miércoles, 17 de marzo de 2010

La nueva evangelización

El problema actual con la evangelización -es decir el anuncio del Evangelio- es que se predica la salvación -la buena noticia- a quien no tiene conciencia de pecado. Y si no hay pecado, ¿de qué tenemos que salvarnos?

El hombre actual no cree ofender a Dios, porque desconoce el amor que Dios le ofrece. Si no sé que Dios tiene un plan magnífico para mí, que me amó desde toda la eternidad y que me creó para amarle y ser feliz con Él, ¿cómo voy a saber que rechazar ese plan le ofende? Si desconozco el plan del que me estoy alejando con mi pecado, ¿cómo voy a alegrarme de que alguien me devuelva a él?

El drama del hombre actual es que desconoce el amor de Dios; y entonces rechaza que un Dios pueda dirigir su vida y se aferra a su mísero placer y se ama a sí mismo; y esto le parece tan escaso, que acaba odiando a Dios por haberle creado..., rechazando así la única vía de salvación, de salida de sí mismo.

Por esto, lo importante en la evangelización es transmitir el Amor, mucho más que la moral.

sábado, 13 de marzo de 2010

Cristo, camino para endiosarnos.

Afirma Santo Tomás de Aquino que "Dios se hizo hombre, para que los hombres nos hiciésemos dioses". Es una gran verdad, como veíamos en la entrada anterior.

Pero me atrevería a mejorar esa afirmación: tras el extravío del hombre por el pecado, Dios se hace hombre para enseñarnos el camino a la divinidad. ¿Que quiero decir? Pues que la cualidad de poder endiosarnos, esa meta, la tenemos desde que el hombre fue creado; pero nuestro pecado nos desvió del camino. Nuestro destino divino no aparece con la Redención; sino que es intrínseco a nuestra naturaleza libre, consecuencia de haber sido creados por Dios a su imagen y semejanza. La Redención lo que hace es restaurar esa naturaleza: nos enseña a amar de nuevo, para que encontremos el camino de la divinidad.

El antropocentrismo actual rechaza el pecado porque considera al hombre su propio dios: somos dueños de nosotros mismos y nuestra voluntad es la única que debe guiarnos. Pero la realidad es totalmente diferente: el pecado existe precisamente porque fuimos creados para ser dioses. Y el pecado precisamente consiste en nuestro rechazo de llegar a ser tales, dioses en Dios.


Y esto sí puede ofender a Dios: que su criatura, destinada al más alto fin, reniegue de Dios y prefiera endiosarse como simple hombre. Incluso peor, al rechazar libremente al Creador, nos endiosamos como animales, ya que pervertimos hasta la propia naturaleza humana, degradándola.

jueves, 11 de marzo de 2010

Somos dioses

Hablábamos en la entrada anterior del la permanencia del alma humana en Dios, mientras libremente así lo decida por su Gracia. Entonces, ¿somos dioses?

Por supuesto, somos dioses porque fuimos creados a su imagen y semejanza y porque compartimos la más distintiva de sus cualidades: la libertad. Pero somos dioses en Dios.

Y como dioses, ¿podemos crear? La respuesta es afirmativa: como somos libres podemos crear; y lo que creamos con nuestra libertad es el amor. El amor, que no existe en la naturaleza, es la criatura del hombre, el producto de su libertad. Con nuestra libertad creamos amor de la nada...

Pero nuestra libertad también puede abstenerse de crear, puede negarse a amar -o amarse a sí mismo-; y esto es la ausencia del bien (lo que equivocadamente llamamos el mal); y esa ausencia es el pecado. Pecar es rechazar el amor, rechazar a Dios que es Amor y nos creó para amar. Este es el riesgo que Dios quiso correr: crearnos para el bien y que ese bien se quede sin hacer...

Pero si ejercemos nuestra libertad y amamos, hacemos el bien, entonces estamos imitando a Dios, nos hacemos dioses... Y cuanto más amemos, más creamos y más nos endiosamos.

