lunes, 21 de febrero de 2011

La idea-sentimiento

Estoy leyendo a Dostoyevsky -uno de los escritores que mejor describe la personalidad humana-, y me he encontrado en su obra El Adolescente con un personaje que afirma que de poco valen los razonamientos para convencer a alguien si, además de las razones, no le transmitimos también una idea-sentimiento que sustituya a sus anteriores convencimientos y llene el vacío que éstos dejan.
Me ha gustado mucho esta afirmación, ya que -de algún modo- la había utilizado yo en entradas anteriores para expresar que sólo con razones -por muy fuertes e inteligentes que sean- no se llega a convertir a nadie. Nadie cambia de vida porque se le convenza de que su forma de actuar no es la más lógica posible. Lo que cambia a las personas es encontrarse con una idea nueva que suscita en ellos un sentimiento -una especie de intuición- de que merece la pena seguir dicha idea; y, entonces, ya no hacen falta las razones porque la Fe -ese conocimiento no comprobable- se habrá aposentado en su mente y en su corazón.
Precisamente, en el Cristianismo tenemos la mejor idea-sentimiento que pudiese pensarse (si se me permite esta burda comparación): tenemos a Cristo. Es el conocimiento de Cristo y de su mensaje lo que cambiará nuestra forma de actuar; lo que hará que encontremos más lógico el mensaje evangélico, que el absurdo mensaje egoísta que transmite el mundo.
Demos a conocer a Cristo -también con nuestro ejemplo- y quizá después ya no haya que razonar tanto.

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