lunes, 22 de septiembre de 2008

Salvar la vida

"El que quiera salvar su vida la perderá; pero el que la pierda por mí, ése la salvará" (Lc 9, 24)

Por supuesto que esta frase tuvo su aplicación cuando a los primeros cristianos se les puso ante el dilema de renunciar a su fe o morir por ella.

Pero, yo me pregunto: ¿sigue vigente en nuestros días?; ¿que es salvar la vida?; ¿qué es perder la vida?

Pues creo que, en sentido figurado, tiene plena aplicación en nuestro tiempo; y no me estoy refiriendo a aquellos países en los que existe persecución de los cristianos, sino en nuestras sociedades libres.

¿Cuándo pretendemos salvar nuestra vida? Pues cada vez que, ante una dificultad, nos separamos de la voluntad de Dios, para aplicar nuestro propio criterio.

Por ejemplo, cuando queremos salvar nuestra vida deshaciéndonos de un embarazo no deseado; entonces la estamos perdiendo, porque matando al hijo matamos parte de nuestra propia vida... ¡y toda la suya!

Y cuando nos planteamos la idea de divorciarnos -a pesar de que le habíamos prometido delante de Dios fidelidad de por vida a nuestro cónyuge-, alegando que "tenemos derecho a rehacer nuestra vida" o "esta vida ya no hay quien la soporte"; entonces, cuando creemos que la estamos salvando, es cuando la perdemos... ¡y muy probablemente también echemos a perder la del cónyuge y las de los hijos!

O cuando queremos determinar nuestra orientación sexual al margen de nuestra propia constitución fisiológica, porque nos consideramos dueños de nuestra propia sexualidad; entonces la estamos entregando a un dueño que nos engaña y tiraniza... ¡y no estaremos viviendo nuestra vida, sino su disfraz!

Cuando consentimos que el trabajo ahogue nuestra vida familiar, porque queremos salvar nuestra calidad de vida; entonces perdemos la calidad y la vida familiar... ¡y seguramente acabemos perdiendo también la familia!

Cuando queremos decidir sobre nuestra vida sin ningún tipo de límite ni moral; entonces se la estamos entregando a nuestros vicios y dependencias... ¡y ya no seremos nosotros quienes decidamos, sino ellos!

Si queremos que nuestra buena fama esté por encima de todo; entonces seremos esclavos del qué dirán... ¡y espías de nosotros mismos!

Cuando nos dejamos dominar por la ambición y la avaricia para garantizar nuestra buena vida; entonces garantizamos que siempre estaremos dominados por ellas... ¡y nuestra vida nunca será buena!

Si queremos salir de ese apuro contando una mentira; entonces seremos esclavos de nuestra mentira... ¡y perderemos el prestigio que pretendíamos salvaguardar!

Y así cada vez que creemos que podemos resolver un problema al margen de la voluntad de Dios: no resolvemos nada y empeoramos nuestra situación.

Por eso termina recordándonos el Señor: "Porque ¿de qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero si se destruye a sí mismo o se pierde?" (Lc 9, 25)

Pues eso..., salvemos nuestra vida del modo como Jesús nos enseña, !porque sabe mucho más que nosostros de nuestros propios problemas!

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