Necesitamos ejercitarnos en el arte
de escuchar, que es más que oír. Lo primero, en la comunicación con el otro,
es la capacidad del corazón que hace posible la proximidad, sin la cual no
existe un verdadero encuentro espiritual. La escucha nos ayuda a encontrar el
gesto y la palabra oportuna que nos desinstala de la tranquila condición de
espectadores. Sólo a partir de esta escucha respetuosa y compasiva se pueden
encontrar los caminos de un genuino crecimiento, despertar el deseo del ideal cristiano,
las ansias de responder plenamente al amor de Dios y el anhelo de desarrollar
lo mejor que Dios ha sembrado en la propia vida.
Pero el respeto a la libertad ajena, no nos debe hacer olvidar que en algunos casos tenemos que liberar al hermano de su erróneo ejercicio de la libertad,
Aunque suene obvio, el acompañamiento espiritual debe llevar más y más a Dios, en quien podemos alcanzar la verdadera libertad. Algunos se creen libres cuando caminan al margen de Dios, sin advertir que se quedan existencialmente huérfanos, desamparados, sin un hogar donde retornar siempre. Dejan de ser peregrinos y se convierten en errantes, que giran siempre en torno a sí mismos sin llegar a ninguna parte. El acompañamiento sería contraproducente si se convirtiera en una suerte de terapia que fomente este encierro de las personas en su inmanencia y deje de ser una peregrinación con Cristo hacia el Padre.
No olvidemos que nuestra tarea es transmitir la verdad: dejar en un cómodo error al hermano, sería hacerle un flaco favor... Tenemos que advertirle del error; aunque el cambio dependa exclusivamente de su voluntad.
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