martes, 18 de diciembre de 2007

¿Pecado?

Se puede definir el pecado de muchas formas. Las más conocidas son:

"Es la transgresión voluntaria de la Ley de Dios"; o bien, "Es la ofensa a Dios, consciente y voluntaria".

Se dice que la sociedad actual no tiene "conciencia de pecado", no considera que deba arrepentirse de nada. La sociedad actual no es consciente de "transgredir la Ley de Dios", ni es consciente de "ofenderle"... por supuesto, estoy hablando de personas creyentes y con cierta vida religiosa. ¡La prueba manifiesta es que los confesonarios están llenos de telarañas!

Veíamos hace poco que estamos inmersos en la "cultura del deseo"; y que esta cultura ha eliminado no sólo la moral, sino incluso a la razón como base de nuestro comportamiento. Entonces, ¿cómo extrañarse de que no haya conciencia de pecado? Si la norma de conducta es mi deseo; y sólo hago lo que deseo: ¿cómo puedo pecar? ¿cómo puedo ofender a Dios, si yo soy mi dios?

Ahora vienen al caso otras definiciones de pecado más sofisticadas, más académicas:

"El pecado no es más que un acto moralmente malo un acto en discordia con la razón informada por la ley Divina" (Santo Tomás, “De Malo”, 8:3).

"El pecado es una falta contra la razón, la verdad, la conciencia recta" (Catecismo,
1849).

¿Cómo admitir entonces el pecado, si no hay más razón que mi deseo?

Lo vio mejor el gran San Agustín: "El pecado es amor de sí hasta el desprecio de Dios" (S. Agustín, civ. 1,14,28). Esto sí que se entiende, porque la cultura del deseo no es más que "amor de uno mismo".

Quizá así la humanidad admita la existencia del pecado: el ser creado para amar, se ama sólo a sí mismo.

Quizá sea por esto que en una sociedad que no admite ni la Fe ni las razones se produzcan conversiones asombrosas simplemente por que el individuo se encuentra con Dios, con el Amor... y esto es lo único que pueden sentir superior a su propio deseo: prefiero sentirme amado por Dios, que sentirme amado sólo por mí mismo.

Quizá tenemos que predicar menos y "mostrar más a Dios"... si es posible, con nuestra pobre vida.

miércoles, 12 de diciembre de 2007

Nueva encíclica: "SPE SALVI"

"SPE SALVI facti sumus": en esperanza fuimos salvados. Así comienza la segunda carta encíclica de Benedicto XVI. En principio puede parecer una paradoja que la Esperanza salve... pero el Papa lo explica muy bien.

Sí, la Esperanza en Dios y en la vida eterna es lo que nos salva, lo que nos redime de nuestra esclavitud; y nos salva porque nos libera de todas las ataduras al mundo. Por el contrario, la esperanza en cualquier otra cosa nos ata, nos esclaviza a esa cosa, nos somete a ella. Así visto, la Fe es la "sustancia" de la Esperanza: aquello que esperamos. Si creemos en Dios y la vida eterna, ¡ese Dios y esa vida serán nuestra Esperanza!

Por esto, la humanidad que carece de Fe no tiene nada trascendente en lo que esperar; y se queda sujeta a cosas de las que nada puede esperarse. Así, muchos son esclavos de su placer, de sus posesiones, de su ciencia o su ideología: han puesto en estas cosas su esperanza de felicidad; pero como éstas no pueden proporcionar la felicidad esperada, siguen atados a ellas -aumentándolas- hasta lograrla... cosa que nunca consiguen. Este alcanzar el objetivo (placer, poder y poseer) pero sin obtener la felicidad prevista, es la causa de la angustia vital que invade nuestra sociedad.

Y es que realmente el hombre no posee estas cosas, sino que ellas le poseen a él.

Ahora se entiende mucho mejor el consejo evangélico: "Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por mi causa, éste la salvará" (Lc 9.24)

lunes, 10 de diciembre de 2007

La cultura del deseo

Como veíamos en la entrada anterior, en nuestra sociedad occidental se ha implantado la cultura del deseo: el objetivo fundamental de la mayoría de la población es satisfacer plenamente sus deseos y hacerlo cuanto antes.

Pero esto no es ninguna novedad: siempre el hombre ha tendido a satisfacer sus deseos. La novedad -y el problema- es que ahora esta satisfacción del deseo es la base de todo comportamiento humano: ya no es la Fe, ni la ética, ni siquiera la razón... la motivación humana es simplemente el deseo.

