miércoles, 24 de septiembre de 2008

Dios en la vida pública

Los cristianos nos quejamos con frecuencia de que la sociedad progresista pretende sacar a Dios de la vida pública y relegarlo a las conciencias de los creyentes. Contra esto último no tengo nada, ya que sería muy bueno que Dios estuviese en las conciencias de todos los creyentes; y que estuviese muy activo.

Bromas aparte, creo que efectivamente los que se dicen no creyentes -aunque se crean un montón de tonterías que los medios "progres" les cuentan a diario- están empeñados en que no se hable de Dios en público. Y constato que están ganando la batalla.

Y la están ganando no porque ellos avancen, sino porque nosotros retrocedemos: estamos dejando de hacer referencias a Dios en nuestra vida cotidiana. No me refiero a nuestro testimonio consciente de cristianos, que cada vez nos da más vergüenza manifestar, sino a esas pequeñas manifestaciones que dos mil años de cristianismo han ido incrustando en las costumbres occidentales; y que ahora se están perdiendo.

Pienso que si los nueve millones de personas que tenemos costumbre de ir a Misa los domingos volviésemos a utilizar el nombre de Dios más a menudo, en seguida volveríamos a traerle a la vida pública.

Por ejemplo, si en vez del "hastaluego", decimos "aDios", o mejor aún: "vaya usted con Dios" o "que Dios te guarde" .

Y cuando algo sale bien o se evita un mal, alegrarnos diciendo "gracias a Dios que...".

Y cuando hagamos planes o enviemos invitaciones, recuperemos la fórmula cristiana de "Dios mediante (D.m.)" o "... si Dios quiere".

Si lo hacemos con cierta picardía, para que se note que no es una fórmula rutinaria, sino que la empleamos conscientemente, que nosotros contamos con Dios, mejor aún.

A esto podríamos añadir las referencias a nuestra vida religiosa, a nuestra cita dominical con la Iglesia, la fiesta de la Virgen de nuestro pueblo o la procesión del Santo Patrón. Ya sería para nota recuperar esa costumbre tan sencilla como santiguarse al salir de casa o pasar delante de una Iglesia (que en definitiva es un Sagrario); y bendecir la comida antes de empezar o dar gracias al terminar, aunque estemos en un sitio público.

Si en vez de guardar "un minuto de silencio" al conocer la muerte de alguien o producirse una catástrofe, nosotros aprovechamos para rezar un Padrenuestro, estaremos testimoniando públicamente que nos creemos nuestra Fe.

Por supuesto, ahora que tantos "despistados" se cuelgan un rosario a modo de collar, nosotros no deberíamos tener reparo en llevar una medalla o un crucifijo; pero no como adorno, sino como devoción... y si lo besamos en público con cualquier ocasión, mejor.

Recuperar todas estas prácticas y muchas otras sería la mejor -y más sencilla- manera de volver a recordar las raíces cristianas de nuestra sociedad; y si quienes retoman estas fórmulas tienen notoriedad pública (políticos, periodistas, famosos, empresarios, etc...) animarán a los demás a hacerlo.

¡Qué menos podemos hacer por Dios!

lunes, 22 de septiembre de 2008

Salvar la vida

"El que quiera salvar su vida la perderá; pero el que la pierda por mí, ése la salvará" (Lc 9, 24)

Por supuesto que esta frase tuvo su aplicación cuando a los primeros cristianos se les puso ante el dilema de renunciar a su fe o morir por ella.

Pero, yo me pregunto: ¿sigue vigente en nuestros días?; ¿que es salvar la vida?; ¿qué es perder la vida?

Pues creo que, en sentido figurado, tiene plena aplicación en nuestro tiempo; y no me estoy refiriendo a aquellos países en los que existe persecución de los cristianos, sino en nuestras sociedades libres.

¿Cuándo pretendemos salvar nuestra vida? Pues cada vez que, ante una dificultad, nos separamos de la voluntad de Dios, para aplicar nuestro propio criterio.

Por ejemplo, cuando queremos salvar nuestra vida deshaciéndonos de un embarazo no deseado; entonces la estamos perdiendo, porque matando al hijo matamos parte de nuestra propia vida... ¡y toda la suya!

