viernes, 31 de diciembre de 2010

Y, ¿a dónde quién iríamos?

Esta Navidad nos hemos acercado una vez más a adorar al niño Dios, a estar junto a Dios hecho hombre: el único hombre que puede revelarnos nuestro misterio, nuestro origen y nuestro destino.


Y..., ¿a dónde mejor podríamos ir? Esto es lo que le contestaron los apóstoles al Señor, cuando éste les preguntó: ¿También vosotros queréis abandonarme?: Tú sólo tienes palabras de vida eterna (Jn 6, 68).

Esta contestación puede tener dos interpretaciones igualmente aplicables a nuestra vida actual:

Por una parte, los apóstoles se pueden referir a que sólo Él nos habla de la vida eterna, de nuestro futuro, de lo que debe constituir nuestra aspiración fundamental; sólo Dios nos revela el destino trascendente del hombre y nos indica cómo alcanzarlo. Hoy en día, ¿a donde quién iríamos que nos pudiese hablar del mismo modo? Por desgracia, sólo en la Iglesia Católico puede encontrarse esta creencia y esta esperanza.

Pero también podría interpretarse esa contestación como la afirmación de que "sólo Él tiene palabras eternas para la vida": porque sus palabras son siempre Verdad, sirven para todos los hombres de todos los tiempos y para todas las circunstancias... Qué importante es recordar hoy esta afirmación de que existen verdades eternas, en un mundo en el que el hombre se cree el centro del universo, con el único destino de satisfacer sus deseos y dueño incluso de la verdad, que va fabricando a su antojo.

Cielo y Tierra pasarán; pero mis palabras no pasarán (Lc 16, 16).

Buen propósito para el año que comienza: buscar las verdades eternas.

martes, 28 de diciembre de 2010

¿Somos como Dios?

Somos como dioses cada vez que deseamos algo o queremos a alguien, ya que querer es una manifestación de nuestra voluntad; y es propio de Dios tener voluntad; y es manifestación de su absoluto poder y libertad el hacer realidad su voluntad. Por esto, para poder emular a los dioses, intentamos convertir en realidad cada uno de nuestros caprichos. No es casualidad que la cultura del egocentrismo -que ha tratado de matar a Dios- sea también la "cultura del deseo".

Como Dios nos hizo a su imagen y semejanza, nos hizo efectivamente libres y con voluntad; pero, porque Dios es amor, nuestra libre voluntad debe dirigirse no a la satisfacción del deseo, sino a amar. Y amar no es buscar el bien propio en lo que se ama (persona o cosa), sino buscar el bien de lo amado, incluso por encima del propio bien. Esto es lo que nos hace como Dios, lo que realmente nos asemeja a Él; lo otro -la satisfacción del deseo- nos hace diosecillos, nos aleja de Dios. Y cuanto más cerca estamos de Dios es cuando le amamos a Él sobre todas las cosas.

Este fue el engaño del maligno a nuestros primeros padres; y lo sigue siendo en la actualidad: incitarnos a ser como dioses, pero ocultándonos la diferencia que hay entre esto y ser como Dios; que es nuestro auténtico destino.

domingo, 26 de diciembre de 2010

Dios y la civilización occidental

Nos preguntábamos en la entrada anterior por qué Dios separa de las avanzadas civilizaciones a las personas o pueblos a los que quiere revelarse. Y de la actual civilización occidental, ¿también tendrá que separarnos para poder revelarse con eficacia?

Manifiestamente, la actual civilización occidental -esa que tiene profundas raíces cristianas que la distinguen claramente del resto de civilizaciones y culturas y que, por su bondad, se ha impuesto a cualquier otro modelo y ha alcanzado grados de progreso muy superiores a los de cualquier otra-, está profundamente alejada de Dios. Y no sólo está alejada de Dios, sino que también se ha alejado bastante de la propia naturaleza humana. E incluso ha llegado a perder la racionalidad que en un principio le impulsó a renegar de Dios: el posmodernismo ha abdicado de la razón y se ha quedado en el deseo. El hombre es su propio Dios y no hay más razón ni motivo que su "santa voluntad": satisfacer su deseo en el mismo momento en el que éste se presenta. El hombre ya no es un animal racional, sino simplemente un animal que domina la técnica para satisfacer sus instintos.

Y ahora pregunto: ¿En una sociedad así puede revelarse Dios? O simplemente, ¿cabe Dios en nuestra vida técnica, irracional e instintiva? Tengo mis serias dudas.