Debido a esto, ya no sirven los razonamientos para tratar de reconducir una conducta desviada, porque la razón ya no es suficiente motivo para que yo cambie mi conducta y deje sin satisfacer mi deseo: el que una acción sea irracional no tiene mayor trascendencia, porque el único objetivo es satisfacer mi deseo. Por supuesto, también han quedado vacíos de toda significación términos como deber, honor, compromiso, lealtad, fidelidad... y cualquier otro que pueda desviarme de mi deseo en cada momento.

La contestación que más se oye hoy en día es: ¿por qué no voy a hacerlo, si me apetece? Y ante tamaño "razonamiento", ni los motivos morales que aduzcamos, ni la demostración de la irracionalidad del comportamiento servirán para nada:... ¡porque les apetece! La cultura del deseo presupone que el hombre es el único dios de sí mismo: y su deseo se convierte en la única ley.

No es que no existan razones... y de mucho peso: es que la racionalidad ha dejado de ser su norma de comportamiento. Porque la razón sirve para dirigir la voluntad... pero ya no se actúa conforme a la propia voluntad, sino según el propio deseo.


Y no confundamos voluntad con deseo: la voluntad es la decisión adoptada en uso de nuestra libertad, después de una deliberación sobre lo bueno y lo malo de las diversas opciones; el deseo es simplemente lo que me apetece aquí y ahora, sin deliberación alguna.

Esto es mucho más grave de lo que parece. No es que el hombre se comporte inmoralmente (que esto lo ha hecho siempre); es que ni siquiera busca razones para justificar su inmoralidad. Si el animal racional ya no se comporta como tal, sino que sigue simplemente el deseo, el impulso, el instinto: entonces... ¿que nos diferencia de los animales irracionales?

Como tantas veces en la Historia, una vez más estamos ante la desintegración de una sociedad cuyos miembros, pretendiendo ser como "dioses", se están convirtiendo simplemente en animales.


Ya lo mostrábamos en la entrada anterior: los irracionales no son los que "creen en Dios", sino los que "se creen dios".

domingo, 9 de diciembre de 2007

¿Qué es más racional: la Fe o el deseo?

Tradicionalmente se ha identificado la Fe con una "credulidad irreflexiva"; y ateísmo o agnosticismo se identifica con "duda razonada y razonable". Desde el punto de vista teórico así debería ser: si yo "creo" es porque rechazo las razones que me hacen dudar; si "dudo" es porque he admitido las demás posibilidades que me muestra la razón.

Pero paradójicamente en la realidad ocurre lo contrario. Me encuentro con personas con una Fe profunda e inquebrantable que se empeñan en buscar constantemente razones de su Fe y dan razones de su Esperanza (la tercera virtud teologal, la Caridad, no es necesario razonarla, porque ésta sí la admite todo el mundo sin discusión). Por ejemplo, un Santo Tomás de Aquino -que metía la cabeza dentro del Sagrario para tener mejor inspiración divina- se molestó en escribir la Summa Teológica y desarrollar las cinco vías que demuestran la existencia de Dios.

Por el contrario, es muy habitual encontrar científicos ateos o agnósticos que niegan de partida la existencia de Dios y no se molestan en razonar su negación, ni en buscar una justificación alternativa a la existencia del cosmos o a la vida espiritual del hombre. Su respuesta habitual es que "todo es fruto de la casualidad"; y aunque esta conclusión no es ni remotamente científica ni racionalmente válida, en nombre de la razón, ¡no razonan nada más! Irracionalmente, se empeñan en negar de partida todo lo que no pueden comprobar empíricamente; pero tampoco pueden comprobar la teoría de la relatividad, ni la fuerza electromagnética, ni tienen idea de lo que pueda ser la atracción gravitatoria, ni la vida, ni el amor... y, sin embargo, sí afirman su existencia, a la vista de los efectos que todo ello produce.

Peor aún. El ateo conduce irracionalmente su vida; se empeña en seguir una moral que le destroza espiritual y anímicamente; rechaza la providencia divina, pero se sujeta al augur de los videntes y adivinos; evita la liturgia, pero se somete a la moda; proclama un mundo de reducida natalidad y homosexualidad, y pretende perpetuar la especie.
En nombre de la "diosa razón", de la libertad, la igualdad y la fraternidad se perpetró la peor época de terror en Francia: la dictadura de la Guillotina. Los que "mataron" a Dios para "liberar" al hombre, tienen a sus espaldas los mayores asesinatos masivos que la Historia ha conocido (y que difícilmente podrán superarse en el futuro): nazismo y comunismo, ya sea éste soviético, chino o camboyano.

