vista espiritual, todo hombre alejado de Dios y anclado en una postura egoísta con respecto a los demás, está muy lejos de su perfección como ser humano.
Lo que Cristo pretendió con su encarnación y su mensaje fue transformar al hombre en una criatura nueva, incardinarla en Dios; y esta transformación puede ser más fácil y profunda en los que llevan una “mala vida”, que en los que nos conformamos con “no hacer mal a nadie”. El Evangelio está lleno de ejemplos del empecinamiento de los buenos y el arrepentimiento de los malos.

domingo, 21 de octubre de 2012

Sed perfectos...

El objetivo del cristianismo es ser perfectos, como nuestro Padre celestial es perfecto (Mt 5, 48). No podía ser de otra forma, si tenemos que configurarnos con Cristo, que volver a Dios –que es perfecto-, nuestro objetivo debe ser esa perfección. Por supuesto, ya hemos dicho que Dios sabe que para nosotros esa perfección es totalmente imposible, incluso con su constante ayuda de la gracia; porque la gracia tiene un límite: no puede violentar nuestra libertad.
Pero este conocimiento de que la perfección es imposible no evita que nuestro camino deba estar a ella dirigido; y este es el camino por el que Cristo querrá llevarnos si nos ponemos en sus manos. Lo diré más claro: no es posible vivir el cristianismo de forma mediocre. Podemos caer un montón de veces y volver a levantarnos (para esto instituyó Cristo el sacramente de la confesión) y seguir siendo cristianos, incluso buenos cristianos; pero lo que no podremos es pactar con el pecado, vivir en la mediocridad, pretender un objetivo menor que la perfección, porque entonces Dios dejará de acompañarnos: a los tibios los vomitaré de mi boca… (Apocalipsis 3, 16).
Esto lo debemos tener en cuenta cuando iniciemos nuestro camino hacia Dios: quien pone la mano en el arado y vuelve la vista atrás no es digno del Reino…(Lc 9, 62). Para que el camino merezca la pena, para vivirlo con gozo, para que el coger la cruz de cada día (Lc 17, 33) se vuelva un yugo suave y una carga ligera (Mt 11, 30) tenemos que entregarnos del todo, dejar hacer a Dios para que nos conforme consigo mismo, con Cristo.

Porque resistirse a la gracia sería mucho peor que no haberla recibido.

jueves, 18 de octubre de 2012

La dificultad del Cristianismo (2)

Y la mayor dificultad del Cristianismo se presenta cuando nos empeñamos en hacer el centro de nuestra vida esas prácticas piadosas y esas normas morales, olvidándonos de cuál es el objetivo de todo eso: amar a Dios y al prójimo. Y se convierte en catástrofe cuando además tratamos de imponer este criterio a los demás.
C. S. Lewis nos lo explica muy bien en su libro “mero Cristianismo”:
Os convertiréis en una de esas personas de las que se dice “viven para los demás”, pero que siempre están insatisfechos y gruñendo, preguntándose por qué los demás no prestan atención a sus esfuerzos y haciéndose los mártires. Y cuando os hayáis convertido en eso, seréis un incordio mucho mayor para la gente que tiene que convivir con vosotros que si hubierais sido siendo francamente egoístas.
Por esto, cuando Cristo dice “coge tu cruz cada día y sígueme”, se refiere a que renunciemos a nuestros planes y sigamos su mensaje, le acompañemos por el camino; y entonces comprobamos que “su yugo es suave y su carga ligera”; porque con Él todo es posible.
No, lo difícil no es ser cristiano, lo dificilísimo es tratar de compaginar el mensaje evangélico con nuestros propios planes…

