Por supuesto, no pretende el Señor que cambiemos la orografía de la Tierra, sino que sepamos que todos los obstáculos que se presentan en nuestra vida -a veces como auténticas montañas-, pueden superarse si la Fe nos hace obrar con confianza en el Señor. Si tuviéramos suficiente Fe en que los caminos del Señor -las normas que Él nos ha revelado-, son siempre la mejor solución a cualquier problema -la única manera de alcanzar la felicidad-, avanzaríamos mucho más rápido y, además, contaríamos con su ayuda. Pero habitualmente, al ver una montaña desconfiamos del Señor y damos un rodeo para no tener que subirla: de esta forma retrasamos sus planes y, en definitiva, nuestra respuesta a su voluntad.
Pero, con Fe, ¡qué fácil mover las montañas que se interponen en el camino de nuestra conversión, o de nuestra aceptación de los planes de Dios!
Tenemos que pedir la Fe a Dios, una Fe que nos permita mover la única montaña que Dios mismo no puede mover: nuestra voluntad, porque Él no forzará nunca nuestra libertad.
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