viernes, 4 de noviembre de 2016

Somos diamantes

Ante Dios todos somos como valiosos diamantes, ya seamos piedras pulidas y brillantes o diamantes en bruto; porque para Dios somos siempre valiosos. Incluso, como decía en la entrada anterior, aunque estemos manchados de estiércol. Porque a Dios no le engaña el envoltorio o el estuche en el que aparezca el diamante: envuelto en papel de estraza o entre terciopelo. El lujo o la pobreza no le impiden a Dios ver el auténtico valor de lo que tiene delante, que es siempre infinito, ya que se molestó en entregar toda su sangre para redimirlo. Dios siempre aprecia la capacidad de brillar de todo diamante y espera pacientemente a que nos dejemos tallar... Eso sí, no nos forzará nunca.

jueves, 3 de noviembre de 2016

El estiércol

Recientemente he leído una idea que me ha resultado especialmente positiva y esperanzadora(1).
El mal en nuestra vida es algo que se queda allí, descomponiéndose, pudriéndose; y esto es algo que puede llevar a la desesperación a quien tiene un pasado de pecador. Incluso puede parecer una rémora para los que, sin ser pecadores empedernidos, no acabamos de superar nuestros defectos, cayendo una y otra vez en los mismos pecados y faltas.
Pues bien, la idea que he leído es que toda esa podredumbre es lo que produce un terreno magníficamente abonado para que después pueda crecer en él todo lo bueno que queramos sembrar y dará magníficos frutos. El estiércol acumulado en nuestra vida, ¡no es un obstáculo, sino un trampolín para cambiar y dar frutos!
¿Demasiado optimista? Pues también me lo pareció a mí al principio, hasta que recordé que la idea ni es nueva ni de ningún teólogo. La idea la expuso por primera vez el propio Jesucristo, y al menos en dos ocasiones:

  •  Cuando la pecadora entra en casa del fariseo para ungirle los pies y todos se escandalizan porque se deje tocar por una prostituta, Él se defiende diciendo "ésta ha amado mucho porque se le ha perdonado mucho: al que más se le perdona, más ama". Podría haber dicho que se le perdonaban los pecados porque amaba; pero lo dijo exactamente al revés: el amor proviene del perdón. Y entonces podríamos decir que sin perdón no hay amor. Y para que haya perdón es necesario que haya habido ofensa. Es decir, el pecado es la base del amor...; es la base para que se despierte un gran amor... 
  • En otra ocasión Jesucristo afirma: "hay más alegría en el cielo por un pecador que se convierte que por cien justos que no necesitan convertirse". De nuevo la base de la alegría es el pecado...
No son mis palabras, sino la Sagrada Escritura la que afirma que sobre un terreno abonado con pecados nace el amor y la alegría... Eso sí, una vez sembrado con arrepentimiento.
Me parece una idea esperanzadora para los que tenemos que arrepentirnos con demasiada frecuencia.



(1) En el libro MAS FUERTE QUE EL ODIO del autor TIM GUENARD, cuya lectura recomiendo porque es un claro ejemplo vivo de lo que digo.