Quizá sea por esto que hoy en día el dilema no es Fe o razón, sino Fe o "deseo": porque hoy en lo que nadie cree es en la razón. Así, el mundo se divide en dos grandes grupos: los que creen en un Dios, y lo anteponen a su deseo; y los que creen en su deseo y se somenten en cuerpo y alma a él. Para estos, el deseo se convierte en el demonio que los esclaviza y engaña: les promete alcanzar la felicidad satisfaciendo sus deseos; pero, en cuanto los satisfacen, esa felicidad se les escurre entre los dedos como agua cogida con las manos.

La experiencia nos demuestra que a la luz de la Fe, la vida es más racional que bajo la oscura cultura del deseo: si no nos sometemos al Dios creador, nos quedamos sujetos a los demonios y pasiones que rigen el mundo ajeno a la Fe.

Nos liberamos de un Dios amor; y nos sometemos al peor tirano: nuestro deseo.
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P.D.: Por supuesto, existen personas sin Fe que tratan de seguir el dictado de su conciencia, más o menos adaptada a la Ley Natural; pero he querido mostrar sólo los dos extremos, porque el dilema actual es entre los que "creen en Dios" y los que "se creen dios"; siendo éstos últimos los auténticos irracionales.

miércoles, 5 de diciembre de 2007

El Evangelio, ¿es de derechas o de izquierdas?

Cuando uno lee el Evangelio con el objetivo de conocer mejor a Cristo y seguirle, tiene muy claro que lo importante no es responder a la pregunta que he formulado, sino imitarle en cada ocasión de nuestra vida.

Pero cuando uno lo lee tratando de encontrar un código social o moral, entonces le gustaría encasillar este código en los moldes actuales... Y mucho más cuando lo que uno pretende es justificar en el Evangelio su propia postura social o política. En este último caso, a cada cual le interesa dejar bien claro que Dios pertenece a su propio partido; y que dejó dicho sin lugar a dudas que todo el Mundo debe regirse por ese mismo "programa electoral".
Veamos entonces a qué ideología pertenece el Evangelio.


Unos dicen que es de izquierdas, marxista: ya que defiende al más débil y ataca las estructuras y normas sociales obsoletas; proclama la bienaventuranza de los pobres; multiplica el pan y lo reparte por igual entre todos. Pero no es marxista: porque pone lo espiritual por encima de lo material; y la salvación del alma antes que la del cuerpo; y defiende la dignidad individual de cada persona, como ser creado y amado por Dios, sin que se le pueda convertir en un mero elemento al servicio de la comunidad.

Otros dicen que es de derechas, capitalista: porque defiende la tradición, la autoridad y hace a un recaudador de impuestos su discípulo (dad al César lo que es del César; y a Dios lo que es de Dios); se hospeda en casa de los ricos; y recomienda a los pobres conformarse con su suerte y confiar en la Providencia. Pero no es capitalista: conseguir beneficios y acumular fortuna no es la meta del hombre (bienaventurados los pobres de espíritu); la propiedad privada tiene una hipoteca social, el bien común: si quieres ser mi discípulo ve vende cuanto tienes y dalo a los pobres...

Los más despistados afirman que es nacionalista: toda la Biblia defiende al Pueblo de Dios, lo libra de sus enemigos y de quienes pretenden oprimirlos; les rescata del destierro y les devuelve a su tierra prometida. Pero no es nacionalista: no se vincula con la lucha terrorista de los zelotes y predice la destrucción del Templo a manos de Tito; abre el mensaje evangélico a todas las naciones (id y enseñad a todas las gentes...) y nos hace hermanos a todos los hombres (Padre nuestro que estás en los cielos...).

De la misma forma, podríamos rebatir que el Evangelio sea un alegato revolucionario religioso, patriota unificador, ultraconservador, postmoderno, legalista, liberal, etc...

La realidad es que el Evangelio tiene algo de cada uno de esos planteamientos sociopolíticos: pero no lo integra en su totalidad, sino que los une cogiendo sólo lo bueno de cada uno de ellos:

Busca el bien común, pero sin alienar a la persona individual.
Acepta la propiedad privada, pero sujeta al bien común.
Mantiene la Ley Divina; pero libera de las costumbres y cargas innecesarias.
Proscribe radicalmente el pecado, pero perdona al pecador arrepentido.
Ama su tradición y su pueblo, pero sin excluir al extranjero con sus propias tradiciones.
Vive en el mundo, pero no es del mundo.
Conoce las necesidades humanas (multiplicación del pan), pero afirma la primacía de las necesidades espirituales (no solo de pan vive el hombre).
Libera al hombre con la Verdad; pero le sujeta al mandato del amor (amaos unos a otros como Yo os he amado).