miércoles, 17 de octubre de 2012

La dificultad del cristianismo

El Cristianismo es un camino difícil si nos empeñamos en adaptarlo a nuestra propia vida, en vez de adaptar nuestra vida al mensaje evangélico. Me explicaré.
Algunos actúan como si el Cristianismo fuera un cúmulo de prácticas piadosas y normas morales que, una vez cumplidas, nos permiten seguir con nuestra propia vida, con nuestros planes. Todo lo contrario. El Cristianismo es precisamente el camino de vida que nos permitirá realizar el plan más maravilloso que podíamos concebir; y éste es precisamente el que Dios tiene previsto para nosotros.
Si nos empeñamos en iniciar ese camino para desviarnos en cuanto hayamos recorrido unos pocos metros, entonces nos encontraremos con que es una senda tortuosa que nos obliga a dar vueltas y más vueltas; y en la que tropezaremos muy a menudo.
Si nos decidimos por el plan de Dios para nuestra vida y lo seguimos lo mejor posible, renunciando a nuestros planes mediocres, entonces nos encontraremos con una senda llana y libre de obstáculos; y contaremos además con la ayuda de Dios, en esta senda d ela felicidad.
Y la mejor manera de recorrer ese camino –yo diría que la única posible- es siendo acompañado por Cristo muy de cerca: por que el objetivo de todo lo demás –prácticas piadosas y normas morales- no es más que permanecer muy cerca de Cristo.

martes, 16 de octubre de 2012

La Humanidad

La propia Humanidad constituye un ejemplo de cómo el Cristianismo es capaz de conjugar los dos extremos.
Efectivamente, el Cristianismo afirma que cada hombre es infinitamente valioso en sí mismo y tiene una dignidad infinita como hijo que es de Dios. Y, por tanto, respeta al máximo la libertad de su conciencia y la posibilidad de seguir el camino evangélico a su manera. Son incontables los carismas que existen en el cristianismo. Entre los católicos son innumerables las Órdenes Religiosas, Institutos Seculares, iniciativas apostólicas y movimientos espirituales; y algo similar acurre con los protestantes o los ortodoxos…

Sin embargo, también consideramos que la Humanidad entera constituye como un solo cuerpo, del que cada uno somos uno de sus miembros. Y como ocurre en cualquier cuerpo, lo que le suceda a un miembro repercute en el resto del organismo. Por esto, los cristianos, sin menoscabar el hecho de que el amor a Dios y el camino para encontrarle debe ser algo personal, nos exigimos el cooperar al bien de ese organismo y de cada uno de los demás miembros.
Y es que lo que hagamos a cada uno de esos pequeños, a Cristo se lo hacemos (cfr. Mt. 25, 40).

lunes, 15 de octubre de 2012

El Creador, encarnado.

Pero el Cristianismo es mucho más grande y profundo que el símil de Pinocho. Porque para ayudarnos a dar el salto a la vida espiritual, nuestro Geppeto se hace juguete y asume todas las limitaciones que eso conlleva. Y lo hace para poder guiarnos por el camino contrario. Dios se hizo Hombre, para que los hombres pudiésemos llegar a ser dioses.

Y así primero soportó todas nuestras limitaciones y fatigas; y permitió que le afectasen los errores de los demás hombres: incomprensión, envidia, injurias, traiciones, odio, hipocresía, burlas, juicio, condena y ajusticiamiento… abandonado por todos sus amigos. Y también quiso gozar de todos los bienes que el hombre puede alcanzar en esta Tierra: cariño, amistad, amor, alegría, alabanza, devoción, …
Con este guía y maestro, ¿no nos atreveremos a dar el salto?

domingo, 14 de octubre de 2012

Pinocho y Geppeto

De algún modo, el drama de la vida espiritual se parece al cuento de Pinocho. Dios está empeñado en que dejemos de ser juguetes de madera y tengamos auténtica vida en nosotros mismos: que trascendamos lo material y alcancemos la plenitud de lo espiritual. Pero nosotros, con nuestras cortas miras materiales, preferimos quedarnos en lo seguro, en lo que conocemos. Cuando se nos habla de prescindir de nuestra dura madera de juguetes para sustituirla por algo tan blando y frágil como la carne humana, nos asustamos. Lo rechazamos porque nos parece que es perder algo de lo que tenemos para convertirnos en otro ser distinto. En nuestra condición de marionetas, ni siquiera podemos imaginarnos la infinita diferencia que existe entre ser un juguete inanimado y ser una persona libre, dueña de sus actos, capaz de decidir y, por tanto, de amar; y de ser amado.
Pues algo similar ocurre con la vida espiritual en Dios: ni ojo vio ni oído oyó lo que Dios tiene reservado para los que le aman… (1cor 2, 9) Con nuestra rudimentaria mente humana no podemos ni imaginar qué pueda ser una vida espiritual conociendo y compartiendo la vida de Dios.
Pero aquellos a los que les ha sido dado atisbar un poco esa vida, han quedado transformados y ya no se conforman con menos: vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero que muero porque no muero… (Sta. Teresa de Jesús).
Y también se parece el drama de la vida espiritual al cuento de Pinocho, porque éste cuando alcanzó su libertad de ser humano, la aprovechó para extraviarse y zafarse de su “conciencia” (Pepito Grillo). Pero es un drama con final feliz porque termina volviendo a su padre Geppeto…
¿Seremos nosotros menos que Pinocho?

