martes, 30 de octubre de 2018

Fiesta de Todos los Santos

El próximo día 1 de noviembre la Iglesia Católica celebra la fiesta de Todos los Santos; es decir, conmemoramos a todas aquellas personas que han llevado una vida santa y están en el Cielo, gozando de la presencia de Dios, que se han merecido. Pero se trata también de las personas que por su falta de notoriedad no han sido canonizadas (declaradas santas) oficialmente. Seguro que todos conocemos a algunas de ellas: personas con una vida anónima, pero entregada a Dios y a los demás.

Al día siguiente, la Iglesia celebra el día de Todos los Difuntos; es decir, aquellas personas que habiendo muerto en gracia de Dios, deseando salvarse, necesitan todavía hacer penitencia por sus pecados. Por supuesto, esto hay que entenderlo siempre teniendo en cuenta la misericordia de Dios; y viéndolo más que como una condena temporal (como si de una cárcel se tratase), como un profundo dolor por los pecados cometidos, al contemplar directamente la bondad de Dios. ¿Quién no se ha arrepentido de alguna estupidez que haya hecho y le gustaría castigarse a sí mismo por ello? Pues algo así es el purgatorio. Pues bien,. esta fiesta está instituida para que los vivos recemos a Dios por esos difuntos que todavía están purgando (si es que lo podemos entender desde una dimensión temporal), como muestra de amor por ellos. Os recuerdo que esta es una de las Obras de Misericordia Espirituales: rezar a Dios por vivos y difuntos.

Pero lo que me importaba resaltar es que estas dos fiestas no confrontan directamente con la otra vida. No me gusta llamarla vida eterna, porque para los hombres esa eternidad comienza cuando nacemos, no cuando morimos. Y quizá sea bueno aprovechar estas fiestas para pensar más en que en esa otra vida podremos disfrutar de nuestros méritos (mejor dicho, del amor de Dios) sin los sufrimientos y dificultades que padecemos en esta. Y al revés, pensar que nuestra vida terrenal y nuestras cosas materiales son sólo una pequeña parte de lo que el hombre puede vivir aquí: está también esa "vida interior" o vida espiritual que ensanchará infinitamente nuestros horizontes terrenales.

Dos buenas fiestas para pensar en todo esto.

martes, 2 de octubre de 2018

Oración por la Iglesia (2)

En concreto, el Papa nos pide que recemos el Santo Rosario durante el mes de octubre (tradicionalmente dedicado a esta oración); y, además nos pide que recemos una oración concreta a la Virgen María y otra a San Miguel Arcángel.
La oración a la Virgen es:
Bajo tu protección nos acogemos,
Santa Madre de Dios; no desprecies las súplicas 
que te dirigimos en nuestras necesidades, 
antes bien líbranos de todo peligro,
¡oh siempre Virgen, gloriosa y bendita!
Amén
La oración a San Miguel es:
San Miguel, defiéndenos en la lucha, 
sé nuestro amparo contra la perversidad 
y las asechanzas del demonio, 
que Dios humille su soberbia. 
Y tú, príncipe de la milicia celeste, 
arroja al infierno a Satanás 
y demás espíritus malignos 
que vagan por el mundo para
perdición de las almas. Amén.

Oración por la Iglesia

El Papa nos pide oración por la Iglesia, para que supere este momento tan conflictivo por el que está pasando.
La Iglesia, como institución de Jesucristo, es perfecta; pero como sociedad humana, tiene todas las debilidades y defectos del ser humano. Por eso, no siempre hace las cosas bien; y esto sería perdonable, porque a ningún hombre se le puede exigir la perfección.
El problema es cuando algunos miembros de la Iglesia, actuando en cuanto tales, en uso de su autoridad espiritual y moral, causan un daño intencionado a otro hombre, algunas veces a los más indefensos. Esto no es perdonable; y es lógico que cuando estos casos se conocen la Humanidad entera nos lo reproche.
Cristo ve nuestras miserias y las perdona con misericordia, porque conoce nuestras debilidades. Pero cuando observa el mal intencionado realizado sobre los más indefensos por miembros destacados de la Iglesia, entonces tiene que sufrir de nuevo lo que sufrió en la Pasión, para redimir a su Iglesia de semejante abominación.
No hay excusa alguna. Ni el prestigio de la Iglesia, ni la defensa de las demás almas del escándalo que podría producirse, ni los millones de hombres a los que la Iglesia ha ayudado en su necesidad, su enfermedad o su ignorancia, son excusa para ocultar esos casos: todo eso habría que ponerlo en juego para evitar que hubiese un caso más...
La Iglesia es una institución al servicio de los hombres; y debe evitar por todos los medios a su alcance que se utilice para hacerles daño: cualquiera que sea el coste.
Y que Dios en su infinita misericordia perdone a los culpables y sane a las víctimas: la Iglesia sólo puede ocuparse de lo segundo.