domingo, 25 de noviembre de 2012

Cristo, Rey del universo.

Hoy celebramos la solemnidad de Cristo Rey del universo todos aquellos que pensamos que un día Él vendrá con gloria a juzgar a vivos y muertos e instaurará definitivamente su reino.
Por supuesto, no será un reino parecido a los que conocemos, que se basan en estructuras de poder más o menos democráticas. El reino de Dios en la tierra será un reino de justicia, paz y amor. “
Entonces, tú eres rey”, le preguntó Pilatos. “Tú lo dices, Soy Rey; pero mi reino no es de este mundo…”; y poco después murió en una Cruz. Pues cuando Él vuelva con gloria, no gobernará su reino desde un trono, sino desde esa Cruz; porque su reino es distinto y se rige mejor desde la Cruz que desde el trono.

Es reino de Justicia, pero no esa justicia que imparten los soberanos desde sus tronos, mediante la cual absuelven a los inocentes y condenan a los que se declaran culpables. En el reino de Dios se absuelve al que reconoce su culpa; y se permite que el inocente se ofrezca a cumplir la pena del culpable. Por esto, desde la Cruz se imparte mejor este tipo de Justicia divina.
Reino de Paz, esa paz que san Agustín definía como “la tranquilidad en el orden”; ¿y hay mayor Paz que entregar la vida en cumplimiento de la propia misión?; ¿hay mayor Paz que estar agonizando colgado de una Cruz y perdonar a los ejecutores?; ¿hay mayor Paz que conservar la mirada de amor, cuando se está cargando con todos los pecados de los hombres?
Reino de Amor, porque el Rey es sólo eso: Amor. Un Reino en el que cada uno busca el bien para los demás, en el que se da todo sin esperar nada a cambio, en el que cada cual prefiere al otro antes que a uno mismo.

Pues a pesar de todo esto, Cristo ya nos advirtió de que muchos dirían: “no queremos que ese reine sobre nosotros…”

¿Y quién mejor?

viernes, 16 de noviembre de 2012

Año de la Fe... en la Eucaristía.

Estamos en el año de la Fe: fe en Dios Padre creador, en Dios Hijo redentor y en Dios Espíritu Santo; fe en la encarnación, en la resurrección, en la segunda venida de Jesucristo, en la Iglesia y la comunión de los santos, en el perdón de los pecados y en la vida eterna. Estas son las verdades que se recogen en nuestro Credo. Esto es lo que principalmente tenemos que creer y que transmitir.

Pero todo eso podríamos creerlo sin que apenas se notase en nuestras vidas (“también los demonios creen y se estremecen”, Sant. 2, 19); si queremos una fe que de verdad nos compromete, que nos acerca al Señor, que nos permite dar y recibir amor, entonces debemos fomentar la fe en la Eucaristía.
No hay nada que más claramente distinga a un católico que un profundo amor a la Eucaristía, en donde podemos incluso tocar a Dios. Pero como dijo en recientemente nombrado doctor de la Iglesia San Juan de Ávila: “trátale bien, que es Hijo de buena Madre”.
Si tuviésemos auténtica fe en la Eucaristía, no podríamos ignorar –incluso despreciar- al Señor de la forma en que se le trata habitualmente.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Queremos suplantar a Dios

No es sólo que hayamos vuelto la espalda a Dios, sino que incluso nos enfrentamos arrogantemente a Él y nos empeñamos en destruir su creación, en destruir la naturaleza humana. Pretendemos suplantar a Dios tratando de convertir nuestra voluntad en la única guía de nuestra conducta, en ser dueños de nuestro destino y de nuestra propia naturaleza. Pero hemos acabado convirtiéndonos en colaboradores activos del maligno y hemos terminado enredándonos en sus redes. Los que pretendían ser dioses han acabado siendo siervos del más desgraciado de los seres.

 ¿Hasta cuándo consentirá Dios esto? ¿Se enfadará y nos mandará su castigo?, o simplemente esperará a que las consecuencias lógicas  de tantos desmanes se vuelvan contra la Humanidad y nos obliguen a rectificar dolorosamente el rumbo.
Cualquiera de ambas posibilidades sería justa: nos lo hemos merecido sobradamente. Pero lo que no acabo de comprender es por qué las consecuencias de la soberbia humana caen frecuentemente en primer lugar sobre los menos culpables [nadie es inocente ante Dios]. ¿Será que Dios utiliza ese sufrimiento “injusto” como ofrenda para acortar los padecimientos de los demás? Tampoco podremos reprochárselo, ya que es lo que le pidió a su propio Hijo. ¿Es, entonces, el sufrimiento humano una forma de corredención?

