Una vez vistas en la entrada anterior las características de las bendiciones, veamos cómo pueden impartirse a las personas en situación moral irregular.
El hecho de que no deba someterse a escrutinio previo a quien pide una bendición, es el motivo por el que el sacerdote puede unirse a la
oración de aquellas personas que, aunque estén conviviendo de forma moralmente
reprobable, desean encomendarse al Señor y a su misericordia, invocar su ayuda,
dejarse guiar hacia una mayor comprensión de su designio de amor y de vida. Si
todos estamos necesitados de la gracia de Dios para seguir su camino, ¿cómo negársela
a quienes no encuentran fuerzas para seguirlo? Es cierto que la Iglesia solo
admite como matrimonio el natural, es decir: «la unión exclusiva, estable e indisoluble
entre un varón y una mujer, naturalmente abierta a engendrar hijos»; y solo en
este contexto las relaciones sexuales encuentran su sentido natural, adecuado y
plenamente humano. Por esto mismo, el sacerdote no puede conferir su bendición litúrgica
cuando ésta, de alguna manera, pudiese interpretarse como una forma de legitimar moralmente una práctica sexual extramatrimonial o entre personas del mismo sexo. Pero, por el contrario, sí puede ofrecer su bendición y suplicar el amparo de Dios sobre aquellos que,
reconociéndose desamparados y necesitados de su ayuda, no pretenden la
legitimidad de su propia situación, sino que ruegan que todo lo que hay de
verdadero, bueno y humanamente válido en sus vidas y relaciones, sea investido,
santificado y elevado por la presencia del Espíritu Santo.
En todo caso, el sacerdote, en la oración breve que puede
preceder a la bendición espontanea, podría pedir para ellos la paz, la salud,
un espíritu de paciencia, diálogo y ayuda mutuos, pero también la luz y la
fuerza de Dios para poder cumplir plenamente su voluntad.
Jesucristo dijo: si me amáis cumpliréis mis mandamientos. Y
esto es cierto; pero también lo es que, queriendo amar —a Dios, al cónyuge o a
los hermanos— la debilidad humana hace que la manifestación de ese amor no sea
constante e incurra frecuentemente en fallos. En ocasiones, esa misma debilidad o determinadas circunstancias o hábitos adquiridos, pueden impedir esa
demostración de amor que consiste en el cumplimiento de los mandamientos.
El Papa Francisco nos recuerda que «un pequeño paso, en
medio de grandes límites humanos, puede ser más agradable a Dios que la vida
exteriormente correcta de quien transcurre sus días sin enfrentar importantes
dificultades».
Por esto, la declaración Fiducia Supplicans (confianza
suplicante) del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, excluyendo cualquier acto
que pueda legitimar situaciones que no son legítimas, aprueba la bendición
sobre las personas que se encuentres en dichas situaciones; y dejemos que sea Dios
—que conoce lo más íntimo de los corazones humanos— quien los juzgue.
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