miércoles, 30 de diciembre de 2009

La muerte

En la entrada anterior hablábamos del miedo al "fin del mundo". Por supuesto, sonó como algo apocalíptico y lejano. Pero si en vez de hablar del fin del mundo en general hablásemos de nuestro propio fin, entonces ya es algo que nos suena mucho más cercano y cierto.


Creo que se le puede aplicar lo mismo que allí dijimos. La muerte, como todo lo desconocido, puede generar temor; pero no es el mismo temor el del justo que el de quien tiene que rendir unas cuentas que no le cuadran: ¿y si estaba equivocado y sí existe un Dios que me ama infinitamente y a quien yo he ignorado?; ¿y si lo que realmente valía la pena no era mi placer, sino mi amor manifestado por mi sufrimiento?


Lo que nos tiene que preocupar no es la llegada de lo desconocido, el trance en sí mismo, ni el dolor que pueda conllevar. Lo que nos tiene que preocupar es evitar el chasco de encontrarnos con quien nos ama y haberle rechazado, para siempre, para siempre...


Para el cristiano que ha querido amar a su buen padre Dios, la muerte no es más que la operación quirúrgica que por fin le libera de todos sus dolores e incomodidades: despertarse de la anestesia ya en casa -el Paraíso-, o tras un mal post-operatorio -el purgatorio-, pero curados para siempre, para siempre...


Así visto: ¿quién no querría operarse cuanto antes?

lunes, 28 de diciembre de 2009

La venida del Reino

Es habitual el miedo -incluso entre cristianos piadosos- a la llegada del Reino de Dios a la Tierra, debido a la idea de que éste llegará con sufrimiento. Este temor está generalizado, quizá por una interpretación demasiado literal del Apocalipsis.


Evidentemente, la venida de Cristo para juzgar a vivos y muertos producirá una modificación de las leyes de la naturaleza a las que estamos acostumbrados; y es este cambio -esta inseguridad- la que producirá miedo incluso entre los justos. Pero muy distinta debe ser la actitud de unos y otros: los justos deben superar el miedo al comprobar que todo está controlado por quien nos ama; los pecadores experimentarán terror al comprobar sus errores, que han malgastado sus vidas y que ahora tendrán que rendir cuentas. E imagino que este miedo al Juicio será bastante mayor que el provocado por los fenómenos naturales producidos por la alteración de las leyes ordinarias.


Esto es en esencia lo que nos viene a decir el Apocalipsis: el Malo tratará de aprovechar el miedo para ganar la batalla definitiva entre los que duden; quizá provoque sufrimiento entre los justos en una última tentativa de ganárselos; pero a la postre, será vencido y se instaurará el Reino de Dios, algo que imagino similar a la situación del Paraíso previa al primer pecado.


Personalmente, me encantaría que esto sucediese hoy mismo. Ya sé que me va a suponer un susto inmenso; pero la perspectiva es tan maravillosa, que lo estoy deseando. Y esto no es masoquismo, no. Imaginemos que a un enfermo crónico y con constantes incomodidades se le ofreciese la posibilidad de operarse y curarse para siempre: ¿rechazaría la operación por miedo al dolor que ésta le pueda producir? Tengo certeza de que, por el contrario, estaría deseando operarse y acabar de una vez con sus problemas.


Venga a nosotros tu Reino, Señor; y venga cuanto antes.

sábado, 26 de diciembre de 2009

El valor del sufrimiento

Seguiré con el tema de la última entrada, aunque no sea muy propio de este tiempo navideño.


Con la encarnación de Verbo y el modo que escogió para redimirnos, el sufrimiento ha dejado de ser algo inútil para convertirse en fuente de salvación; y de salvación múltiple, porque salva no sólo al que sufre, sino que también alcanzan sus efectos al pecador que permanece ajeno a dicho sufrimiento. De hecho, a todos nos alcanzó la redención, a pesar de que permanecimos ajenos al sufrimiento de Cristo en su pasión.


Por supuesto, no se trata de provocar el dolor sin más -lo que sería absurdo-, sino de aceptar el dolor como la más perfecta prueba de amor. En más, lo que realmente tiene un valor casi infinito es el amor que se manifiesta con el sufrimiento voluntariamente aceptado, incluso buscado en beneficio de otro; porque en este caso, el sufrimiento es simplemente la forma inequívoca y mejor de manifestar amor.


Ya sé que esto resultará difícil de entender o aceptar en una civilización obsesionada por el placer, el confort y la calidad de vida. Pero, ¿son estas cosas las que nos trae el amor?; ¿realmente el enamorado busca su comodidad? Evidentemente, el que ama de verdad no se preocupa de su placer, sino del bien de la persona amada. Entonces, ¿es nuestro afán de placer síntoma de que no queremos amar?, ¿de que nos queremos amar sólo a nosotros mismos?... Que cada uno se conteste...


El cristiano -también el cristiano de nuestros días- no es el que acepta el sufrimiento sin más, sino quien conoce el sentido de dicho sufrimiento, quien lo acepta por amor sabiendo que Cristo -que nos dio ejemplo en este camino- multiplicará el valor de nuestro sufrimiento y conseguirá que produzca efectos incalculables, tan inmensos como los tuvo su propia pasión: la liberación del hombre del mal y su redención plena.


Porque cuando se le da un sentido al sufrimiento, éste empieza a ser útil(1). Así lo entendieron tantos santos: atesoraban el sufrimiento como el avaro sus monedas. __________________
(1) Esto no es sólo una recomendación ascética, sino que es también una terapia psicológica: en dar sentido al sufrimiento se basa la Logoterapia de Víctor Frankl.

Feliz Navidad

En Navidad recordamos la venida de Dios a la Tierra, porque quiso compartir con nosotros la condición humana; es un simple recordatorio, pero sería bueno aprovechar para recibirle en nuestro corazón, si los agobios del año nos han hecho desalojarle de él. Y abrir nuestro corazón también a tantas personas a las que también desalojamos con demasiada facilidad.

Feliz Navidad.

sábado, 19 de diciembre de 2009

Antiguo y Nuevo Testamento

Estamos en tiempo de Adviento, rememorando la época en la que se esperaba la llegada del Señor, lo que efectivamente ocurrió hace 2009 años. Pero este recuerdo se hace con una fundamental diferencia: aquellos hombres no sabían cómo iba a influir en sus vidas la venida del Mesías (de hecho, tenían una idea muy equivocada sobre la misión del Mesías); y nosotros sabemos perfectamente qué es lo que vino Jesús a cambiar en el mundo. Ahora tenemos la certeza de que no vino a proclamar la hegemonía de Israel sobre todas las naciones, sino para abrir su mensaje a todos los pueblos: a universalizar (esto es lo que significa "católico") el Reino, rechazando cualquier tentación "nacionalista" por parte del pueblo elegido. Pero también se produce otro cambio fundamental que suele pasar inadvertido. La gran diferencia entre el Antiguo y el Nuevo Testamento es la actitud de Dios con los hombres.

Durante todo el Antiguo Testamento Dios defiende a su pueblo de sus enemigos (salvo cuando le quiere dar un escarmiento por su infidelidad). Así ocurre con Abraham y los amorreos, con la destrucción de Sodoma y Gomorra, cuando les saca de Egipto y destruye al ejército del faraón, cuando les entrega la Tierra Prometida, cuando Elías acaba con los sacerdotes de Baal o cuando David les libera de los filisteos: Dios aniquila el mal en beneficio de su pueblo. Pero en el Nuevo Testamento cambia radicalmente esta "estrategia": ahora se combate el mal, se redime al pueblo, ofreciéndose Dios mismo como víctima y el Imperio Romano cae a base de mártires. Ya no sale Dios en nuestra ayuda cada vez que estamos en peligro. Ahora lo que se exige es que se conjure el mal con el propio sacrificio. Por decirlo con palabras del apóstol Pablo: "que completemos en nuestro cuerpo lo que le falta a la pasión de Cristo, a la redención".

Con la llegada del Señor se produce un cambio radical en nuestra relación con el mal: ahora somos nosotros los que tenemos que inmolarnos para conseguir la conversión de los enemigos, siguiendo el ejemplo de Cristo. Es una de las muchas paradojas de Dios: exige el sufrimiento del Justo para el perdón del pecador.

De esta forma, el sufrimiento ya no es algo a evitar, sino fuente de salvación.

lunes, 23 de noviembre de 2009

Fe o entendimiento

No quisiera que las últimas entradas diesen la sensación de que estoy en contra de que el hombre use su razón para tomar sus decisiones, o de la necesidad de que las actitudes del hombre deben ser razonables. Lo que he querido decir es que nuestro razonamiento tiene un cauce dentro del que debe que moverse. Este cauce es nuestra fe: la verdad que nos ha sido revelada. Por lo tanto, si nuestros razonamientos nos llevan fuera de ese cauce, si contradicen nuestra fe, entonces debemos descartarlos por estar -con toda probabilidad- equivocados. Y este error suele ser debido a la facilidad con la que nuestro entendimiento queda cegado por nuestro capricho y nuestro orgullo.


De hecho, Jesús nunca pregunta si "nos hemos enterado" de su mensaje, si lo hemos comprendido, sino que únicamente nos pregunta si "nos lo creemos". Porque lo importante no es llegar a descifrar las razones de nuestra fe, sino vivir conforme a ella, vivir conforme a la verdad que se nos ha revelado. La base de nuestro trato con Dios es la fe, no el entendimiento; y si esa fe nos parece razonable -o llegamos a razonarla- será bueno si nos lleva a seguirla con más ahínco. Pero si no logramos entenderla, también será bueno si la aceptamos y vivimos; incluso mejor, porque .... bienaventurados los que crean sin haber visto... o entendido.


Por esto, la Eucaristía es la piedra de toque del cristianismo: porque es la aceptación plena de la palabra de Jesús sin ningún apoyo racional. La presencia real de Cristo en la Eucaristía, con su cuerpo, su sangre, su alma y su divinidad, no tienen más prueba de credibilidad que su palabra. La fe en la Eucaristía es la mejor manifestación de nuestra fe rendida en Dios.

Y esta es la exigencia que se nos impone: id y predicad el Evangelio; quien crea se salvara, quien rehuse a creer, se condenara.

jueves, 5 de noviembre de 2009

La primacía de nuestra razón

Sigo con el tema de la obsesión que el hombre moderno tiene con la primacía de nuestra razón sobre cualquier otro medio de conocimiento o norma de conducta. Que el mal es irracional y que la razón endiosada lleva al mal es un hecho histórico del que hay sobrados ejemplos:


La revolución francesa, hija de la razón ilustrada, proclamó la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad como fundamentos de la sociedad racional, rechazando el mensaje cristiano que hasta entonces había sido su fundamento: sustituyó a Dios por la diosa razón. Esto era irracional, porque el propio cristianismo es el que trajo la libertad, la igualdad y la fraternidad a la Tierra; y la prueba de esta irracionalidad es que no dudaron en imponer su libertad, su igualdad y su fraternidad llevando a Francia a la peor época de terror de su historia que acabó no solo con estos tres principios, sino también con todos los padres de la revolución.

Los siguientes que trataron de imponer la razón como medio de llegar al paraíso del proletariado -a quienes pretendía proteger-, también empezaron por renegar del Dios que se hizo defensor de los más desfavorecidos. De nuevo, esta actitud es sospechosamente irracional; y de nuevo terminó con la exterminación de aquellos a quienes se pretendía beneficiar: el proletariado pasó de la miseria capitalista (de la que sí se puede ir saliendo), a la esclavitud marxista que no sólo le dejó en la miseria, sino que además le degeneró como ser humano; y en muchos casos llegó a la eliminación física (unos cincuenta millones de personas y, entre ellas, a casi todos los primeros revolucionarios).


Otros trataron de imponer su razón -con exclusión de Dios- como medio de sacar a su patria de la humillación: los nazi-onalismos. Y, por supuesto, su razón les decía que todos los medios de revancha eran válidos. Los mejores científicos y juristas del mundo, los germanos, se pusieron en seguida a razonar: y llegaron a la conclusión (que convirtieron en Ley) de que los judíos no eran personas y de que se podía exterminar a todo el que no contribuyese al engrandecimiento de su Reich. Lejos de su Dios y en manos de su razón y su fuerza acabaron destruyendo esa patria que habían tratado de fortalecer; y haciéndola caer en la vergüenza de la que habían tratado de escapar. Lo malo es que en su caída arrastraron a decenas de millones de víctimas de la guerra que provocaron; seis millones de ellos exterminados científica y racionalmente.


Aunque a alguien le pueda escandalizar, me atrevería a afirmar que detrás de todas las razones nacionalistas, racistas y excluyentes, existe un rechazo de Dios: ¿como si no se puede afirmar que unos hombres son superiores a otros?


Y llegamos a la más moderna de las irracionalidades, al ataque del hombre contra su propia naturaleza, a la destrucción racional de la familia; pero no como consecuencia del vicio y la debilidad, sino presentado como el paradigma del comportamiento: es decir, con orgullo.


Y llegamos al peor de los holocaustos que jamás ha conocido la humanidad: al delito que se cometía ocultamente por vergüenza o incapacidad de arrostrar las consecuencias de los propios actos, y que ahora se le presenta como un derecho, más en concreto como un derecho humano. ¿Hay algo más irracional que llamar derecho humano a la eliminación del hombre? Pues ahí está: el aborto, el asesinato del más indefenso por su propia madre y su médico, es... ¡un derecho humano! Si los anteriores errores que hemos comentado llevaron a la exterminación de quienes los provocaron, ¿a quién exterminará este abominable error?

No, la norma de conducta no puede ser nuestra razón -que tan dramáticamente se equivoca cuando está alejada de Dios-, nuestra norma debe ser una Ley superior que nos ponga limites.

lunes, 2 de noviembre de 2009

De espaldas a Dios no hay salvación posible

Hay una frase evangélica que resulta especialmente difícil de entender:

...De modo que los que miran miren y no vean, y los que oyen oigan pero no entiendan, no sea que se conviertan y se les perdone... (Mc 4:12).

¿Es que Dios no quiere que los hombres se conviertan para poder perdonarles los pecados? ¡Claro que Dios busca la salvación de todos!, pero una salvación basada en los méritos de Cristo, en su gracia, no en nuestra propia capacidad de entendimiento.

Trataré de explicarme mejor.

El camino para nuestra salvación pasa por los diez mandamientos y por las bienaventuranzas; y bien podría haber quien, habiendo tenido conocimiento de éstos, llegue a la conclusión de que son un camino correcto de comportamiento humano (algo así como hicieron los estoicos en la antigüedad) y por propio convencimiento lo siga.

Pero Dios no quiere que nos salvemos por la coherencia de su mensaje, ni porque nuestro entendimiento nos dice que debemos aceptarlo. Dios lo que quiere es que nos acerquemos a Él, que cumplamos su voluntad por amor a Él, porque es suya, no porque hemos llegado a la conclusión de que es lógica y entonces la aceptamos. Si actuamos así, entonces estamos supeditando la voluntad de Dios a la nuestra, a nuestro previo reconocimiento. No, lo que nos tiene que guiar es nuestra deseo de servir al Dios porque nos ama.

El maligno anda muy suelto en nuestros días y sabe que a un hombre inteligente y soberbio como se le separa de Dios es dejándole en manos de su propio razonamiento. Por eso, la característica del hombre actual es que todo lo quiere entender: necesita razonamientos y evidencias antes de actuar; y no se somete a nada que antes no haya comprendido. De esta forma, convierte a la razón en su dios; y al renegar del Dios que lo ama y es la Verdad, queda en manos del maligno que fácilmente lo engaña y confunde su entendimiento; y un entendimiento confundido es incapaz de apreciar la irracionalidad de su conducta. El mal actual, en vez de ser la consecuencia de nuestra debilidad de naturaleza caída, muy frecuentemente es la consecuencia de una razón que ha perdido el norte.

Por esto, sólo cuando nos volvamos de nuevo hacia Dios recuperaremos el sentido común.

viernes, 16 de octubre de 2009

Los católicos y la vida pública

Vuelvo a la carga con este tema de la participación de los católicos en la vida pública. Por supuesto, estoy a favor de que los católicos intervengamos en cuantos foros públicos podamos. Pero no puede tratarse de una participación más, como la que pueda tener cualquier otra persona sin convicciones religiosas. Si se nos anima a participar no es para defender nuestros intereses o nuestro punto de vista sobre cuestiones económicas o sociales. El cristiano debe implicarse para tratar de realizar lo mejor posible el Reino de Dios en la Tierra. Los católicos tenemos la obligación grave de llevar nuestras convicciones a la vida pública, en la medida de nuestras posibilidades; y, en todo caso,¡hacerlas públicas!


Insisto en esto porque parecería que la función de los políticos católicos fuese defender los derechos de la Iglesia (que los tiene) o de los ciudadanos católicos como tales (que también los tienen). Esto es posible y conveniente; pero se trata de un objetivo secundario. El objetivo primario tiene que ser difundir el mensaje evangélico, implantar la concepción social cristiana como la mejor manera de alcanzar el bien común en cualquier sociedad.

Lo otro, defender nuestros derechos o demostrar nuestras capacidades y la altura intelectual de nuestros correligionarios, no sólo es muy secundario, sino que puede llegar a ser contraproducente si no va acompañado de una clara propagación de nuestra fe.

El prestigio intelectual es vano si no le acompaña un auténtico prestigio espiritual; y siempre es mejor este último.

viernes, 9 de octubre de 2009

La espiritualidad es importante.

Hay un mundo de placeres y de cosas; pero también hay un mundo mucho mas importante de amores, sentimientos, determinaciones e ideales, que es lo que debe constituir nuestra auténtica vida. Este último es el mundo espiritual y su fuente es Dios.