Es la única explicación que se le ocurre a mi pobre mente. Pero para que el sufrimiento fuese provechoso, deberíamos aceptarlo y ofrecerlo… ¡Y qué difícil es cuando no se siente cercano el amor de Dios!

martes, 13 de noviembre de 2012

¿Pedir cuentas a Dios?


Me dice un amigo que no entiende tantas desgracias como ocurren actualmente, en especial las relacionadas con la violencia de género. También son habituales las catástrofes como ciclones, terremotos, tsunamis, etc. Dice que no pretende conocer el plan de Dios y que imagina que todo esto tendrá algún significado dentro de ese plan.
No coincido plenamente con él. Quizá muchas de estas cosas están muy al margen del plan de Dios; y por supuesto, todas se derivan del pecado humano. Los efectos desastrosos de muchas de las catástrofes naturales son debidos al hacinamiento humano provocado generalmente por la avaricia de los especuladores inmobiliarios, capaces de urbanizar las mismas costas y hasta los cauces secos de los ríos. Y esos crímenes por celos o peleas matrimoniales, pueden tener mucho que ver con la trivialización social del matrimonio, el rechazo de la fidelidad [recientemente se han podido ver en España anuncios que promocionaban el adulterio… ¡pagando, claro!], el desprecio de la vida humana en sus comienzos o finales, la manipulación genética antinatural [se ha cruzado material genético humano con el de animales, para “ver qué pasaba”] y tantos otros atentados contra la naturaleza humana [por motivos supuestamente ecológicos se están utilizando como combustible los cultivos que deberían servir para la alimentación humana, provocando la escalada de su precio y la hambruna de millones de personas inocentes]. Y lo peor no son los hechos en sí –que son graves- sino la aceptación social de todo esto con total naturalidad.
¿Cómo, después de provocar –o aceptar pasivamente- todo esto, nos atrevemos a pedir cuentas a Dios? ¿Cómo vamos a exigirle que evite las consecuencias de lo que nosotros mismos fomentamos?

domingo, 11 de noviembre de 2012

¿Está el Cristianismo en peligro de supervivencia? (2)

Continúo con la entrada anterior.
Más recientemente, diversos movimientos sociales creyeron haber enterrado el Cristianismo porque eran ellos los que habían encontrado el supuesto paraíso material del hombre. La Revolución Francesa entronizó a la Diosa Razón (curiosamente representada por una prostituta); y esa razón les llevó a la época del terror, que dinamitó su lema de Libertad, Igualdad y Fraternidad con la ejecución de todo ciudadano que se opusiese al supuesto paraíso material, empezando por los propios promotores de la Revolución, que fueron guillotinados por sus seguidores.

Años después, era el comunismo ateo el que descubría e paraíso del proletariado, y renegaba de toda religión, consiguiendo, por la fuerza, extinguirla en sus territorios. Pero pronto se vio que ese paraíso sólo lo era para los jefes comunistas y que para los demás era un infierno… Y el comunismo se colapsó sobre sí mismo y el cristianismo renació allí donde se le suponía extinguido.
Otras también han intentado sustituir la religión por su ideología; pero sin Dios, toda ideología, por muy bien intencionada que nazca, acaba corrompiéndose y convirtiéndose en lo contrario de lo que pretendía. El Nazismo, que sustituía el culto a Dios por el culto a la raza y pretendía el engrandecimiento de la propia patria, acabó siendo el mayor enemigo del hombre y el destructor de la nación a la que pretendía servir. Y estas ideologías pasaron… y el Cristianismo resurgió y fue el motor de la reconciliación europea y la construcción de la unidad.

Y el posmodernismo nos trae la cultura del hedonismo, la centralidad del hombre y su voluntad como único sentido de la vida humana, la cultura de la muerte que impone el control de natalidad y la eliminación de los hijos no deseados, como meros subproductos de la liberación sexual (con total desfachatez, se encubre el homicidio como salud reproductiva). Pero esta sociedad occidental pagada de sí misma está abocada a la desaparición, por su propio envejecimiento y su incapacidad de esfuerzo en actividades realmente productivas. La economía financiera y la especulación, fomentadas por la cultura del enriquecimiento rápido, han producido un esquema económico inviable y dependiente de culturas menos fuertes pero integradas por personas más fuertes; y en las que el Cristianismo avanza en la misma medida en que retrocede en Occidente.
Y es que cuando algo es de Dios, es vano tratar de combatirlo…

viernes, 9 de noviembre de 2012

¿Está el Cristianismo en peligro de extinción?

Por supuesto, esta es una pregunta que sólo se hacen los no cristianos, incluso los no creyentes. Aquellos que piensan que nuestra religión es un invento humano –sí, con aportaciones fundamentales a la cultura occidental, pero meramente humano- han pensado reiteradas veces a lo largo de la Historia que el Cristianismo como tal estaba llegando a su fin.