El Evangelio no es un panfleto en el que justificar una ideología: es un profundo manual de vida para aplicarlo completo a cada circunstancia y para vivirlo con el prójimo... no podemos ir tomando sólo lo que nos interesa y rechazando el resto.

Por eso, identificar el Evangelio con alguna de las ideologías es mutilarlo hasta dejarlo irreconocible; y utilizarlo para defender nuestra ideología frente al prójimo, es lo más contrario al propio mensaje evangélico.

domingo, 2 de diciembre de 2007

Cristianos en la sociedad actual

Hoy empieza el tiempo litúrgico de Adviento, tiempo de espera y de esperanza; imagino que por esto hace dos días Benedicto XVI hizo pública su segunda carta encíclica "Spe salvi", "en esperanza fuimos salvados" (Romanos 8, 24).
Nos viene muy bien que en estos tiempos tan alejados de la Fe se nos hable de la Esperanza; pero yo he seguido leyendo el texto de San Pablo a los romanos (cristianos insertos en una sociedad tan corrompida como la nuestra) y al llegar al capítulo 12 me encuentro con ciertas recomendaciones que son también muy actuales:
"Alegres en la esperanza, pacientes en la tribulación; constantes en la oración... Bendecid a los que os persiguen; bendecidlos y no los maldigáis... No devolváis a nadie mal por mal: buscad hacer el bien delante de todos los hombres. Si es posible, en lo que está de vuestra parte, vivid en paz con todos los hombres. No os venguéis, queridísimos, sino dejad el castigo en manos de Dios, porque está escrito: Mía es la venganza, yo retribuiré lo merecido, dice el Señor. Por el contrario, si tu enemigo tuviese hambre, dale de comer; si tuviese sed, dale de beber; al hacer esto amontonáis ascuas de fuego sobre su cabeza. No te dejes vencer por el mal; al contrario, vence al mal con el bien."
Y esto lo dice en una sociedad en la que el adulterio, la homosexualidad, el aborto y cualquier forma de placer son los ídolos habituales... ¿os recuerda algo?; pero lo dice en medio de una persecución en la que los cristianos perdían no sus privilegios, sino su vida entre los dientes de las fieras... ¿es que Nerón era más piadoso que nuestros gobernantes actuales?
La diferencia entre aquellos cristianos de Roma y los actuales cristianos de occidente no es que la sociedad en la que vivimos sea peor, sino que aquellos vivían su Fe a fondo, antes de pretender difundirla. No querían cambiar de un golpe todo el orden social corrompido, sino ir cambiando ellos y a los que les rodeaban. No buscaban afianzar sus derechos como ciudadanos romanos (el esclavo que se convertía en cristiano seguía siendo esclavo); y mucho menos, alcanzar privilegios. Pretendían santificar las realidades terrenas (justicia, paz, progreso, ...) atrayendo a los demás a Cristo, mediante el ejemplo de su Fe y su Caridad: no discutían el Evangelio, sino que lo vivían y proclamaban... ¡y acabaron transformando el mundo!
Creo que los cristianos en occidente (muy particularmente en España) hemos equivocado el rumbo; menos lucha sociopolítica y más oración y caridad con el prójimo, incluso con el que no es de los nuestros; menos hacernos los mártires porque nos quitan nuestros privilegios,
y más ser mártires porque proclamamos y vivimos nuestra Fe.

Pongamos nuestra esperanza en Dios y no en las estructuras políticas y sociales, que de nada sirven si están vacías de Él.

lunes, 15 de octubre de 2007

El jardín del alma

Otra de las equivocaciones al presentar el Cristianismo a personas que se acercan a conocerlo, es empeñarse en hacerles un catálogo de cosas que deben evitar. Me explicaré con otro ejemplo.

Ahora nos tenemos que imaginar que nuestra alma es como un jardín: en esa tierra pueden crecer tanto las flores más bonitas como los cardos y malas hierbas.