Por esto, la espiritualidad es muy importante: porque el hombre no sólo es materia, sino también espíritu; y si rechaza esta segunda parte de su naturaleza, se degrada por debajo de los animales. Efectivamente, la situación del hombre no espiritual es peor que la de los animales irracionales, pues éstos cuentan con sus instintos para ayudarles a comportarse coherentemente con su naturaleza. Pero el hombre queda huérfano de toda guía si rechaza sus pulsiones espirituales.

Quizá esta sea la causa de tanto comportamiento absurdo como se puede ver en un mundo que no sólo ha dado la espalda a Dios, sino que también la ha dado a su naturaleza espiritual.

¡Y así nos va!

martes, 6 de octubre de 2009

La religión progresista

Por muy laicistas que se presenten, los progresistas son auténticos obsesos religiosos, que pretenden imponer su religión a sangre y fuego. ¿Que esto es una contradicción? ¡Por supuesto! Es sólo una más de las contradicciones en las que cae una sociedad que ha decidido rechazar a su Creador.

¿En qué consiste esta religión? Pues para mostrároslo, empezaré por enseñaros su decálogo, después sus dogmas y para terminar su liturgia... que de todo tienen.


Estos son los diez mandamientos progresistas:

  1. Serás tolerante sobre todas las cosas.
  2. No tomarás el progresismo a broma.
  3. Santificarás el día del orgullo gay.
  4. Honrarás a las parejas de tus padres/madres, con independencia de su orientación sexual.
  5. No matarás animales ni plantas.
  6. No usarás del sexo sin preservativo.
  7. No escamotearás el impuesto ecológico.
  8. No dirás que tienes la verdad ni que ésta existe.
  9. No consentirás pensamientos espirituales.
  10. No renunciarás a nada que puedas desear.
También cuentan con sus dogmas; es decir, aquellas verdades que se proclaman como ciertas sin una demostración científica que las avale, o incluso aunque la evidencia diga lo contrario:

  • Dios no existe.
  • Todo existe por mera casualidad evolutiva.
  • El hombre es una evolución a un estado animal superior no espiritual: no tiene alma.
  • Hombre y mujer no son diferentes.
  • El sexo es una creación cultural, lo auténtico es el género que cada uno elija libremente.
  • Se puede cambiar de sexo a libre voluntad.
  • Todos los personajes históricos que destacan por sus cualidades humanas fueron homosexuales.
  • La ciencia siempre nos llevará a un estado de progreso superior.
  • Lo moral es la conducta de la mayoría.
  • La Iglesia Católica en la peor enemiga del progresismo [de este pseudo-progresismo, por supuesto]

Y su liturgia incluye una serie de ritos y festividades, como el día del orgullo gay, con sus "procesiones" y todo. También cuentan con sus santuarios y ciudades santas: La ONU y San Francisco.

Lo único que su religión no tiene es lo esencial: el trato con el Dios creador.

lunes, 14 de septiembre de 2009

¿Hemos vuelto al fariseismo?

Los cristianos, al igual que los fariseos del tiempo se Jesús, hemos convertido nuestra fe en algo sociológico: cumplimos la apariencia, pero nuestro corazón esta lejos del Señor; no acabamos de creernos que Él es el camino, la verdad y la vida; que su palabra debe ser nuestra norma de comportamiento. Así, tratamos de amoldar el Evangelio a nuestra vida, haciéndolo compatible con nuestra lógica mundana, en vez de amoldar nuestra vida al Evangelio, según la lógica de Dios.

Los fariseos actuaban así porque lo que buscaban era mantener la estructura social de Israel como nación, por eso se aferraban tanto a tradiciones y ritos. No podemos juzgar si lo hacía así por pensar que esa era lo mejor para el pueblo elegido, o más bien trataban de mantener sus privilegios como "guardianes de la ortodoxia". Pero lo cierto es que habían olvidado que era Dios -y no sus tradiciones- el que tenía que salvarles enviando al Mesías.

Frente al laicismo imperante, podemos caer en la tentación de empeñarnos en mantener la estructura social de la Iglesia y nuestros derechos ciudadanos -la clase de religión, nuestras procesiones y cofradías, nuestros templos-; y olvidarnos de que lo importante es vivir profundamente nuestra fe, el mensaje evangélico, dando testimonio de santidad a nuestros hijos y hermanos...

Busquemos el Reino de Dios y la santidad, que lo demás se nos dará por añadidura.

martes, 8 de septiembre de 2009

La sociedad actual está muy enferma

Por supuesto, no me estoy preocupando por la gripe A, ni por la gripe aviar, ni por los pollos locos o las vacas locas o cualquiera de las pseudo-pandemias que han asustado al mundo recientemente.

Me refiero a que la sociedad actual esta muy enferma del espíritu, lo que es mucho más grave que todas las posibles enfermedades del cuerpo. El principal síntoma de un espíritu enfermo es que confunde el bien con el mal y la verdad con la mentira. No es tanto que haga el mal o diga mentiras -que esto ha ocurrido siempre desde que la naturaleza humana cayó en el primer pecado-, sino que niega la verdad y busca el mal no por debilidad, sino con auténtico propósito maligno.

Seguro que hay quien piensa que exagero; por eso quiero comentar los ejemplos que me han llevado a esta afirmación.
  • Se niega la creación Divina de todo lo que existe; y como no se le encuentra otra justificación a la existencia de todo esto, el mundillo científico no tiene empacho en decir que es consecuencia de la casualidad . Un científico que niega la causalidad y defiende la casualidad no es que sea mentiroso, sino que tiene el espíritu enfermo y ha perdido hasta el sentido del ridículo.
  • Se niega la existencia de Dios, alegando que ésta es materia de fe, no de razón; pero se adora a la diosa fortuna [la casualidad], lo que es mucho más irracional.
  • Una sociedad que tiene la sensibilidad de legislar con duras penas el maltrato animal o la supresión de ciertas crías de animales o huevos de aves, no tiene ninguna vergüenza en propugnar el aborto de fetos humanos; incluso se tiene la desfachatez de defenderlo como un derecho humano fundamental y parte de la salud reproductiva: ¿Cómo se puede llamar salud a la supresión de una vida humana? ¿Puede un espíritu que no esté enfermo defender semejante disparate?
  • Como decíamos, nuestra sociedad defiende la máxima pureza de la naturaleza y su conservación estricta, incluso a costa de que el hombre empeore sus condiciones de vida o le resulten más complicadas o caras. Y esto es positivo, ya que la Naturaleza que Dios creó es buena. Pero simultáneamente se defiende la adulteración de la naturaleza humana, hasta el extremo de considerar la desviación de la homosexualidad como una actividad incluso más positiva que la heterosexualidad. Por supuesto no se puede alterar la fauna o la flora de una pequeña comarca; pero sí se puede fomentar la transexualidad: ese imposible científico que oculta a las incautas víctimas que una modificación de la apariencia no varía la composición cromosómica de cada una de las células del cuerpo humano, que siempre permanecerán con el sexo con el que fueron creadas.
  • Parece como si hubiese un interés expreso en exaltar cualquier vicio que tenga connotaciones morales. Se convierte en héroes sociales a personajes cuyo único mérito es cambiar de pareja sexual cada seis meses y provocar constantes escándalos. Esta sociedad enferma no se da cuenta de que con esta actitud se está destruyendo a sí misma. Pero a los vicios que no tienen connotaciones morales se les ataca con dureza, como ocurre en todo occidente con el tabaco. Por supuesto, no se es tan estricto con el alcohol, ya que la moral cristiana considera inmoral su consumo hasta la borrachera; y claro, la sociedad no podía reprobar aquello que reprueba la moral. Es curioso que para perseguir estos nuevos "pecados sociales" moralmente neutros no se respetan ni algunas de las libertades individuales que tanto le costó a esta sociedad conseguir.
  • Otro de los síntomas de la enfermedad del espíritu es la intromisión de los poderes públicos en la vida privada de las parejas, haciendo publicidad de cómo se deben repartir las tareas domésticas; pero luego les permiten a esas mismas parejas divorciarse en tres meses sin necesidad de dar ni siquiera una razón. Claro, lo primero no está regulado por la moral y por eso se propone; pero lo segundo sí y se debe dejar al libre albedrío de los interesados, conviertiendo el contrato matrimonial en el único que la ley permite no cumplir.
  • Del mismo modo, se niegan las propias raíces cristianas de la sociedad occidental; y para sustituirlas, se admite toda superstición y superchería importadas de oriente.
  • Y si echamos un vistazo a las bellas artes, comprobaremos que ahora se presentan las mayores aberraciones como si fueran magníficas creaciones artísticas: los que anteponen el mal al bien, acaban anteponiendo lo horroroso a la belleza.
  • Y en el campo del pensamiento y la filosofía los síntomas de enfermedad no son inferiores. Ahora la medida de todas las cosas no es la realidad o la naturaleza de las cosas, sino la voluntad del hombre: si yo quiero ser mujer ¿qué importa que los cromosomas de todas mis células sean masculinos? Por supuesto, no les basta con negar la metafísica, sino que se llega a negar incluso la lógica más fundamental: la misma joven que no puede ni comprar un paquete de tabaco hasta los dieciocho años, puede abortar libremente sin ni siquiera decírselo a sus padres.

