Tratemos de llegar al fondo de la cuestión.
La fe, la religión, la moral, la liturgia son cosas puestas a nuestra
disposición para lograr el objetivo fundamental: conocer y amar a Dios. Ya sé
que muchas veces los cristianos transmitimos la sensación de que el
Cristianismo no es más que un montón de reglas morales, con sus prohibiciones y
deberes, que nos abruman con sentimientos de culpa y amenazas de castigos. Es
culpa nuestra. Porque el Cristianismo no es más que el seguimiento de Cristo
como camino, verdad y vida, para conocer y amar al Padre. Y en el Evangelio
encontramos más pasajes de perdón, ayuda, compasión y amor, que de castigo y
condenación (y los pocos que hay de este tipo se refieren a los hipócritas, egoístas
y soberbios, nunca a los pecadores).
El Cristianismo es la religión que Cristo nos enseñó como mejor camino de
llegar al Padre; y nadie mejor que Él –que es Dios- puede conocer ese camino,
que, como hombre, también ha recorrido
dándonos su ejemplo. Y si queremos llegar al Padre por nuestra cuenta, haciendo
caso omiso de las señales que nos muestran el camino, nos será mucho más
difícil; y, si no lo logramos, habrá sido por nuestra culpa, por nuestra
tozudez en no aceptar consejos.
¿Se puede llegar al Padre por otros caminos? Con nuestro mero esfuerzo, es
imposible; pero por gracia de Dios, todo es posible. Esta es la puerta que se
abre a todos aquellos que no conocen el mensaje evangélico porque nosotros los
cristianos no se lo hemos mostrado o se lo hemos mostrado mal.
Pero conste que, fuera de la revelación, ninguna civilización ha llegado
siquiera al concepto de Dios único creador de todo. Las únicas religiones que
siguen este camino proceden de la misma revelación divina: el judaísmo, el
cristianismo y el islam. Esto nos da una idea de lo despistado que puede estar
un ser humano si Dios no le guía.
Si se ha marcado una ruta segura: ¿por qué empeñarse en seguir explorando
sólo?
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