martes, 24 de julio de 2018

El pecado es lo intrínsecamente opuesto a Dios; pero el pecador es el hijo amado de ese Dios.


Dios es justo y misericordioso; es más, es infinitamente justo e infinitamente misericordioso.
Por supuesto, este es el caso en el que más claro se ve que la virtud no está en el medio: Dios no es medio-justo y medio-misericordioso (¡vaya chapuza sería esto!). Dios, una vez más, nos maravilla conjugando los dos extremos: administra su justicia con toda misericordia; y es misericordioso con aquellos a los que ha de juzgar.
Por eso, en virtud de su justicia, rechaza el pecado, que es lo opuesto al plan de Dios; pero ama al pecador, como hijo extraviado que es.
Este pensamiento es el que lleva a la conclusión que de sólo se condena aquél que expresamente rechaza el amor de Dios (Dios, en justicia, tiene que respetar ese rechazo); y todo el que de algún modo desea salvarse, logrará salvarse, porque la misericordia de Dios lo hará posible a pesar de sus pecados.
Este pensamiento es el que alienta mi esperanza, mi seguridad de que encontraré en Dios un juez que, sin negar mis pecados, sabrá perdonarlos...
Cristo nos consiguió ese perdón, sólo tenemos que pedirlo.

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