Pero hay veces en las que Dios permite que el camino se vuelva borroso, que sus márgenes se desdibujen, que en alguna encrucijada no aparezca clara la senda a seguir. No se trata de abandonar el camino, ni de buscar atajos, sino simplemente de que aparece la duda.
Esta situación siempre nos incita a la rebeldía: si yo estoy dispuesto a seguir el camino, por qué no se me muestra claramente.
Pues tenemos que rechazar esta tentación, porque Dios tiene siempre sus razones; pero no siempre nos permite conocerlas. Repito lo dicho en la entrada anterior: Dios nos pide que le creamos, no que le entendamos. Si se plantea la duda, debemos poner más ahínco en descubrir el camino: el quedarse parados o salirse por la tangente, no conducen a la meta.
En la mayoría de los casos, será Dios quien consienta esas dudas: ya sea para probarnos o para dejarnos bien claro que Él es el Camino, la Vedad y la Vida: para que siempre le utilicemos como referencia segura.
Recuerda que Jesús libró de las dudas a los discípulos mientras estuvo con ellos: a pesar de que no entendían casi nada de lo que les decía y de sus frecuentes errores, su confianza en el Señor no flaqueó. Lo contrario de lo que pasó cuando su palabra se vio cumplida y sucedió todo como se lo había predicho: entonces es cuando comenzaron sus dudas y se puso a prueba su fe; prueba que no todos superaron a la primera.
Por el contrario, a Judas sí le permitió dudar y consintió que sus dudas le llevasen a extraviarse: ¿por qué?
Quizá comprendamos estos misterios en la otra vida. Ahora lo único que se me ocurre es conjeturar que las disposición que cada uno tenga frente a Dios tienen mucho que ver: hay quien busca motivos de duda y quien los rechaza. Imagino que estas diferentes actitudes de cada uno influyen mucho en el camino que Dios nos marca y en cómo nos lo marca.
Y, por supuesto, ante la duda... Rezar.
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