Esta paradoja me fue aclarada hace tiempo por un sacerdote
sabio y santo de forma muy sencilla:
El tema de la salvación es como un barco cuyo rumbo conduce
directamente a buen puerto; pero depende de cada uno de los pasajeros llegar
con bien a ese puerto: si no permanecemos en el barco, si no colaboramos con
los demás, no estaremos a bordo cuando el barco atraque.
O lo que es lo mismo: nuestro comportamiento en esta vida es
“condición” para nuestra salvación;
pero no es la “causa”. La salvación
nos ha sido concedida gratuitamente por Dios y recuperada (redimida) por Cristo
cuando nosotros la perdimos. Nada de lo que nosotros pudiésemos hacer nos
otorgaría el “derecho” a salvarnos, porque compartir la vida divina es algo que
nosotros no podemos lograr, es Dios quien nos lo regala gratis (gratia en latín es gracia: todo es
gracia de Dios). Pero hay una condición imprescindible: que nosotros queramos
salvarnos y hagamos los esfuerzos oportunos para ello; mejor dicho, que no
pongamos obstáculos a la gracia de Dios para demostrar que realmente queremos
salvarnos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario