jueves, 31 de julio de 2008

El yugo del Estado

Con nuestra soberbia occidental, nos hemos sacudido el yugo de Dios [suave y ligero]; y nos hemos sometido al yugo del Estado, implacable y frecuentemente absurdo.

No aceptamos los mandatos divinos, que regulan el orden natural; pero, para mantener cierta seguridad y orden social, el Estado tiene que reglamentar aspectos personales e intimos: por una parte, regula las propias desviaciones morales [fornicación, adulterio y sodomía]; por otra, establece normas arbitrarias y artificiales mucho más pesadas y menos eficaces que las divinas: sustituye convivencia [matrimonio] por coexistencia [unión de hecho]; amor por interés; caridad por solidaridad; trabajar para tener un tesoro en el Cielo, por trabajar para la ganancia mundana; conciencia por vigilancia policial. Y para implantar esta nuevo sistema amoral primero tiene que eliminar lo poco de religión que todavía hemos mantenido. Esto se ha hecho de forma más hostil con gobiernos de izquierda y de forma más solapada con los de derecha; pero todos imponen su orden social artificial en sustitución del orden natural divino.

Dimos la espalda a Dios y nos entregamos al hombre; y Dios, como el peor de los castigos, simplemente nos ha dejado hacer: no nos quejemos de las consecuencias... y volvamos a Dios.

martes, 29 de julio de 2008

La Fe es el conocimiento más certero

Seguimos hablando del conocimiento experimental, que no es más que una de las cuatro formas de conocimiento que existen, -junto con la fe, la evidencia y el razonamiento-; pero que se considera la única forma válida de conocimiento certero.

Sin embargo, el conocimiento experimental no es más que una forma de evidencia provocada, por la que se deduce de un caso particular una regla general: es una evidencia razonada, sujeta, por tanto, a la misma falibilidad que los sentidos y que la razón: el experimento es la interpretación lógica de un suceso observado, que ha sido provocado previamente. Si la observación del caso particular ha sido equivocada o su interpretación lógica ha sido errónea, también lo será la regla general que deduzcamos del mismo. Esto se produce cada vez que los científicos mejoran los métodos o instrumentos de observación: se declara equivocada la opinión que se mantuvo hasta entonces y se establece un nuevo "dogma científico irrefutable".

Y es que, efectivamente, la certeza de una evidencia o de un razonamiento depende de la habilidad de los sentidos o la confianza en el propio juicio: por ejemplo, el ciego que deduce un hecho al oír un sonido, acertará si su oído es bueno y su interpretación correcta. El conocimiento sensible viene del exterior y está sujeto a falibilidad; en el razonamiento, la certeza viene del propio sujeto, de la confianza en la propia inteligencia, no del exterior, y también está sujeto a falibilidad.

En el caso de la Fe, ésta proviene del exterior, del Revelador; y no basa su certeza en la habilidad de nuestros sentidos o nuestro razonamiento, sino en la confianza que ponemos en la sabiduría y bondad del Revelador. Por lo tanto, el conocimiento revelado está sujeto solo al error del engaño. Pero si Dios no puede ni engañarse ni engañarnos: ¿que conocimiento es más certero?; ¿por qué ese complejo de la Fe frente a los demás conocimientos?

Para los que creemos en un Dios que se revela, la Fe es la forma de conocimiento más certera; y los que no creen: ¿por qué tienen tanta fe en sus experimentos?

martes, 22 de julio de 2008

La mentalidad del mundo

Terminamos por ahora con la serie de entradas sobre Jesús de Nazaret.


Nos comenta Benedicto XVI que algunos hombres no se conforman con el Reino de los Cielos, ellos como "son hombres" quieren el "Reino de la Tierra". Interpretan el sermón de la montaña como la envidia de los cobardes e incapaces, que no están a la altura de la vida y el mundo; y quieren vengarse con las bienaventuranzas, exaltando su fracaso e injuriando a los fuertes, a los que tienen éxito, a los que son afortunados.

Los que así piensan, ante la amplitud de miras de Jesús contraponen una concentración angosta en las realidades de aquí abajo: la voluntad de aprovechar ahora el mundo y lo que la vida ofrece, de buscar el cielo aquí abajo y no dejarse inhibir por ningún tipo de escrúpulo. Y tienen razón en cuanto a la contraposición entre el Reino de Dios y el reino mundano: sí, las Bienaventuranzas se oponen a nuestro gusto espontáneo por la vida, a nuestro hambre y sed de vida. Exigen conversión, un cambio de marcha interior respecto a la dirección que tomaríamos espontáneamente. Pero esta conversión saca a la luz lo que es puro y más elevado, dispone nuestra existencia de manera correcta... sólo por la vía del amor, cuyas sendas se describen en el sermón de la montaña, se descubre la riqueza de la vida, la grandiosidad de la vocación del hombre.


