domingo, 18 de noviembre de 2018

No es el amor lo que se acaba, sino la paciencia de los amantes…


Me explicaré:
Por muy perfecto que sea un amor, los que lo ejercen son humanos y por tanto imperfectos.
No se puede esperar del amado que no nos falle nunca; hasta es posible que nos defraude en ocasiones. Por muy sincero que sea su amor, cometerá errores; incluso en momentos de debilidad, si tiene la imprudencia de tontear con la tentación, cometerá alguna infidelidad. Todo esto es compatible con el amor, por eso, porque somos humanos e imperfectos. 
Lo que hay que comprobar periódicamente es si las tres condiciones imprescindibles del amor se mantienen firmes: 
  • preferir al amado, 
  • dar sin esperar nada a cambio y 
  • buscar siempre su bien. 

Y la prueba definitiva es siempre el dolor: si alguien sufre por su amado, ese amor es auténtico. Por el contrario, cuando solo hay gozo, ese amor es sospechoso de ser interesado.
Lo que ocurre con frecuencia es que no tenemos paciencia suficiente para esperar a comprobar si el amor de nuestro amado es auténtico; y a veces echamos todo a perder al primer error, por impacientes. Y perdemos una magnífica oportunidad de compartir nuestra vida con alguien que nos quiere.
Por fortuna, la paciencia de Dios es tan inmensa como su misericordia; y Él espera siempre nuestras demostraciones de amor, aunque sean en número bastante menor que nuestros fallos. Por eso, porque sabe que somos humanos e imperfectos.


miércoles, 14 de noviembre de 2018

Se ha manifestado la bondad y el amor de Dios.

Un párrafo de la lectura de hoy de la carta de san Pablo a Tito (3, 1-7) ha llamado mi atención:

Mas cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor al hombre, no por las obras de justicia que hubiéramos hecho nosotros, sino, según su propia misericordia, nos salvó por el baño del nuevo nacimiento y de la renovación del Espíritu Santo, que derramó copiosamente sobre nosotros por medio de Jesucristo, nuestro Salvador, para que, justificados por su gracia, seamos, en esperanza, herederos de la vida eterna.

La bondad de Dios se manifiesta con nosotros por su misericordia, no por nuestros méritos. Su "misericordia", que procede de "miserere corde", corazón compasivo. Y ¿qué es compadecerse?, pues lo que literalmente dice: "padecer con", sufrir con el sufriente. 

Yo lo interpreto así: Dios, que contempla nuestra debilidad, nos envía a Jesucristo para que, padeciendo con nosotros y por nosotros, nos consiga ese "baño del nuevo nacimiento" y, por su gracia, tengamos la esperanza de salvarnos.

Y esa esperanza no se apoya en nuestra fortaleza, ni en nuestra determinación, ni en la seguridad de que cumpliremos los mandamientos de Dios, sino en su bondad. Porque salvarnos no es otra cosa que poder compartir el amor de Dios; y para esto basta con que queramos amarle... porque su misericordia hará el resto. 

No me lo invento yo, lo dice el apóstol: Cristo ha manifestado la bondad de Dios y su amor al hombre... Ya sólo queda dejarse amar; y volver a querer amarle cada vez que le hemos dado la espalda.

Todo lo demás, nuestros esfuerzos y luchas, no deben ser más que nuestra forma de manifestarle a Dios que queremos dejarnos amar por Él; pero si convirtiésemos todo eso en nuestro objetivo, entonces habríamos perdido nuestro norte y nos estaríamos perdiendo el amor de Dios. 

sábado, 3 de noviembre de 2018

¿Miedo a la muerte?

Por supuesto que un cristiano en plenitud de su fe no debería tener miedo alguno a ese tránsito entre esta vida y la futura; porque la muerte no es otra cosa que el encuentro con Cristo. Pero como ninguno estamos en la plenitud de nuestra fe; y muchos ni siquiera nos acercamos a ella, la muerte nos despierta unas incógnitas que pueden producir miedo. Y mucho más a aquellos que han seguido una vida contraria al ideal cristiano; y temen el castigo de sus faltas.

Es legítimo tener miedo al este trance, a pesar de que la muerte sea parte de la vida terrena: en concreto, su última parte. A veces lo que nos agobia de la muerte es el dejar a nuestros deudos desamparados sin nuestra ayuda. Y, por otra parte, para los parientes y amigos del difunto, la muerte supone la separación de un ser querido; y este dolor a veces no se compensa ni siquiera con la seguridad de que el difunto disfrutará de una vida gloriosa en el cielo. Por otra parte, la subsistencia de nuestros instintos animales -aunque deberían estar sometidos al control de nuestra razón- hace que el instinto de supervivencia nos induzca a rechazar la muerte.

Quizá la situación ideal de un cristiano que pretende ser coherente con su fe sea afrontar el pensamiento de la muerte con la esperanza de que en la vida futura será plenamente feliz y que desde el Cielo podrá ayudar a los suyos mucho mejor que desde la Tierra.

Para ilustrar mejor esto, incluyo el comentario de un buen cristiano, que llevó una vida santa y entregada a los demás, que contestó cuando ya de avanzada edad le preguntaron si tenía miedo a la muerte:

- La vida eterna será tan larga, que no me importaría llegar allí un poco más tarde...

Es legítimo querer seguir en la vida terrenal en la que Dios quiso que pasásemos la primera parte de nuestra existencia; y esto, tanto para nosotros como para nuestros seres queridos.


jueves, 1 de noviembre de 2018

No vamos a salir vivos.

Sigo con la entrada anterior y de la importancia de tener presente en esta vida terrena nuestra vida espiritual. Es decir, no quedarnos sólo en la visión material, y dejar para la otra vida el trato con Dios, sino frecuentar ésta ya "entre los pucheros" como decía Santa Teresa de Ávila.

A raíz de todo esto, me he acordado de lo que dice mi amigo Paco a sus conocidos cuando los ve demasiados preocupados y agobiados por las cosas de este mundo:

- No sé por qué te preocupas tanto de esta vida, si no vamos a salir vivos de aquí.

Efectivamente, nuestro cuerpo, la parte material de esta vida -que es bien corta- no va a salir viva de aquí, por mucho que nos preocupemos...

Con esta broma, quiero hacerte ver la necesidad de ir compaginando ya aquí nuestros actos materiales con los espirituales que realizaremos en la otra vida... Es lo único que nos podremos llevar para allá.

martes, 30 de octubre de 2018

Fiesta de Todos los Santos

El próximo día 1 de noviembre la Iglesia Católica celebra la fiesta de Todos los Santos; es decir, conmemoramos a todas aquellas personas que han llevado una vida santa y están en el Cielo, gozando de la presencia de Dios, que se han merecido. Pero se trata también de las personas que por su falta de notoriedad no han sido canonizadas (declaradas santas) oficialmente. Seguro que todos conocemos a algunas de ellas: personas con una vida anónima, pero entregada a Dios y a los demás.