Si nos dedicásemos exclusivamente a arrancar las malas hierbas y cortar los cardos, conseguiríamos un terreno limpio, pero no un jardín. Si cultivamos flores preciosas, pero no eliminamos las malas hierbas, el jardín no podrá lucir y éstas acabarán marchitando a aquéllas. El ideal es hacer ambas cosas: cultivar lo bonito y arrancar lo feo.

Así pasa en nuestra alma: si sólo nos limitamos a evitar los pecados y cumplir rutinariamente las normas, tendremos un alma limpia pero no hermosa. Por otra parte, pretender hacer obras buenas sin evitar el pecado sería un absurdo que nos llevaría a tener un alma aborrecible.

Quizá la táctica más acorde con el mensaje evangélico sea cultivar activamente las obras buenas y esforzarnos para eliminar las malas obras en cuanto aparezcan; pero teniendo muy claro que lo importante es lo primero. Dedicarse obsesivamente a luchar contra el pecado no tendría sentido si simultáneamente no cultivamos las obras buenas: tener un terreno limpio en el que no lucen ni el amor a Dios ni el amor al prójimo, podrá ser filantropía, pero en ningún caso será cristianismo.

Santa Teresa de Jesús lo explicaba en sus memorias: la lucha debe ponerse entre hacer el bien o hacer un bien mejor... el que así actúa ya tratará de rechazar el mal.


Explicar nuestra Religión

Mucha gente se acerca a la Religión Católica con el ánimo de enterarse de qué se trata; sobre todo en nuestros días en los que muchos se han educado en un laicismo radical, ajeno a toda religión. Pero no resulta fácil esta tarea de explicar nuestra Religión. Unos prefieren contar la historia de la salvación; otros se empeñan en relatar las obligaciones y mandamientos principales de nuestra fe; pero muy probablemente, ninguno de ellos alcance su cometido.

Explicar la Religión sin vivirla, es como tratar de explicar el deporte del esquí sin practicarlo. Os imagináis que alguien os embutiese en un traje térmico, os calzase unas botas enormes, unos guantes que anulan todo tacto, un casco y unas gafas que impiden la mayor parte de la visión y que os enganchase a unas tablas de dos metros de largo... ¡y después pretendiese convenceros de que todo ello es magnífico! ¡que el deporte del esquí es alucinante! Lo más probable es que todo ese equipo os parezca un agobio, que os lo quitaseis y que no quisieseis ni oír hablar del esquí nunca más. Si nos cargan con toda la impedimenta, pero no nos permiten comprobar en la práctica la maravilla que es volar sobre la nieve, pensaremos que es locura llevar todos esos estorbos. Pero si, por el contrario, empezasen por enseñarnos a deslizarnos por la nieve con un equipo ligero; y llegásemos a entusiasmarnos con ello, entonces seríamos nosotros los que exigiríamos un equipo cada vez más sofisticado con objeto de profundizar en ese deporte. Y es que hay cosas que es necesario experimentarlas para poder comprenderlas y apreciarlas.

Lo mismo ocurre con la religión, si nos cargamos con la impedimenta pero no tenemos una experiencia de Dios, entonces no sabremos para qué sirven todas esas normas y ritos. Así, quien practica las normas católicas sin llegar a experimentar el amor de Dios y de los demás, quedará defraudado. Por el contrario, muchas personas que han tenido una experiencia de Dios, después han comprendido nuestra Religión, y han incorporado a su vida todo aquello que posibilitaba continuar e incrementar su trato con Dios.

Quizá sea mejor empezar siempre mostrando amor... y lo demás lo entenderán fácilmente.

viernes, 1 de junio de 2007

Para ir a Medjugorje

Como ha habido quien se ha interesado por Medjugorje y pregunta cómo ir o quién organiza viajes, indico una serie de contactos para viajes desde España:

Beatriz López: mirbeatrizlopez@yahoo.es
Charo Lafita: charolafita@hotmail.com
Margarita Cazorla: Teléfono: 91 6529340 E-mail: info@mariareinadelapaz.com
Cruz Palomo: es una agencia de viajes viajes@egeria.es

Espero que os animéis muchos... ¿realmente merece la pena!

lunes, 7 de mayo de 2007

El Alma del Mundo

Sigo con la Carta a Diogneto, porque creo que debemos volver la vista a esos tiempos remotos, que tanto se parecen a los actuales en los que se pretende volver oficialmente al paganismo.

...lo que es el alma en el cuerpo, eso son los cristianos
en el mundo.

El alma está esparcida por todos los miembros del cuerpo,
y los cristianos lo están por todas las ciudades del mundo.

