Pero, ¿aparte de estos efectos "naturales", ¿es por tanto igual pecar que no pecar? Ni hablar, porque cuando pecamos dejamos de sentir el infinito amor de Dios por nosotros, que es lo más grande que un hombre puede sentir.
Resumiendo: lo fundamental es la seguridad
de que Dios nos ama incondicionalmente, al margen de nuestros pecados; pero es
importante tratar de evitarlos (o volver a Él cuanto antes), para poder
disfrutar de ese amor.
Muchos dirán -y con parte de razón- que esta enseñanza corre el riesgo de
trivializar el pecado y no disuadir al pecador; pero tiene la ventaja de
mostrar la verdadera naturaleza de Dios -que es Amor- y de movernos a amarle más y mejor. Digamos que esta enseñanza tan "arriesgada" consigue mejores resultados que
la táctica del miedo, que tan habitualmente se ha usado y con escasa efectividad.
Y, además, es más acorde con la enseñanza evangélica, basada en el amor a Dios y el prójimo. Es cierto que Jesús también habló del castigo eterno, porque es una realidad que no nos podría ocultar; pero no basó en esto su enseñanza.
Y, además, es más acorde con la enseñanza evangélica, basada en el amor a Dios y el prójimo. Es cierto que Jesús también habló del castigo eterno, porque es una realidad que no nos podría ocultar; pero no basó en esto su enseñanza.
La enseñanza del "temor de
Dios" se debe reconducir hacia el "temor de ofender a Dios"; y
este temor se debe producir más por miedo a separarnos de Dios, que por miedo al castigo o las consecuencias del pecado.
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