Al día siguiente, la Iglesia celebra el día de Todos los Difuntos; es decir, aquellas personas que habiendo muerto en gracia de Dios, deseando salvarse, necesitan todavía hacer penitencia por sus pecados. Por supuesto, esto hay que entenderlo siempre teniendo en cuenta la misericordia de Dios; y viéndolo más que como una condena temporal (como si de una cárcel se tratase), como un profundo dolor por los pecados cometidos, al contemplar directamente la bondad de Dios. ¿Quién no se ha arrepentido de alguna estupidez que haya hecho y le gustaría castigarse a sí mismo por ello? Pues algo así es el purgatorio. Pues bien,. esta fiesta está instituida para que los vivos recemos a Dios por esos difuntos que todavía están purgando (si es que lo podemos entender desde una dimensión temporal), como muestra de amor por ellos. Os recuerdo que esta es una de las Obras de Misericordia Espirituales: rezar a Dios por vivos y difuntos.

Pero lo que me importaba resaltar es que estas dos fiestas no confrontan directamente con la otra vida. No me gusta llamarla vida eterna, porque para los hombres esa eternidad comienza cuando nacemos, no cuando morimos. Y quizá sea bueno aprovechar estas fiestas para pensar más en que en esa otra vida podremos disfrutar de nuestros méritos (mejor dicho, del amor de Dios) sin los sufrimientos y dificultades que padecemos en esta. Y al revés, pensar que nuestra vida terrenal y nuestras cosas materiales son sólo una pequeña parte de lo que el hombre puede vivir aquí: está también esa "vida interior" o vida espiritual que ensanchará infinitamente nuestros horizontes terrenales.

Dos buenas fiestas para pensar en todo esto.

martes, 2 de octubre de 2018

Oración por la Iglesia (2)

En concreto, el Papa nos pide que recemos el Santo Rosario durante el mes de octubre (tradicionalmente dedicado a esta oración); y, además nos pide que recemos una oración concreta a la Virgen María y otra a San Miguel Arcángel.
La oración a la Virgen es:
Bajo tu protección nos acogemos,
Santa Madre de Dios; no desprecies las súplicas 
que te dirigimos en nuestras necesidades, 
antes bien líbranos de todo peligro,
¡oh siempre Virgen, gloriosa y bendita!
Amén
La oración a San Miguel es:
San Miguel, defiéndenos en la lucha, 
sé nuestro amparo contra la perversidad 
y las asechanzas del demonio, 
que Dios humille su soberbia. 
Y tú, príncipe de la milicia celeste, 
arroja al infierno a Satanás 
y demás espíritus malignos 
que vagan por el mundo para
perdición de las almas. Amén.

Oración por la Iglesia

El Papa nos pide oración por la Iglesia, para que supere este momento tan conflictivo por el que está pasando.
La Iglesia, como institución de Jesucristo, es perfecta; pero como sociedad humana, tiene todas las debilidades y defectos del ser humano. Por eso, no siempre hace las cosas bien; y esto sería perdonable, porque a ningún hombre se le puede exigir la perfección.
El problema es cuando algunos miembros de la Iglesia, actuando en cuanto tales, en uso de su autoridad espiritual y moral, causan un daño intencionado a otro hombre, algunas veces a los más indefensos. Esto no es perdonable; y es lógico que cuando estos casos se conocen la Humanidad entera nos lo reproche.
Cristo ve nuestras miserias y las perdona con misericordia, porque conoce nuestras debilidades. Pero cuando observa el mal intencionado realizado sobre los más indefensos por miembros destacados de la Iglesia, entonces tiene que sufrir de nuevo lo que sufrió en la Pasión, para redimir a su Iglesia de semejante abominación.
No hay excusa alguna. Ni el prestigio de la Iglesia, ni la defensa de las demás almas del escándalo que podría producirse, ni los millones de hombres a los que la Iglesia ha ayudado en su necesidad, su enfermedad o su ignorancia, son excusa para ocultar esos casos: todo eso habría que ponerlo en juego para evitar que hubiese un caso más...
La Iglesia es una institución al servicio de los hombres; y debe evitar por todos los medios a su alcance que se utilice para hacerles daño: cualquiera que sea el coste.
Y que Dios en su infinita misericordia perdone a los culpables y sane a las víctimas: la Iglesia sólo puede ocuparse de lo segundo.

miércoles, 26 de septiembre de 2018

Lo perfecto

Pero además de evitar el pecado (que es lo que causa el mal al hombre) y de tratar de hacer el bien, incluso con amor al prójimo, existe un camino más perfecto, que es el que Cristo nos enseña después del discurso de las Bienaventuranzas:

Pero a vosotros los que oís, os digo: 

Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen;

bendecid a los que os maldicen, y orad por los que os calumnian.
Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; 
y al que te quite la capa, ni aun la túnica le niegues.
A cualquiera que te pida, dale; 
y al que tome lo que es tuyo, no pidas que te lo devuelva.
Y como queréis que hagan los hombres con vosotros, 
así también haced vosotros con ellos.
Porque si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? 
Porque también los pecadores aman a los que los aman.
Y si hacéis bien a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? 
Porque también los pecadores hacen lo mismo.
Y si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? 
Porque también los pecadores prestan a los pecadores, para recibir otro tanto.
Amad, pues, a vuestros enemigos, y haced bien, 
y prestad, no esperando de ello nada; 
y será vuestro galardón grande, y seréis hijos del Altísimo; 
porque él es benigno para con los ingratos y malos.
Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso. (Lucas 6, 27-36)

Éste es el camino de la perfección. Como ninguno somos perfectos, no lograremos seguirlo; pero es bueno conocerlo para, por lo menos, intentarlo.

lunes, 24 de septiembre de 2018

Hacerlo por amor

La mención que más me gusta sobre lo que es hacer el bien, la encontramos en la carta del Apóstol San Pablo a los Corintios:

"Si yo hablara lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena o címbalo que retiñe".

"Y si tuviera profecía, y entendiera todos los misterios y todo conocimiento, y si tuviera toda la fe, de tal manera que trasladara los montes, y no tengo amor, nada soy".

"Y si repartiera todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregara mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve".(1 Corintios 13:1-13)

Porque de lo que se trata no es sólo hacer el bien, que esto lo puede hacer cualquier filántropo  o buena persona. De lo que se trata es de hacerlo con amor, como reflejo hacia los demás hombres del amor con que Dios nos ama.

sábado, 22 de septiembre de 2018

Hacer el bien

Evidentemente, debemos evitar el pecado porque éste es lo que resulta malo para el hombre; pero si lo que nos mueve a hacerlo es el amor, entonces además de evitar el pecado, debemos intentar hacer el bien.
Y ¿qué es el bien?
Pues existen el la Biblia varias respuestas:
La primera la encontramos en el Salmo 14, en donde encontramos unas cuantas claves de lo que es hacer el bien:

Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda
y habitar en tu monte santo?

El que procede honradamente 
y practica la justicia,
el que tiene intenciones leales
y no calumnia con su lengua,

el que no hace mal a su prójimo 
ni difama al vecino,
el que considera despreciable al impío
y honra a los que temen al Señor,

el que no retracta lo que juró
aun en daño propio,
el que no presta dinero a usura
ni acepta soborno contra el inocente.