Como decía Juan Pablo II, Dios revela al hombre el misterio del hombre: Jesús es nuestro Camino, la Verdad y la Vida; el que por soberbia quiera ser como Dios por otra vía, perderá su vida.

lunes, 14 de julio de 2008

El sermón de la Montaña

Seguimos con el Jesús de Nazaret, de Benedicto XVI.

¿Cómo se reconoce el reinado de Dios en la tierra? ¿Cuáles son sus normas?

El sermón de la montaña es la "nueva Torá" que Jesús trae al mundo: está dirigido a todos los hombres del pasado, del presente y del futuro; pero para poder entenderlo, se exige ser discípulo de Jesús: sólo se puede vivir cuando se sigue a Jesús, cuando se camina con Él, cuando se obtiene su gracia.

Las Bienaventuranzas son palabras de promesa que sirven al mismo tiempo como discernimiento de espíritu, son palabras orientadoras. Promesas en las que resplandece la nueva imagen del hombre y del mundo que Jesús inaugura; paradojas en las que se invierten los valores: con Jesús entra alegría en la tribulación. Las Bienaventuranzas expresan lo que significa ser discípulo: se proclama en la vida, en el sufrimiento y en la misteriosa alegría del discípulo que sigue plenamente al Señor. "Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí". Las Bienaventuranzas son la trasposición de la cruz y la resurrección a la existencia del discípulo. Son señales que también indican el camino a la Iglesia, que debe reconocer en ellas su modelo.

Los pobres de espíritu -piadosos-. En su pobreza, Israel se siente cercano a Dios. Los pobres, en su humildad, están cerca del corazón de Dios; los ricos, en su arrogancia, sólo confían en sí mismos. Los pobres son hombres que no alardean de sus méritos: no se presentan ante Él como socios en pie de igualdad; Llegan con las manos vacías; no con manos que agarran y sujetan, sino con manos que abren y dan. Pero la pobreza puramente material no salva, si ésta nos lleva a olvidar a Dios y codiciar los bienes materiales. Se debe entender el poseer sólo como servicio y, frente a la cultura del tener, contraponer la cultura de la libertad interior [tener como si no se tuviera], creando así las condiciones de la justicia social. El sermón de la montaña no es un programa social; pero sólo donde la fuerza de la renuncia y la responsabilidad por el prójimo y por toda la sociedad surge como fruto de la fe, sólo allí puede crecer también la justicia social.

Los humildes heredarán la tierra. "Cargad con mi yugo y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón": "mira a tu rey que viene a ti justo y victorioso, modesto y cabalgando en un asno" (Zacarías 9,9). Jesús con su entrada en Jerusalén a lomos de una borrica, nos manifiesta toda la esencia de su reinado.

Dichosos los afligidos: la aflicción que ha perdido la esperanza, que ya no confía en el amor y la verdad, destruye al hombre por dentro; pero la aflicción provocada por la conmoción ante la verdad, lleva al hombre a la conversión, a oponerse al mal.

En Ezequiel 9 vemos cómo quedan excluidos del castigo los que no siguen a la manada, que no se dejan llevar por el espíritu gregario para participar en una injusticia que se ha convertido en algo normal, sino que sufren por ello. Aunque no está en sus manos cambiar la situación en su conjunto, se enfrentan al dominio del mal mediante la resistencia pasiva del sufrimiento: su aflicción pone límites al poder del mal; como María junto a Juan y las demás mujeres al pié de la Cruz: en un mundo plagado de crueldad, de cinismo o de connivencia provocada por el miedo, encontramos un pequeño grupo de personas que se mantienen fieles; no pueden cambiar la desgracia, pero compartiendo el sufrimiento se ponen del lado del condenado; y con su amor compartido se ponen del lado de Dios, que es amor.

Dichosos los que trabajan por la paz: "en nombre de Cristo, os pedimos que os reconciliéis con Dios" (2 Cor. 5 20). La enemistad con Dios es el punto de partida de toda corrupción del hombre; superarla es el presupuesto fundamental para la paz en el mundo. El empeño en estar en paz con Dios, es una parte esencial del propósito por alcanzar la paz en la Tierra. Cuando el hombre pierde la vista de Dios, fracasa la paz y predomina la violencia, con atrocidades antes impensables, como lo vemos hoy de manera sobradamente clara.

Bienaventurados los perseguidos por causa de la Justicia: la fe aparecerá siempre como algo que se contrapone al "mundo" -a los poderes dominantes en cada momento-, y por eso habrá persecución a causa de la Justicia en todos los periodos de la Historia.

Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Son personas con una sensibilidad interior que les permite oír y ver las señales sutiles que Dios envía al mundo y que así quebrantan la dictadura de lo acostumbrado. Edith Stein dijo en cierta ocasión que quien busca con sinceridad y apasionadamente la verdad está en el camino de Cristo. El pensamiento contemporáneo tiende a sostener que cada uno debe vivir su religión, o quizás también el ateísmo en que se encuentra. ¿Se salvará alguien y será reconocido por Dios como un hombre recto, porque ha respetado en conciencia el deber de la venganza sangrienta? ¿Porque se ha comprometido firmemente con y en la guerra santa? ¿O porque ha ofrecido en sacrificio determinados animales? ¿O porque ha respetado las abluciones y otras observancias rituales? ¿Porque ha convertido sus opiniones y deseos en norma de su conciencia y se ha erigido a sí mismo en el criterio a seguir? No, Dios pide lo contrario: exige mantener nuestro espíritu despierto para poder escuchar su hablarnos silencioso, que está en nosotros y nos rescata de la simple rutina conduciéndonos por el camino de la verdad; exige personas que tengan hambre y sed de justicia: ése es el camino que finaliza en Jesucristo.

Dichosos los limpios de corazón. A Dios se le puede ver con el corazón: la simple razón no basta. La voluntad debe ser pura y, ya antes, debe serlo también la base afectiva del alma, que indica a la razón y a la voluntad la dirección a seguir. El corazón ha de ser puro, profundamente abierto y libre, para poder ver a Dios. ¿Cómo se vuelve puro el ojo interior del hombre? Preguntando por Dios, buscando su rostro, esto es: la honradez, la sinceridad, la justicia con el prójimo; el contenido esencial del Decálogo. Poner el acento en la búsqueda de Dios y la justicia con el prójimo, más que en el mero conocimiento de la Revelación: de esta actitud se deriva la posibilidad de salvación del que la desconoce.

Veremos a Dios cuando entramos en los mismos sentimientos de Cristo. La purificación del corazón se produce al seguir a Cristo, al ser uno con Él. El ascenso a Dios se produce precisamente en el descenso del servicio humilde, en el descenso del amor, que es la esencia de Dios y, por tanto, la verdadera fuerza purificadora que capacita al hombre para percibir y ver a Dios. El amor es el fuego que purifica y une razón, voluntad y sentimiento: así entra el hombre en la morada de Dios y puede verlo.

El Reino de Dios se resume en una frase: El que quiera ganar su vida -simplemente gozar- la perderá; pero el que pierda su vida -rinda su voluntad a la de Dios- la ganará, será verdaderamente hombre.

viernes, 4 de julio de 2008

El Reino en el Evangelio

Veremos ahora cómo explica Benedicto XVI el Reino de Dios a la luz del propio Evangelio.

Afirma, en primer lugar, que el Evangelio no es un mensaje méramente informativo, se trata de un mensaje con autoridad, operativo: no es simple comunicación, sino acción, fuerza eficaz que penetra en el mundo salvándolo y transformándolo; su propio anuncio ya cambia al hombre que lo escucha. El contenido central del Evangelio es que el Reino de Dios está cerca; pero pide a los hombres una respuesta: su conversión y su fe.

El Evangelio pone de manifiesto:

- Jesús mismo ya es el Reino en medio de los hombres, porque Él es la presencia de Dios.
- Quiere que Dios reine en nosotros: su lugar está en el interior del hombre, quiere reinar en nuestro corazón.
- El Reino de Dios que predica y la Iglesia que Él instituye se relacionan entre sí.

Nuestro error sería caer en una visión secularista del Reino -el Reinocentrismo-, buscar el bienestar en la tierra, desvinculándolo de la presencia de Dios. El reinocentrismo trata de unir todas las fuerzas positivas de la humanidad: un mundo en el que reinen la paz, la justicia y la salvaguarda de la creación. El destino de las religiones sería colaborar todas juntas a la llegada de este Reino; sus tradiciones y diversas identidades serían algo secundario. En este planteamiento -idea secular utópica- Dios ha desaparecido; el respeto a las tradiciones religiosas es solo aparente: son simples costumbres que se consienten mientras no contradigan a los nuevos dogmas proclamados por una opinión pública mediáticamente creada. Pero esta utopía sin Dios es una falacia que se descubre al hacernos las siguientes preguntas: ¿quién nos dice qué es la Justicia?; ¿cómo se construye la paz? Sin una referencia a Dios, estos conceptos se convierten en cobertura de doctrinas de partido que se imponen forzosamente a todos.

Pero el mensaje evangélico anuncia el Reino de Dios, no un reino de otro tipo: anuncia la soberanía de Dios sobre el mundo, el Dios vivo capaz de actuar en el mundo y en la historia de un modo concreto. Por esto, en vez de Reino de Dios, sería mejor hablar del "reinado de Dios" en el mundo; empezando por su reino en nuestros corazones.