Por supuesto, desconozco los planes de Dios; pero no me extrañaría nada que tuviese que suscitarse un nuevo pueblo, una nueva civilización para poder empezar desde cero y enderezar el rumbo absurdo que ha tomado el hombre. ¿Qué nuevo pueblo? Pues se me ocurren dos posibilidades: que aquellos pueblos que evangelizamos desde occidente ahora vengan a evangelizarnos a nosotros; o que una crisis política y económica nos devuelva a la Edad Media. Por supuestos, también existen todas esas posibilidades que Dios, en su infinita misericordia, conoce perfectamente y que nos serían menos dolorosas...

Aunque la tremenda crisis económico-financiera actual, generada por la codicia de occidente, puede ser un signo de los tiempos muy claro...; y un indicio de por dónde va a transcurrir la Historia a corto plazo...

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Dios y las antiguas civilizaciones

Dios no está reñido con las civilizaciones; pero como algunas civilizaciones sí están reñidas con Dios, frecuentemente se produce una especie de oposición entre fe y algunas culturas.

Si vamos al comienzo de la historia de la Revelación, vemos que lo primero que Dios hace es sacar a su elegido, Abrám, de la cultura que le rodeaba. Primero le saca de Ur de los Caldeos, una civilización avanzada, y le lleva a una zona más rural (Jarán, Siria mesopotámica); y después le indica que vaya hacia Canaán, tierra que heredarán sus descendientes. Es curioso cómo Dios, para preparase un Pueblo que reciba su Revelación, lo primero que hace es separarlo de las civilizaciones existentes, lo convierte en nómada e inicia una nueva dinastía. Este pueblo inculto e incapaz de dejar testimonios escritos, será el único depositario de la sabiduría del monoteísmo. Ninguna de las grandes civilizaciones de la Historia llegaron a la sencillez del Dios Creador. Y no sólo me refiero a las civilizaciones que rodeaban a Abrahám (como le llamó Dios al sellar su alianza) tales como Persia, Asiria, Babilonia o Egipto; sino que tampoco las grandes civilizaciones orientales (China, India,...) o americanas (Maya, Azteca, Inca...) llegaron al conocimiento del Dios único.

Una excepción enigmática aparece en la Biblia (Gen 14, 18): Melquisedec, rey de Salem, se presenta como sacerdote del Dios Altísimo creador de cielo y tierra y bendice a Abrahám: ¿Es que Dios ya se había revelado a otros pueblos o individuos, antes de escoger a Abrahám? Y un dato más curioso aún: Melquisedec ofrece un sacrificio de... ¡pan y vino! Más adelante, en la Biblia se volverá a citar a este enigmático sacerdote previo al pueblo de Dios: en el salmo 110 (vg 109): "Tú eres sacerdote para siempre según el rito de Melquisedec", referido al rey David; y en la primera carta de San Pablo a los Corintios: "Tú eres sacerdote eterno según el rito de Melquisedec" (1Cor 11, 23-26), referido a Jesucristo. Ambos textos ponen de manifiesto que el sacerdocio divino es anterior incluso al propio Pueblo de Dios; y proviene de una cultura (Salem) que desconocemos totalmente.

Después, cuando Dios quiera formarse su Pueblo, lo volverá a sacar de una civilización avanzada: la egipcia; y lo mantendrá durante cuarenta años por el desierto, como para conseguir que se olvidasen de cualquier costumbre que de allí pudiesen traer.

¿Que significará todo esto?

lunes, 20 de diciembre de 2010

Perfección, sólo en la caridad

"Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mt 5, 48)

Esta es una de las muchas frases evangélicas enigmáticas, que son difíciles de interpretar: ¿Realmente el Señor nos exige que seamos "perfectos como Dios"? ¿Nos exige ese imposible? ¿Se lo decía a sus apóstoles y discípulos que tan torpes se mostraron hasta la venida del Espíritu Santo?

Estoy convencido de que el camino de la santidad nunca es el perfeccionismo reglamentario [El cristiano no es un maniaco coleccionista de una hoja de servicios inmaculada..., he leído en algún escrito de San Josemaría], sino la transformación del corazón: el firme propósito de amar y servir a Dios..., aunque luego lo llevemos a la práctica de forma tan deficiente.


Si estudiamos el contexto en el que esa frase fue dicha, lo veremos más claro. Es el último versículo del capítulo 5 del Evangelio de San Mateo dedicado al Sermón de la Montaña, que es el compendio de la Nueva Ley (se os dijo; pero yo os digo...) e incluye las Bienaventuranzas. Los versículos inmediatamente anteriores a éste son muy reveladores del sentido que debe darse a esa exigencia de perfección:

...Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padres que está en los Cielos, que hace salir su sol sobre buenos y malos, y hace llover sobre justos y pecadores. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? ¿Acaso no hacen eso también los publicanos? Y si saludáis solamente a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de más? ¿Acaso no hacen eso también los paganos? Sed, pues, vosotros perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto.

Es, por tanto, la perfección en el amor, en la caridad, lo que se nos exige. Y amar es buscar el bien del otro, incluso antes que el nuestro..., ¡aunque sea enemigo! Por supuesto, la misericordia de Dios tampoco nos exigirá que esto lo hayamos llevado perfectamente a la práctica; pero sí que lo hayamos intentado.

¡Qué diferencia entre la perfección del amor evangélica y la pobre perfección reglamentaria a la que aspiramos algunos!

sábado, 18 de diciembre de 2010

El silencio y la Palabra

Ha terminado recientemente el año sinodal sobre la Palabra de Dios. La Palabra es la Revelación, el medio ordinario como Dios se comunica con la humanidad. Tanto para escuchar la Palabra, como para escuchar directamente a Dios en la oración, hace falta silencio: algo muy fácil de conseguir y muy barato...

Pero no sé qué pasa que en la sociedad moderna es muy difícil conseguir ese silencio si uno no se lo propone de forma extraordinaria: hay que retirarse un poco de la sociedad, apagar todos los instrumentos de comunicación que tenemos al alcance (teléfono móvil incluido) y hacer un propósito expreso de permanecer en silencio. Personalmente compruebo que no siempre es posible. Me ha ocurrido que, incluso cuando me refugio en una Iglesia prácticamente vacía para orar ante el Sagrario, no es infrecuente que algún otro parroquiano aproveche ese momento para comentar a alguien las enfermedades o problemas de toda su familia y del resto del vecindario. De este modo, ni él, ni la persona que le escucha ni ninguno de los demás, logramos comunicarnos con Dios... ¡ni en su propia casa!

Por todo esto, es muy importante aprovechar los escasos momentos en los que los hombres escuchan, para transmitirles la Palabra de Dios; y no me estoy refiriendo sólo a la homilía dominical, que por supuesto es una buena ocasión. Me refiero a esos otros momentos no específicamente religiosos en los que muchos hombres escuchan lo que se les diga. Para bien o para mal, el hombre habitualmente escucha y se cree la mayor parte de lo que oye o lee: cine, tv, prensa, teatro, libros, internet, etc... Y cuando el hombre escucha, la Palabra de Dios es eficaz por si misma. Los que tenemos la obligación de evangelizar -todos los creyentes- debemos aprovechar todas las oportunidades de este tipo que se nos presenten para divulgar la Palabra, que es mucho más eficaz que nuestros pobres argumentos... Es decir, hacer de auténticos profetas, cuyo significado es el de ser portavoces de Dios (repetidores de su mensaje), más que adivinos del futuro.

Esta eficacia de la Palabra de Dios se concretará no sólo en la fe del que la oye, sino que suscitará una respuesta auténtica al mensaje. Porque la Fe no es tanto creer en abstracto lo que se nos ha revelado, cuanto hacer vida la Palabra que oímos. La auténtica eficacia de la Palabra, más que creerla o entenderla, es conseguir que la vivamos. Porque si en vez de vivirla nos dedicamos a razonarla, si la cuestionamos, entonces difícilmente la aplicaremos a nuestra vida. Es al revés: cuando ya la hemos incorporado a nuestra vida es cuando podremos interpelarla y pedirle explicaciones... si es que las necesitamos.


Este fue el ejemplo de María: asumió en su vida la Palabra que se le transmitió -sin la más mínima duda-, esperando con fe absoluta; y, cuando ya estaba hecha vida de su vida, ponderaba las circunstancias concretas en su corazón...

miércoles, 15 de diciembre de 2010

¿En qué dios no creemos?

La gente dice que no cree en Dios, del mismo modo en que podrían decir que no creen en las meigas o que no les gusta el fútbol.

Pero la fe en Dios es algo mucho más importante, algo que determinará nuestra entera existencia.

Cuando yo digo que creo en Dios, sé a qué Dios me estoy refiriendo: al Único, Creador, Redentor y Padre, según me ha sido revelado por su Palabra en las Sagradas Escrituras.