miércoles, 10 de octubre de 2012

¿Conocer a Dios?

¿Podemos nosotros conocer a Dios?
La respuesta es simple: como Dios trasciende todo lo que el hombre es capaz de conocer, es decir, trasciende todo lo creado, por sus propios medios el hombre no puede conocer a Dios. A lo más que puede llegar es a reconocer que debe existir un Dios que ha creado todo lo que el hombre sí es capaz de conocer. Pero llegar a conocer el ser íntimo de Dios nos está totalmente velado.
Y como Dios sabe esto mejor que nadie, ha sido Él quien ha tomado la iniciativa y nos ha revelado su ser íntimo: Yo soy el que soy; el Padre y Yo somos una sola cosa;  os conviene que Yo me marche para que el Padre envíe al Paráclito…
Es cierto que se trata de una revelación algo oscura; pero nos permite ir haciéndonos una idea de cómo es Dios. Quizá es que Dios necesita el lenguaje y los símiles humanos para tratar de explicarnos; y, claro, el lenguaje humano se queda muy corto para transmitir tan complicada realidad. Y es que nos resulta muy difícil asumir que algo tan absolutamente inmenso como es Dios sea tan simple: es el que es, aquél cuyo ser no depende de ningún otro. Pero por otra parte, también nos resulta difícil comprender que el único Dios sea tres personas…: lo simple se nos complica demasiado.
Alguien dijo que si Dios fuera comprensible para el hombre, entonces sería un dios creado por el hombre (al estilo de los dioses paganos del Olimpo), no un Dios creador del hombre.
Pero Dios se revela, y se revela a todos. ¿Por qué unos le reconocen mejor que otros? ¿Por qué unos llegan a amarle y otros ni siquiera consiguen reconocerle?
Es muy sencillo: porque algunos buscan con el corazón limpio y logran ver muy claro, mientras que a otros la suciedad de su corazón les impide a penas reconocer nada. El que quiera que haga la prueba de tratar de ver a través de unas gafas empañadas por la soberbia o el egoísmo: no logrará ver más allá de sus propias narices.

lunes, 8 de octubre de 2012

Dios y la religión

Hay quienes dicen que creen en Dios, pero que no aceptan el Cristianismo –o la Iglesia- con todas sus normas y su moral: que ellos tratan directamente con Dios. Otros se pasan el tiempo buscando la religión verdadera y van dando tumbos de un lado para otro.
Tratemos de llegar al fondo de la cuestión.
La fe, la religión, la moral, la liturgia son cosas puestas a nuestra disposición para lograr el objetivo fundamental: conocer y amar a Dios. Ya sé que muchas veces los cristianos transmitimos la sensación de que el Cristianismo no es más que un montón de reglas morales, con sus prohibiciones y deberes, que nos abruman con sentimientos de culpa y amenazas de castigos. Es culpa nuestra. Porque el Cristianismo no es más que el seguimiento de Cristo como camino, verdad y vida, para conocer y amar al Padre. Y en el Evangelio encontramos más pasajes de perdón, ayuda, compasión y amor, que de castigo y condenación (y los pocos que hay de este tipo se refieren a los hipócritas, egoístas y soberbios, nunca a los pecadores).
El Cristianismo es la religión que Cristo nos enseñó como mejor camino de llegar al Padre; y nadie mejor que Él –que es Dios- puede conocer ese camino, que, como  hombre, también ha recorrido dándonos su ejemplo. Y si queremos llegar al Padre por nuestra cuenta, haciendo caso omiso de las señales que nos muestran el camino, nos será mucho más difícil; y, si no lo logramos, habrá sido por nuestra culpa, por nuestra tozudez en no aceptar consejos.
¿Se puede llegar al Padre por otros caminos? Con nuestro mero esfuerzo, es imposible; pero por gracia de Dios, todo es posible. Esta es la puerta que se abre a todos aquellos que no conocen el mensaje evangélico porque nosotros los cristianos no se lo hemos mostrado o se lo hemos mostrado mal.
Pero conste que, fuera de la revelación, ninguna civilización ha llegado siquiera al concepto de Dios único creador de todo. Las únicas religiones que siguen este camino proceden de la misma revelación divina: el judaísmo, el cristianismo y el islam. Esto nos da una idea de lo despistado que puede estar un ser humano si Dios no le guía.
Si se ha marcado una ruta segura: ¿por qué empeñarse en seguir explorando sólo?

