Efectivamente, el Cristianismo afirma que cada hombre es infinitamente valioso en sí mismo y tiene una dignidad infinita como hijo que es de Dios. Y, por tanto, respeta al máximo la libertad de su conciencia y la posibilidad de seguir el camino evangélico a su manera. Son incontables los carismas que existen en el cristianismo. Entre los católicos son innumerables las Órdenes Religiosas, Institutos Seculares, iniciativas apostólicas y movimientos espirituales; y algo similar acurre con los protestantes o los ortodoxos…
Sin embargo, también consideramos que la Humanidad entera constituye como
un solo cuerpo, del que cada uno somos uno de sus miembros. Y como ocurre en
cualquier cuerpo, lo que le suceda a un miembro repercute en el resto del
organismo. Por esto, los cristianos, sin menoscabar el hecho de que el amor a
Dios y el camino para encontrarle debe ser algo personal, nos exigimos el
cooperar al bien de ese organismo y de cada uno de los demás miembros.
Y es que lo que hagamos a cada uno de esos pequeños, a Cristo se lo hacemos
(cfr. Mt. 25, 40).
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