En definitiva, la sociedad progresista -paradigma de la enfermedad del espíritu- establece un estrecho margen para lo que se considera socialmente correcto y proscribe sin piedad todo lo demás: la tolerancia es impuesta con total intolerancia; todo el que no comparta el libertinaje moral y la estricta disciplina ecológica en proscrito drásticamente.
Son todas estas contradicciones que he expuesto las que ponen de manifiesto que no sólo la naturaleza del hombre está caída, sino que su espíritu está gravemente enfermo y se guía por la maldad intrínseca, explícita y conscientemente buscada.

¿Quién sino Dios sanará a esta sociedad?

domingo, 30 de agosto de 2009

En el Santuario de Fatima

He aprovechado las vacaciones estivales para pasar unos días en el Santuario de Fátima; y he podido comprobar que todavía sigue muy viva la fe en algunos lugares.

Una de las cosas que llama la atención es la cantidad de jóvenes y hombres que se ven por allí rezando el rosario, en la capilla del Santísimo (que está permanentemente expuesto a la adoración) o esperando en los confesionarios. Os aseguro que una visita a Fátima echa por tierra el tópico de que la religión es sólo cosa de cuatro viejas. Se ven familias enteras, matrimonios jóvenes con bebés, parejas jóvenes... y muchos sacerdotes a los que se les nota que son sacerdotes. Y, por supuesto, dentro del recinto del santuario el silencio y el recogimiento son más que aceptables (salvo los inevitables grupos de españoles e italianos, siempre tan bulliciosos).

Solíamos asistir a la Misa en castellano de las 19,15 horas. La preside algún sacerdote de cualquiera de los muchos grupos de Españoles que allí van; y es habitual que diga una pequeña homilía. En una de ellas me impresionó mucho un comentario del sacerdote. Al referirse a la fe de Nuestra Señora cuando aceptó la voluntad de Dios que le fue manifestada por el ángel en la Anunciación, comentó: "menos mal que la Virgen no fue a consultar a un cura, porque entonces todavía estaríamos esperando la encarnación"
. Inmediatamente explicó lo que quería decir. Se refirió a su experiencia de que muchos curas siempre tratan de facilitar la vida de los fieles; y trató de reproducir el supuesto diálogo de la Virgen con el cura de la época:
<<¿Estás segura de que era un ángel? ¿No estarás muy cansada y lo confundes con un sueño?
Una decisión así hay que tomarla después de pensarlo mucho.
¿Has pensado el escándalo que provocarás en tu pueblo? ¿Qué dirá el bueno de José?>>

Efectivamente, muchos curas bienintencionados aparcan la providencia y la gracia a la hora de aconsejar a sus fieles. Tratan de hacerles el cristianismo tan fácil y agradable, que lo acaban desvirtuando. Por una parte, debemos contar siempre con la ayuda de Dios: nunca nos pedirá nada que no nos haya dado Él antes. Por otra parte, tenemos las palabras de Jesús: quien quiera seguirme que cargue con su cruz... si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros... Nunca dijo el Señor que seguirle o hacer la voluntad de Dios fuese cosa fácil, al menos en el arranque; aunque luego... mi yugo es suave y mi carga ligera.

Quizá esta sea la clave del catolicismo claudicante actual: en vez de coger el rábano por las hojas... nos dedicamos a templar gaitas.

viernes, 7 de agosto de 2009

Desesperarse sería dar la espalda a Dios

Efectivamente, si Dios ha enviado a su Hijo para salvar al mundo, entonces tenemos la seguridad de que el barco de la humanidad se dirige a buen puerto, sin posibilidad de volver a extraviarse.

Evidentemente, dentro del barco se producen todo tipo de roces, fricciones, traiciones y felonías...; pero el barco sigue su singladura con Cristo por timonel.

Lo que pretende el maligno es que nos desesperemos, que pensemos que esto no tiene remedio y acabemos saltando por la borda; y esto es lo único que no debemos hacer -dar la espalda a Dios- porque es la única manera de evitar la salvación de Dios.

Este fue el error de Judas.

lunes, 3 de agosto de 2009

Santificar el mundo

Sigo con el tema de la entrada anterior: la oposición del mundo al mensaje evangélico.

Muchos ya se han dado cuenta de que la mejro manera de oponerse no es combatirlo directamente, sino tratar de santificarlo con nuestra actuación. Pero no se trata sólo de santificar nuestra vida ordinaria dentro de este mundo, de santificar sus estructuras, sino de cambiarlas por estructuras que faciliten la venida del Reino, que es algo muy distinto.

Como ya he dicho en una entrada anterior, no nos podemos conformar con ganarnos la vida santamente, por muy bueno que fuese que todo el mundo lo hiciese así. Para santificar el mundo, tenemos que luchar por aplicar el mensaje de las bienaventuranzas: tenemos que estar ajenos a las ambiciones humanas, a las seguridades humanas y a las vanidades humanas.

Con la gracia de Dios, por supuesto.

jueves, 30 de julio de 2009

Arrastrar al mundo

Los cristianos nunca podremos evitar que haya un mundo opuesto al camino marcado por Dios. El hecho de que la naturaleza humana esté caída producirá en el hombre esa tendencia a transgredir la norma de Dios, aunque sólo sea en nuestro interior. Lo que sí debemos procurar los cristianos es que ese mundo no nos arrastre. Y en esto estamos perdiendo la batalla, aunque solo sea porque utilizamos sus mismos metodos para combatirlo: odio y revancha.

Pero el problema no es que lo ataquemos con métodos inadecuados, sino que nos dejamos arrastrar... incluso con mucha complacencia. Por ejemplo, desde hace un año el mundo está en grave crisis debido a la codicia de los especuladores financieros e inmobiliarios. Pero,
¿podemos decir los cristianos que no hemos colaborado a producirla?, ¿que nos abstuvimos de la especulanion y la codicia?, ¿que realmente nos creímos que los pobres de espíritu serán bienaventurados? Si somos sinceros tenemos que reconocer que ante esta crisis los cristianos ni hemos sido ejemplo de nada, ni podemos tirar la primera piedra.

Quizá es que nos ocupamos tanto de denunciar los errores del mundo, de oponernos a él, que nos acaba arrastrando. Creo que si nos ocupasemos más de ser nosotros mejores cristianos en todo, de seguir el mensaje evangélico aunque resulte tan extraño a la sociedad occidental, a la larga seríamos nosotros los que arrastraríamos al mundo; como ya se ha hecho tantas veces y con tantas culturas durante estos dos mil años.

Una vez más, lo que nos falta es fe.

lunes, 20 de julio de 2009

El Reino de Dios y el mundo

Evidentemente, cuando Jesucristo nos prometió la venida del Reino de Dios, se estaba refiriendo a un estado de cosas totalmente diferente al que existía en el "mundo" que había existido hasta entonces. Y esto es debido a que, como consecuencia del pecado original, el reino de este mundo resulta imperfecto aún en los casos en los que nos acercamos mucho a lo que llamamos justicia social.


Pero, su promesa no se ha cumplido, el Reino de Dios no se ha realizado en la Tierra. No es que Jesús nos haya fallado, sino que nosotros no supimos recibir su Reino: o nos faltó fe o nos faltó voluntad. Por tanto, es cometido de los cristianos faenar para que el Reino llegue cuanto antes, y cambie radicalmente nuestras estructuras sociales. Si, por el contrario, lo que hacemos es acomodarnos a las estructuras de este "mundo" -por muy justas que logremos hacerlas- entonces estamos retrasando la venida del auténtico Reino. O para decirlo más claro con palabras evangélicas: nosotros estamos en este mundo, pero no somos del "mundo"; tenemos que trabajar en el mundo, pero no acomodarnos en él.

Por tanto, debemos cumplir las normas legítimas del mundo, con especial empeño aquellas que llevan a la justicia social y cambiar lo que sea necesario; pero sabiendo que será una situación imperfecta, que la perfección llegará cuando se realice aquí en la Tierra el Reino de Dios, el Reino que se deriva del mensaje evangélico.


"Los hijos de este mundo son mucho más sagaces que los hijos de la luz". Quizá esta frase sirva para resumir un poco lo que pretendo decir. Los hijos del mundo se afanan en conseguir aquello que consideran mejor y se preocupan por progresar. Entonces, ¿por qué los hijos de la luz -los que conocemos lo qué es mejor de verdad- no nos afanamos porque el Reino progrese lo más posible? Nos falta sagacidad para implantarlo; o quizá sea Fe lo que nos falta para convencernos que su Reino será mejor que cualquier sociedad que nosotros logremos idear.


Algunos cristianos han centrado su predicación evangélica en la justicia social -objetivo en sí mismo bueno-; otros han reducido el mensaje evangélico a la lucha social o nacionalista, lo que es peor; y ambos están retrasando la llegada del Reino, por muy bienintencionados que sean. La mera justicia humana no puede ser la meta de la Doctrina Social de la Iglesia; esto sería demasiado poco, sería sólo el mínimo.

