...el confesionario no debe ser una sala de torturas sino el
lugar de la misericordia del Señor que nos estimula a hacer el bien posible.
Un pequeño paso, en medio de grandes límites humanos, puede ser más
agradable a Dios que la vida exteriormente correcta de quien transcurre sus
días sin enfrentar importantes dificultades. A todos debe llegar el consuelo y
el estímulo del amor salvífico de Dios, que obra misteriosamente en cada
persona, más allá de sus defectos y caídas.
Un corazón misionero sabe de esos límites y se hace «débil
con los débiles [...] todo para todos» (1 Co 9,22). Nunca se encierra, nunca
se repliega en sus seguridades, nunca opta por la rigidez autodefensiva. Sabe
que él mismo tiene que crecer en la comprensión del Evangelio y en el
discernimiento de los senderos del Espíritu, y entonces no renuncia al bien
posible, aunque corra el riesgo de mancharse con el barro del camino.
A menudo nos comportamos como controladores de la gracia y no
como facilitadores. Pero la Iglesia no es una aduana, es la casa paterna donde
hay lugar para cada uno con su vida a cuestas.
¡Qué bueno que el Papa predique "el bien posible", en vez de conformarse con "el mal menor", que tan de moda está.
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