Veinte siglos después, sigue pidiéndonos lo mismo: Fe, Esperanza y Caridad; aunque hayan cambiado las circunstancias y, por tanto, la manera concreta de vivier estas tres virtudes teologales:
La Fe se nos exige en aquello que es más
representativo de Jesucristo: Fe en la Eucaristía. Porque creer en la presencia real de
Cristo en el sagrario es creer en la práctica totalidad del mensaje evangélico.
Creer en la Eucaristía presupone la creencia en el Hijo de Dios encarnado, en
que murió por redimirnos y en que después resucitó. Y si creemos en que es
verdad aquello de que debemos comer su carne y beber su sangre, ¿cómo no creer
en el resto de sus mensajes? Por el contrario: si creemos que nos engañó en
algo tan importante, que cuando instituyó la Eucaristía simplemente estaba haciendo una alegoría, ¿cómo creer
en el resto de sus afirmaciones?; ¿cómo creeer en aquello de que los pobres, los que lloran, los que sufren persecución son los bienaventurados? Estoy convencido que la Fe en la Eucaristía debe
ser el centro de todo el Cristianismo actual; y porque no le es en la práctica, en Occidente el Cristianismo,
como la Fe en la Eucaristía, está en manifiesto retroceso.
La Esperanza se nos exige con respecto a su
mensaje: debemos esperar que el plan de Dios para la Humanidad y para cada
hombre es el mejor de los posibles. Si ponemos nuestra esperanza en el progreso
humano -en la Ciencia- muy pronto nos veremos defraudados, ya que sin contar
con Dios los avances humanos se suelen volver contra el hombre.
La Caridad se nos sigue exigiendo, igual que
hace veinte siglos, hacia el más necesitado, el más débil, el enfermo, el marginado… Pero
la Humanidad sigue considerando un derecho la eliminación de los débiles (el
niño en gestación, el anciano, el deficiente…), precisamente para poder evitar
ese ejercicio de la caridad que nos
sería exigible hacia ellos.
La Fe, la Esperanza y la Caridad son virtudes teologales, trascedentes; pero también pueden ser muy humanas, muy de cada día...
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