domingo, 7 de octubre de 2012

Fe y obras

Es esta una discusión clásica en el Cristianismo: ¿Qué es lo que nos salva: la fe en Cristo o las buenas obras? Algunos, apoyados en la predicación de San Pablo, afirman que es la fe en la resurrección del señor la que nos salva. Pero el apóstol Santiago nos recrimina: ¿qué vale la fe si no practicamos las buenas obras?
Lewis, mediante un ejemplo magnífico, nos aproxima a la respuesta: la fe y las obras son como las dos cuchillas de una tijera, ambas son igualmente necesarias si queremos lograr nuestro objetivo. Porque no podemos afirmar que creemos en Cristo si luego hacemos caso omiso en nuestra vida de toda su enseñanza; y tendrían poco valor las obras realizadas por altruismo o filantropía, si nos las referimos al Dios que nos crea y nos salva.
Y yo iría un poco más lejos: ni la fe ni las obras sirven para nada si falta lo fundamental, la caridad. Porque no olvidemos que, en definitiva, lo fundamental, el principio y fin de todo, es amarás a Dios sobre todas las cosas… Si la fe no nos lleva al amor; y si no hacemos las buenas obras por amor a Dios y al prójimo, de nada nos vale ni la una ni las otras…
Además, estoy seguro de que sin amor, sin un auténtico amor a Dios y a los demás, ni la fe perdura ni es posible perseverar en las buenas obras. Y, por el contrario, el amor nos devolverá a la fe y a las buenas obras cada vez que nos hayamos desviado del camino…
Si no tengo caridad, nada soy, nos dice San Pablo en su primera carta a los Corintios:
Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, no soy más que bronce que resuena o platillos que aturden.
Aunque tuviera el don de profecía, penetrara todos los misterios, poseyera toda la ciencia y mi fe fuera tan grande como para cambiar de sitio las montañas, si no tengo amor, nada soy.
Aunque repartiera en limosnas todos mis bienes y aunque me dejara quemar vivo, si no tengo amor, de nada me sirve.
El amor es comprensivo, el amor e servicial y no tiene envidia; el amor no es presumido ni se envanece; no es mal educado ni egoísta; no se irrita ni guarda rencor; no se alegra con la injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, soporta sin límites. [1Cor, 12]

sábado, 6 de octubre de 2012

Porta Fidei (2)

La otra clave de esta carta con la que Benedicto XVI convocó el año de la Fe es la Eucaristía. Si ya empieza diciendo que la Fe se alimenta no sólo de la Palabra de Dios, sino también del Pan de Vida, la Eucaristía; para seguir animando a la celebración de la fe en la liturgia, y de modo particular en la Eucaristía, que es «la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y también la fuente de donde mana toda su fuerza». Como manera de… redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada…
Y llega a afirmar que… Sin la liturgia y los sacramentos, la profesión de fe no tendría eficacia, pues carecería de la gracia que sostiene el testimonio de los cristianos.
Esa eficacia de la Fe será la que nos permita promover… acciones en favor de la justicia, para hacer concreta la palabra del Señor, que ha venido a proclamar la liberación de los oprimidos y un año de gracia para todos; y confesar la belleza de seguir al Señor Jesús allí donde se les llamaba a dar testimonio de su ser cristianos: en la familia, la profesión, la vida pública y el desempeño de los carismas y ministerios que se les confiaban.