Por esto, el Reino de Dios tienen escasa importancia en la Historia -es como el grano de mostaza o la levadura-, pero resulta determinante para el resultado final. El reinado de Dios que Jesús anuncia es algo muy complejo que debe ser aceptado en su conjunto y dejarnos guiar por su mensaje. El Reino no consiste simplemente en la presencia física de Jesús, sino en su obrar en el Espíritu Santo: su manifestación más evidente es que expulsa a los demonios. A través de su presencia y su actividad Dios entra en la historia de un modo nuevo: como Aquél que obra. Reina al modo divino, sin poder temporal, mediante el amor que llega al extremo.

Si reducimos el Reinado de Dios al mero bienestar y progreso humanos, nos estamos conformando con bien poca cosa y estamos rechazando lo más importante.

miércoles, 2 de julio de 2008

El reino de Dios en la tierra

Seguimos repasando el libro Jesús de Nazaret, de nuestro querido Benedicto XVI. En esta entrada, vamos a ver cómo explica el Reino de Dios que Cristo nos predicó: ¿cómo realizarlo en la tierra?

Empieza con la afirmación de Jesús: "Se me ha dado pleno poder en el Cielo y en la tierra" (Mt 28,16). El Señor tiene poder en el cielo y en la tierra: sin el cielo, el poder terreno se queda siempre ambiguo y frágil. Y solo el poder que está bajo la bendición de Dios puede ser digno de confianza. Pero Jesús tiene este poder en cuanto que resucitado, es decir: este poder presupone la cruz, presupone su muerte. El reino de Cristo no crece desde el poder temporal o la espada, crece a través de la humildad de la predicación en aquellos que aceptan ser sus discípulos y cumplen sus mandamientos. El imperio cristiano intentó muy pronto convertir la Fe en un factor político de unificación imperial; pensaron que la debilidad de la Fe -la debilidad terrena de Jesucristo- debía ser sostenida por el poder político y militar: asegurar la Fe por la fuerza. Esto pone de manifiesto que la lucha por la libertad de la Iglesia, la lucha para que el reino de Jesús no pueda ser identificado con ninguna estructura política, hay que librarla en todos los siglos y circunstancias, tanto las favorables como las adversas; porque la fusión entre Fe y poder político siempre tiene un precio: la Fe se pone al servicio del poder y debe doblegarse a sus criterios.

La elección del pueblo ante Pilatos entre salvar a Jesús o salvar a Barrabás no es casual: se contraponen dos figuras mesiánicas, dos formas del mesianismo frente a frente. La elección se establece entre un mesías que acaudilla una lucha -que promete libertad y su propio reino-, y este misterioso Jesús que anuncia la negación de sí mismo como camino hacia la vida. El tentador nos propone decidirnos por lo racional, preferir un mundo planificado y organizado, en el que Dios puede ocupar un lugar, pero como asunto privado, sin interferir en nuestros propósitos esenciales. En el nuevo orden, el objetivo es la paz, el bienestar del mundo y la planificación racional del progreso.

¿Qué debe hacer un salvador del mundo? La nueva forma de la tentación de elegir a Barrabás es interpretar el cristianismo como una receta para el progreso; y reconocer el bienestar común como la auténtica finalidad de todas las religiones, también la cristiana. En el fondo, pensamos siempre que, si Jesús quería ser el mesías de todos, debería haber traído la edad de oro a la tierra: la paz y el bienestar.

Pero ningún reino de este mundo es el Reino de Dios; el que afirme que puede edificar el mundo según el engaño de Satanás, hace caer el mundo en sus manos. ¿Qué ha traído Jesús realmente, si no ha traído la paz al mundo, el bienestar para todos, un mundo mejor? Jesús simplemente ha traído a Dios; y con Él la verdad sobre nuestro origen y nuestro destino [Dios explica al hombre el misterio del hombre]; trajo la fe, la esperanza y el amor. Solo nuestra dureza de corazón nos hace pensar que esto es poco. Los reinos de la tierra, que Satanás puso en su momento ante el Señor, se han ido derrumbando todos. Pero la gloria de Cristo, la gloria humilde y dispuesta a sufrir, la gloria de su amor, no ha desaparecido ni desaparecerá. Frente a la promesa mentirosa de un futuro que, a través del poder y la economía, garantiza todo a todos, Él contrapone a Dios como auténtico bien del hombre. Frente a la invitación a adorar el poder, el Señor propone adorar sólo a Dios; y con respecto al hombre, nos propone el amor al prójimo.


¡Qué estrechez de miras pensar que Dios es poco y deslumbrarnos por el progreso!