sábado, 19 de diciembre de 2009

Antiguo y Nuevo Testamento

Estamos en tiempo de Adviento, rememorando la época en la que se esperaba la llegada del Señor, lo que efectivamente ocurrió hace 2009 años. Pero este recuerdo se hace con una fundamental diferencia: aquellos hombres no sabían cómo iba a influir en sus vidas la venida del Mesías (de hecho, tenían una idea muy equivocada sobre la misión del Mesías); y nosotros sabemos perfectamente qué es lo que vino Jesús a cambiar en el mundo. Ahora tenemos la certeza de que no vino a proclamar la hegemonía de Israel sobre todas las naciones, sino para abrir su mensaje a todos los pueblos: a universalizar (esto es lo que significa "católico") el Reino, rechazando cualquier tentación "nacionalista" por parte del pueblo elegido. Pero también se produce otro cambio fundamental que suele pasar inadvertido. La gran diferencia entre el Antiguo y el Nuevo Testamento es la actitud de Dios con los hombres.

Durante todo el Antiguo Testamento Dios defiende a su pueblo de sus enemigos (salvo cuando le quiere dar un escarmiento por su infidelidad). Así ocurre con Abraham y los amorreos, con la destrucción de Sodoma y Gomorra, cuando les saca de Egipto y destruye al ejército del faraón, cuando les entrega la Tierra Prometida, cuando Elías acaba con los sacerdotes de Baal o cuando David les libera de los filisteos: Dios aniquila el mal en beneficio de su pueblo. Pero en el Nuevo Testamento cambia radicalmente esta "estrategia": ahora se combate el mal, se redime al pueblo, ofreciéndose Dios mismo como víctima y el Imperio Romano cae a base de mártires. Ya no sale Dios en nuestra ayuda cada vez que estamos en peligro. Ahora lo que se exige es que se conjure el mal con el propio sacrificio. Por decirlo con palabras del apóstol Pablo: "que completemos en nuestro cuerpo lo que le falta a la pasión de Cristo, a la redención".

Con la llegada del Señor se produce un cambio radical en nuestra relación con el mal: ahora somos nosotros los que tenemos que inmolarnos para conseguir la conversión de los enemigos, siguiendo el ejemplo de Cristo. Es una de las muchas paradojas de Dios: exige el sufrimiento del Justo para el perdón del pecador.

De esta forma, el sufrimiento ya no es algo a evitar, sino fuente de salvación.

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