Efectivamente, se nos exige creer en un
Dios todopoderoso y misericordioso, a pesar del mal y la injusticia que vemos
en el mundo.
Se nos exige creer en que la Iglesia
perdurará siempre, a pesar de las persecuciones que padece y las traiciones y
divisiones internas que sufre.
Se nos exige creer en el triunfo definitivo de Cristo, a pesar de que, entre los que le conocen, unos le odian ferozmente y otros prácticamente le iognoran... y los demás somos bastante mediocres.
Y el mayor de todos los actos de fe: se
nos exige creer que Cristo está realmente presente en la Eucaristía, a pesar de
que solo vemos pan y vino.
Quizá si practicásemos más a menudo este último
acto de fe, los demás nos resultarían más fáciles…
¡Y no hay
mejor manera de creer en la Eucaristía que adorarla!
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