miércoles, 11 de julio de 2018

Amar a Dios sobre todas las cosas; y al prójimo como a uno mismo


Porque somos cuerpo y alma, espirituales y materiales, destinados al Cielo pero viviendo muy en la Tierra, debemos amar a Dios con todas nuestras fuerzas materiales pero también al prójimo como a nosotros mismos. Más aún, debemos amar al prójimo como Dios le ama. ¿Que no es fácil? Efectivamente, no lo es; pero la dificultad es debida a la propia grandeza del hombre, a la complejidad de su naturaleza. Por esto, la moral cristiana no descansa en la certeza absoluta de un dogma, sino en la incertidumbre de querer conjugar los extremos: amar a Dios y al hombre, el cuerpo y el alma, la materia y el espíritu. Y esto nos lleva a no tener nunca la certeza de haberlo hecho totalmente bien; pero tampoco podremos nunca constatar que lo hemos hecho totalmente mal. Mientras vivamos, nunca tendremos el Cielo asegurado; pero tampoco estaremos condenados irremediablemente al infierno. Ya conocéis el dicho: no hay santo sin pasado ni pecador sin futuro.

¿No será esto una manifestación de lo que pueda ser la infinita justicia divina conjugada con su infinita misericordia?

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