El que así obra nunca fallará.

jueves, 20 de septiembre de 2018

El pecado

Dios no quiere que pequemos, pero no por una manía suya de imponernos su voluntad, sino por puro amor: Él es quien mejor que nadie conoce nuestra naturaleza y lo que es bueno para ella y para nuestra felicidad; por eso, porque quiere que seamos felices, porque nos ama, es por lo que rechaza nuestro pecado.
Por supuesto, nuestro rechazo de sus normas, en definitiva de su amor, también es una ofensa hacia Aquél que tan bien nos quiere; y es por esto por lo que nosotros debemos evitar el pecado: no por el castigo, ni por sometimiento a un Ser superior (como ocurría en el Antiguo Testamento y en tantas otras religiones), sino porque no queremos ofender a quien nos ama y quisiéramos amar.

martes, 18 de septiembre de 2018

Los nacionalismos



Los nacionalismos radicales, entendidos como aquellas posturas en las que se rechaza de plano al que no pertenece a la propia nación y se le margina como a un ser inferior -o que simplemente se postula el separatismo como forma de diferenciación-, son opuestos a la concepción social cristiana. Pero no deben confundirse con el patriotismo, entendido como el amor por la propia patria o tierra que, como todo amor, siempre es positivo. El patriota defiende lo suyo, sin despreciar nada y orgulloso de compartir lo suyo con los demás, sin separatismos ni marginaciones.

Son contrarios a la concepción social cristiana por el mismo concepto de cristianismo, abierto a toda la humanidad, cultura, raza o concepción política; porque la llamada de Cristo, en contraposición a la Antigua Alianza que se establece sólo con el pueblo judío, fue universal. Esta es la mayor novedad del mensaje evangélico: la llamada universal. Y, de hecho, el cristianismo se extendió rápidamente por todo el mundo conocido; y posteriormente se fue extendiendo por los nuevos territorios que se fueron conociendo (América y extremo oriente) por la acción de los evangelizadores.

Fue el nacionalismo extremo de los judíos el que les lleva a crucificar al Justo: no quieren admitir que los paganos (despreciables para ellos) puedan estar llamados por Dios en igualdad de condiciones. Y para no ceder en su pretensión de superioridad, cometen el absurdo de someterse al dictamen de Pilatos, el gobernador Romano; e incluso proclamar aquello de "no tenemos más rey que el César".  Los nacionalistas, sometiéndose a los conquistadores para reivindicar su soberanía: quizá el nacionalismo, además de fanático, sea torpe. 

Pero consiguen acabar con Cristo, el rabino que vino a predicar para todos una misma esperanza, sin distinción, y una hermandad universal como hijos de Dios. ¿Acabar con Cristo? Más bien lo que consiguieron fue expandir el cristianismo por todo el Imperio Romano. 

El cristianismo es lo radicalmente opuesto al nacionalismo: y esto lo proclamó Cristo que pertenecía a un pueblo sojuzgado de verdad por los romanos.

Es mi convencimiento.

domingo, 9 de septiembre de 2018


He logrado cumplir mis aspiraciones literarias con la publicación de mi primera novela, que además ha sido galardonada con el Primer premio del Certamen literario Didaskalos (mayo 2018).
Creo oportuno anunciarlo en este blog, debido al contenido de la misma: la evolución de un alma que tras sentir el remordimiento por su pasado, es capaz de reconducir su vida; y reencontrarse con Dios.
Estoy seguro de que gustará a los lectores de este blog.
Adjunto reseña editorial con toda la información.


Un señorito nuevo en el pueblo
Primer premio en el I Certamen literario Didaskalos mayo 2018 
La editorial Didaskalos ha concedido a esta novela, “Un señorito nuevo en el pueblo”, de José Alberto Fernández López, el primer premio en el I Certamen literario organizado en 2018 por la propia editorial. Es interés de la editorial publicar relatos auténticos, que ofrezcan una trama vital, personajes densos, que viven vidas auténticas, en las que se da una verdadera transformación. Nada de esas noveluchas flácidas en las que personajes estereotipados ejecutan la trama prevista o, al revés, nos sorprenden con giros estrambóticos, pero poco reales. Creo que esta es la virtud principal de “Un señorito nuevo en el pueblo”. Fernando, el protagonista de la novela, es un hombre desgarrado por la tristeza de una vida vana. El deseo de viajar y de volver a la vieja casona familiar en el pueblo, va a abrir su vida a encuentros inauditos y le va a conducir a la visión de un nuevo sentido, al descubrimiento de nuevas posibilidades de una vida grande y bella.
EAN: 9788417185121 ; ISBN: 978-84-17185-12-1 ; Depósito legal: M-25830-2018
Páginas: 212 ; Ancho: 15 cm; Alto: 21 cm
Fecha publicación: 07-08-2018
Precio: 16 euros.

viernes, 7 de septiembre de 2018

Creer en el Evangelio

Te he retado a leer el Evangelio con la mente abierta, con sencillez, sin prejuicios.
Efectivamente, allí hay algo que nos supera: un profundo conocimiento de la naturaleza humana, del designio del hombre. Algunos mensajes son tan sublimes, que no parecen humanos; parecen el consejo que un buen Dios nos quiere dar para que alcancemos la felicidad. Pero están entremezclados con otros muy duros, difíciles de aceptar y difíciles de creer...; porque son muy exigentes para lo que pensamos que la felicidad debe ser fácil de alcanzar, y que no deberíamos tener que renunciar a nada para alcanzarla.
Por eso, cuando comprobamos que el mensaje no es humano, es divino, entonces debemos hacer el propósito de creerlo en su totalidad: en lo que nos gusta y en los que nos disgusta. Tener fe en el Evangelio. La fe en general, y en concreto la fe en la Palabra de Dios, es como cuando se observan las galaxias o nebulosas a través de un telescopio: si se mira a una de ellas directamente parece como que desaparece, parpadea, una vez está y otra no. Pero si se la mira como de reojo, o se observa el conjunto, entonces aparecen todas ellas en su esplendor.
Esto pasa también en otros campos del conocimiento: por intuición, sabemos lo que algo concreto es; pero cuando tratamos de explicarlo o definirlo, no sabemos.
Con la Palabra de Dios pasa lo mismo. La espiritualidad del hombre, su determinación, sus pasiones, su generosidad y el amor traslucen sin lugar a dudas que existe algo más que la simple materialidad y que convive con ello; más que convivir de forma superpuesta, se entrelaza, lo impregna la naturaleza. Pero cuando trato de vislumbrar a Dios en un momento concreto, en un hecho concreto, sobre todo si es una desgracia, parece como que no lo veo, como que se esconde. La intuición nos muestra a Dios sin dudas; pero cuando queremos apresarlo en nuestro intelecto, se nos escapa.
Lo mismo ocurre con su Palabra de Dios: un mensaje concreto, una frase concreta, podemos no entenderla o no querer aceptarla: pero en su conjunto, sabemos que es cierta, lo intuimos.
Entonces: ¿no es insensato rechazar lo que no nos gusta? ¿Rechazaríamos de un buen médico la medicina amarga?
No vamos a encontrar un médico que nos quiera más y nos conozca mejor que Aquél que nos creó.


martes, 4 de septiembre de 2018

Creer es razonable: pero ¿eso es todo?