El alma habita ciertamente en el cuerpo, pero no es del cuerpo, y los cristianos habitan también en el mundo, pero no son del mundo.

El alma invisible está en la prisión del cuerpo visible, y los cristianos son conocidos como hombres que viven en el mundo, pero su religión permanece invisible.

La carne aborrece y hace la guerra al alma, aun cuando ningún mal ha recibido de ella, solo porque le impide entregarse a los placeres; y el mundo aborrece a los cristianos sin haber recibido mal alguno de ellos, solo porque renuncian a los placeres.

El alma ama a la carne y a los miembros que la odian, y los cristianos aman también a los que les odian. El alma está aprisionada en el cuerpo, pero es la que mantiene la cohesión del cuerpo; y los cristianos están detenidos en el mundo como en una prisión, pero son los que mantienen la cohesión del mundo.

El alma inmortal habita en una tienda mortal, y los cristianos tienen su alojamiento en lo corruptible mientras esperan la
inmortalidad en los cielos.

El alma se mejora con los malos tratos en comidas y bebidas, y los cristianos, castigados de muerte todos los días, no hacen
sino aumentar: tal es la responsabilidad que Dios les ha señalado, de la que no seria licito para ellos desertar.

¡Qué mal está el mundo actual!

Pero, ... ¿no será que tiene el alma enferma?; ese alma que debemos ser nosotros...

viernes, 4 de mayo de 2007

Seguimos con Diogneto

En la Carta a Diogneto se cuentan más cosas sobre cómo vivían los primeros cristianos y sus diferencias con la sociedad pagana; y vemos que esas diferencias están vigentes dos mil años después.

Se casan como todos y engendran hijos, pero no abandonan a los nacidos.
Ponen mesa común, pero no lecho.
Viven en la carne, pero no viven según la carne.
Están sobre la tierra, pero su ciudadanía es la del cielo.
Se someten a las leyes establecidas, pero con su propia vida superan las leyes.
Aman a todos, y todos los persiguen.
Se los desconoce, y con todo se los condena.
Son llevados a la muerte, y con ello reciben la vida.
Son pobres, y enriquecen a muchos.
Les falta todo, pero les sobra todo.
Son deshonrados, pero se glorían en la misma deshonra.
Son calumniados, y en ello son justificados.
Se los insulta, y ellos bendicen.
Se los injuria, y ellos dan honor.
Hacen el bien, y son castigados como malvados.
Ante la pena de muerte, se alegran como si se les diera la vida.
Los judíos les declaran guerra como a extranjeros y los griegos les persiguen, pero los mismos que les odian no pueden decir los motivos de su odio.

Efectivamente, las actitudes de la sociedad occidental son similares a las de la sociedad pagana de los primeros siglos (¡si no son mucho más bárbaras las actuales, en algunos aspectos!); pero... ¿es similar nuestra respuesta a la que daban los primeros cristianos?... ¿mostramos un tenor de vida admirable, extraordinario?

Examinémonos.

jueves, 3 de mayo de 2007

Carta a Diogneto

Nos parece a los católicos que nuestra vida destaca mucho en el mundo occidental... y se nos presenta la tentación de "adaptarnos" al entorno.

La realidad es totalmente distinta: el mundo occidental es la herencia lógica de dos mil años de Cristianismo. Todos los valores que merecen la pena los trajo el Cristianismo, incluso la tolerancia y la libertad que permiten a los "progresistas" renegar de los cristianos que les trajeron estos principios.

Creo que la mejor manera de ahuyentar la tentación de "adaptarse al entorno" es poner más hincapié en "adaptarnos a nuestra Fe".

Los que sí se encontraron con un entorno diametralmente opuesto a su Fe fueron los primeros cristianos: muchos de sus valores no tenían ningún precedente en el mundo pagano de la Roma Imperial... y, por supuesto, ¡no habían oído nunca hablar de tolerancia!

Aún así, ellos viven en medio de esa sociedad y proclaman el mensaje evangélico.

Uno de las páginas más bonitas de la historia de la Iglesia es la "Carta a Diogneto", en la que un cristiano anónimo le cuenta al tal Diogneto cómo es su vida:
Los cristianos no se distinguen de los demás hombres ni por su tierra, ni por su lengua, ni por sus costumbres.
En efecto, en lugar alguno establecen ciudades exclusivas suyas, ni usan lengua alguna extraña, ni viven un género de vida singular. La doctrina que les es propia no ha sido hallada gracias a la inteligencia y especulación de hombres curiosos, ni hacen profesión, como algunos hacen, de seguir una determinada opinión humana, sino que habitando en las ciudades griegas o bárbaras, según a cada uno le cupo en suerte, y siguiendo los usos de cada región en lo que se refiere al vestido y a la comida y a las demás cosas de la vida, se muestran viviendo un tenor de
vida admirable y, por confesión de todos, extraordinario.
Habitan en sus propias patrias, pero como extranjeros; participan en todo como los ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña les es patria, y toda patria les es extraña.