Concretaré un poco más.
Para disfrutar de la riqueza no basta con haberla obtenido con esfuerzo y honradez -lo que le daría legitimidad suficiente en el "mundo"-, sino que además debemos asegurarnos de que, con nuestro disfrute no le estamos hurtando lo necesario al prógimo; que esa riqueza contribuye al bien común del mejor modo posible. Todos los derechos, riquezas, placeres y ambiciones que son justas y legítimas según el "mundo", se convierten en perniciosas si ocupan el lugar que deberíamos reservar a Dios, si retrasan la venida de su Reino. A la postre, todas las estructuras humanamente justas se convierten en obstáculos si nos acomodamos a ellas y evitamos el establecimiento del espíritu del sermón de la montaña; en definitiva, las bienaventuranzas.

Sí, ya sé que parece muy difícil: pero si esta dificultad se superase, todo sería mucho más fácil para todos,... ricos y pobres.

martes, 30 de junio de 2009

Sigamos hablando de amor

Amar es difuminar los limites de la propia persona: yo no sólo soy yo, sino que también soy algo tú; y tú eres algo yo; lo mio es nuestro y lo tuyo es nuestro. Por esto, después de un auténtico amor, restablecer los límites de la propia persona es traumático; es como una amputación de partes que ya son yo, que me pertenecen.

Si llevamos esto al orden sobrenatural, comprobamos que Dios, al amarnos, nos posee; pero también nos diviniza si le amamos, porque empezamos a ser algo de Dios. Nosotros somos totalmente de Él, por eso necesitamos que Él este también en nosotros: es nuestro fin natural y sobrenatural.

Y lo mismo ocurre con nuestros hermanos cristianos: el amor de Cristo nos funde en un mismo cuerpo místico: "ut omnes unum sint sicut Tu Pater in me et ego in te" (que todos seamos uno como Tú Padre en mí y Yo en Ti). Pero nos funde en Dios, en Cristo, mientras estamos unidos a Él. Por esto, para llegar al fondo de alguien el mejor camino es Cristo -unirse al Él, identificarse con Él-, ya que de esta forma todos seremos uno.

No es "metiéndonos en el mundo" como nos acercamos a los demás, sino alejándonos del mundo y acercándonos a Dios: si estamos identificados con Cristo, el hermano nos reconocerá mejor que si tratamos de imitarle, de semejarnos a él.

domingo, 28 de junio de 2009

¿Justicia o misericordia?

Desde siempre los cristianos nos hemos planteado como contrapuestas estas dos cualidades de Dios: es tanto infinitamente justo como infinitamente misericordioso; no acertamos a entender cómo se pueden compaginar.

Creo que he resuelto el misterio: la misericordia de Dios es su justicia impartida con las razones de su corazón. En Dios la justicia es igual a la misericordia. Si nosotros las distinguimos es porque utilizamos nuestra razón humana para impartir justicia; y utilizamos nuestro amor -la razón emocional- para obrar con misericordia. Pero Dios es uno y simple: siempre actúa con todo su ser, que es amor. En Él, justicia y misericordia son lo mismo, pero con parámetros distintos de los humanos. Nosotros sólo podemos entender la justicia como el veredicto alcanzado en función de los actos probados, la norma que los regula y la interpretación lógica que de todo esto haga el juez. No es un reproche, ya que no podríamos establecer un sistema judicial basado en nuestra razón emocional, que es intuitiva, no explicable ni transmisible; y que sólo el amor entiende.


Iré un poco más lejos. Por supuesto, es la razón emocional la que esta más cerca de la fe. Es más, fe y razón se contraponen como modo de conocimiento: no es que la fe nos haga creer cosas irracionales, sino que -por definición- no se puede alcanzar la fe por la simple razón. La fe nos ha de ser revelada para poder ser admitida por nosotros. La fe entra por el corazón y no por la cabeza: depende más de la intuición que de los sentidos.


Y lo mismo ocurre con nuestro conocimiento de Dios: sólo por la fe y la intuición podremos aproximarnos un poco a su naturaleza. La razón no es mala; pero sólo es un instrumento que Dios nos da para que entendamos y dominemos la creación. No podemos pretender utilizar ese mismo instrumento para entender y dominar al mismo Dios que nos lo ha dado. Nuestra única relación con Dios pasa por la fe; sólo con mucha humildad podemos utilizar la razón y la ciencia, para ampliar el conocimiento de Dios que se nos da por la revelación; pero sin esa humildad, el resultado es el contrario del que buscamos: la razón soberbia nos separará de Dios.


El ejemplo más claro que tenemos es la Eucaristía: sin fe humilde no se entiende este misterio. Pretender comprenderlo con la razón sería como si un ordenador quisiese entender y compartir nuestros sentimientos humanos con su programación de bits positivos y negativos.

Si queremos entender a Dios, deberemos atenernos a lo que nos ha revelado sobre sí mismo; y utilizar con mucha humildad los medios que ha puesto a nuestro alcance: fe y amor.

jueves, 25 de junio de 2009

El amor tiene razones que la razón no entiende

El amor tiene razones que la razón no entiende. Esto lo hemos experimentado todos con cierta frecuencia: sentimos la necesidad de actuar sin una razón lógica o, incluso, en contra de toda lógica. Ésta es la característica peculiar del enamoramiento.

En principio, como seres racionales que somos, es mejor que en nuestra vida nos dejemos aconsejar por la lógica; y que actuemos en base a razones de peso si queremos alcanzar nuestros objetivos humanos.

Pero si el objetivo que buscamos es la felicidad, entonces no está tan claro que sea la razón la que nos la pueda proporcionar: nadie es feliz a base de encadenar razonamientos. La felicidad tiene mucho más que ver con el amor que con la filosofía o la técnica. Tanto a nivel personal como social: será el amor el que nos consiga una sociedad más humana, un mundo más justo, en el que merezca la pena vivir. Entonces, ¿por qué hacemos más caso a las razones de nuestra lógica, que a las razones de nuestro amor?, por muy evidentes que aquéllas se presenten y muy inseguras que éstas aparezcan.

Desde que la revolución francesa entronizó la razón, hemos desechado las otras formas de conocimiento (la intuición y la fe), a pesar de que la historia nos revela que este mundo más lógico y científico no nos ha traído la felicidad que esperábamos (de hecho, la "diosa razón" provocó en Francia la "época del terror" presidida por la guillotina, el periodo más negro de su historia).

Exigimos razones para todo; pero no todo es posible razonarlo. Es muy habitual entre los jóvenes el siguiente planteamiento: "si no consigues convencerme de que algo es malo, no puedes prohibírmelo". Y no caen en la cuenta de que si algo es malo, lo seguirá siendo a pesar de mi falta de capacidad para convencerles (o de su falta de capacidad para entenderlo). Quizá sea esta la razón por la que se les puede ver disfrutando con tantas cosas que, a medio plazo, acabarán destruyéndoles; y entonces se quejarán: ¡nadie me lo advirtió!; cuando deberían decir: ¡nadie me convenció de que era malo!

No me acaba de convencer ese afán actual de intentar razonar toda la fe y la moral. Hay que ser razonables; pero la razón no puede tener ni la única ni la última palabra. Si se trata de buscar la felicidad -temporal o eterna-, la intuición y la fe son mejores consejeras que el razonamiento o la ciencia.

lunes, 22 de junio de 2009

Podríamos dividirnos en tres tipos

Podríamos dividir a la humanidad en tres tipos de personas:

Los que piensan que el hombre es el fruto casual de la evolución de la materia. Por lo tanto, sería uno más de los animales, el animal racional, el nivel superior de la escala evolutiva; pero como tenemos libertad, podemos resultar dañinos al resto de los seres vivos y alterar el "casual" proceso evolutivo. Son los partidarios del "proyecto simio", que preferirían que esta especie tan peligrosa desapareciese de la faz de la Tierra; y así la materia pudiese seguir con su evolución sin interferencias. A la postre, igualan a todos los hombres asignándoles el último puesto de la creación; aunque con frecuencia algunos de ellos creen haber encontrado el sistema perfecto y se consideran en el derecho de imponérselo al resto de la masa.

Después están los que se consideran el centro del universo: la inteligencia humana debe someter todo al servicio del hombre, muy especialmente al servicio de aquellos hombres que con su inteligencia ayudan al progreso de la especie humana. Son los partidarios del Nuevo Orden Mundial y miembros del Club Bilderberg. No les preocupa cómo ha sucedido; pero si el destino les ha puesto al frente de la humanidad, ellos deben dirigirla del modo que más convenga a sus intereses: una humanidad narcotizada por el hedonismo y el materialismo que -pensando que actúa libremente- les permita el control total y disfrutar de sus privilegios en paz. Por supuesto, cualquier ideología o creencia distinta de las que ellos propagan supone una amenaza a su hegemonía y debe ser exterminada... disimuladamente, sin imposiciones, que parezca una modificación paulatina y lógica de las costumbres sociales: hay que preservar la paz (al menos aparentemente) para que el sistema financiero mundial (que es el instrumento del poder) no sufra.