Pero yo me pregunto, ¿en qué dios no creen los ateos? ¿Se han planteado en quién no creen? ¿De verdad han pensado en la posibilidad de un Creador, Redentor y Padre y han negado su existencia? ¿No será que, más bien que no creer, lo que ocurre es que quieren rechazar a ese Dios que podría influir en sus vidas? Y, ¿en serio han llegado a la conclusión de que esa influencia sería negativa? ¿Negativa para su vida o negativa para sus pasiones? ¿Se han planteado si Dios efectivamente les limitará su libertad -que Él les ha dado- o por el contrario la potenciará?

Quizá en algún caso, alguien se haya planteado un dios tan absurdo, tan ridículo, tan pequeño, tan a su medida, que no merezca la pena creer en él.

Cuéntame cómo es el dios en el que tú no crees y yo te explicaré cómo es el Dios que se me ha revelado: te aseguro que en éste sí merece la pena creer... y amar.

lunes, 13 de diciembre de 2010

El límite de nuestra libertad

Hay un dicho con el que no estoy de acuerdo: "La libertad de uno termina donde empieza la del otro". Creo que esta frase solo es válida con respecto al libertinaje: nuestro libertinaje termina donde empieza el del otro; entre otras cosas, porque la colisión sería peligrosa. Pero si hablamos de libertad auténtica, de la facultad de elegir nuestra conducta entre posibilidades alternativas, entonces nuestra libertad se entrelaza con la de los demás y nuestra conducta les influye; y, en muchos casos, sólo somos libres en la medida en que los demás elijan aquello que posibilita nuestra propia libertad. El caso paradigmático es el matrimonio: puedo ejercer la libertad de casarme porque el otro también es libre y decide ejercerla precisamente conmigo. En este caso concreto mi libertad empieza precisamente cuando hay un otro con el que vivir esa libertad; y nuestras libertades se superponen: porque la mejor demostración de libertad es amar. El amor es la manifestación de la libertad del alma y del cuerpo.

Esta disquisición podría parecer meramente teórica; pero no lo es. Es algo que debe llevarse a la práctica. Efectivamente, hay libertades aparentemente privadas que no lo son, porque forman parte de la libertad de otros. Hay actos que pueden parecer moralmente personales, en los que ninguna norma ajena a nuestra conciencia debería entrar; pero no son tan privados, tienen una repercusión social. Por ejemplo, la fidelidad conyugal no es sólo una cuestión de la pareja, sino un acto profundamente social, que la sociedad debe regular; y sociedades muy civilizadas consideraron hasta hace muy poco que el adulterio era un ataque tan grave a la sociedad, que lo tipificaron como delito. Y, por los mismos motivos, el aborto no es una cuestión privada de la madre -de la que se excluye incluso al padre- sino el más terrible de los delitos, que la sociedad debe tratar de evitar. Y lo mismo podemos decir del suicidio o la eutanasia: el derecho a la vida no nos da derecho a disponer de ella, ni siquiera a nosotros mismos, porque la vida es un bien social del que nadie puede disponer.

Pero esta sociedad posmoderna e irracional sólo ha encontrado un límite social a la libertad: el tabaco. Este es el único caso en el que la sociedad puede imponerle el bien (la salud) al individuo, porque el tabaquismo produce un desajuste social (especialmente en costes económicos de la enfermedad).

Y..., ¿es que los demás asuntos citados no producen un desajuste mayor y mayores costes?

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Al César lo que es del César

Hay que dar al César lo que es del Cesar. Y evidentemente, la administración de Justicia es algo que compete al Estado, a través del poder judicial; y con la mayor independencia posible.


Pero una cosa es que el Estado administre justicia y otra muy distinta que se "invente la justicia". Porque la Justicia es algo que nos viene dado por la Ley Natural, los derechos Humanos o como se le quiera llamar. Y la Justicia tiene un marco que no se puede saltar ni el Estado ni el Parlamento, por muy democráticamente que se haya constituido: el derecho a la vida es universal, los derechos de las minorías son tan inviolables como los de las mayorías.


¿Y qué ocurre cuando la razón humana se oscurece por la ambición, el odio, la revancha, etc? Entonces, el hombre ya no sabe distinguir la auténtica Justicia, el Derecho Natural o los Derechos Humanos. Cuando la razón se oscurece (y hemos tenido muchos episodios de oscurecimiento en la Historia, especialmente en el siglo XX), sólo nos queda la Fe: aceptar la autoridad de un Ser superior, que se nos ha revelado. En este caso, la Fe se presenta como la sabiduría natural de la humanidad: la norma última, que no puede eludirse y marca los límites del obrar humano, político y social...

