jueves, 18 de diciembre de 2025

Si me amáis...

Casualmente estamos llegando a la Navidad, tiempo entrañable en el que la caridad debe ser el centro, cuando hablamos en la entrada anterior de que Dios nos ha creado por amor. Y siguiendo con este tema, quiero hablar de la contrapartida: ¿Debemos amarlo nosotros? ¿Cómo debemos amarlo?

Uno de los pasajes del Evangelio que admite dos tipos de interpretación es aquel en el que Jesucristo hace las siguientes afirmaciones: "El que recibe mis mandamientos y los cumple, ese es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y Yo lo amaré y me manifestaré a él... El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él. El que no me ama, no guarda mis palabras..." (Jn 14, 21-24). Por una parte, parece que Cristo quiere decir que cumplir sus mandamientos es la demostración de que se le ama; y, evidentemente, eso es cierto, aunque lo podríamos matizar: hay quien cumple para demostrarse a sí mismo que es capaz de hacerlo, siendo casi una manifestación de soberbia. Pero la segunda frase admite otra interpretación: amar a Cristo es la condición previa para poder guardar su palabra. Es decir, si no es por amor, es muy difícil seguir sus mandamientos. 

Tenemos que recordar ahora que Jesús habla en varias ocasiones sobre el contenido de los mandamientos. En una de ellas le dice a un doctor de la ley que le pregunta cuál es el mandamiento más importante: Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y ​​con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Mt 22:37-39). En la última cena, tras el lavatorio de los pies, Jesús dice a sus discípulos: Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros (Jn 13, 34-35).

Y esta es la paradoja: el mandamiento principal de la ley y el mandamiento nuevo que Él nos da consiste en amar; y este amor será la prueba de que cumplimos con su palabra y le amamos. Quizás esto no tiene mucho sentido, ya que amar sería la premisa y la consecuencia a la vez. Por esto, me gusta interpretar la frase de Juan 14, 21: "el que me ama mi palabra guardará" en el sentido de que es preciso estar enamorado de Cristo para poder cumplir su palabra: El que no me ama, no guarda mis palabras. Sería insensato empeñarse en cumplirla simplemente por convicción, por fuerza de voluntad, sin que esta fuerza venga impulsada por al amor a Él.

Si estoy en lo cierto, lo que coincide con mi experiencia personal, ¿cómo podemos pretender que los demás cumplan con el código moral del cristianismo si antes no han amado a Cristo? ¿Exigiríamos a alguien que cumpliese las promesas matrimoniales a quien no ha amado? Esto es muy importante, porque determina cómo debe divulgarse el Evangelio. Como afirmaba el Papa Benedicto XVI, el cristianismo no es un libro ni un código moral, sino un encuentro con Cristo. Sin ese encuentro, o si tras el mismo la persona no se enamora de Cristo, será inútil que intente cumplir sus palabras; será inútil que pretendamos que las cumpla. Por el contrario, tras el amor... mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él (Jn 14, 23), recibiendo así la gracia de Dios para seguir cumpliendo la palabra.

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