La sociedad occidental se puede permitir el lujo de despreciar al Cristianismo porque ya se ha apoderado de todos sus tesoros, ya los ha incorporado a su sociedad y a su vida; y ahora desecha ese credo, como a un envoltorio vacío, porque cree que ya no lo necesita; el hombre postmoderno cree que ya puede seguir solo.
Pero se equivoca profundamente, porque el Cristianismo no es sólo el conocimiento del misterio del hombre [algo que no valoramos, porque nos resulta obvio tras dos mil años de Revelación]; sino que el Cristianismo debe ser el modo en que ese hombre agradece y ama a su Creador; y esto nunca es desechable sin dañarnos a nosotros mismos. Porque lo más importante para el hombre no es el conocimiento de su naturaleza, sino el conocimiento de su vinculación con Dios: el eje de la Revelación es la filiación divina; el conocimiento de que somos hijos de Dios, criaturas elevadas al rango de lo sobrenatural. Y despreciar esto es despreciar al hombre y animalizarlo.
El hombre postmoderno ha desechado el envoltorio, sin asegurarse antes de que estuviese vacío; y a tirado junto con él lo que hace hombre al hombre, lo que le distingue de los animales; y se ha quedado sólo con aquello que más le animaliza, por mucho progreso científico que haya alcanzado.
E incluso esto lo ha hecho mal, pues también desecha lo más obvio de su propia naturaleza material [su sexo biológico] y lo más humano de su sociedad [la familia].
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