 La Fe alimentada por los sacramentos, nos permitirá reaccionar como los apóstoles de Cristo que… dejaron todo para seguir al … Creyeron en las palabras con las que anunciaba el Reino de Dios… Vivieron en comunión de vida … fueron por el mundo entero, y, sin temor alguno, anunciaron a todos la alegría de la resurrección, de la que fueron testigos fieles.

Porque, en definitiva, …Lo que el mundo necesita hoy de manera especial es el testimonio creíble de los que, iluminados en la mente y el corazón por la Palabra del Señor, son capaces de abrir el corazón y la mente de muchos al deseo de Dios y de la vida verdadera, ésa que no tiene fin…
Gracias Benedicto por este Año de la Fe.

viernes, 5 de octubre de 2012

Porta Fidei: el año de la Fe.


Hablando de la Fe, el próximo día 11 de octubre comienza el Año de la Fe, convocado por el Papa Benedicto XVI mediante su carta Porta Fidei (puerta de laFe); y durará hasta el 24 de noviembre de 2013, festividad de Cristo Rey del Universo.
Es un texto corto (6 páginas) y recomiendo a todos que lo lean directamente. Pero, si debiese destacar lo que más me ha gustado de dicha carta, diría que me ha gustado la constante referencia que desde la Fe hace al corazón. Transcribo las frases más significativas a este respecto:
La «fe que actúa por el amor» (Ga 5, 6) se convierte en un nuevo criterio de pensamiento y de acción que cambia toda la vida del hombre…
«Caritas Christi urget nos» (2 Co 5, 14): es el amor de Cristo el que llena nuestros corazones y nos impulsa a evangelizar.  
La fe, en efecto, crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y gozo...
…«con el corazón se cree y con los labios se profesa» (cf. Rm 10, 10). El corazón indica que el primer acto con el que se llega a la fe es don de Dios y acción de la gracia que actúa y transforma a la persona hasta en lo más íntimo.

… el conocimiento de los contenidos que se han de creer no es suficiente si después el corazón, …, no está abierto por la gracia …
La fe es decidirse a estar con el Señor para vivir con él…
La fe y el amor se necesitan mutuamente, de modo que una permite a la otra seguir su camino.
Es la fe la que nos permite reconocer a Cristo, y es su mismo amor el que impulsa a socorrerlo cada vez que se hace nuestro prójimo en el camino de la vida
… la revelación de Jesucristo; sin haberlo visto lo amáis y, sin contemplarlo todavía, creéis en él y así os alegráis con un gozo inefable y radiante, alcanzando así la meta de vuestra fe; la salvación de vuestras almas» (1 P 1, 6-9).
Poco se puede añadir; sin el amor a Cristo y sin sentir el amor de Dios, o la Fe se convierte en un mero conocimiento o acaba desapareciendo. De hecho, en la vida futura sólo queda el amor, ni la fe ni la esperanza tendrán sentido cuando ya veamos a Dios.

lunes, 1 de octubre de 2012

Fe en nuestra Fe

Para poder mantener nuestra Fe, lo mejor es tener fe en dicha Fe; es decir, esperanza.
Me refiero a la confianza de que las cosas en las que creemos son la mejor forma de vivir una vida plenamente humana y espiritual. Si pensamos en nuestra Fe como en una losa que el hombre debe soportar para poder alcanzar una vida espiritual, entonces estamos a merced de los sentimientos de cada momento; y cualquier sentimiento negativo o emoción que nos haga más difícil soportar esa “carga”, nos provocará un rechazo de la Fe, como un estorbo para nuestra felicidad.
Por el contrario, si tenemos la seguridad de que nuestra Fe es la forma revelada por Dios para alcanzar nuestra plenitud como hombres e hijos suyos, entonces nada podrá separarnos de ella: ni los acontecimientos, ni nuestros sentimientos, ni los problemas que nos sobrevengan.

Y lo primero que debemos tener como cierto, cuando nos propongamos vivir nuestra Fe, es que vamos a fracasar: el Cristianismo es la vía de la perfección que nunca podremos seguir los seres imperfectos. Así nuestros fracasos no nos pillarán por sorpresa ni nos producirán los sentimientos de derrota que nos induzcan a rechazar esa Fe.