Los primeros fueron los emperadores romanos, que pretendieron acabar con el Cristianismo por el sencillo método de acabar con todos los cristianos: pero lo único que consiguieron fue esparcirlo por los cuatro costados del Imperio. Los mártires de las persecuciones fueron las mejores semillas para su fructificación.
Después, cuando el Cristianismo fue reconocido oficialmente, se pensó que llegaba a su fin debido al adocenamiento y corrupción de sus costumbres; o por las divisiones internas que producían las constantes herejías y escisiones que hubo. Pero el Cristianismo superó todo eso y siguió perviviendo a través de los siglos, aunque, por desgracia, nos encontremos divididos en tres grandes grupos: católicos, ortodoxos y protestantes; divisiones debidas al propio egoísmo y soberbia de los cristianos. Pero todos seguimos predicando al mismo Cristo, Hijo de Dios encarnado, que vino a redimirnos con su Pasión y muerte.

Y si ni siquiera los cristianos hemos sido capaces de acabar con el Cristianismo, es señal certera de que esta obra es de Dios.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

¿Cómo serían los cristianos auténticos?

¿Cómo sería un hombre que auténticamente hubiese abrazado el Cristianismo con todas sus consecuencias?
Pues no necesitamos imaginarnos una especie de marciano, nos basta con repasar las vidas de los que ya han sido declarados santos. Y si las repasamos de verdad, descubriremos que sus señas de identidad no son asombrosas ni extraordinarias, sino simplemente muy humanas.
El ser humano que mejor se configuró con Cristo no hizo nada, absolutamente nada, fuera de lo rutinario, a pesar de que sí le ocurrieron cosas extraordinariamente excepcionales: la Virgen María, a pesar de ser Madre de Dios, vivió una vida absolutamente normal e incluso vivió con naturalidad el hecho de perder a su Hijo de una de las maneras más trágicas que puedan concebirse.
Y las vidas de los demás santos no son muy diferentes, a pesar de que sí que hicieron cosas extraordinarias que dejaron recuerdo; en caso contrario, nadie se hubiese molestado en iniciar su proceso de canonización. Pero hay muchos santos anónimos, no reconocidos oficialmente, que comparten las mismas características de los grandes santos. Según Clive Staples Lewis, son las siguientes:
No llaman la atención sobre sí mismos.
  • Nos dan la sensación de que estamos siendo amables con ellos, cuando la realidad es que son ellos los que están siendo amables con nosotros.
  • Nos aman más de lo que nos aman las demás personas, pero nos necesitan menos.
  • Dan la sensación de que disponen de todo el tiempo del mundo, a pesar de la gran cantidad de actividad que desarrollan.
  • Son todos distintos, porque cada uno tiene su carisma propio. Y esto es porque seguir el plan de Dios nos individualiza mucho más que seguir nuestra propia voluntad, que, en definitiva, suele ser muy parecida a la de todos los demás mortales: simples instintos y tendencias genéticas.
Y es que esa transformación extraordinaria que nos configura con Cristo no lleva aparejada ninguna manifestación extraordinaria. Es otra de las paradojas del Cristianismo.

lunes, 5 de noviembre de 2012

La determinación fundamental

También he oído llamar la opción fundamental a esta transformación que cambia radicalmente nuestra vida, con independencia de que sigamos arrastrando nuestros defectos cotidianos. Por supuesto es un acto totalmente voluntario, que se nos suscita por acción de la gracia de Dios y que sólo podremos llevar adelante con ayuda de esa misma gracia de Dios. Realmente nuestro único mérito –si se le puede llamar así- es la decisión voluntaria de cambiar de actitud. Y a Dios le basta con esto para recibirnos y darnos tanta gracia como necesitemos para perseverar en esa opción fundamental.

Hay personas que se desaniman en los primeros momentos, porque ven lo lejos que está la perfección de sus posibilidades. Es un grave error. Por supuesto que la perfección está muy lejos de nuestras posibilidades: infinitamente lejos; pero Dios lo que pretende es nuestra decisión voluntaria, el resto lo hará Él cuando y como quiera.  Lo único que nos debe preocupar es permanecer en el camino correcto, la velocidad de avance es algo que sólo a Dios compete; y si Dios nos quiere lentos, pues iremos lentos; y si nos quiere rápidos, pues trataremos de ir rápido…
Permanecer en el camino, permanecer en Dios es lo que importa…

sábado, 3 de noviembre de 2012

La muerte para los no creyentes

Sigo con mis reflexiones de la entrada anterior.
Los no creyentes, también tienen miedo a la muerte; y en muchos casos más que los creyentes. De hecho, cuanto más secularizada está una sociedad, menos se puede hablar de la muerte en público.
Volvemos a dejar aparte el comprensible miedo al color o al sufrimiento de los seres queridos. Pero además de éstos, los no creyentes también tienen miedo a la muerte en sí misma, y esto ya no es comprensible. Para alguien que no cree en la vida eterna, la muerte es un punto final del que no debería preocuparse, ya que ningún bien o mal puede depararle. Pero no es así, el miedo a ese punto final persiste irracionalmente. No creo que sea una mera cuestión de instinto, que lógicamente aflora en situaciones de peligro, ya que el miedo persiste cuando el tema se suscita en momentos en los que no existe peligro alguno.
¿Por qué coinciden en esto los creyentes y los no creyentes?
Pienso que, en ambos casos, el miedo no es al trance, ni a lo que se deja, sino a lo que se debe afrontar al llegar al más allá. Por supuesto, los creyentes saben que deberán afrontarlo –y deberían prepararse para ello, manteniendo una vida lo más cerca de Dios posible-; pero creo que los no creyentes tienen una duda tan intensa sobre la posibilidad de tener que afronta la presencia de un Dios que les ha creado y mimando en esta vida y a quién ellos ni siquiera han reconocido, que esa mera duda ya les produce terror. Y además, en su caso es más difícil refugiarse en la misericordia de un Dios en el que no creen.
Todo esto me reafirma en mi creencia de que tanto la vida como la muerte son más fáciles para el creyente.  

viernes, 2 de noviembre de 2012

El miedo a la muerte

Hoy, tras la fiesta de todos los santos de ayer, es el día de todos los difuntos. Es decir, de aquellos que ya dejaron este mundo y todavía no están en el Cielo; porque si ya estuviesen, serían santos, declarados o no. Y este es un día que nos recuerda la muerte, ese trance por el que todos hemos de pasar; y del que prácticamente no se puede hablar porque produce cierto terror en toda la cultura occidental.
¿Qué supone la muerte para los creyentes? Pues para un cristiano, la muerte es el trance mediante el cual se separan temporalmente alma y cuerpo: el cuerpo se pudre aquí en la tierra y el alma se enfrenta a su juicio particular. ¿Por qué habría de darnos tanto miedo este trance a los que esperamos una vida mejor? Por supuesto, existe un miedo fundado a que el trance sea doloroso o traumático; y esto es comprensible. También sería comprensible estar preocupado por lo que les ocurrirá a nuestros seres queridos, si dependen de nosotros para solventar sus necesidades fundamentales. Pero yo observo que el miedo a la muerte persiste aún cuando no se prevean ni dificultades para los deudos ni un trance doloroso. Y llego a la conclusión de que si se esperase llegar a la presencia de Dios y gozar infinitamente de su gloria, el miedo no estaría en absoluto justificado; luego la mayoría de los creyentes tiene miedo a enfrentarse a un juicio del que no saldrán demasiado bien parados. Y esto también es muy comprensible, porque todos tenemos suficientes pecados como para que nos pese –y mucho- verlos todos juntos el día del Juicio.
Quizá, si tuviésemos tan presente la misericordia de Dios como nuestros pecados, el miedo disminuiría mucho; y, sobre todo, debemos tener la firme esperanza de que Dios no dejará condenarse a nadie que realmente quiera unirse a Él, por mucha que sea su debilidad. Eso sí, contemplar la bondad de Dios y nuestra mísera condición y recordar las veces que le hemos dado la espalda, nos puede hacer pasar por un mal trago en el purgatorio; pero siempre tendremos la certeza de que es algo temporal y que nos espera toda una eternidad de felicidad junto a Dios.

jueves, 1 de noviembre de 2012

La determinación fundamental

También he oído llamar la opción fundamental a esta transformación que cambia radicalmente nuestra vida, con independencia de que sigamos arrastrando nuestros defectos cotidianos. Por supuesto es un acto totalmente voluntario, que se nos suscita por acción de la gracia de Dios y que sólo podremos llevar adelante con ayuda de esa misma gracia de Dios. Realmente nuestro único mérito –si se le puede llamar así- es la decisión voluntaria de cambiar de actitud. Y a Dios le basta con esto para recibirnos y darnos tanta gracia como necesitemos para perseverar en esa opción fundamental.

Hay personas que se desaniman en los primeros momentos, porque ven lo lejos que está la perfección de sus posibilidades. Es un grave error. Por supuesto que la perfección está muy lejos de nuestras posibilidades: infinitamente lejos; pero Dios lo que pretende es nuestra decisión voluntaria, el resto lo hará Él cuando y como quiera.  Lo único que nos debe preocupar es permanecer en el camino correcto, la velocidad de avance es algo que sólo a Dios compete; y si Dios nos quiere lentos, pues iremos lentos; y si nos quiere rápidos, pues trataremos de ir rápido…
Permanecer en el camino, permanecer en Dios es lo que importa…