El Estado administra la Justicia...; pero dentro de los límitess que le vienen impuestos.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Hombre y mujer los creó

Hombre y mujer nos creó Dios, a ambos con una misma dignidad: la dignidad de ser sus hijos.

Hoy, los defensores de la "ideología de género", necesitan muchos más argumentos para defender la igualdad de la dignidad del hombre y la mujer, porque no se reconocen como hijos de Dios. Y si somos simplemente frutos de la evolución o de la casualidad, entonces: por qué íbamos a tener la misma dignidad. Por supuesto, lo mismo puede predicarse de otros dos cualesquiera individuos: si no son ambos hijos de Dios, ¿por qué van a tener la misma dignidad?

Y es que cuando el hombre niega a Dios, lo primero que niega es su propia dignidad; y se acaba defendiendo el "proyecto simio", esa propuesta legislativa que quiere otorgar los derechos humanos a los simios, al considerarles igual de dignos que nosotros: frutos de la casual evolución.

Pero volvamos al hombre y la mujer: Dios nos ha creado con la misma dignidad, pero -al contrario de lo que la ideología de género defiende- nos ha creado como realidades antropológicas distintas, con fisonomía distinta y funciones distintas..., y estas distinciones no son meros accidentes culturales, sino constitutivas de la propia naturaleza del hombre y la mujer.

Hemos negado a Dios, hemos negado nuestra dignidad y hemos acabado negando nuestra naturaleza... Vemos ahora lo expuesto en la entrada anterior sobre lo irracional de la razón instrumental.

jueves, 2 de diciembre de 2010

La razón instrumetal

Nuestra época se caracteriza por el agnosticismo. No es que haya muchos ateos que nieguen la existencia de Dios, sino muchos agnósticos que no saben si existe o no, que se debaten en la duda. Esto es así probablemente porque vivimos en la época de la certeza: necesitamos certezas para todo; y si logramos la certeza científica, mejor aún.

Parece como si más que encontrar la Verdad, nos importase vivir en la certeza...; aunque sea una certeza equivocada. Y, claro, como la Fe nunca nos puede llevar a la certeza, porque Fe es el conocimiento no comprobable por definición (si lo pudiésemos comprobar, ya no sería Fe, sino evidencia o experimento científico), el número de creyentes ha disminuido en favor de los agnósticos.

E incluso se llega más lejos: como no siempre es comprobable la Verdad -no podemos alcanzar la certeza-, entonces acabamos diciendo que la Verdad no existe... Esto es una barbaridad, porque lo que no existe -en su caso- es la certeza, la comprobación de la Verdad...; pero la Verdad siempre existe -la conozca yo o no-, porque la verdad es la realidad: la adecuación de la razón a una cosa.

Desde la revolución francesa, la razón es lo que habitualmente se oponía a la Fe. Se llegó incluso a renegar de Dios y entronizar a la "diosa Razón", la que nos traería la verdad. Pero en el posmodernismo hemos llegado mucho más lejos: la propia razón humana ha dejado de ser el instrumento para conocer la Verdad, porque se niega que exista la verdad. Entonces la razón se ha convertido en el instrumento para justificar la propia conducta: puedo hacer todo lo que yo considere razonable o bueno.

Así, hemos pasado de la razón lógica de los racionalistas, a la razón instrumental de los posmodernos. Y como tal razón al servicio de los caprichos de la persona, se ha corrompido y es, muy frecuentemente, irracional y esclava de la cultura del deseo.


Hoy, los descreídos no oponen sus razones a nuestra Fe, sino que simplemente oponen su capricho, su deseo; con el absurdo y único argumento: ¿por qué no?

domingo, 28 de noviembre de 2010

Entender el cristianismo

Nos quejamos de que el cristianismo no se entiende en la sociedad actual; y muchas veces se acusa a la Iglesia de no saber explicarse, de no conectar con la gente. Pero creo que la solución no está en que nos esforcemos en explicarnos mejor, utilizando avanzadas técnicas de comunicación; sino que en realidad la cuestión no es cómo nos explicamos, sino qué es lo que queremos transmitir. El mensaje evangélico, el cristianismo sólo se transmite, solo se explica, viviéndolo.


Por esto, a los santos sí se les entendió bien su cristianismo; tan bien, que en muchos casos les martirizaron para evitar que siguiesen difundiéndolo, porque sus conciudadanos de otros credos les entendían tan bien que se corría riesgo de que se convirtiesen, de que se les contagiase.


