Sin embargo, el conocimiento experimental no es más que una forma de evidencia provocada, por la que se deduce de un caso particular una regla general: es una evidencia razonada, sujeta, por tanto, a la misma falibilidad que los sentidos y que la razón: el experimento es la interpretación lógica de un suceso observado, que ha sido provocado previamente. Si la observación del caso particular ha sido equivocada o su interpretación lógica ha sido errónea, también lo será la regla general que deduzcamos del mismo. Esto se produce cada vez que los científicos mejoran los métodos o instrumentos de observación: se declara equivocada la opinión que se mantuvo hasta entonces y se establece un nuevo "dogma científico irrefutable".
Y es que, efectivamente, la certeza de una evidencia o de un razonamiento depende de la habilidad de los sentidos o la confianza en el propio juicio: por ejemplo, el ciego que deduce un hecho al oír un sonido, acertará si su oído es bueno y su interpretación correcta. El conocimiento sensible viene del exterior y está sujeto a falibilidad; en el razonamiento, la certeza viene del propio sujeto, de la confianza en la propia inteligencia, no del exterior, y también está sujeto a falibilidad.
En el caso de la Fe, ésta proviene del exterior, del Revelador; y no basa su certeza en la habilidad de nuestros sentidos o nuestro razonamiento, sino en la confianza que ponemos en la sabiduría y bondad del Revelador. Por lo tanto, el conocimiento revelado está sujeto solo al error del engaño. Pero si Dios no puede ni engañarse ni engañarnos: ¿que conocimiento es más certero?; ¿por qué ese complejo de la Fe frente a los demás conocimientos?
Para los que creemos en un Dios que se revela, la Fe es la forma de conocimiento más certera; y los que no creen: ¿por qué tienen tanta fe en sus experimentos?
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