Por fin, estamos los que creemos que la evolución ha sido minuciosamente planeada por una inteligencia superior. Que el hombre es el culmen de dicha evolución con una diferencia cualitativa inmensa con los demás seres: tiene dignidad personal, valor en sí mismo, porque ha sido expresamente querido por el Creador. Esto nos encuadra en una categoría tan especial, que iguala a todos los hombres reduciendo al mínimo las diferencias que, ante la sociedad descreída, pudiesen parecer muy grandes. Pero también nos impone obligaciones: tenemos que corresponder al querer de Dios con nuestra libre voluntad; y habitualmente tendremos que responder queriendo a los demás seres que Dios quiere. En definitiva, buscar el bien común por los caminos que nuestro creador nos ha revelado.

Aparentemente, el primer grupo ha quedado superado con la caída de los absolutismos socialistas o nacional-socialistas. El segundo grupo está ahora mismo en pleno desarrollo, muy cerca ya de alcanzar sus objetivos. Pero se encuentra con un escollo terco y recalcitrante, que ni se deja comprar ni se deja convencer...; y por esto tratan de anularlo, de excluirlo de la sociedad progresista: el Cristianismo, como viene haciendo desde hace dos mil años, se opone a cualquier poder humano que quiera someterlo...; y lo seguirá haciendo dentro de otros dos mil años, cuando esta sociedad progresista y prepotente sea historia, como lo es la antigua sociedad romana, a la que tanto se parece.

Dicho esto: ¿en qué grupo queremos encuadrarnos?

viernes, 19 de junio de 2009

Pero..., ¡Satanás sí existe!

Efectivamente, Satanás sí existe. De hecho es uno de los temás más recurrentes en el Evangelio. Entoces, ¿es que el mal sí existe?

La realidad es que Satanás no produce el mal, sino que lo que hace es tratar de alejarnos del bien -de Dios- produciendo la ausencia de bien, el vacío absoluto. Por esto, en el imposible supuesto de que llegase a triunfar sobre las fuerzas divinas, no lograría establecer el reino que pretende, sino la nada: reinaría sobre el vacío, porque donde no hay bien, no hay nada.

Este es el terrible engaño al que pretende someternos el maligno: nos ofrece todo su poder a cambio de dar la espalda a Dios; pero a la postre su poder es el vacío.

Y es que no hay alternativa posible: o Dios, o nada.

jueves, 18 de junio de 2009

El mal no existe.

Los maniqueos creían que existían dos principios creadores -el bien y el mal, ambos con igual poder- que luchaban constantemente para lograr imponerse al otro.

La realidad es mucho más sencilla: sólo existe el bien, la belleza, la verdad. El mal, la fealdad y la mentira no son más que el vacío que queda cuando aquéllos están ausentes. Lo que sí existe es la "posibilidad de ausencia"; y esta posibilidad fue expresamente querida por Dios, cuando eligió hacernos libres. El mal y la mentira no existen, son el hueco que aparece cuando el hombre, en uso de su libertad, decide rechazar el bien y la verdad.

Y esto no sólo ocurre con el mal moral: incluso el mal material -la enfermedad, la muerte-, son habitualmente consecuencias de nuestra libertad y del mal uso que hacemos de ella.

Y tantas otras cosas que ni siquiera son males, sino ausencia de bienes a los que no tenemos derecho o que no nos resultan imprescindibles, pero que nuestra soberbia y nuestra envidia exigen.

Incluso nos atrevemos a considerar males aquellas cosas que, limitando nuestra libertad, nos permiten permanecer en el bien que nos empeñamos en rechazar.

Otras veces, simplemente nos tapamos los ojos para no ver el bien y así poder decir que no existe, que solo cabe conformarse con el mal y no podemos aspirar a otra cosa.

Por todo esto, me llamó poderosamente la atención la definición de pecado que leí en un libro cuyo título ya no recuerdo:

Pecado es la voluntad de experimentar el mal, habiendo conocido previamente el bien.

Es decir, empeñarnos en vaciar lo que estaba lleno.

lunes, 15 de junio de 2009

¿Es Dios un invento provocado por el miedo?

Después de varios meses, me he sacudido la pereza mental y vuelvo a compartir las ideas que se me van ocurriendo.

Esta vez, escribo impulsado por una pintada que leí el pasado sábado, justo enfrente de la casa de ejercicios en la que estaba haciendo un retiro espiritual. Alguien había llegado a la siguiente conclusión y se había visto en la obligación de comunicárnosla:

"Dios es un invento del hombre provocado por el miedo"

Quizá, el pensador que escribió esto lo hizo tras comprobar que, efectivamente, los que no creen en Dios pasan mucho más miedo que los que creemos (entre otros, el miedo a equivocarse y rechazar a un Dios que les ama). Quizá pensó que si nosotros no tenemos miedo es porque nos hemos "inventado" este antídoto. Lo que sí es seguro es que conoce bien poco a este Dios al que califica de "invento".

Si se hubiese molestado en conocerle un poco mejor, se habría dado cuenta de que, en todo caso, Dios sería un invento del amor, no del temor. Sabría que Dios se revela al hombre para comunicarle su amor, no para meterle miedo; y el hombre ve la posibilidad de saciar su necesidad de amar, aceptando el amor de este Dios que le ha creado y a quien todo se lo debe.

Y entonces, una vez conocido Dios, es cuando nos entra el miedo; pero no el miedo a Dios, ni el miedo al mundo, sino el miedo a separarnos de Dios, el miedo a volverle la espalda y perder su gracia, el miedo a quedarnos sin Él. Éste es el único miedo que el creyente se puede consentir. El temor de Dios bien entendido no es el miedo al castigo divino, sino el miedo a defraudarle.

Y mientras tanto, los no creyentes siguen teniendo miedo de todo lo que puede pasarles. Desconocedores de la providencia divina se quedan en manos del fatídico destino, que no tiene ni rumbo ni misericordia con el hombre. Y se temen siempre lo peor (en las últimas epidemias de gripe aviar y gripe porcina tenemos un buen ejemplo: a pesar de que no han sido mucho más graves que la gripe común, se extendió el miedo a que el virus mutase y causase una inmensa pandemia) y tratan con sus escasos medios de oponerse a las fuerzas de la naturaleza (terremotos, maremotos, inundaciones, etc...). Lo curioso es que, por contraste, se ríen de aquello de lo que sí deberían tener miedo: las aberraciones morales que darán al traste con la sociedad occidental y les pueden alejar definitivamente de su Creador.

No, Dios no es un producto del miedo, sino que el miedo es producto de la ausencia de Dios.

domingo, 22 de marzo de 2009

Nadar y guardar la ropa

No se puede servir a dos señores, esto está claro; y nadie que tenga un mínimo de coherencia personal pretenderá poner velas a Dios y al diablo. Pero lo que ya no tenemos todos tan claro es que tampoco se puede "nadar y guardar la ropa". Es decir, pretendemos servir sólo a Dios; pero no queremos arriesgar nada de lo que en teoría habíamos puesto a su servicio. Por supuesto, nunca iríamos en contra de Dios; pero sí admitimos pecar de omisión si el servicio a Dios nos puede traer algún perjuicio..., aunque sólo sea arriesgarnos a que nos ridiculicen. Y esto sin mencionar a aquellos que no sólo quieren guardar la ropa, sino incluso sacar algún provecho de su aparente servicio a Dios, que también los hay.

Entre unos y otros, hacemos posible que un colectivo tan numeroso como los católicos -y con una magnífica moral social-, tengan una influencia casi nula en occidente y más en concreto en España.

Como el pecado lleva la penitencia, muy frecuentemente esta desconfianza en la Providencia nos lleva a no "nadar" a gusto y, además, arriesgar "la ropa" que pretendemos guardar. Hablando claro, ni somos buenos cristianos ni gozamos de los privilegios sociales de los descreídos (los hijos de las tinieblas son más listos que los hijos de la luz). Además, nuestro Padre, al observar nuestra desconfianza, acaba dejándonos a nuestra suerte...; y al final nos quedamos sin el apoyo de Dios y con el desprecio del mundo.

Y es que no nos entra en la cabeza que este mundo, en el fondo, admira a los que tienen convicciones firmes y en su vida son coherentes con ellas; pero desprecia a los que sólo mantienen esas convicciones en teoría, pero en la práctica las aparcan para que no les estorben. El mensaje evangélico con toda su crudeza despierta admiración; y verlo hecho vida en alguien, mucho más...; y así lo difundieron los apóstoles desde el comienzo. Pero nuestra mediocridad y nuestra falta de confianza en Dios, termina alejando a tantos que, de otro modo, se hubiesen sentidos atraídos por el mensaje divino.

¡Preocupémonos de "nadar mar adentro", que ya se encargará el Señor de guardarnos la ropa"

jueves, 19 de marzo de 2009

El infierno y la confesión

Se pone en duda la existencia del infierno, incluso del purgatorio, porque se piensa que su mención disuadiría a aquellos que pudieran acercarse a nuestra Fe. Es este un planteamiento erróneo: nuestro Señor no dudó en hablar del infierno -llanto y crujir de dientes; la gehena del fuego inextinguible- a aquellos que se acercaban a escucharle. Y no voy a ser yo quien le enmiende la plana.