Creer en Dios es lo más razonable. De hecho la fe es una de las fuentes del conocimiento (ver entrada). Pero esta fe no sería más que un conocimiento que adquirimos: Dios existe, sí, ¿y qué?...
Por eso, lo importante es lo que san Juan Pablo II llamaba la fe práctica: la religión. Religión (re-ligare) significa trato con Dios; y para llevar nuestra fe al trato con Dios y con los demás, tenemos que acercarnos al Evangelio: la nueva noticia transmitida por Jesucristo.
Lo que me hace practicar la religión, tratar de ponerme en contacto con ese Dios creador no es mi inteligencia (sé que existen muchas cosas que me importan un bledo), aunque ésta sea la que me lleva a la certeza de su existencia. Yo trato a Dios porque conocí el mensaje evangélico y me enamoré de él: del mensaje y de Jesucristo, el hombre-Dios que me lo revela. No creo posible acercarse al evangelio y no salir transformado… Ni creo posible leer el Evangelio y pensar que es invención humana: un hombre no podría decir cosas tan sublimes de una forma tan sencilla.

La conversión, el acercamiento a Dios no lo produce la fe razonada, sino el encuentro personal con Cristo que se produce en el Evangelio. ¿Qué exagero?: ¡pruébalo!

jueves, 30 de agosto de 2018

Creer es lo más razonable


Creo, porque creer en Dios me parece lo más razonable.

Con respecto a la existencia de Dios, tenemos por una parte la teoría científica: que todo lo que vemos ha evolucionado hasta este punto por casualidad. No me parece razonable, porque contradice dos postulados científicos:
  • ·        Que la ciencia es el estudio de la materia y su comportamiento, por lo que no puede pronunciarse más allá del big bang: no podría ni afirmar ni negar la existencia de un ser espiritual.
  • ·         La ley de la entropía: todo tiende por sí mismo a un mayor desorden, nunca a un mayor orden.

Por otra parte, tenemos el postulado de la fe: todo lo que vemos ordenado ha sido creado por un Ser inteligente que lo ha ordenado; o, más bien, que imprimió a su creación la capacidad de ir evolucionando y ordenarse cada vez más y mejor. Este Ser tiene que actuar directamente cuando ha de producirse un salto en dicha creación: el paso de la materia a la vida y el paso de la vida vegetal o animal a la vida racional. El hombre, un ser inteligente, dotado de alma, capaz de superar sus instintos y amar o crear arte, necesita de la creación directa de Dios.

Cuando lo estudio detenidamente, veo que hay que tener más fe (¿ser más ingenuo?) para creer la teoría científica de la evolución absoluta (sin intervención de inteligencia creadora) que para profesar la fe tradicional en la existencia de Dios:
  • ·        A este último convencimiento llego por los razonamientos que he expuesto en otras entradas y muchos otros que he desarrollado en otros escritos: si hay algo ordenado es porque Alguien lo ha ordenado. No puedo creer en las casualidades.
  • ·         Pero los científicos no me dan razón alguna que rebata mi opinión de que cuando veo algo ordenado es porque Alguien lo ha ordenado: simplemente me piden que me crea que ha sido por casualidad. Les tengo que creer sin pruebas ni razonamientos, sólo porque ellos lo dicen. ¡No tengo tanta fe! El recurso a la casualidad es todo menos un razonamiento científico.


miércoles, 22 de agosto de 2018

Amar las carencias

Si el amor es buscar el bien del otro, más que sus virtudes, lo que nos perfecciona en el amor son sus carencias, sus defectos; porque estos son los que nos permitirán buscar su bien, dándole lo que le falta. 
El secreto de un matrimonio es la administración de las carencias. Primero, reconocer las propias carencias -que es la humildad- que nos llevará a pedir la gracia y la ayuda para superarlas: este es el comienzo de la solución. Después, perdonar siempre las carencias del otro, porque dejar de perdonar es desesperar del otro, pensar que ya no tiene solución.
Recordemos el himno al amor de san Pablo (1 Cor 13 4-7):
El amor es paciente, es bondadoso. 
El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. 
No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor. 
El amor no se deleita en la maldad, sino que se regocija con la verdad. 
Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.

lunes, 20 de agosto de 2018

La cruz, escándalo para los cristianos

....pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos, y necedad para los gentiles... (1Cor 1, 23).
Hoy también la cruz es escándalo para los cristianos, como antaño lo fue para los judíos; y necedad para los gentiles. El sufrimiento, el sacrificio voluntario no se entiende, porque vivimos en la cultura del deseo, del placer. 
Pero cuando ese sufrimiento se acepta por amor a Cristo, por el afán de acompañarle en la medida de lo posible en su misión redentora, entonces ya no es escándalo ni necedad, entonces es la maravillosa sensación de estar con Aquél a quien amamos. Como nos dijo san Pablo en su carta a los colosenses: Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros, y cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia (Col 1, 24).
La madre Teresa de Calcuta entendió muy bien en qué consiste el amor cuando nos recomendaba: "amad hasta que os duela el amor". Porque la prueba más fiable de un amor verdadero es sufrir por el ser amado; aunque sea un sufrimiento gozoso...
Aunque, por supuesto, los que no conozcan a Cristo no podrán entenderlo.

martes, 14 de agosto de 2018

María, virgen y madre.


El 15 de agosto se celebra una de las más importantes festividades dedicadas a la Virgen María; y por esto quiero dedicarle a ella esta entrada, en la que voy a hablar de la más gloriosa contradicción del cristianismo: la virginidad y maternidad de María.

Se asombran hipócritamente muchos de que María hubiese podido ser madre sin intervención de varón; pero no se asombran del habitual milagro de la vida: una célula masculina minúscula entra en contacto con una célula femenina bastante mayor y se desencadena el más milagroso proceso que existe en la naturaleza: esas dos células acaban convertidas en unos 30 billones, perfectamente ordenadas por tejidos (piel, músculos, nervios…) y desarrollando  funciones muy complicadas; para acabar siendo el ser humano con consciencia propia, sentimientos y voluntad… Aunque esto último no puede ser un paso más de la evolución natural del cigoto, sino la específica creación espiritual del alma humana en el mismo instante de la concepción…

Pero sigamos con el proceso natural. ¿Es posible eliminar de ese proceso la primera e insignificante célula y desencadenar su desarrolla? ¿Es que el que lo diseñó con una efímera intervención de varón, no podía por una vez prescindir de él? Pues esto es lo que pasó con la Virgen María. (1)

Y convenía que fuese así, porque el Hijo de Dios, para ser auténtico hombre necesitaba un seno en el que gestarse (una madre), pero no un padre humano del que recibir herencia genética, porque ya tenía un Padre divino. No obstante, sí quiso que hubiese una figura paterna, para protección de la Virgen y mostrarnos su infancia en el seno de una familia.
-------------------
(1) Clive S. Louis en su libro “Los Milagros” explica maravillosamente esto y muchas otras cosas.


jueves, 9 de agosto de 2018

Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados (Mateo 5, 4); pero también: alegraos siempre en el Señor, de nuevo os lo digo: ¡alegráos! (Filipenses 4, 4)


¿En qué quedamos: tenemos que llorar como nos recomienda el Señor o tenemos que alegrarnos, como nos dice san Pablo?
En el discurso de las Bienaventuranzas el Señor quiere contraponer lo que el mundo considera como dicha (bienestar, placer, poder y fortuna) con lo que realmente es importante y nos hará dichosos. El mundo desprecia el llanto; pero éste puede ser dichosos en función a la causa que lo provoca: si sufrimos por una causa superior, entonces debemos aceptarlo sin tristeza y con el convencimiento de que a la larga seremos consolados.
Y esto mismo es lo que nos dice san Pablo: un cristiano que espera en el Señor no puede estar triste, porque a pesar de que sus circunstancias puedan ser desfavorables, sabe que tiene el mayor de los tesoros: el amor de Dios. El apóstol viene a combatir esa errónea creencia de que la virtud y el ascetismo son incompatibles con el buen humor. Nada más equivocado: la fe, la esperanza y la caridad cristianas nos tienen que llevar a la alegría, porque nos sabemos hijos de Dios.
Un cristiano triste es un triste cristiano; una virtud triste nunca es virtud.

martes, 7 de agosto de 2018

Que tu mano izquierda no sepa lo que hace la derecha (Mateo 6, 3); pero id y predicad a todas las gentes (Marcos 16, 15).