O es que no se entendió a San Francisco de Asís, o a Juan Pablo II, o a la Madre Teresa de Calcuta...

miércoles, 24 de noviembre de 2010

A vueltas con el preservativo

De nuevo se ha levantado la polémica sobre si la Iglesia ha cambiado su doctrina sobre el preservativo; y esta vez ha sido a raíz de unas palabras de Benedcito XVI.

Lo que ocurre con este tema es que no acaba de comprenderse que el preservativo es siempre un mero instrumeto; y es ilícito aunque se use para conseguir un fin lícito. Me explico.

Los esposos deben decidir con responsabilidad su paternidad; y para ello pueden, si lo consideran necesario, distanciar los nacimientos ABSTENIÉNDOSE DE MANTENER RELACIONES en los periodos de fertilidad. Lo que no vale es el uso de dispositivos que permitan mantener relaciones evitando artificialmente una fertilizad que sí existe en ese momento. Es decir, lo que no se puede es gozar de la relación evitando artificalmente sus consecuencias.

Pero todo lo dicho es para los esposos. Porque en los demás casos el uso del preservativo no está permitido por la sencilla razón de que no está permitido tener dichas relaciones. Es decir, la cuestión no es si una prostituta usa o no usa el preservativo, sino que NO DEBE SER PROSTITUTA. Lo mismo se puede decir de los novios, los homosexuales, los violadores y cualquier otra persona que mantenga relaciones con quien no es su cónyuge.

Y el adulterio es igual de adulterio con y sin preservativo.

En el caso de los homosexuales, como la relación siempre está ciega a la fecundidad, el sexo está moralmente prohibido siempre, con o sin preservativo.

Dejado dicho lo anterior, pregunto: ¿Que es "menos peor", que una prostituta use preservativo o que no lo use? Evidentemente, la prostituya excluye la fecundidad, ya que su relación es por dinero, no por amor ni deseo de descendencia: todas sus relaciones serán rechazables. Pero si tiene el detalle de preocuparse por sus clientes y usar el preservativo para evitar contagiarles cualquier cosa, entonces seguirá siendo una prostituta inmoral, pero respetuosa con los demás. Y lo mismo con un homosexual: ya que su relación es siempre incorrecta porque está ciega a la fecundidad, el uso del preservativo será siempre algo de agradecerle, si evita contagios.

Pero no porque en algunos casos el uso del preservativo convierta en moralmente bueno un acto moralmente malo, sino porque lo hace menos malo (volvería a decir "menos peor", para que se me entienda) en un aspecto accesorio. En el caso del matrimonio, el uso del preservativo puede convertir un acto moralmente bueno -yo diría que santo- en moralmente malo, ya que su uso ciega la fecundidad artificialmente. Pero no se me ocurre ningún otro caso en el que el uso del preservativo convierta en peor un acto que ya es malo.

Sí puede ser moralmente malo fomentar la compra de preservativos, porque se están fomentando las relaciones inmorales.

Pondré un ejemplo. Acuchillar a alguien es malo; pero sería de agradecer que el agresor usase un cuchillo limpio, que no provocase mayores infecciones en la víctima y así se curase antes. Por supuesto esto no convierte en bueno el acuchillamiento, pero demuestra cierta humanidad del agresor. Por supuesto, esto no puede inducir al Estado a repartir "navajas de bolsillo limpias" entre la población.

Por el contrario, cuando un cirujano corta al paciente para operarle, es un acto muy bueno, pues busca su curación; pero si utiliza un bisturí infectado, entonces el acto se convierte en malo, pues produce una nueva enfermedad. Si uso preservativo con mi mujer, entonces no quiero compartir sexo con ella, sino obtener mi placer a su costa; y evitando las consecuencias naturales.

Repito, el preservativo es un instrumento; y el instrumento nunca convierte en bueno el acto malo; pero sí puede convertir en malo un acto bueno.

Quizá ahora sí haya quedado claro.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

La información y el deseo

He comentado anteriormente en alguna entrada que nos encontramos en la cultura del deseo, y de la satisfacción inmediata de dicho deseo. También puede constatarse la obsesión que existe actualmente por la información: ni siquiera llega a saciarnos la cantidad ingente de información que se puede recibir fácilmente por internet.

He leído una explicación a esto que no es nueva -ya que proviene de un libro escrito a principios del siglo XX-, pero que es perfectamente aplicable a nuestro tiempo.