En definitiva, el mayor acto de amor es el que más nos endiosa; y nadie tiene más amor que el que da su vida por otro. Por esto, cuando más amamos es cuando sufrimos por los demás. Luego el sufrimiento -la mayor manifestación del amor- es lo que más nos endiosa...

Esta vez he llegado muy lejos (¿demasiado?) en muy pocas frases; pero me gusta la conclusión a la que llego. Si el sufrimiento es lo que más nos endiosa, entonces Dios ha sabido dar sentido y valor [el mayor valor] a lo más inútil: al dolor.

¿No se ve distinta la Pasión de Cristo desde este punto de vista?: Jesús muriendo en la Cruz es cuando es más DIOS -si se puede hablar así-, porque sufriendo y amando se endiosa su naturaleza humana; y ¡de que manera!

martes, 9 de marzo de 2010

El alma de los seres vivos.

¿Que es la vida? Esta es una de las muchas respuestas que la ciencia no ha sabido darnos: no existe una definición de vida que sea aplicable a la totalidad de los seres vivos. ¿Por qué a algo que cambia totalmente a lo largo de su existencia, se le considera que es un mismo ser? ¿Qué es lo que le mantiene en la identidad, cuando han cambiado todos sus elementos? ¿Por qué el bebé y el anciano -tan diferentes- son la misma persona? ¿Y el gusano de seda y la mariposa?

Los filósofos tratan de explicarlo diciendo que toda vida está ligada a un alma, que es lo permanente aunque lo material cambie. Por supuesto, hay alma vegetal, alma animal y alma humana.

Hasta aquí la filosofía... ahora empezaré a divagar...

En el caso de los seres vivos en general, sería Dios mismo su alma, quien les da forma y los mantiene en su ser a lo largo del tiempo. Sin embargo, en el caso del hombre ha querido ir más lejos. Por supuesto, nuestra alma es parte de Dios, como cualquier otra criatura que sin Él no recibe el ser (en Él somos, nos movemos y existimos); pero nos ha querido crear a su imagen y semejanza. Y como lo propio de Dios es la libertad -no está condicionado ni determinado por nada-, ha querido crear esa alma libre, con voluntad independiente. De un modo que no podemos llegar a entender (aunque estemos en Dios), nuestra alma puede decidir libremente permanecer en la vida divina o separarse de ella. Dios ha querido mantener en la existencia al hombre que rechaza s Gracia, al que le vuelve la espalda y rechaza la vida divina; a pesar de esto, siguen vivos tanto su cuerpo como su alma. Pero al alma que no está unida a Dios le falta lo fundamental; ese hombre se convierte en una naturaleza incompleta, separada de su Creador ya no es la naturaleza diseñada por Éste. Y Bien podemos decir que la naturaleza humana separada de Dios es incluso inferior a la de los animales o plantas, que siempre permanecen en Él, fieles a su naturaleza.

Hay quien dice que no existe el infierno. ¿Es que puede haber peor infierno que descubrir -en la otra vida- las consecuencias de tan garrafal error? Éste es el infierno: lamentar eternamente la eterna separación de Dios.

domingo, 7 de marzo de 2010

Eliminar la civilización cristiana

Al parecer el objetivo primordial del NOM (Nuevo Orden Mundial) con sus ideología de género, su feminismo radical, su laicismo militante y, en definitiva, con sus ataques constantes al único baluarte que queda en pié -la Iglesia Católica-, es eliminar la civilización cristiana.

Pero yo me pregunto si alguien ha caído en la cuenta de que es precisamente el cristianismo el que ha liderado el desarrollo de la humanidad en los últimos siglos. Han olvidado que la civilización hunde sus raíces en la concepción social cristiana, que es de donde han salido los valores que sustentan nuestras avanzadas sociedades: la dignidad humana, la libertad, el respeto a la vida, la concepción del matrimonio y de la familia, los derechos de los trabajadores, la asistencia social, y un largo etcétera... a veces desconocido por el gran público que no cae en la cuenta de que todo esto es "herencia de Cristo". Incluso en las civilizaciones orientales se han ido incorporando muchos de estos valores que para ellos no existían, por ejemplo la concepción de la familia... y van avanzando en el reconocimiento social de la mujer.

