sábado, 24 de septiembre de 2011

Los apuros de la Ciencia

El CERN (organización europea para la investigación nuclear) ha descubierto que una partícula ya conocida, el neutrino, puede viajar a velocidad superior a la de la luz. Llevan tres años repitiendo este experimento y el resultado no ofrece dudas. Esto pone en tela de juicio toda la teoría de la relatividad de Einstein: a velocidad superior a la de la luz no se puede viajar, ya que se retrocedería en el tiempo. Ante este descubrimiento, los científicos se han quedado desconcertados, ya que se tambalearían las leyes fundamentales de la física moderna, que habría que reformular pacientemente. Pero los hechos son tozudos y el experimento demuestra la excepción a esa teoría: los científicos no saben qué hacer ni cómo interpretarlo.
De hecho, ya existe otro ejemplo de algo que actúa a más velocidad que la luz: la gravedad, que actúa instantáneamente en todo el universo, aunque la luz tarde miles de años en recorrerlo. Pero los científicos no han querido hasta ahora afrontar este reto y dicen que eso se deberá a “curvaturas del espacio tiempo”; es decir, que no conocen la respuesta.
Las normas del conocimiento científico y experimental exigen a los científicos que ante una comprobación empírica del fallo de una teoría, se modifiquen las leyes que la formulan; pero, simultáneamente, el sentido común les dice que eso puede ocasionar un caos profundo en la física moderna.
No pretendo hablar de física ni juzgar sus leyes o sus experimentos, ya que es un tema que me supera; sino que pretendo poner de manifiesto la actitud con la que los científicos han afrontado este “revés” a sus “dogmas”. Y quiero comparar esta actitud con la que mantienen frente a otros tipos de conocimiento, como son la fe o la intuición.
Los científicos han dicho que no se alarme nadie, que de ninguna manera van a modificar las leyes físicas fundamentales por el “pequeño detalle” de que se haya comprobado que están equivocadas. Es decir, que se comportan como si sus leyes –formuladas en base a experimentos anteriores- fuesen dogmas irrefutables: han convertido la ciencia en religión.
Efectivamente, cuando un creyente se encuentra frente a un dilema que no comprende, su religión le pide que siga su fe antes que su razón. No es por obcecación, sino por el convencimiento de que la fe que se profesa contiene la verdad, mientras que la razón humana –como comprobamos a diario- puede estar equivocada. En el caso de los cristianos, conocemos la verdad por revelación directa de Dios; y muchas veces hemos descubierto que las leyes divinas –físicas o morales- a la postre son las verdaderas, aunque la razón humana haya estado extraviada durante una temporada. El seguimiento de la fe nos ha llevado a evitar errores en los que otras personas no creyentes han caído.
Me gusta la actitud del CERN: hay cosas que ni siquiera el experimento más sofisticado debe cambiar; si el resultado nos arroja un absurdo, se debe rechazar ese resultado. Pero creo que deberíamos aplicar este criterio también a otros aspectos de la vida: cuando la ciencia nos ofrece la posibilidad de algo aberrante, ese avance no debe ser aplicado: fecundación in vitro, experimentación con embriones, aborto, armas nucleares, etc…
Quizá Dios les haya gastado a los científicos esta pequeña broma para rebajar un poco su soberbia; y poner de manifiesto que todavía son demasiadas cosas las que desconocemos como para empezar a juzgar al Creador…, y mucho menos a imitarle.

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