En este sentido, tan lejos está de la
perfección el que se limita (quizá como postura vital más cómoda) a “ser buena
persona” que el que no tiene escrúpulos para aprovecharse de los demás: ninguno
de los dos colabora al bien. Por supuesto, desde un punto de vista simplemente
ciudadano, siempre es mejor no hacer mal a los demás; pero esta postura cómo da
a veces nos lleva a consentir injusticias que deberíamos tratar de evitar; y en
estos casos, nuestra omisión se parece mucho a la acción mala de los demás.
Y desde el punto de vista espiritual,
todo hombre alejado de Dios y anclado en una postura egoísta con respecto a los
demás, está muy lejos de su perfección como ser humano.
Lo que Cristo pretendió con su
encarnación y su mensaje fue transformar al hombre en una criatura nueva,
incardinarla en Dios; y esta transformación puede ser más fácil y profunda en
los que llevan una “mala vida”, que en los que nos conformamos con “no hacer
mal a nadie”. El Evangelio está lleno de ejemplos del empecinamiento de los
buenos y el arrepentimiento de los malos.
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