lunes, 13 de marzo de 2006

Dios en el banquillo

Una de las mayores osadías de la sociedad actual no es que se niegue a rendir cuentas a Dios, sino que se permite sentar a Dios en el banquillo y juzgar sus actos. C. S. Lewis (el autor de las Crónicas de Narnia entre otros muchos e importantes libros) ha escrito un magnífico ensayo con este mismo título: "Dios en el banquillo".

Con excesiva frecuencia nos atrevemos a pedir cuentas a Dios. Le exigimos que nos explique por qué fulano ha muerto, por qué ese terremoto ha sido tan desastroso, o por qué hay hambre en el mundo. [Esto último solemos preguntárselo después de terminar alguna de nuestras opíparas comidas, sin habernos privado ni de una miga.] Esto es una doble osadía: por una parte, no somos quiénes para pedir cuentas al Creador, cuando nosotros mismos fallamos constantemente; por otra, atrevernos a preguntar presupone que esperamos entender la respuesta, que nuestra capacidad intelectiva está a la altura de Dios, que entenderemos sus planes a largo plazo... y esta presunción raya en la locura.

Espero que Dios nos perdone también este pecado de soberbia, ya que le consta que nuestras limitaciones humanas e intelectuales son grandes; ... porque somos más tontos que malos... y más débiles que tontos.

Y es que olvidamos que Dios hace sus planes respetando la libertad humana, que es lo que más valora porque es la libertad lo que nos permite amar. Aunque nos parezca lo contrario, Dios está jugando maravillosamente bien esta partida de ajedrez que es la Historia; y ésto es verdad, aunque nosotros no entendamos cuál es el objetivo de cada uno de sus movimientos. Pero lo realmente impresinante, es que está jugando la partida con figuras libres, que pueden aceptar su designio o no. ¿Os imagináis que un jugador decidiese comerse un peón con su caballo, y que éste se negase? ¿Cómo podría jugar la partida? Pues bién, Dios está jugando la gran partida de la Historia en estas condiciones, con figuras que se le rebelan constantemente... y, aún así, la va a ganar!

Que esta sea nuestra esperanza cuando nos enfrentemos con lo que no logramos entender, no pidamos tantas cuentas a Dios -que sabe muy bien lo que se hace- y revisemos detenídamente cómo le ayudamos con nuestra pequeña aportación.

jueves, 9 de marzo de 2006

¿Dónde está el alma?

Una de las excusas más tontas para no reconocer la espiritualidad del ser humano es que la biología todavía no ha encontrado dónde se sitúa el alma humana. Y digo que es una excusa tonta porque si pudiésemos situarla en alguna parte concreta del cuerpo humano, entonces ya no sería el principio espiritual del hombre, sino parte de su organismo material.

No obstante, no suelo rendirme fácilmente ante los retos; y creo que puedo decir dónde se encuentra el alma humana. Voy a ello:

Si nos dan un golpe en una pierna, enseguida notamos dolor en el sitio en el que nos han golpeado. Quizá, si no fuese por el dolor, ni siquiera seríamos conscientes de esa parte de nuestro cuerpo. Esto ocurre especialmente con nuestros órganos internos: si no nos duelen, ni nos acordamos de que existen.

Pues bien, si nos dañan el alma insultándonos, atentando contra nuestra dignidad o la de nuestros seres queridos, enseguida nos duele...; y muchas veces es un dolor más intenso que el que poduce un golpe o una enfermedad. Otras veces lo que duele es el amor o el desamor...
¿Dónde nos duele? Desde luego no es una parte concreta del cuerpo, aunque se nos encoja el estómago; pero nos duele... de esto estamos seguros. Lo que ocurre es que cuando el golpe lo recibe nuestro espíritu, lo que nos duele es el alma... Ya sólo tenemos que determinar dónde nos duelen el amor o las humillaciones, para saber dónde está el alma... ; pero lo que es seguro es que tenemos alma, porque a veces nos duele... y mucho.

miércoles, 8 de marzo de 2006

La Sabiduría

La Sabiduría es aquella facultad humana que nos permite dirigir nuestra vida hacia la felicidad, la auténtica felicidad. Sabio no es el que sabe muchas cosas, sino el que rige su vida sabiamente. No es fácil, y sin las "pistas" que Dios nos da le sería muy difícil al hombre actuar siempre sabiamente.