El hombre actual tiene prisa porque ha perdido la Esperanza: si no espera ya nada, ¿por qué retrasar la satisfacción de sus deseos? Así explicado, el comportamiento parece lógico: disfrutemos lo más posible y lo antes posible, pues se puede acabar en cualquier momento... y después ya no hay nada. Pero el placer no da la Esperanza ni la felicidad.

Lo mismo ocurre con la información: el hombre actual ha perdido la Fe, ya sólo se cree lo que pueda constatar en un medio informativo "de confianza". También esta conducta es lógica: ¿cómo alcanzar la sabiduría si no se tiene Fe? Pues tratando de acumular la mayor cantidad de información posible... y lo antes posible. Pero el conocimiento sin Fe no da la sabiduría. Qué bien sabía esto la Madre Teresa de Calcuta, cuando afirmaba que ella estaba perfectamente informada de todo, precisamente porque... ¡no leía los periódicos ni veía la televisión!


Y el hombre moderno ha sustituido la Caridad -el amor- por el sexo.

¿Qué queda del hombre sin esas tres virtudes? Ahora se explica la angustia vital que invade nuestra civilización.

lunes, 8 de noviembre de 2010

La fuente de los valores

El otro día oí un razonamiento que por su propia sencillez me pareció formidable.

Comentaba en una reunión el Catedrático Alberto de la Hera que él enseña a sus alumnos que sólo existen cuatro fuentes de generación de los valores que deben guiar nuestra conducta; y estas fuentes son:

• Dios
• El consenso
• El estado
• La subjetividad de cada uno.


Y, además, les asegura que de las mencionadas fuentes, sólo la primera es real, ya que las demás son falsas por no apoyarse en la Verdad.

Repasemos este argumento.

Si los valores nos vienen dictados por el consenso, es decir, por la mayoría, esto será garantía de que satisfacen al mayor número de ciudadanos; pero nunca será garantía de que dichos valores sean ni los correctos ni los mejores posibles. Y esto supone que la minoría se quede a merced de la mayoría... O que todos se queden a merced de la moda o de los creadores de opinión pública.

Si los valores nos viniesen dados por el Estado, entonces ya sabemos lo que ocurre, porque ya ha ocurrido antes: estaremos en uno de esos estados totalitarios que tantos desastres han causado entre propios y extraños: desde los colectivismos marxistas hasta los nazi-onalismos fanáticos.

Si, para evitar las dos situaciones anteriores, dejamos que cada uno tenga sus propios valores, dictados por su propia subjetividad, pronto alcanzaremos la sociedad hedonista, relativista y permisivista que tanta agonía causa en occidente. Y siempre habrá quien piense que sus propios valores son los mejores y rompa las reglas del juego de la tolerancia, declarando intolerables aquellos valores que no le gusten... Y la sociedad se acabará dividiendo en dos clases: por una parte, aquellos cuyos valores coinciden con los de la mayoría -consenso- o con los de la autoridad de turno -estatalismo-; y por otra parte, los que tienen valores distintos, que deberán ser rechazados y discriminados ¡por intolerantes!

Sólo queda otra posibilidad: tratar de conocer los valores dictados por Dios, que es padre de todos y no es partidista, como único medio de estar en la verdad.

Todo lo demás es falso.

martes, 2 de noviembre de 2010

La Fe, ¿comprobarla o vivirla?

Como aficionado a la astronomía, sé que las estrellas menos brillantes se deben observar con el telescopio de forma indirecta, mirándolas con el rabillo del ojo. Si tratas de enfocarlas directamente, entonces es como si desapareciesen; de hecho, es como si en vez de verlas, simplemente se las intuyese. Con la Fe ocurre algo parecido, tienes que observarla indirectamente, porque si te enfrentas a ella directamente, entonces se va difuminando hasta desaparecer.
Esto es así, porque la Fe es ese don que nos da Dios para que la vivamos, no para que la estudiemos: una cosa es razonar las verdades de la Fe (lo que muy a menudo hemos hecho en este blog); y otra muy distinta tratar de poner a prueba dicha Fe. Es algo que se desprende del propio concepto de Fe: la forma de conocimiento que nos proporciona certeza; pero que no es comprobable.

La Fe hay que llevarla a nuestra vida. Podemos utilizarla en nuestra toma de decisiones, en nuestro obrar cotidiano, incorporándola a nuestro criterio de conducta, ya que nos proporciona la certeza de que estamos en el buen camino; pero no podemos comprobar dicha certeza. Si la Fe fuese comprobable, entonces ya no sería Fe, sino conocimiento experimental o razonamiento científico. Y, como no es comprobable, cuando la convertimos en objeto de nuestro intelecto -cuando la miramos directamente-, entonces se difumina y parpadea, se debilita.