Otra aparente contradicción más: si tenemos que hacer las obras buenas sólo de cara a Dios, sin que los demás se enteren, ¿cómo compaginarlo con ir proclamándolo al mundo? En este caso la explicación es sencilla: esas dos frases están en un contexto bien diferente.
Por una parte, se nos pide que cuando oremos o demos limosna, lo hagamos para satisfacer a Dios, que quiere que nosotros acudamos a Él para solicitar su ayuda, pero que también estemos nosotros dispuestos a ayudar a los demás. Esta es la manera en la que habitualmente Dios envía su ayuda a quien acude a Él: a través de los demás hombres, por esto, cuando nos desentendemos de nuestros hermanos, estamos frustrando los planes de Dios. Pero Él no quiere que nos apuntemos el mérito de nuestra ayuda, que a fin y al cabo sólo podemos prestarla porque previamente la hemos recibido de Dios. Por esto nos pide que el hermano no se entere de que le ayudamos, que no hagamos alarde ni esperemos recompensa por nuestras buenas obras.
Pero, por otra parte, sí quiere que proclamemos al mundo las misericordias de Dios con los hombres y la buena nueva de que Cristo quiso dar su vida para que supiésemos cuánto nos ama. Y en esto no quiere que seamos recatados en absoluto (¡Ay de mí si no evangelizara!, decía San Pablo 1Corintios 9, 16). En esto, quiere que demos testimonio de cómo actúa Dios en nuestra vida, cuánto lo amamos y cuánto le debemos. Cuando se trata de proclamar a Cristo, ya no importa que los demás vean las buenas obras que Dios hace en nosotros, porque no es para vanagloriarnos de ellas, sino para mayor gloria de Dios. Y, si fuese necesario, tendríamos que vencer nuestra vergüenza para manifestar nuestros sentimientos hacia Cristo.


domingo, 5 de agosto de 2018

Fuera de la Iglesia no hay salvación posible, pero todos los hombres están llamados a la salvación.


Esta otra aparente contradicción se entiende mucho mejor después de conocer el símil del barco del que hablaba en mi entrada anterior: la humanidad entera puede viajar en el barco de la salvación, que es la única manera de llegar a buen puerto; solo hace falta que cada uno conserve su pasaje con su decisión de llegar. La mejor y más segura forma de obtener un pasaje es el bautismo de los cristianos, que es el medio que Cristo -nuestro Salvador- instituyó. Pero en ningún sitio se dice que no haya otras formas de obtenerlo. Ya lo comentaba san Juan Pablo II: fuera de la Iglesia no hay salvación; pero nadie conoce con certeza los límites de esa Iglesia. Casi sería mejor dar la vuelta a la frase: todo el que se salva es porque estaba en la Iglesia; aunque no sepamos cómo, aunque ni siquiera él lo supiese.
No obstante, para los que conocemos un método seguro y directo -el bautismo-: ¿no sería absurdo buscar otras vías inciertas?

jueves, 2 de agosto de 2018

La salvación depende de nosotros; pero ya nos ha sido dada.


Esta paradoja me fue aclarada hace tiempo por un sacerdote sabio y santo de forma muy sencilla:
El tema de la salvación es como un barco cuyo rumbo conduce directamente a buen puerto; pero depende de cada uno de los pasajeros llegar con bien a ese puerto: si no permanecemos en el barco, si no colaboramos con los demás, no estaremos a bordo cuando el barco atraque.
O lo que es lo mismo: nuestro comportamiento en esta vida es “condición” para nuestra salvación; pero no es la “causa”. La salvación nos ha sido concedida gratuitamente por Dios y recuperada (redimida) por Cristo cuando nosotros la perdimos. Nada de lo que nosotros pudiésemos hacer nos otorgaría el “derecho” a salvarnos, porque compartir la vida divina es algo que nosotros no podemos lograr, es Dios quien nos lo regala gratis (gratia en latín es gracia: todo es gracia de Dios). Pero hay una condición imprescindible: que nosotros queramos salvarnos y hagamos los esfuerzos oportunos para ello; mejor dicho, que no pongamos obstáculos a la gracia de Dios para demostrar que realmente queremos salvarnos.

lunes, 30 de julio de 2018

Jesús nos dijo: sed sagaces como serpientes, pero sencillos como palomas (Mt. 1, 16)


Y también añade: Los hijos de este mundo parecen más listos que los hijos de la luz (Luc 16, 8).


Jesús nos anima a buscar el bien con sencillez, sin doblez ni hipocresía, pero con ahínco, con inteligencia, porque estrecha es la puerta que conduce al paraíso (Mt 7, 13)… No es que se trate de un paso angosto, que nos exigirá hacer contorsiones para pasarlo, sino que lo que nos dice es que de las muchas posibilidades de vida que el mundo nos ofrece, la auténtica, la que coincide con el plan de Dios es sólo una; y merece la pena encontrarla.

Por esto, tenemos que poner todos los medios humanos para hacer el bien como si no existiese la ayuda de Dios; pero con el optimismo que nos da el saber que será Él quien lo logre…, si es que tiene interés en ello. Si nosotros ponemos todos nuestros medios… el resultado ya no debe preocuparnos, sino que debemos dejarlo en sus manos…

sábado, 28 de julio de 2018

Sed perfectos como vuestro Padre es perfecto (Mt 5, 48).


Pero en otro pasaje añade: sin mí no podéis hacer nada (Juan 15, 5).

¿En qué quedamos: todo depende de nuestra perfección o de su ayuda? 

Es una nueva aparente contradicción en el mensaje evangélico, porque se nos exigen los dos extremos a la vez; y tenemos que compaginarlos.
La experiencia nos dice que la frase del Evangelio de San Juan es totalmente cierta: sin la ayuda de Dios, nuestros más firmes propósitos se vienen abajo a la primera de cambio. Y no sólo me refiero a la ayuda que supone el propio mensaje evangélico, que nos va indicando cuál es el camino a seguir (Yo soy el camino, la verdad y la vida Jn 14, 6); sino a la ayuda directa de la gracia de Dios: todo es gracia (gratis) que Él nos da.