Interesado por este tema, acudí al libro de la Biblia que más relación tiene con él: se trata, por supuesto, del Libro de la Sabiduría. Sólo en los dos primeros capítulos ya se encuentran "pistas" fundamentales para actuar sabiamente. Además, pone de manifiesto lo poco que ha cambiado el carácter humano en estos 23 siglos que han transcurrido desde que se escribió; y lo actuales que son sus consejos [en azul mis comentarios]:

1.1 Gobernantes de la tierra, amad la justicia, tened buena idea del Señor y buscadlo con corazón sincero.
2 Los que no le exigen pruebas pueden encontrarlo; Él se manifiesta a los que no desconfían de Él.
[resulta curioso cómo en el mundo actual que reniega de Dios, se le exigen pruebas de su existencia y se desconfía de su providencia, de forma que le impedimos manifestarse].

3 Los pensamientos torcidos alejan de Dios. Su poder, cuando es puesto a prueba, deja sin palabras a los insensatos. 4 La sabiduría no entra en un alma perversa, ni vive en un cuerpo entregado al pecado. [no nos extrañe que una sociedad que la aceptado todas las aberraciones sexuales que la humanidad ha ido acumulando en miles de años -y que se refocila en este lodo- no logre encontrar el camino de su felicidad]
5 El santo espíritu, que es maestro de los hombres, nada tiene que ver con el engaño; se aparta de los pensamientos insensatos y se retira cuando está presente la injusticia. [qué poco inspira el Espíritu Santo a los gobernantes que no buscan la Justicia]
6 La sabiduría es un espíritu amigo de los hombres, que no perdona al que injuria a Dios con sus palabras; Dios es testigo de lo más íntimo del hombre, es vigilante sincero de su corazón y escucha todo lo que dice. 7 En efecto, el espíritu del Señor llena la tierra, da consistencia al universo y conoce lo que dice el hombre. 8 Por eso, quien dice cosas malas no puede esconderse, ni podrá escapar del juicio y de la acusación de Dios. 9 Los pensamientos del malo serán investigados, y, como prueba de sus malas acciones, llegará hasta el Señor el informe de lo que haya dicho. 10 Dios lo escucha todo con oído atento; ni aun lo dicho en voz baja por el hombre se le escapa. 11 Evitad, por tanto, las murmuraciones inútiles y no digáis nada malo, porque incluso lo dicho en secreto trae sus consecuencias, y una boca mentirosa lleva al hombre a la muerte. [Pero nuestra sociedad actual, apóstata y blasfema, se queja a Dios cuando nos deja sentir las fuerzas de la naturaleza]
12 No busquéis la muerte con una vida extraviada, ni por vuestras acciones atraigáis sobre vosotros la perdición. [son demasiadas las prácticas de riesgo (drogas, sida, etc...) que nos exige nuestro placer como para no atraer sobre nosotros la perdición]
13 Pues Dios no hizo la muerte ni se alegra destruyendo a los seres vivientes. 14 Todo lo creó para que existiera; lo que el mundo produce es saludable y en ello no hay veneno mortal; la muerte no reina en la tierra, 15 porque la justicia es inmortal.
16 Los malos llaman a la muerte con gestos y gritos; pensando que es su amiga, la buscan con afán, y con ella han hecho un pacto, pues merecen pertenecerle.

Qué actuales son los "pensamientos de los malos" que el capítulo 2 del Libro de la Sabiduría adjudica a los infieles: los mismos errores y las misma excusas que la "civilización progresista" ha descubierto recientemente:

2.1 Razonando equivocadamente, se han dicho: "Corta y triste es nuestra vida; la muerte del hombre es inevitable y no se sabe de nadie que haya vuelto de la tumba. 2 Nacimos casualmente [ya los científicos de hace 22 siglos achacaban a la casualidad la existencia del hombre...], y luego pasaremos como si no hubiéramos existido, pues nuestro aliento es como el humo, y el pensamiento, como una chispa alimentada por el latido de nuestro corazón. [... y ya pensaban que el alma humana es sólo un conjunto de chispas entre enlaces neuronales]
3 Cuando esta chispa se apague, el cuerpo se convertirá en ceniza y el espíritu se desvanecerá como aire ligero.
4 Con el paso del tiempo, nuestro nombre caerá en el olvido y nadie recordará nuestras acciones. Nuestra vida pasará como el rastro de una nube, y se desvanecerá como neblina perseguida por los rayos del sol y vencida por su calor.
[y, por supuesto, rechazaban la posibilidad de un Juicio en el que se nos exigieran responsabilidades]
5 Nuestra vida es como el paso de una sombra; cuando llega nuestro fin, no podemos regresar. El destino del hombre queda sellado; nadie puede ya volver atrás. 6 ¡¡Por eso, disfrutemos de los bienes presentes y gocemos de este mundo con todo el ardor de la juventud! 7 ¡¡Embriaguémonos del vino más costoso, y de perfumes! ¡¡No dejemos pasar las flores de la primavera! 8 Coronémonos de rosas antes de que se marchiten; 9
que en nuestras orgías no falte ninguno de nosotros. Dejemos por todas partes huellas de nuestra alegría: ¡¡eso es vivir; para eso estamos aquí! 10 ¡¡Aplastemos al hombre honrado que no tiene dinero, no tengamos compasión de la viuda ni respetemos las canas del anciano! 11 Que la fuerza sea para nosotros la norma de la justicia, ya que la debilidad no sirve para nada. [Hasta aquí queríamos llegar: todos los anteriores razonamientos nos sirven para justificar la búsqueda desenfrenada del placer, orgías e injusticias... aunque todo esto nos lleve más a la angustia vital que a la felicidad]
12 Pongamos trampas al bueno, pues nos es molesto; se opone a nuestras acciones, nos reprocha que no cumplamos la ley y nos echa en cara que no vivamos según la educación que recibimos. 13 Dice que conoce a Dios y se llama a sí mismo hijo del Señor. 14 Es un reproche a nuestra manera de pensar; su sola presencia nos molesta. 15 Su vida es distinta a la de los demás y su proceder es diferente. 16 Nos rechaza como a moneda falsa y se aparta de nuestra compañía como si fuéramos impuros. Dice que los buenos, al morir, son dichosos,
y se siente orgulloso de tener a Dios por padre. 17 Veamos si es cierto lo que dice y comprobemos en qué va a parar su vida. 18 Si el bueno es realmente hijo de Dios, Dios le ayudará y le librará de las manos de sus enemigos. 19 Sometámosle a insultos y torturas, para conocer su paciencia y comprobar su resistencia. 20 Condenémosle a una muerte deshonrosa, pues, según dice, tendrá quien le defienda.

Estos últimos versículos son los más actuales: el Mundo no soporta que se le recuerde que está equivocado, que la felicidad no está en el placer o el egoísmo, que su rechazo de Dios es la causa de su angustia... e insulta y deshonra a los que ponemos en Dios nuestra confianza... y así alcanzamos la felicidad ya aquí en esta tierra.... ¡ande yo caliente... y ríase la gente!

21 Así piensan los malos, pero se equivocan; su propia maldad los ha vuelto ciegos. 22 No entienden los planes secretos de Dios ni esperan que una vida santa tenga recompensa; no creen que los inocentes recibirán su premio.
23 En verdad, Dios creó al hombre para que no muriese, y lo hizo a imagen de su propio ser; 24 sin embargo, por la envidia del diablo entró la muerte en el mundo, y la sufren los que del diablo son.