Pues bien, si eliminamos la civilización cristiana, lo que estamos eliminando es simplemente la civilización como la conocemos, pues no hay otra que pueda tomarle el relevo.

¿O es que la ideología de género y la cultura de la muerte pueden ofrecer algo mejor?

viernes, 5 de marzo de 2010

Dios cambió su forma de hacer Justicia

Decíamos hace unas entradas que la justicia de Dios es muy distinta de la humana; y poníamos como ejemplo la Redención, en la que el Justo muere y el culpable recibe la gracia.

Esta es la actitud que Dios nos pide: durante el Antiguo Testamento Dios acude para hacer Justicia con su pueblo, liberándole de sus enemigos o incluso castigándole por sus culpas. Pero desde la Redención, ha dejado de ejercer esa Justicia directa: ni nos castiga abiertamente por nuestras culpas, ni nos libra de nuestros enemigos. Lo primero, porque hemos sido rescatados por Cristo al precio de su sangre; y Dios esperará a que Él venga a juzgarnos. Lo segundo, porque nos pide que -a ejemplo de Cristo- también nosotros nos entreguemos para liberar a nuestros enemigos.

Desde la Redención debemos ser también co-redentores.

jueves, 4 de marzo de 2010

Lo que ninguna Ley nos puede dar.

Seguimos con la carta cuaresmal del Papa, que es muy corta -dos folios- pero que contiene cantidad de mensajes explosivos para la sociedad actual, como ya hemos tenido ocasión de comprobar en comentarios anteriores.


Otra de las cosas que nos dice es que la Justicia distributiva nunca puede dar todo lo que un hombre necesita, ya que lo más necesario para un hombre es el amor: tanto el amor humano como el divino. Por lo tanto, no basta con distribuir lo que la sociedad tiene, aunque se haga equitativamente. Lo importante es que cada persona reciba el reconocimiento y la dignidad que merece, incluso cuando poco pueda aportar debido a sus circunstancias. Esto ya se acerca más al amor que a la justicia: valorar a cada uno por sí mismo, con independencia de sus circunstancias y sus aportación a la sociedad.


Por supuesto, no se puede pedir a una ley que nos garantice el amor, que por definición no puede forzarse. Pero sí se le debe pedir a la ley que trate de fomentar el amor entre los ciudadanos (hay leyes promulgadas expresamente para fomentar el odio) y no sólo la estricta justicia.


Pero lo que debe ser el objetivo último es que cada uno sienta que ese reconocimiento, que ese amor, le viene de Dios, de su creador; que, en definitiva, es quien nos otorga nuestra dignidad. Por esto, la actitud más injusta sería tratar de apartarnos del amor de Dios.

¿Suena a utopía? Me imagino que sí. Vivimos en una sociedad que no logra implantar la mera justicia distributiva entre sus ciudadanos (y mucho menos si comparamos a los ciudadanos de unas naciones con los de otras): ¿cómo esperar que implante el amor?

Pero creo que es importante no olvidar el objetivo último por muy lejano que lo veamos, si queremos avanzar en la dirección correcta.

miércoles, 3 de marzo de 2010

La injusticia está dentro de nosotros

Esta es otra de las afirmaciones explosivas del Papa en su carta cuaresmal, por mucho que no haga más que repetir la enseñanza evangélica.

Nos dice el Señor -cuando se ve recriminado porque come sin lavarse las manos-, que no es lo de fuera lo que mancha al hombre, sino lo que el hombre saca de su corazón... Por supuesto se está refiriendo a lo que mancha su alma.

Parece que hoy en día nos hemos olvidado de este pasaje evangélico, y culpamos con demasiada facilidad de los males del mundo a elementos ajenos a nosotros mismos. Ante una injusticia, siempre hay alguien a quien culpar: la sociedad, las autoridades, la casualidad, incluso nos atrevemos a culpar a Dios... Y siempre encontramos una excusa en la que escudarnos de nuestra actitud apática ante esa injusticia.