Entonces, ¿de qué perfección habla Cristo en el Evangelio de San Mateo? Pues está claro: de la perfección de Dios. Y Dios, ¿qué es? Pues Dios es amor... Esto es lo único que se nos pide, que seamos perfectos en el amor, que nuestra voluntad sea amarlo y cumplir sus mandamientos...;  aunque sin su ayuda será sólo eso: un propósito efímero.


jueves, 26 de julio de 2018

El que gane su vida la perderá y el que la pierda la ganará (Luc 17, 33)

O lo que es lo mismo: el que no muere no da fruto (Juan 12, 24).
Parece una contradicción; pero está claro: si nos afanamos en "ganar" la vida según nuestros criterios, la estaremos desperdiciando; pero si nos fiamos de los criterios de Cristo, entonces la viviremos plenamente, aquí y después por toda la eternidad. Porque seguir el plan de Dios para nuestra vida es la mejor manera de aprovecharla. ¡Cuantas veces nos arrepentimos de haber seguido nuestros planes! Y en la mayoría de los casos no es por maldad, sino por ignorancia. decía Eugene Boylan en su libro El Amor de Dios que nos afanamos en pedir a Dios que nos ayude a cumplir nuestros planes, cuando debería ser al revés: deberíamos pedirle que nos ayude a cumplir sus planes, que son los que nos harán felices. Es decir, si morimos a nuestra voluntad (no por masoquismo, sino por convencimiento de que quien sabe lo que nos conviene es Él), entonces es cuando nuestra vida fructifica, tanto para nosotros mismos como para los demás.
Y si vernos en el camino correcto es lo que nos hace felices, cuando además constatamos que eso ayuda a los otros, entonces la felicidad es plena.

martes, 24 de julio de 2018

El pecado es lo intrínsecamente opuesto a Dios; pero el pecador es el hijo amado de ese Dios.


Dios es justo y misericordioso; es más, es infinitamente justo e infinitamente misericordioso.
Por supuesto, este es el caso en el que más claro se ve que la virtud no está en el medio: Dios no es medio-justo y medio-misericordioso (¡vaya chapuza sería esto!). Dios, una vez más, nos maravilla conjugando los dos extremos: administra su justicia con toda misericordia; y es misericordioso con aquellos a los que ha de juzgar.
Por eso, en virtud de su justicia, rechaza el pecado, que es lo opuesto al plan de Dios; pero ama al pecador, como hijo extraviado que es.
Este pensamiento es el que lleva a la conclusión que de sólo se condena aquél que expresamente rechaza el amor de Dios (Dios, en justicia, tiene que respetar ese rechazo); y todo el que de algún modo desea salvarse, logrará salvarse, porque la misericordia de Dios lo hará posible a pesar de sus pecados.
Este pensamiento es el que alienta mi esperanza, mi seguridad de que encontraré en Dios un juez que, sin negar mis pecados, sabrá perdonarlos...
Cristo nos consiguió ese perdón, sólo tenemos que pedirlo.

viernes, 20 de julio de 2018

La voluntad de Dios es nuestra norma; pero la conciencia individual es inviolable.

Siguiendo con lo expuesto en la entrada anterior, la dignidad de cada alma es tan alta, que sólo puede juzgársela atendiendo a su propia conciencia.
Es cierto que no se puede despreciar ni una tilde de la Ley, pero la Ley al final no es lo importante; lo importante es la actitud con la que actuamos. Y en esto, la Ley de Dios es totalmente distinta a la Ley o justicia humanas, que se fija únicamente en los actos externos y sus consecuencias. Para Dios, lo importante es que hayamos actuado según nuestro conocimiento del bien y el mal; y que lo hayamos hecho por amor a Dios y al prójimo.
Porque, en definitiva, lo que a Dios le importa es la medida de nuestro amor, no la eficacia en cumplir sus normas. si así lo hubiese querido, entonces no habría creado hombres, sino máquinas perfectas sin posibilidad de error... y carentes e todo cariño.

miércoles, 18 de julio de 2018

Somos meras criaturas de Dios; pero eso nos confiere una dignidad infinita.


La propia Humanidad constituye un ejemplo de cómo el cristianismo es capaz de conjugar los dos extremos.
Efectivamente, el cristianismo afirma que cada hombre es infinitamente valioso en sí mismo y tiene una dignidad infinita como hijo que es de Dios. Y, por tanto, respeta al máximo la libertad de su conciencia y la posibilidad de seguir el camino evangélico a su manera. Son muchos los diferentes carismas que existen en el cristianismo. Entre los católicos son innumerables las Órdenes Religiosas, Institutos Seculares, iniciativas apostólicas y movimientos espirituales; y algo similar ocurre con los protestantes o los ortodoxos…
Sin embargo, también consideramos que la Humanidad entera constituye como un solo cuerpo, del que cada uno somos uno de sus miembros. Y como ocurre en cualquier cuerpo, lo que le suceda a un miembro repercute en el resto del organismo. Por esto, los cristianos, sin menoscabar el hecho de que el amor a Dios y el camino para encontrarlo debe ser algo personal, nos exigimos el cooperar al bien de ese organismo y de cada uno de los demás miembros.


lunes, 16 de julio de 2018

Cristo es rey, pero su reino no es de este mundo…


Yo soy rey, pero mi reino no es de este mundo(Juan 18, 36)

Es una frase que se entiende a la perfección; pero quizá no signifique exactamente lo que parece a primera vista. No se trata de que Cristo sólo sea rey en los cielos, sino que es rey precisamente en la Tierra, aunque su reino no se parezca a los reinos de los humanos.
Cristo es rey y por eso nos puede exigir obediencia. No ejerce su reinado como un tirano más, que exige sumisión ejerciendo su poder y amenazando con la violencia. Cristo es rey --es nuestro Señor- porque ejerce la auténtica autoridad, que no es otra cosa que “el saber universalmente admitido”. Y Cristo es nuestra autoridad porque es quien mejor puede indicarnos cual debe ser nuestro proceder, cómo vivir nuestra vida; no porque sea quien puede obligarnos a obedecerlo.
Por eso, su reino no es como los de este mundo, porque Él, después de ejercer su autoridad, nos deja en libertad para obedecerlo o no. Es un reino que procura el bien de los súbditos; no su simple sumisión.
Tampoco es un reino territorial, no tiene fronteras, sino que puede pertenecer a este reino cualquier ser humano (id y enseñad a todas las gentes) sea cual sea su condición; y, de una manera misteriosa, incluso cualquiera que sea su religión, si es hombre de buena voluntad.

Esto no es posible para los hombres; pero para Dios no hay nada imposible...

sábado, 14 de julio de 2018

Bienaventurados los pobres; pero hay del que retenga el salario de su jornalero.

Continúo con la entrada anterior.
Ya he comentado en anteriores ocasiones que el cristianismo no es de derechas ni de izquierdas; entre otras cosas porque no es una ideología política, sino una religión. Es cierto que tanto unos como otros han tratado de apoderarse del mensaje de Cristo para justificar su propia ideología; pero difícilmente lo podrán lograr, debido precisamente a que el cristianismo conjuga los opuestos, no defiende ningún extremo, ni siquiera el centro.
En todo caso, se podría decir que Cristo vino a la tierra para exigir a las derechas que asumiesen los postulados de la izquierda; y a las izquierdas, que asumiese los de la derecha: 

  • Respetar la iniciativa privada, pero que la colectividad vele para que a nadie le falte lo necesario (ni liberalismo ni colectivismo, sino todo lo contrario). 
  • Buscar el mayor bien común, pero sin diluir al individuo en la masa (dignidad personal de cada ser humano, con derechos inviolables). 
  • Defender la propiedad privada, como mejor medio de alcanzar el bien común; pero redistribuirla mediante un sistema impositivo justo (porque sobre toda propiedad privada pesa una hipoteca en favor de las necesidades ajenas).

