Me dice un amigo que no entiende tantas
desgracias como ocurren actualmente, en especial las relacionadas con la violencia
de género. También son habituales las catástrofes como ciclones, terremotos,
tsunamis, etc. Dice que no pretende conocer el plan de Dios y que imagina que
todo esto tendrá algún significado dentro de ese plan.
No coincido plenamente con él. Quizá
muchas de estas cosas están muy al margen del plan de Dios; y por supuesto,
todas se derivan del pecado humano. Los efectos desastrosos de muchas de las
catástrofes naturales son debidos al hacinamiento humano provocado generalmente
por la avaricia de los especuladores inmobiliarios, capaces de urbanizar las
mismas costas y hasta los cauces secos de los ríos. Y esos crímenes por celos o
peleas matrimoniales, pueden tener mucho que ver con la trivialización social
del matrimonio, el rechazo de la fidelidad [recientemente se han podido ver en
España anuncios que promocionaban el adulterio… ¡pagando, claro!], el desprecio de la vida humana en sus comienzos o
finales, la manipulación genética antinatural [se ha cruzado material genético
humano con el de animales, para “ver qué pasaba”] y tantos otros atentados
contra la naturaleza humana [por motivos supuestamente ecológicos se están
utilizando como combustible los cultivos que deberían servir para la
alimentación humana, provocando la escalada de su precio y la hambruna de
millones de personas inocentes]. Y lo peor no son los hechos en sí –que son
graves- sino la aceptación social de todo esto con total naturalidad.
¿Cómo, después de provocar –o aceptar pasivamente- todo
esto, nos atrevemos a pedir cuentas a Dios? ¿Cómo vamos a exigirle que evite
las consecuencias de lo que nosotros mismos fomentamos?
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