El infierno existe, entre otras cosas, porque es una consecuencia de la libertad humana: debe haber un lugar al que puedan ir aquellos que, en uso de su libertad, decidan rechazar a Dios. Si el hombre es libre, el amor es la manifestación por antonomasia de esa libertad: no se puede obligar a amar a nadie; y el que no quiera amar a Dios, tendrá que tener un sitio bien alejado de Dios. El primer inquilino del infierno es Lucifer, que se negó a amar a Dios (quizá porque se creyó superior a Él). Pero puede haber muchos más: todos aquellos soberbios que rechacen a Dios porque prefieren amarse sólo a sí mismos.

Y no sólo hay que hablar de la mera existencia del infierno, sino que hay que informar de que es un lugar de horror en el que no es posible ni amar ni ser amado: en donde el egoísmo que nos consumió en vida, nos seguirá consumiendo toda la eternidad. Los pastores no tienen derecho a ocultar esta realidad, a negarla o a mostrárnosla con paños calientes. Hay que hablar con toda crudeza -aún a riesgo de parecer medievales-, a ver si lo que no consigue el amor de Dios lo consigue la amenaza del castigo cierto; el miedo a quedar separado eternamente de Él.

Sin necesidad de llegar al castigo eterno, también hay que hablar del purgatorio: el estado en el que sufrimos una angustia inmensa por darnos cuenta de manera evidente que hemos desperdiciado nuestro paso por la Tierra, y que hemos dado la espalda a quien sólo pretendía amarnos.

Y los Pastores tienen obligación de hablar de todo esto -que puede parecer muy catastrófico-, porque la solución está al alcance de cualquiera. Lo que ocurre es que de la solución tampoco se habla: la Confesión sacramental. Es también infame que nuestros pastores nos oculten esta otra realidad, porque el que sólo pretendía amarnos y nos pide amor, estableció la vía de reconciliación más sencilla y asombrosa que existe: simplemente tenemos que reconocer nuestra culpa ante Jesús-sacerdote y quedamos perdonados. ¡Ya quisiéramos que la justicia humana nos absolviese cuando reconociésemos nuestra culpa!; ó que el Banco nos perdonase la deuda ¡cuando reconocemos que les debemos un dinero que no podemos pagar!

Pues parece que a muchos esta maravilla de amor y de perdón no les parece suficientemente buena como para difundirla; y, claro, si no hablan del perdón, tampoco pueden hablar del castigo, que suena desproporcionado. Piensan que es mejor ocultar todo, esconder las maravillas divinas a los hombres y dejar que se las compongan como puedan. ¡Y se llaman progresistas! Lo que sí es una barbaridad es ocultar ambas realidades y dejar al hombre a su suerte, y cerrándole el camino de vuelta.

Además, lo único desproporcionado es el Cielo, esa maravilla de amor a la que no tenemos ningún derecho y que nos fue conquistada por Cristo con su muerte. El infierno y el purgatorio no serán castigos desproporcionados, porque ni siquiera serán castigos, sino diagnósticos: ante la Verdad divina y la realidad de nuestra vida, sufriremos la angustia derivada de nuestro egoísmo y nuestras estupideces; y en ella permaneceremos temporal o eternamente.

¡No!, los Pastores no tienen derecho a esconder estas realidades.

lunes, 16 de marzo de 2009

La Cuaresma: éxodo antes de la Tierra Prometida

Podríamos decir que la primera "cuaresma" de la Historia no fueron los cuarenta días del Señor en el desierto, sino los cuarenta años del pueblo de Israel en el desierto.

La salida de Egipto supuso para el pueblo de Israel la libertad y el comienzo de su marcha hacia la Tierra Prometida. Pero toda meta requiere su esfuerzo. Para conseguir la libertad tuvieron que abandonar la seguridad y las comodidades de que disfrutaban en Egipto; y comenzar un largo peregrinaje en condiciones peores de las que tenían en Egipto, a pesar de la servidumbre a la que estaban sometidos.

Por esto, pasada la euforia del primer momento, ese mismo pueblo liberado le reprocha a Moisés su liberación: ¿Quién nos hubiera dado morir a manos del Señor en el país de Egipto, cuando nos sentábamos junto a la olla de carne y comíamos pan hasta saciarnos? (Ex 16, 3); ¿porqué nos has sacad de Egipto para dejarnos morir de sed...? (Ex 17, 3). Esta primera "cuaresma" de años fue una dolorosa peregrinación llena de caídas cada vez que la fe les flaqueaba y, olvidando la promesa, sólo veían las dificultades del momento.

Pudiera ser que nuestras cuaresmas fuesen iguales: que pensásemos sólo en lo difícil del camino (ayuno, oración y limosna), sin tener en cuenta que nos espera el premio final: la Pascua. Incluso, que no sólo nos ocurriese en cuaresma, sino con toda nuestra vida: pasamos quejándonos por lo dura que es la vida del cristiano, en vez de vivir alegres pensando en la resurrección final.

Escarmentemos en cabeza ajena y tengamos presente durante nuestra cuaresma -y toda nuestra vida- que al final de la peregrinación está la Resurrección, que al final de nuestra vida nos espera el Amor.

jueves, 19 de febrero de 2009

El mal menor

A menudo se aplica mal la "teoría del mal menor". Ésta consiste en que, cuando no hay bien posible y es imperativo actuar, se debe escoger el menor de los males. Esto es evidente. Pero en casos en los que es posible elegir un bien -aunque sea éste pequeño y remoto- o incluso se puede eludir la acción, no es lícito optar por el menor de los males, ya que el mal nunca puede escogerse voluntariamente. Esto sería lo mismo que justificar los medios malos por perseguir un fin bueno.

Esta corruptela está muy extendida en nuestra sociedad católica occidental.

Y una prueba de su perversión es que, en muchos casos, aquellos que adoptan la postura del mal menor en el sentido de aceptar a "los malos" para evitar que vengan otros teóricamente peores, tampoco tienen empacho en alegar el "mal menor" cuando se trata de calumniar a "los buenos", si se hace para alcanzar un objetivo importante. Es decir, que el fin justifica los medios, ya consistan estos en disculpar lo inaceptable o en calumniar al justo. Personalmente, he sufrido esta segunda versión.

Son las dos caras de la misma moneda... ¡falsa, por supuesto!

domingo, 8 de febrero de 2009

El poder de la oración.

He recibido con estupor las noticias de corrupción moral en la cabeza de una de las más pujantes Órdenes religiosas de la actualidad, a la que tengo especial cariño por haberse cruzado en mi vida durante mi adolescencia. Y no ha sido conocer la condición de pecador de ese fundador lo que más me ha sorprendido (todos conocemos por experiencia nuestra debilidad), sino el hecho de que haya podido compaginar su pecado con la dirección impecable de la Orden religiosa.

La experiencia nos dice que cuando la cabeza se corrompe, todo el cuerpo suele acabar enfermo. Por mucho menos que eso, otras Órdenes históricamente mucho más importantes están en trance de desaparecer. Me pregunto, en este caso ¿qué es lo que ha frenado que esa gangrena se extendiese?

Se me ocurren varias respuestas. La primera es evidente: el Espíritu Santo tiene especial interés en que el carisma de esa Orden permanezca activo en la Iglesia; y, por esto, ha puesto los medios para frenar su corrupción. No es la primera vez que lo hace: en ocasiones la cabeza de la iglesia ha estado representada por individuos absolutamente indignos (quizá sea el Papa Alejandro VI el caso más conocido); pero su inmoralidad no se contagió al Cuerpo de Cristo, que ha seguido transmitiendo limpio el mensaje evangélico.

La segunda respuesta es continuación de la primera. Creo que el medio del que se ha servido el Espíritu Santo para evitar el contagio ha sido la vida de oración de los miembros de dicha Orden: si estás en contacto directo con Dios, poco pueden desviarte los errores de otros hombres, aunque sea tu superior. Parece cierta la inmoralidad de este fundador; pero también hay certeza de que fomentó una profunda vida de piedad en los miembros de su Orden. Piedad basada en la oración, la devoción a la Eucaristía y a la Santísima Virgen; y la obediencia al Magisterio de la Iglesia y al Papa. Con estas armas se puede afrontar cualquier peligro, por muy cercano y alto que esté.

Por el contrario, en las Órdenes en las que se ha relajado la vida de oración, se alejan de la Eucaristía y abandonan la piedad mariana, los errores se han propagado con tal rapidez y facilidad, que están en vías de extinción; y -nunca mejor dicho- dejadas de la mano de Dios.

