Pero
todo eso podríamos creerlo sin que apenas se notase en nuestras vidas (“también los demonios creen y se estremecen”,
Sant. 2, 19); si queremos una fe que de verdad nos compromete, que nos acerca
al Señor, que nos permite dar y recibir amor, entonces debemos fomentar la fe
en la Eucaristía.
No
hay nada que más claramente distinga a un católico que un profundo amor a la
Eucaristía, en donde podemos incluso tocar a Dios. Pero como dijo en
recientemente nombrado doctor de la Iglesia San Juan de Ávila: “trátale bien, que es Hijo de buena Madre”.
Si
tuviésemos auténtica fe en la Eucaristía, no podríamos ignorar –incluso despreciar-
al Señor de la forma en que se le trata habitualmente.
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