Y cuando nos planteamos la idea de divorciarnos -a pesar de que le habíamos prometido delante de Dios fidelidad de por vida a nuestro cónyuge-, alegando que "tenemos derecho a rehacer nuestra vida" o "esta vida ya no hay quien la soporte"; entonces, cuando creemos que la estamos salvando, es cuando la perdemos... ¡y muy probablemente también echemos a perder la del cónyuge y las de los hijos!

O cuando queremos determinar nuestra orientación sexual al margen de nuestra propia constitución fisiológica, porque nos consideramos dueños de nuestra propia sexualidad; entonces la estamos entregando a un dueño que nos engaña y tiraniza... ¡y no estaremos viviendo nuestra vida, sino su disfraz!

Cuando consentimos que el trabajo ahogue nuestra vida familiar, porque queremos salvar nuestra calidad de vida; entonces perdemos la calidad y la vida familiar... ¡y seguramente acabemos perdiendo también la familia!

Cuando queremos decidir sobre nuestra vida sin ningún tipo de límite ni moral; entonces se la estamos entregando a nuestros vicios y dependencias... ¡y ya no seremos nosotros quienes decidamos, sino ellos!

Si queremos que nuestra buena fama esté por encima de todo; entonces seremos esclavos del qué dirán... ¡y espías de nosotros mismos!

Cuando nos dejamos dominar por la ambición y la avaricia para garantizar nuestra buena vida; entonces garantizamos que siempre estaremos dominados por ellas... ¡y nuestra vida nunca será buena!

Si queremos salir de ese apuro contando una mentira; entonces seremos esclavos de nuestra mentira... ¡y perderemos el prestigio que pretendíamos salvaguardar!

Y así cada vez que creemos que podemos resolver un problema al margen de la voluntad de Dios: no resolvemos nada y empeoramos nuestra situación.

Por eso termina recordándonos el Señor: "Porque ¿de qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero si se destruye a sí mismo o se pierde?" (Lc 9, 25)

Pues eso..., salvemos nuestra vida del modo como Jesús nos enseña, !porque sabe mucho más que nosostros de nuestros propios problemas!

miércoles, 10 de septiembre de 2008

La conversión, ¿es convencimiento o flechazo?

Recientemente, el Papa Benedicto XVI comentaba la conversión de San Pablo y nos recordaba que el Cristianismo no es ni una filosofía ni una moral, sino un encuentro personal con Cristo. Además, afirmaba que el propio interesado, San Pablo, nunca admitió que su encuentro con Cristo en el camino de Damasco fuese una conversión, ya que el cambio de su vida no fue fruto de una evolución intelectual o moral, sino una renovación instantánea, derivada exclusivamente de ese encuentro. "Sólo somos cristianos si encontramos a Cristo", explicó el pontífice.

Esto significa que todos los esfuerzos por explicar la Biblia, la moral o la concepción social cristiana -incluidos los que hago desde este blog-, no sirven para acercar al Cristianismo a nadie si éste no experimenta su encuentro con Cristo: es necesario "...tocar el corazón de Cristo y sentir que Él toca el nuestro. Sólo en esta relación personal con Cristo, sólo en este encuentro con el Resucitado nos convertimos realmente en cristianos" -afirmó el Papa.

¿Dónde encontrase con Cristo? También el Papa nos da la respuesta: "...en la lectura de la Sagrada Escritura, en la oración, en la vida litúrgica de la Iglesia".

Los que estamos en esto de "razonar" la fe, a veces olvidamos que no se trata de "convencer" a nadie, sino de "tocarles el corazón"; olvidamos que no somos apóstoles de la moral, la familia, la vida o la justicia social, sino que somos apóstoles de Cristo, y que es a Cristo a quien debemos llevar a los demás para que el mismo Cristo les toque el corazón.

Con frecuencia nos desanimamos ante la ideología hostil que nos rodea; y nos olvidamos que el Cristianismo se difundió más con "el flechazo" que con "el razonamiento".


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P.D.: Si alguien está interesado en encuentros personales con Cristo, le remito a mi entrada de 20-3-07, en la que comento la impresión que me causó un Cursillo de Cristiandad.