lunes, 20 de julio de 2009

El Reino de Dios y el mundo

Evidentemente, cuando Jesucristo nos prometió la venida del Reino de Dios, se estaba refiriendo a un estado de cosas totalmente diferente al que existía en el "mundo" que había existido hasta entonces. Y esto es debido a que, como consecuencia del pecado original, el reino de este mundo resulta imperfecto aún en los casos en los que nos acercamos mucho a lo que llamamos justicia social.


Pero, su promesa no se ha cumplido, el Reino de Dios no se ha realizado en la Tierra. No es que Jesús nos haya fallado, sino que nosotros no supimos recibir su Reino: o nos faltó fe o nos faltó voluntad. Por tanto, es cometido de los cristianos faenar para que el Reino llegue cuanto antes, y cambie radicalmente nuestras estructuras sociales. Si, por el contrario, lo que hacemos es acomodarnos a las estructuras de este "mundo" -por muy justas que logremos hacerlas- entonces estamos retrasando la venida del auténtico Reino. O para decirlo más claro con palabras evangélicas: nosotros estamos en este mundo, pero no somos del "mundo"; tenemos que trabajar en el mundo, pero no acomodarnos en él.

Por tanto, debemos cumplir las normas legítimas del mundo, con especial empeño aquellas que llevan a la justicia social y cambiar lo que sea necesario; pero sabiendo que será una situación imperfecta, que la perfección llegará cuando se realice aquí en la Tierra el Reino de Dios, el Reino que se deriva del mensaje evangélico.


"Los hijos de este mundo son mucho más sagaces que los hijos de la luz". Quizá esta frase sirva para resumir un poco lo que pretendo decir. Los hijos del mundo se afanan en conseguir aquello que consideran mejor y se preocupan por progresar. Entonces, ¿por qué los hijos de la luz -los que conocemos lo qué es mejor de verdad- no nos afanamos porque el Reino progrese lo más posible? Nos falta sagacidad para implantarlo; o quizá sea Fe lo que nos falta para convencernos que su Reino será mejor que cualquier sociedad que nosotros logremos idear.


Algunos cristianos han centrado su predicación evangélica en la justicia social -objetivo en sí mismo bueno-; otros han reducido el mensaje evangélico a la lucha social o nacionalista, lo que es peor; y ambos están retrasando la llegada del Reino, por muy bienintencionados que sean. La mera justicia humana no puede ser la meta de la Doctrina Social de la Iglesia; esto sería demasiado poco, sería sólo el mínimo.

Concretaré un poco más.
Para disfrutar de la riqueza no basta con haberla obtenido con esfuerzo y honradez -lo que le daría legitimidad suficiente en el "mundo"-, sino que además debemos asegurarnos de que, con nuestro disfrute no le estamos hurtando lo necesario al prógimo; que esa riqueza contribuye al bien común del mejor modo posible. Todos los derechos, riquezas, placeres y ambiciones que son justas y legítimas según el "mundo", se convierten en perniciosas si ocupan el lugar que deberíamos reservar a Dios, si retrasan la venida de su Reino. A la postre, todas las estructuras humanamente justas se convierten en obstáculos si nos acomodamos a ellas y evitamos el establecimiento del espíritu del sermón de la montaña; en definitiva, las bienaventuranzas.

Sí, ya sé que parece muy difícil: pero si esta dificultad se superase, todo sería mucho más fácil para todos,... ricos y pobres.

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