Afirma Santo Tomás de Aquino que "Dios se hizo hombre, para que los hombres nos hiciésemos dioses". Es una gran verdad, como veíamos en la entrada anterior.
Pero me atrevería a mejorar esa afirmación: tras el extravío del hombre por el pecado, Dios se hace hombre para enseñarnos el camino a la divinidad. ¿Que quiero decir? Pues que la cualidad de poder endiosarnos, esa meta, la tenemos desde que el hombre fue creado; pero nuestro pecado nos desvió del camino. Nuestro destino divino no aparece con la Redención; sino que es intrínseco a nuestra naturaleza libre, consecuencia de haber sido creados por Dios a su imagen y semejanza. La Redención lo que hace es restaurar esa naturaleza: nos enseña a amar de nuevo, para que encontremos el camino de la divinidad.
El antropocentrismo actual rechaza el pecado porque considera al hombre su propio dios: somos dueños de nosotros mismos y nuestra voluntad es la única que debe guiarnos. Pero la realidad es totalmente diferente: el pecado existe precisamente porque fuimos creados para ser dioses. Y el pecado precisamente consiste en nuestro rechazo de llegar a ser tales, dioses en Dios.
Y esto sí puede ofender a Dios: que su criatura, destinada al más alto fin, reniegue de Dios y prefiera endiosarse como simple hombre. Incluso peor, al rechazar libremente al Creador, nos endiosamos como animales, ya que pervertimos hasta la propia naturaleza humana, degradándola.
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