Efectivamente, formamos todos un mismo cuerpo espiritual,
como los ladrillos de un edificio o los distintos miembros de un mismo
organismo; pero no nos confundimos en el todo. Nos salvamos dentro de la
Iglesia, en comunidad; pero nos salvamos individualmente, porque nadie puede
conseguirnos la salvación por nosotros mismos, ni siquiera Cristo, que nos
abrió la puerta del cielo, pero no nos obliga a entrar. Somos un pensamiento en
la mente de Dios; pero tenemos toda la dignidad de seres únicos e irrepetibles,
imaginados y amados por Dios desde el comienzo de los tiempos. Somos "la humanidad"; pero Dios sólo es capaz de ver a cada uno de los individuos, porque nos ama a cada uno de nosotros.
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