Que este ejemplo nos sirva para recordar el consejo de San Pablo: "orad siempre sin desfallecer" (1Tes 5,17). Nuestra seguridad descansa en nuestra oración.
___________
Nota: Precisamente, el P. Álvaro Corcuera, L.C., en una carta del 16-1-09 dirigida a los miembros y amigos del Regnum Christi, les invita a reflexionar en la importancia de la oración, de la humildad, del amor y de la necesidad imperiosa en la vida cristiana de hacer el bien a los demás.

domingo, 1 de febrero de 2009

Dios, el azar y la evolución

El 12 de febrero se celebra el bicentenario de Darwin, el científico que creyó explicar la evolución de las especies. Con esta ocasión, en el Reino Unido se ha efectuado una encuesta, con el resultado de que un 51% de los encuestados piensan que "la evolución por sí sola no es suficiente para explicar la compleja estructura de algunos seres vivos, y por lo tanto la intervención de un diseñador es necesaria en momentos clave". Por supuesto, algunos tozudos científicos han sacado la conclusión de que los ciudadanos británicos son ignorantes: ¡sólo un ignorante puede insistir en que el universo se diseñó inteligentemente!

Lo curioso del tema es que lo que hace agua por los cuatro costados es la teoría evolucionista de Darwin, por muy científicamente que se la presente: la selección natural no explica cómo se modifica el código genético de los individuos más hábiles, para transmitir esa mejora a sus descendientes; ni explica cómo un cambio en una especie puede llevar a la aparición de otra totalmente distinta. Pero a algunos tozudos científicos estos vacíos en la teoría darwiniana no les estorban para ridiculizar a los que pensamos que "un diseño inteligente ha debido ser realizado por alguien inteligente". Por supuesto, sus argumentos de que "no se sabe" u "ocurrió por casualidad", les parecen más científicos que el encontrar una causa inteligente a un efecto inteligente.

Además, la teoría evolucionista sería compatible con la creación por Dios. Es más que probable que Dios diseñase un sistema universal que partiendo de un primer Big Bang, pudiese evolucionar hasta la perfección actual con muy poca intervención directa suya. Personalmente, creo que Dios puso en marcha la evolución de la energía y la materia que forman el cosmos; después creó directamente la vida y, por último, creó al hombre con alma trascendente. En estos tres momentos, actuó directamente... el resto del tiempo se limitó a observar el desarrollo de lo que ya había diseñado desde el principio, retocando aquí y allá algunos detalles.

Evidentemente, el magnífico sistema genético que guía la vida en general y su posible evolución, no pudo ser fruto de la casualidad. Me gustaría que algún matemático me calculase la probabilidad de que los tres mil millones de pares de genes pudiesen ordenarse exactamente como es preciso para desarrollar una vida: la probabilidad es nula. Y no sólo están ordenados, sino que informan desde el núcleo de cada célula al resto del organismo vivo, mediante un sistema del que no tenemos ni la más remota idea: ¿cómo sabe cada célula en que sitio del organismo se encuentra, para adoptar una función u otra? Ésto sólo puede existir porque ha sido diseñado y creado por un Ser inteligente; aunque quizá Dios, después de diseñar el magnífico sistema genético, se apoyó en la evolución natural para ir introduciendo la compleja diversidad de especies existentes, con alguna ayudita que otra.

De esta forma, habríamos llegado a una teoría evolucionista basada en un diseño inicial. Una teoría creacionista abierta a la evolución; pero una evolución también diseñada, no resultado de cambios genéticos aleatorios, que nunca podrían llevar a la creación de especies y su mejora. El azar, ni pudo construir un ADN perfecto con tres mil millones de pares de genes, ni pudo guiar la evolución hacia un mayor grado de perfección. La propia teoría científica de la ENTROPIA sostiene que cualquier cambio supone un menor orden que el existente anteriormente: entonces, ¿por qué en la teoría de la evolución los cambios casuales habrían llevado siempre a un mayor orden? (1)

No sé si acierto con la teoría expuesta; pero al menos ha sido un intento de explicación inteligente y razonada....Dudo mucho de la capacidad de cualquier científico que utilice como única explicación esto de la casualidad...

Al parecer, para algunos científicos... ¡lo único que no puede existir, ni por casualidad, es Dios!


(1) Un ejemplo de esto -sacado de Wikipedia-, es que si lanzamos un vaso de cristal al suelo, este tenderá a romperse y esparcirse, mientras que jamás conseguiremos que lanzando trozos de cristal se forme un vaso.

martes, 27 de enero de 2009

Mensaje de Medjugorje

Hacía tiempo que no recibía los mensajes mensuales de Medjugorje; y me ha gustado especialmente el del 25 de enero pasado. Contiene una expresión que no recuerdo haber oído nunca antes: "enamorarse de la vida eterna".

Mejor lo transcribo entero y luego lo comentamos:

¡Queridos hijos! También hoy los invito a la oración. Que la oración sea como la semilla que pondrán en mi Corazón, y que yo entregaré a mi Hijo Jesús por ustedes, por la salvación de sus almas. Deseo, hijitos, que cada uno de ustedes se enamore de la vida eterna, que es su futuro, y que todas las cosas terrenales les sean de ayuda para que se acerquen a Dios Creador. Yo estoy tanto tiempo con ustedes porque están en el camino equivocado. Solamente con mi ayuda, hijitos, podrán abrir los ojos. Hay muchos que al vivir mis mensajes comprenden que están en el camino de la santidad hacia la eternidad. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!


Eso de enamorarse de la vida eterna, pero aprovechar el contacto con las criaturas para adorar al Creador, es una síntesis perfecta de nuestra vocación como hijos de Dios. Tenemos que tener muy clara nuestra meta en el más allá; pero sin desperdiciar ninguna ocasión en el más acá.

Meditando sobre todo esto, me acordaba del dicho popular que recomienda, antes de adoptar una decisión, pensar qué se hubiese preferido haber elegido a la hora de nuestra muerte. Y pensaba que sería mucho mejor situarse en la vida eterna y allí, ante la visión beatífica, imaginarnos qué le vamos a contar a Dios. Repasar de qué cosas nos vamos avergonzar de haberlas hecho o dicho; y con qué sucesos vamos a disfrutar recordándolos con Dios.

Así vistas las cosas -sabiendo que tendremos que compartir nuestros recuerdos toda la eternidad con el Eterno-, entonces está claro que tenemos que modificar nuestro orden de prioridades; y dar más importancia a lo que la tendrá en la vida eterna; acumular recuerdos que podamos compartir con Dios.


Así interpreto yo eso de "enamorarse de la vida eterna, que es nuestro futuro".


¡Y un futuro muy largo!

[Aclaro que los sucesos de Medjugorje no están confirmados por la Iglesia -ni lo estarán mientras sigan produciéndose-; y cada cual puede darles la importancia que quiera. Pero no me nieguen que el mensaje transcrito no parece humano]

jueves, 22 de enero de 2009

Dios sí existe


Ha aparecido en la católica Pamplona una pancarta que resume muy bien el contenido de mi anterior entrada: "DIOS EXISTE PARA QUE DISFRUTES LA VIDA".
¡Pues, eso!


miércoles, 7 de enero de 2009

¿Probablemente Dios existe?

Es curioso lo preocupados que están los ateos con la existencia de Dios; tanto, que necesitan refugiarse en la probabilidad de su inexistencia para poder disfrutar de la vida. Esto es lo que se desprende de los anuncios que una asociación de ateos de Cataluña ha publicado en algunos autobuses de Barcelona: "Probablemente, Dios no existe: despreocúpate y disfruta de la vida".

Aunque os extrañe, ese anuncio me parece muy bien: si eres un ateo y vives preocupado con la posibilidad de que Dios sí exista, viviendo con el miedo a equivocarte para toda la eternidad, entiendo que no puedas disfrutar de la vida con tranquilidad. Con este anuncio te animan a despreocuparte y disfrutar, al menos, de esta vida... aunque sea solo una probabilidad. Pero me atrevo a proponer otra alternativa más segura: "Probablemente Dios sí exista: despreocúpate y disfruta de la vida". Con esta alternativa acertaríamos siempre: si Dios existe, disfrutamos de esta y la otra vida; si no existe, habremos disfrutado de la única vida posible.

El problema con los ateos es que no se han dado cuenta de que Dios no es ningún obstáculo para disfrutar de la vida, sino todo lo contrario. No hay ningún bien ni ningún placer que no haya sido querido y creado por Dios; y si establece algún límite es para que podamos disfrutar de esos bienes y de esos placeres con mayor plenitud: "sigue las normas divinas y despreocúpate disfrutando de los placeres que Él creó para ti". ¿Que no te lo crees?; pues trata de averiguar una método contra el SIDA o los embarazos no deseados que sea más eficaz que el sexto y el noveno mandamientos.

Repito: el problema con los ateos y los agnósticos es que consideran un obstáculo para disfrutar de la vida a Único que puede darnos la Vida de verdad y hacernos disfrutarla a tope; y así no hay manera de disfrutar, ni siquiera por probabilidad.

Los que vivimos con la certeza de la existencia de un Dios que nos ama y nos cuida con su Providencia, sí sabemos lo que es vivir despreocupados y disfrutar de la vida...; y si no disfrutamos a tope, es porque nuestra Fe no es total, porque dejamos margen a la probabilidad; y con la duda viene también la preocupación...

Me parece muy bien ese anuncio, los pobrecitos ateos necesitan un margen de probabilidad para poder disfrutar algo de sus vidas... probablemente.