Como dijo Kierkegaard, "La puerta de la felicidad se abre hacia afuera, y el que intentase forzarla en sentido contrario la cerraría más fuertemente". Pidamos a Dios la Sabiduría necesaria para no ser tan atrasados como los actuales progresistas que caen en los mismos errores de hace 23 siglos... la Sabiduría que nos enseñe en nuestra vida a abrir la puerta de la felicidad.

miércoles, 1 de marzo de 2006

Las Bienaventuranzas

Quizá uno de los pasajes del Evangelio que causan más desconcierto -especialmente en el mundo occidental- sea el que se refiere a la proclamación de las Bienaventuranzas. Para algunos son absolutamente incomprensibles y para otros se trata de una especie de techo máximo a alcanzar por los que aspiran a la santidad en esta tierra. Sin embargo, si las leemos detenidamente, vemos que se trata de recomendaciones sencillas para alcanzar la felicidad -la bienaventuranza- en esta vida y, después, en la otra. No es que se trate de un objetivo máximo, sino del cimiento sobre el que debemos edificar nuestra felicidad: ¡no son la meta, sino el punto de partida!


Vamos a comprobarlo:

Bienaventurados los pobres de espíritu,
porque de ellos es el Reino de los Cielos.

La única manera de alcanzar la felicidad no es disponer de muchas cosas materiales, sino, por el contrario, poder liberarse de su dependencia, enseñorearse sobre ellas y saber utilizarlas como medio para nuestra perfección humana y espiritual. Si no somos "pobres de espíritu" y aligeramos nuestro equipaje, nunca alcanzaremos nuestra meta, porque habremos confundido los medios con nuestros fines. Efectivamente, si lográsemos no depender del reino material, ya estaríamos en el Reino de los Cielos.


Bienaventurados los que lloran,
porque ellos serán consolados.

El dolor es la piedra de toque del amor, es la manifestación más genuina de éste: nadie tiene más amor que el que da su vida por los demás. Como decía la Madre Teresa de Calcuta: "Amad hasta que os duela el amor". Sólo seremos felices si somos capaces de afrontar el sufrimiento por amor. Así no tendremos miedo a la vida... ni a la muerte; y, en cualquier caso, seremos consolados... por Dios y por aquellos a quienes amamos.

Bienaventurados los mansos,
porque ellos heredarán la tierra.

Debemos buscar la perfección humana en todas nuestras tareas; pero sabiendo que el éxito no nos pertenece, que somos únicamente instrumentos de Dios, que queremos completar su Creación para beneficio de los demás. Si somos humildes, nos ahorraremos tantos y tantos sinsabores que acarrea la soberbia: sabremos gozar del éxito sin provocar envidias; vernos recompensados con el cariño ajeno; sentirnos como los herederos de la tierra, pero sin estar pegados a ella.


Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia,
porque ellos serán saciados.

Auténtica hambre de conocer y cumplir el plan de Dios para nosotros, hambre de santidad, de que nuestra vida sea un camino ascendente. Cuando se afronta con este ansia el Camino, el hambre será saciada, porque la meta siempre se alcanza.


Bienaventurados los misericordiosos,
porque ellos alcanzarán misericordia.

Es feliz el que sabe amar a todos los que le rodean, acompañándoles siempre en sus alegrías y tristezas: teniendo corazón compasivo "miserere corde", entrañas de misericordia; porque el que se ocupa de los demás,olvida sus propias penas.


Bienaventurados los limpios de corazón,
porque ellos verán a Dios.

Qué felicidad tener un corazón grande y limpio, para que nuestra alma pueda ver a través de él. Si no eliminamos cualquier rastro de egoísmo y suciedad en nuestra mirada, si vemos a los demás como posible objeto de placer, no podremos ver ni el corazón ajeno ni a Dios.


Bienaventurados los pacíficos,
porque ellos serán llamados hijos de Dios.

Qué felicidad sentir la paz y sentir que hemos ayudado a conseguirla. El odio, el rencor y la revancha nos podrán proporcionar un éxito momentaneo... pero nunca la paz, que es consecuencia de la justicia, de sabernos en el buen camino. Sembremos concordia y nos haremos hijos de Dios.


Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia,
porque de ellos es el Reino de los Cielos.


Qué felicidad no depender de los juicios ni criterios humanos; no ser esclavos del qué dirán, de nuestros complejos, de nuestros prejuicios... liberados de todo eso nos encontraremos como en el Cielo.

Lo dicho, las Bienaventuranzas no son la meta, sino el punto de partida para la felicidad... y a los que no logremos alcanzarla en esta tierra nos queda la esperanza de la bienaventuranza absoluta en el Cielo. Vamos a intentarlo.