Quizá lo que llama la atención en el mundo occidental actual no sean los principios cristianos, sino el garabato de nuestra vida tratando de compaginar nuestra Fe con las costumbres sociales opuestas a la misma.

Si de verdad nuestra vida fuese coherente con nuestra Fe, no provocaría rechazo, sino admiración.

martes, 1 de mayo de 2007

¿Es difícil ser católico?

Hace poco oí una afirmación que me impactó: "Ser católico es difícil... pero es mucho más difícil no serlo".

Si uno se para un poco a pensarlo, descubre que es completamente cierto. Nuestro compromiso cristiano tiene algunas exigencias que se compaginan muy mal con la vida actual; pero a cambio nos dota de un orden de valores que nos permite guiarnos en medio de este caos de ideologías y absurdos... y esto sin mencionar la ayuda de la Gracia de Dios, que es la que nos saca adelante.

En concreto,

¿Cómo establecer el objetivo de nuestra vida, si el criterio es seguir en cada momento el deseo?
¿Cómo mantener un matrimonio y una familia, si el criterio es seguir el sentimiento y evitar todo compromiso?
¿Por qué respetar al prójimo, sin no tenemos un Padre que nos hermana?
¿Como afrontar el dolor, si el objetivo vital es conseguir el placer?
¿Cómo estar satisfechos de nosotros mismos, si no tenemos un código que nos distinga lo bueno de lo malo?
¿Cómo evitar la angustia vital, cuando no hay Esperanza?
¿Qué consejo dar a quien nos pregunta?... ¿Y si es un hijo...?

Efectivamente, ser católico aparentemente impone algunas cargas... pero no son cargas, son las instrucciones para alcanzar la felicidad...

Pero, ¡qué difícil alcanzarla sin esas instrucciones!

lunes, 23 de abril de 2007

El abrigo o la piel

Ayer escuchaba al sacerdote en su homilía dominical reprocharnos que con frecuencia usamos la Religión como si fuese un abrigo: nos lo ponemos cuando hace frío; pero el resto del tiempo lo tenemos olvidado en el perchero.

La verdad es que el ejemplo me gustó mucho:

Cuando hace frío (antes de un exámen, ante la enfermedad o el dolor, cuando las cosas no nos van bien), nos acordamos de Dios y nos ponemos el "abrigo de la Religión" para protegernos. Pero cuando hace buen tiempo (todo nos va bien, tenemos salud y dinero, ...), entonces nos quitamos el "abrigo de la Religión" porque más que protegernos nos estorba: no queremos que los demás nos vean llevándolo, porque nos tacharían de "raros". Además, cuando "hace buen tiempo", nos pensamos que ésto es debido a nuestras buenas cualidades y nuestro propio esfuerzo... y nos olvidamos de Dios, hasta que con el frío volvemos a recordar que le necesitamos.

¡El ejemplo es acertado y real!

Muy al contrario, la Religión debería ser para nosotros como la piel, que siempre la llevamos con nosotros y nos protege tanto del frío como del calor, de la lluvia o de la sequía. Y no sólo nos protege, sino que configura nuestro propio ser: nadie se avergonzaría de su piel o se la dejaría olvidada en el perchero. Además, somos conscientes de que por muchos que sean nuestros méritos o nuestro esfuerzo, nada haríamos sin nuestra piel.

Y seríamos más conscientes de que nuestra piel nos acompaña en todos nuestros actos: es la misma cuando rezamos en éxtasis ante el Sagrario, cuando trabajamos o cuando disfrutamos del orgasmo más gozoso... y que todos son profundos actos de Religión, queridos por Dios, cuando se producen en su debida forma y momento.

Si la Religión fuese nuestra piel en vez de nuestro abrigo, no habría tantas contradiciones entre ley y moral, espíritu y materia o en "dar a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César".

¿Por qué nos quitamos la piel para salir a la calle?

domingo, 15 de abril de 2007

El Mandato Nuevo: eje de la sociedad.