La perfección del mensaje evangélico consiste precisamente en que conjuga siempre los dos extremos: dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios...

jueves, 12 de julio de 2018

Bienaventurados los pobres…; pero bien merece el jornalero su salario.


Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos (Mateo 5, 3)

Es decir, la pobreza la debemos practicar para con uno mismo. Debemos tratar de no estar dominados por los bienes materiales, en el sentido más amplio del término. Muchos hombres actuales son esclavos de alguna de las llamadas tres "P": el placer, el poder o el poseer; y las ambicionan obsesivamente. Por eso, bienaventurados aquellos que estén liberados de esas tres "P".  

Pero las palabras de Jesús no sólo no nos permiten imponer esta bienaventuranza a los demás, sino que nos exigen que busquemos su bien y tratemos de cubrir con dignidad sus necesidades. Por eso también las palabras de Jesús: bien merece el jornalero su salario... Ya el antiguo testamento, exigía esto de los israelitas: No oprimirás a tu prójimo, ni lrobarás. El salario de un jornalero no ha de quedar contigo toda la noche hasta la mañana. (Levítico 19, 13)

Alguien ha considerado que esta bienaventuranza era una forma de conformar al pueblo con su suerte: en modo alguno. La pobreza que predica es para con uno mismo, nunca para con el prójimo. 
La sobriedad la practicamos cada uno, para provecho de nuestra alma y ayuda para los demás; pero jamás se la imponemos al hermano.

miércoles, 11 de julio de 2018

Amar a Dios sobre todas las cosas; y al prójimo como a uno mismo


Porque somos cuerpo y alma, espirituales y materiales, destinados al Cielo pero viviendo muy en la Tierra, debemos amar a Dios con todas nuestras fuerzas materiales pero también al prójimo como a nosotros mismos. Más aún, debemos amar al prójimo como Dios le ama. ¿Que no es fácil? Efectivamente, no lo es; pero la dificultad es debida a la propia grandeza del hombre, a la complejidad de su naturaleza. Por esto, la moral cristiana no descansa en la certeza absoluta de un dogma, sino en la incertidumbre de querer conjugar los extremos: amar a Dios y al hombre, el cuerpo y el alma, la materia y el espíritu. Y esto nos lleva a no tener nunca la certeza de haberlo hecho totalmente bien; pero tampoco podremos nunca constatar que lo hemos hecho totalmente mal. Mientras vivamos, nunca tendremos el Cielo asegurado; pero tampoco estaremos condenados irremediablemente al infierno. Ya conocéis el dicho: no hay santo sin pasado ni pecador sin futuro.

¿No será esto una manifestación de lo que pueda ser la infinita justicia divina conjugada con su infinita misericordia?

lunes, 9 de julio de 2018

Lo importante es el alma; pero dentro de un cuerpo

Lo importante es el alma; pero ésta no es sino la forma del cuerpo. Ambos son indisociables y su unión es lo que caracteriza al ser humano y lo distingue de los demás seres que son sólo cuerpo o sólo espíritu.

Porque es Dios quien ha querido que no seamos una mera espiritualidad inmaterial, como los ángeles. Él ha querido crear un mundo que es a la vez material y espiritual; ha querido crear y amar a un hombre que es cuerpo y alma. Por esto, todas las cosas materiales creadas son santas; aunque todas, fuera de su momento oportuno y justa medida, nos pueden hacer pecar. Dominad y henchid la Tierra es el mandato que recibimos; pero si ella nos domina, entonces vamos contra el plan de Dios.

Nuestro cuerpo será glorioso en el cielo; pero mientras tanto tiene necesidades materiales; y no sólo el nuestro, sino fundamentalmente el de los demás. Así, debemos atender al bien espiritual de nuestros hermanos -que es su salvación-; pero sin descuidar su bien material, sus necesidades para mantener ese cuerpo que Dios le ha dado. El mismo Jesús quiso liberar a muchos enfermos de su enfermedad (cuidar su cuerpo); pero siempre les dijo: vete y no peques más (para cuidar también su alma). Porque, aunque sabía mejor que nadie que lo realmente malo no es el mal del cuerpo, sino el del alma, también quiso curar nuestras enfermedades, aliviar nuestras penas.


Y lo que hiciéremos con cualquier hermano, a Él se lo hacemos (Mateo 25, 40).

domingo, 8 de julio de 2018

Importa la vida eterna; pero ésta se consigue en esta vida


¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma? 
Evidentemente, lo importante es disfrutar toda la eternidad en el cielo de la presencia y el amor de Dios. Pero este mismo Dios ha querido que ese disfrute nos lo ganemos durante nuestra vida temporal: nos pide nuestro amor, cuando todavía no podemos ver completamente el suyo. Y nos lo ganamos con nuestra actitud, porque en realidad el cielo es un mero regalo de Dios, que nunca podríamos alcanzar con nuestra solas fuerzas.
Por esto, en la vida cristiana, existe la oración y la acción, la meditación y el trabajo; y lo correcto no es rezar un poco y trabajar otro poco; sino que lo perfecto es alumbrar toda nuestra acción con la oración: en definitiva, mantener lo más posible a lo largo de nuestra vida esa presencia del Dios que nos ama y al que pretendemos amar. 
Si actuásemos así no sólo nos estaríamos ganando el cielo durante nuestra vida terrena, ¡es que ya lo estaríamos viviendo!

viernes, 6 de julio de 2018

Somos miembros del Cuerpo de Cristo; pero únicos e irrepetibles.


Efectivamente, formamos todos un mismo cuerpo espiritual, como los ladrillos de un edificio o los distintos miembros de un mismo organismo; pero no nos confundimos en el todo. Nos salvamos dentro de la Iglesia, en comunidad; pero nos salvamos individualmente, porque nadie puede conseguirnos la salvación por nosotros mismos, ni siquiera Cristo, que nos abrió la puerta del cielo, pero no nos obliga a entrar. Somos un pensamiento en la mente de Dios; pero tenemos toda la dignidad de seres únicos e irrepetibles, imaginados y amados por Dios desde el comienzo de los tiempos. Somos "la humanidad"; pero Dios sólo es capaz de ver a cada uno de los individuos, porque nos ama a cada uno de nosotros.

jueves, 5 de julio de 2018

Jesús sube a los Cielos, pero se queda con nosotros


¿Cómo volver al seno de la Trinidad con su naturaleza divina y su naturaleza humana, pero quedarse también “todos los días hasta el fin del mundo” entre nosotros con su naturaleza humana y su divinidad?

El amor siempre encuentra soluciones imaginativas para lograr su objetivo: con su divinidad forma un cuerpo místico que nos abarca a todos los hombres y de esta forma todos estamos dentro de él; pero simultáneamente, con la Eucaristía, consigue que su cuerpo humano pueda entrar en cada uno de nosotros. El continente que entra dentro de cada una de las partes del contenido. Cristo nos abraza como miembros de su cuerpo místico; pero quiere sentir cómo nosotros le abrazamos -cada uno individualmente- con nuestro propio cuerpo.

