Hoy, segundo domingo de Pascua toca el Evangelio de la
aparición de Cristo a los discípulos camino de Emaús.
Es uno de los pasajes del Evangelio que más me impresionan,
porque ponen de manifiesto la sensible misericordia de Cristo.
Ni siquiera eran apóstoles, sólo discípulos; y el evangelista
ni menciona su nombre. Nada más se vuelve a saber de ellos. No eran en absoluto
personajes importantes; pero Cristo decide aparecerse a ellos para consolarlos.
Y lo hace de esa manera tan misteriosa, incluso tierna, para poder manifestar
de forma más intensa su cariño por todos.
Estos dos discípulos lo habían abandonado durante la Pasión;
y perdieron la fe, ya que manifiestan que “aquél que era poderoso en
palabras y obras ha quedado en nada”. Reconocen su decepción, que no es
sino una manera indirecta de negar al que habían considerado su Señor.
Pero Cristo los ve tristes y acude a consolarlos.
Indirectamente, como queriendo darles una sorpresa, lo que no es sino una muestra
de cariño. A los seres queridos, nuestras muestras de cariño las planificamos,
porque nos produce gozo contemplar su sorpresa y su correspondencia.
Así es Cristo, planifica sus muestras de cariño. También lo
hará cuando en Galilea se aparezca a los apóstoles que se han pasado la noche
sin pescar nada “muchachos ¿tenéis pescado? Echad la red a la derecha”. “Es el Señor”,
dirá Juan; y Pedro se echará al agua para volver a la orilla. Allí Cristo les
ha preparado un desayuno con pescado sobre unas brasas.
Lo que me impresiona de estos pasajes es que el amor de Dios
se manifiesta en ellos en forma de cariño, de afecto. No como el Señor al
siervo; sino como al amigo, al hermano…incluso al que antes le ha defraudado.
Así de grande es nuestro Dios y Señor.
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