Lo que diferencia al ser humano de los demás seres creados -salvo los ángeles- es su capacidad de amar: su posibilidad de renunciar al propio bien en favor del bien de otro. Esta diferencia es la que le otorga una dignidad diferente e infinitamente superior a la de los demás seres: vale más una vida humana que cualquier otra cosa, por valiosa que ésta sea.

Los Derechos Humanos, aunque la ONU se niegue a reconocerlo, se basan en esta dignidad, en que Dios nos ha creado libres para amar y amarle... y ésto nos iguala a todos.

Pero esto también nos impone una carga (¿lo es?) inmensa: si nuestra dignidad se deriva de nuestra capacidad de amar, entonces estamos obligados a amar... y, consecuentemente, tenemos derecho a ser amados.

Una vez más, el mensaje evangélico y los valores cristianos se revelan como la mejor ideología social: "Un mandato nuevo os doy: que os améis unos a otros como yo os he amado"..."amad a vuestros enemigos y haced el bien a quienes os persiguen"...

Compáralo con la doctrina marxista del odio entre clases... o la doctrina liberal de que cada palo aguante su vela.

viernes, 23 de marzo de 2007

El pecado.

Nuestra vida es como un vehículo que va circulando.

Lo ideal es que sea Dios mismo quien lo dirija, ya que Él es quien mejor sabe hacerlo y quien nos puede llevar al mejor destino.

Pero muy habitualmente nos ponemos nosotros mismos al volante. Lo curioso es que esto suele ocurrir especialmente cuando aparecen dificultades, cuando atravesamos un banco de niebla o la carretera cruza un desfiladero. Entonces nos ponemos nerviosos, dejamos de confiar en Dios y tomamos las riendas de nuestra vida, no vaya a ser que Dios nos lleve a donde no queremos ir, que no haga caso de nuestro criterio. Si acaso, aceptamos alguna sugerencia de su parte; pero la última palabra nos la reservamos.

Si esto ya es absurdo, más absurdo es el pecado.

Cuando pecamos es como si le dijésemos a Dios que se bajase del coche: de ese coche que Él nos ha regalado; a Él, que fue quien nos enseñó a conducir; a pesar de que la gasolina que llevamos en el depósito nos la acaba de regalar Él mismo. Entonces le decimos: ¡lárgate ya!, que quiero dar una vuelta con mis amigos; quédate en esa acera plantado bajo la lluvia, que luego volveré a recogerte.

La verdad es que habitualmente volvemos a recogerle muy compungidos; y que Él se sube otra vez a nuestro lado, sabiendo con certeza que unos kilómetros más adelante volveremos a dejarle plantado.

Así visto, nos parece un horror nuestro comportamiento: se ve clara la maldad del pecado, del rechazo de Dios.

Pues la realidad es mucho peor: no es que nos haya regalado un coche, nos haya enseñado a conducir y nos pague la gasolina. Es que nos ha dado la vida y todo lo que somos y tenemos; y así nos mantiene; y ha muerto por nosotros en la más atroz de las torturas... para que de vez en cuando le dejemos plantado bajo la lluvia y nos vayamos a dar una vuelta con nuestros amigotes.

Dios mío, que siempre te deje conducir mi vida.



martes, 20 de marzo de 2007

Cursillos de Cristiandad

Después de mucho tiempo vuelvo a publicar... y es para comunicaros un descubrimiento que he hecho.
Este fin de semana lo he pasado en Los Negrales (Madrid) haciendo un Cursillo de Cristiandad. Yo no conocía los Cursillos, a pesar de estar en contacto con muchos de los movimientos e instituciones de la Iglesia. Casi por casualidad he participado en uno ... y no podría haber salido más contento.

Como tantas otras actividades parecidas, son una magnífica ocasión de encontrar a Dios, o de estrechar lazos con Él. Dos son las principales característidas que diferencian a los Cursillos de, por ejemplo, los cursos de retiro o los ejercicios espirituales:

  • Puede participar cualquiera, desde personas totalmente alejadas de la religión hasta sacerdotes en pleno ejercicio de su ministerio.
  • Te acercan más a Dios... pero lo hacen conjuntamente con otras personas.

Vivir la conversión en comunidad es algo que nunca había experimentado: acercarte simultáneamente a Dios y a los demás es una experiencia única que te deja el alma como en carne viva para una temporada.

En definitiva, son altamente recomendables... casi, casi, me atrevería a garantizar el resultado.

No quiero contar más... ¡id y veréis!