martes, 8 de noviembre de 2005

Amor a Dios Padre

Quiero seguir ahora comentando la creación del hombre por parte de Dios. Sabemos por la revelación que nos ha creado a su imagen y semejanza. Por supuesto, no se trata de que tengamos algún parecido fisiológico con Dios, sino que nuestro parecido es de otro género, se debe predicar más de nuestra alma que de nuestro cuerpo. Y, ¿cuáles son la potencias del alma?: pues memoria, entendimiento y voluntad. Desde el punto de vista de la memoria, nuestro parecido con Dios es mu remoto, ya que Él no tiene memoria, sino que lo conoce todo en un mismo acto continuo. Con respecto al entendimiento, sí existe algún parecido: Dios conoce la Verdad y nosotros tenemos la facultad de tratar de conocerla. Pero es sin duda en la voluntad en lo que más nos parecemos. Dios tiene voluntad y hace lo que desea... el hombre también tiene voluntad y como es libre puede elegir entre las diversas opciones que se le plantean: ¡esta es la gran diferencia con las demás criaturas! Creo que es precisamente en esto en lo que Dios nos hizo semejantes a Él. Nuestra actuación no está pre-determinada, sino que nosotros, con el ejercicio de nuestra libre voluntad vamos determinándonos.
¿Cuál es la esencia de Dios?: el amor. Dios es amor. Si nosotros nos parecemos en algo a Él, también deberíamos ser amor. Y, ¿qué es el amor?; pues precisamente, el amor es la más firme determinación de la voluntad: Amar es buscar como único bien propio el bien ajeno. Todos los animales buscan instintivamente su propio bien, no pueden actuar de otra forma. El hombre, por el contrario, puede determinarse a buscar el bien ajeno, incluso prioritariamente al propio bien. Ésta es la característica diferenciadora radical del hombre: que tiene, a semejanza de Dios, capacidad de amar. Para dotarle de esta capacidad es para lo que Dios crea al hombre libre, con voluntad propia.
Pero este descubrimiento es muy importante: si el hombre fue creado específicamente con capacidad de amar, es porque debe amar; y a quien prioritariamente debe amar es a Aquél que le creo. El hombre nace con la vocación fundamental de relacionarse con Dios, sintiendo su amor y amándole; y, consecuentemente, amando y siendo amado por los demás congéneres. Éste es el misterio del hombre: que es la única criatura querida por Dios por sí misma, llamada a compartir la misma vida divina; pero, como nos ha creado libres, el hacerlo o no depende exclusivamente de nosotros.
No podemos pensar que el ejercicio de nuestra libertad es indiferente: que decidir amar a Dios, a los demás o a nosotros mismos no tiene consecuencias para nuestra propia existencia. Dios nos ha creado libres de elegir; pero, una vez elegido, no somos libres para determinar las consecuencias de nuestra elección. Clive S. Lewis lo expresa claramente por boca de uno de sus personajes en su libro "El Gran Divorcio": "Libre como es libre el hombre para beber mientras está bebiendo. Pero mientras bebe no es libre para no mojarse".
Es decir, podemos amar a Dios o rehusarle; pero esto último nos lleva a alejarnos de nuestra semejanza con Dios y a parecernos más a los animales: en definitiva, a frustrar la vocación para la que fuimos creados, a aniquilarnos como seres humanos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario