lunes, 28 de febrero de 2011

...Y el hombre se hizo un dios a su imagen y semejanza...

Al sexto día, el hombre miró todo lo que había hecho y cómo había dominado la naturaleza y las ciencias y vio que todo era bueno; y entonces se dijo "hagamos un dios a nuestra imagen y semejanza".
Y tomó un poco de su entendimiento y modeló un dios que el hombre pudiese comprender; y le dijo: "puedes dominar toda la tierra y las leyes de la naturaleza; pero la voluntad humana no podrás dominarla, porque el día que lo intentases te desterraré de mi fe". Y dios fue feliz poniendo nombre a todas las cosas, pero no se atrevió a contradecir la voluntad humana.
Y al séptimo día, una vez dominadas todas las cosas -incluso su dios-, el hombre descansó.
Pero, cuando el hombre despertó de su descanso, descubrió que desconocía de dónde venía y cual era su destino. Comprobó que, siguiendo su propia voluntad sin moral alguna, el hombre no lograba respetar ni su naturaleza ni a sus semejantes. Vio cómo los animales y las plantas -dominados por dios- prosperaban, crecían y se multiplicaban, mientras que el hombre se iba aniquilando a sí mismo. Y quiso buscar una norma que seguir, al igual que los demás seres de la naturaleza; pero no la encontró, porque el dios que hizo a su imagen y semejanza, con su mismo entendimiento y voluntad, no podía mostrársela.
Y cuando el hombre estaba más abatido y desconcertado, Dios creyó en el hombre y tuvo misericordia de él y barrió de la tierra al dios que el hombre había creado, y se mostró al hombre para que éste pudiese conocerle y amarle; y, al fin, el hombre creyó y amó a un Dios que lo había creado a su imagen y semejanza.

lunes, 21 de febrero de 2011

La idea-sentimiento

Estoy leyendo a Dostoyevsky -uno de los escritores que mejor describe la personalidad humana-, y me he encontrado en su obra El Adolescente con un personaje que afirma que de poco valen los razonamientos para convencer a alguien si, además de las razones, no le transmitimos también una idea-sentimiento que sustituya a sus anteriores convencimientos y llene el vacío que éstos dejan.
Me ha gustado mucho esta afirmación, ya que -de algún modo- la había utilizado yo en entradas anteriores para expresar que sólo con razones -por muy fuertes e inteligentes que sean- no se llega a convertir a nadie. Nadie cambia de vida porque se le convenza de que su forma de actuar no es la más lógica posible. Lo que cambia a las personas es encontrarse con una idea nueva que suscita en ellos un sentimiento -una especie de intuición- de que merece la pena seguir dicha idea; y, entonces, ya no hacen falta las razones porque la Fe -ese conocimiento no comprobable- se habrá aposentado en su mente y en su corazón.
Precisamente, en el Cristianismo tenemos la mejor idea-sentimiento que pudiese pensarse (si se me permite esta burda comparación): tenemos a Cristo. Es el conocimiento de Cristo y de su mensaje lo que cambiará nuestra forma de actuar; lo que hará que encontremos más lógico el mensaje evangélico, que el absurdo mensaje egoísta que transmite el mundo.
Demos a conocer a Cristo -también con nuestro ejemplo- y quizá después ya no haya que razonar tanto.