Pero el Papa nos viene a recordar que los ataques de fuera no pueden hacernos mal; que en definitiva, nada externo puede violentar nuestra libertad. Lo que nos hace mal no es la injusticia ajena, sino nuestra conducta al respecto, nuestra aceptación.

No nos hacen mal los políticos que nos atacan, ni los que aprueban el aborto o el llamado matrimonio homosexual, ni los que nos inundan con pornografía. Estas cosas nos harán mal en la medida en que nosotros las aceptemos; o, para diferenciarnos de "los malos", las aceptemos sólo en menor medida, las aceptemos sólo en la medida del "mal menor". Por ejemplo, la ley española del divorcio exprés -que permite disolver civilmente un matrimonio a los tres meses de celebrado y sin causa alguna- sólo hará mal a la sociedad si los esposos egoístamente acuden a ella. La ley que despenaliza el aborto no matará ningún niño, sin el concurso del egoísmo de la madre y el médico (1).

Por esto, nos dice textualmente el Papa: "La injusticia, fruto del mal, no tiene raíces exclusivamente externas; tiene su origen en el corazón humano donde se encuentra el germen de una misteriosa convivencia con el mal". La injusticia no proviene de las estructuras sociales ni de las ideologías nefastas, sino del egoísmo humano, que es el que, a la postre, ahoga nuestro impulso inicial para compartir y nos incita a retener lo nuestro -lo que nos pertenece-, en aferrarnos a lo que necesitaría nuestro prójimo...

Si queremos mejorar el mundo, empecemos mejorando nosotros, evitando cualquier convivencia con el mal, aunque sea menor y esté socialmente aceptado. Porque si el mal no anida en el corazón humano, entonces deja de existir.

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(1) Por supuesto, dejo claro que una ley injusta será ilegítima e infame, aunque nadie llegase a aplicarla; y debe rechazarse su mera promulgación.

lunes, 1 de marzo de 2010

La Justicia de Dios

Benedicto XVI, en la carta cuaresmal que comentábamos en la entrada anterior, no habla sólo de la Justicia distributiva, también nos trata de explicar algo de la Justicia de Dios, "profundamente distinta de la humana".

Decíamos que la justicia humana consiste en "dar a cada uno lo suyo". Pues bien, en la Justicia divina, el Justo muere en lugar del culpable, y éste recibe la bendición que le correspondería al justo... Es decir, cada uno recibe lo contrario de lo que parece merecer: lo contrario de "lo suyo". En la justicia humana, una situación así nos parecería inaceptable, sería un despropósito. Tratemos de comprenderlo.

Ya habíamos hablado de que la Justicia de Dios es su forma de hacer misericordia; y su misericordia es la forma de hacer justicia (ver entrada del 28-6-09). Así, al castigar a su Hijo inocente y perdonarnos a nosotros -los culpables-, entregándonos su Gracia, pone de manifiesto que su justicia-misericordiosa es la forma de mostrarnos su Amor. Dios es Amor; y todo lo que hace es amar. Este es el aspecto de Dios más importante, mucho más que cualquiera de las otras "cualidades" que tanto pueden impresionarnos: la eternidad, la omnipotencia, la omnisciencia, etc. El amor de Dios es lo que le hace que su Justicia le pida a su Hijo "todo lo que puede dar", para darnos a nosotros "todo lo que necesitamos"(1)... Y al que da lo que tiene, no puede pedírsele más. Que nos sirva este pensamiento para no volver a pedirle cuentas a Dios de las hipotéticas injusticias a las que creemos que nos somete...

Y esta forma de hacer Justicia, es el camino que Dios nos muestra para que le imitemos. Este ejemplo, es lo que nos debe animar a crear sociedades justas en las cuales cada uno reciba "lo suyo", no entendido como lo que le corresponde, sino como lo que necesita.

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Utilizo intencionadamente estas expresiones ^[que utilizó un comentarista a mi entrada anterior] para poner de manifiesto que las considero expresión del cristianismo evangélico; y que son algunos cristianos quienes más a menudo durante dos mil años las han puesto por práctica; aunque, por supuesto, el resto de cristianos estamos muy lejos de vivirlas.