viernes, 23 de marzo de 2007

El pecado.

Nuestra vida es como un vehículo que va circulando.

Lo ideal es que sea Dios mismo quien lo dirija, ya que Él es quien mejor sabe hacerlo y quien nos puede llevar al mejor destino.

Pero muy habitualmente nos ponemos nosotros mismos al volante. Lo curioso es que esto suele ocurrir especialmente cuando aparecen dificultades, cuando atravesamos un banco de niebla o la carretera cruza un desfiladero. Entonces nos ponemos nerviosos, dejamos de confiar en Dios y tomamos las riendas de nuestra vida, no vaya a ser que Dios nos lleve a donde no queremos ir, que no haga caso de nuestro criterio. Si acaso, aceptamos alguna sugerencia de su parte; pero la última palabra nos la reservamos.

Si esto ya es absurdo, más absurdo es el pecado.

Cuando pecamos es como si le dijésemos a Dios que se bajase del coche: de ese coche que Él nos ha regalado; a Él, que fue quien nos enseñó a conducir; a pesar de que la gasolina que llevamos en el depósito nos la acaba de regalar Él mismo. Entonces le decimos: ¡lárgate ya!, que quiero dar una vuelta con mis amigos; quédate en esa acera plantado bajo la lluvia, que luego volveré a recogerte.

La verdad es que habitualmente volvemos a recogerle muy compungidos; y que Él se sube otra vez a nuestro lado, sabiendo con certeza que unos kilómetros más adelante volveremos a dejarle plantado.

Así visto, nos parece un horror nuestro comportamiento: se ve clara la maldad del pecado, del rechazo de Dios.

Pues la realidad es mucho peor: no es que nos haya regalado un coche, nos haya enseñado a conducir y nos pague la gasolina. Es que nos ha dado la vida y todo lo que somos y tenemos; y así nos mantiene; y ha muerto por nosotros en la más atroz de las torturas... para que de vez en cuando le dejemos plantado bajo la lluvia y nos vayamos a dar una vuelta con nuestros amigotes.

Dios mío, que siempre te deje conducir mi vida.



martes, 20 de marzo de 2007

Cursillos de Cristiandad

Después de mucho tiempo vuelvo a publicar... y es para comunicaros un descubrimiento que he hecho.
Este fin de semana lo he pasado en Los Negrales (Madrid) haciendo un Cursillo de Cristiandad. Yo no conocía los Cursillos, a pesar de estar en contacto con muchos de los movimientos e instituciones de la Iglesia. Casi por casualidad he participado en uno ... y no podría haber salido más contento.

Como tantas otras actividades parecidas, son una magnífica ocasión de encontrar a Dios, o de estrechar lazos con Él. Dos son las principales característidas que diferencian a los Cursillos de, por ejemplo, los cursos de retiro o los ejercicios espirituales:

  • Puede participar cualquiera, desde personas totalmente alejadas de la religión hasta sacerdotes en pleno ejercicio de su ministerio.
  • Te acercan más a Dios... pero lo hacen conjuntamente con otras personas.

Vivir la conversión en comunidad es algo que nunca había experimentado: acercarte simultáneamente a Dios y a los demás es una experiencia única que te deja el alma como en carne viva para una temporada.

En definitiva, son altamente recomendables... casi, casi, me atrevería a garantizar el resultado.

No quiero contar más... ¡id y veréis!