¡Alucinante! Sólo el Amor podría imaginar algo así.

miércoles, 4 de julio de 2018

Nos explica la Ley, pero nos libera del legalismo


Jesucristo, al transmitirnos su mensaje, conservó hasta la última tilde de la Ley antigua; pero arrasó con todos los añadidos que algunos hombres habían echado sobre los hombros de otros hombres. De la ley deja aquello que nos libera, que nos hace más hombres: el amor a Dios y al prójimo; y elimina lo que nos esclaviza, el legalismo reglamentario (613 preceptos tenían los judíos de aquella época) mediante el cual lo importante era cumplir el precepto, no el por qué se cumplía ni la actitud con la que se cumplía. Cristo fue indudablemente un revolucionario, como lo debe ser todo cristiano: pero su revolución consistió en dejarlo todo igual, en volver a los orígenes. Por eso le crucificaron, porque revolucionaba las falsas estructuras entonces establecidas, sin modificar los cimientos: eliminó las super-estructuras que los hombres habíamos construido, para que pudiésemos contemplar claramente su mensaje.

martes, 3 de julio de 2018

Jesucristo es perfecto Dios y perfecto hombre

El mayor ejemplo evangélico de contradicción (perfección de los extremos) lo tenemos en el propio Cristo: no fue medio Dios y medio hombre; sino plenamente Dios y plenamente hombre.

Es decir, que si un Dios Uno y Trino no era ya bastante lío, se nos revela que una de las personas que conforman la naturaleza divina es a la vez Dios y hombre: es creador y criatura.

Y esto ni siquiera la imaginación puede describirlo. Sólo el amor -la misma naturaleza divina- puede arrojar algo de luz sobre la cuestión: Dios crea por la fecundidad de su amor y acaba amando a aquello que ha creado. Y esto es lo razonable: si amar es la determinación de la voluntad de buscar como único bien propio el bien ajeno, ¿no es lógico que Dios ame y busque el bien de aquello que creó por amor? Y si la criatura ofende a Dios, ¿no es lógico que uno de los amantes trate de reparar esa ofensa? Y qué mejor forma de reparar que hacerse uno con aquello que se ama. Y éste es Jesucristo, una sola persona divina con las dos naturalezas: la del amante y la del amado.

Mi amor no me da para más explicación.

Y este Jesucristo, Dios y hombre, es quien mejor nos puede revelar el misterio de nuestra naturaleza humana, el sentido de nuestra existencia. Lo encontramos en el Evangelio: la buena nueva.

Repasemos en las siguientes entradas las aparentes contradicciones de su maravilloso mensaje.

viernes, 29 de junio de 2018

Jesús nos explica la Ley, pero nos libera del legalismo.


Jesucristo, al transmitirnos su mensaje, conservó hasta la última tilde de la Ley antigua; pero arrasó con todos los añadidos que algunos hombres habían echado sobre los hombros de otros hombres. De la ley deja aquello que nos libera, que nos hace más hombres: el amor a Dios y al prójimo; y elimina lo que nos esclaviza, el legalismo reglamentario (613 preceptos tenían los judíos de aquella época) para el que era más importante cumplir el precepto, que el por qué se cumplía o que la actitud con la que se cumplía. Cristo fue indudablemente un revolucionario, como lo debe ser todo cristiano: pero su revolución consistió en dejarlo todo igual, en volver a los orígenes. Por eso le crucificaron, porque revolucionaba las falsas estructuras entonces establecidas, sin modificar los cimientos: eliminó las super-estructuras que los hombres habíamos construido sobre su mandato.


miércoles, 27 de junio de 2018

Dios es uno y trino

La base fundamental de nuestra religión, junto con las otras dos religiones descendientes del patriarca Abraham es el monoteísmo. Es más, sólo estas tres religiones son monoteístas (el judaísmo, el cristianismo y el islam); y las tres tienen la característica de ser religiones reveladas: Dios le indica al hombre cómo quiere ser amado. Las demás religiones o filosofías de vida son el esfuerzo del hombre por averiguar cómo debe amar a sus dioses o afrontar su vida.

Pues bien, la característica especialísima del cristianismo (a diferencia de las otras dos religiones monoteístas) es que afirma que ese único Dios que se le ha revelado es no sólo Uno, sino Trino. Ni el judaísmo ni el islam aceptan esta revelación de la naturaleza íntima de Dios que el mismo Jesucristo nos reveló.

¡Qué contradicción! Toda nuestra fe se basa en un Dios único, ¿pero tenemos que creer y venerar a tres Dioses? ¡No!; y esta es la auténtica contradicción: son tres Personas, pero un solo Dios. No trataré ni de entenderlo ni de explicarlo: esperaré a verlo cuando llegue a la presencia divina.

¿Tres personas? Sí, y una sola naturaleza divina. Y como Dios es perfecto, indica que no podía ser de otra forma: es esta la forma perfecta de existencia de la única divinidad.

A modo de remedo de explicación sólo se me ocurre decir: una sola voluntad divina, pero tres amores entre tres intimidades. Así, la naturaleza divina que no es otra cosa que amor, puede subsistir en sí misma: engendrando amor. Pero ¿hacían falta tres?, ¿no bastaba con dos? Sí, hacen falta tres, porque el amor para ser perfecto tiene que ser fecundo: el amor de dos alcanza esa perfección cuando se dirige conjuntamente a un tercero.

Mi imaginación no da para más. 

martes, 26 de junio de 2018

¿In medio virtus?


O, ¿cómo vivir el cristianismo?

Se dice que en el medio está la virtud; pero esto sólo es aplicable cuando se habla de dos extremos viciosos: en este caso, efectivamente lo recomendable es la moderación. Pero cuando realmente hablamos de virtudes, lo óptimo está en el extremo: practicar la virtud en su total extensión. De hecho, la santidad se le reconoce a quien practicó las virtudes de forma heroica.

El cristianismo es la religión de los extremos, no se conforma con la mediocridad. Es más, frecuentemente sucede que ambos extremos de una circunstancia constituyen la virtud; y, en estos caos, el punto medio sería erróneo o mediocre. Es quizá lo más típicamente original del cristianismo: que conjuga ambos extremos sin que exista contradicción entre afirmar una cosa y su opuesta.  Así, la virtud está en saber conjugar los dos extremos; no en practicar ambos a medias. Porque, hablando de virtudes, la verdad de un extremo no excluye la del contrario; sino que la afirma. Y también sería un error quedarse en uno de los extremos y negar el otro: nuestra virtud no sería mediocre, sino que estaría coja.

¿In medio virtus?: sí, pero no por la mediocridad de quedarnos a la mitad de todo, sino por la perfección de conjugar los opuestos.

El cristianismo le muestra al hombre el misterio del hombre; y como éste está hecho a imagen y semejanza de Dios, tiende a la perfección: la perfección extrema de ambos extremos. ¿Es esto posible? Evidentemente, no; y esta es la primera contradicción del mensaje evangélico. Porque, ¿no hay en el mensaje evangélico tantas contradicciones aparentes como en la vida del hombre? Pues sí, las hay; pero este es el Camino, la Verdad y, en definitiva, la Vida misma.

Trataré de identificar muchas de las aparentes contradicciones que podemos encontrar en el cristianismo, en las que ambos extremos se presentan como la verdad o la virtud.

Nueva etapa

Después de una largo paréntesis, quiero iniciar una nueva etapa en este blog y retomar la publicación de entradas con asiduidad.

Un tema me ha estado rondando últimamente y es la característica fundamental del cristianismo de compaginar un concepto y su contrario. Y va más allá: no sólo los compagina, sino que hace que ambos extremos constituyan la virtud.

Empezaré esta nueva etapa hablando de estas aparentes contradicciones.