Y es que la Fe se vive o no se vive; pero no se puede poner a prueba.

viernes, 29 de octubre de 2010

Dos tipos de feminismo

Hablando de la ideología de género(1), me gustaría comentar algo también del feminismo, que es uno de los aspectos de la misma.

El feminismo en sí no es bueno ni malo: es el esfuerzo de la mujeres para que se les reconozca su dignidad, sus capacidades y las limitaciones a que les somete su condición de procreadoras. En la medida en que estos objetivos coincidan con la verdad, son positivos; ya que el descubrimiento de la verdad es siempre algo bueno.

Pero la ideología de género no busca eso, sino que lo que pretende es modificar la antropología humana como está concebida: pretende difuminar la figura del varón y de la mujer, para confundirlas en una especie de ser neutro. En definitiva, creo que su objetivo es acabar con la creación de Dios: hombre y mujer los creó... Así, intenta eliminar del hombre la idea de Dios (ya que a Dios mismo no puede destruirlo); y simultaneamente intenta destruir su principal creación: el ser humano dual. Dicho lo anterior, me atrevo a afirmar que hay dos tipos de mujeres activistas:
  • Las feministas, que son aquéllas que pretenden engrandecer la figura de la mujer; lograr que se realicen en plenitud en el mundo actual; reconociendo la dignidad que tienen -igual a la del varón- pero con diversidad de funciones. Las feministas quieren una mujer muy femenina, madre, esposa, trabajadora, intelectual y capaz de dar a la sociedad esa visión del mundo tan diferente de la del varón.
  • Las feminazis, que son las mujeres obsesionadas por una ideología que nada tiene de femenina y mucho tiene de odio al sexo contrario, al que pretenden suplantar. Estas mujeres quieren imponer a las demás mujeres sus propias actitudes antifemeninas que sólo pretenden convertirlas en "varones sociales es con anatomía hembra"; y que acabará destruyendo a toda mujer que se deje arrastrar por ellas.
La diferencia entre unas y otras radica en si se sigue o no se sigue el plan divino: Hombre y mujer los creó...; y todo lo que se oponga al plan divino sólo puede terminar en destrucción. Por esto las feminazis odian tanto a las feministas.

miércoles, 27 de octubre de 2010

¿Quien es el enemigo del Cristianismo?

En algunos ambientes occidentales existe un miedo a que personas de otras culturas y creencias invadan nuestro espacio vital histórico. En el fondo es una muestra de falta de seguridad en sí mismos; en definitiva: de falta de fe.


Creo que el cristiano no debe temer al resto de la humanidad con su diversidad de culturas, razas y creencias. De hecho, la actitud del cristiano se diferencia de la de sus predecesores los judíos en que éstos tenían prohibido mezclarse con paganos por miedo a contaminarse; pero Jesucristo dijo a sus apóstoles: id y predicad a todas las gentes. Ya no hay que temer su influencia, porque no es una cultura lo que debemos preservar, sino una Fe, el mensaje evangélico; y no podemos permanecer a la defensiva, sino que debemos difundirlo.


Quizá sea al revés: son los paganos los que deberían tener miedo de nuestra fuerza evangelizadora. Y de hecho lo tienen: en los países islámicos está prohibido predicar el cristianismo, por que tienen la certeza de que la Palabra de Dios es eficaz y acabaría atrayendo a todos los musulmanes de buena fe. Y es un miedo históricamente fundado: el cristianismo ha convertido a hombres de todos los rincones de la Tierra, cualquiera que fuese su raza o su cultura. Porque el cristianismo es un credo valido para todos los tiempos y todas las culturas, que pretende el bien y la salvación de todos y, por tanto, los puede conquistar a todos [entendiendo este término en el sentido de la conquista del enamorado; que de eso se trata: de enamorarse de Cristo] .

Por esto, los enemigos del cristianismo no son las personas de culturas diferentes, por muy dispares que sean: los enemigos del Cristianismo han sido siempre los que pretendían sojuzgar a los demás en provecho propio; los que quieren erradicar la dignidad de hijos de Dios que todos tenemos y nuestra libertad de espíritu, para imponernos sus ideologías que nos esclavizan en su provecho: desde el poder Romano que martirizó a tantos cristianos, pasando por los demás descreídos salvadores de la humanidad: la revolución francesa, los nazis, los comunistas y actualmente la ONU, que pretende extender doctrinas humanamente indignas en provecho de unos pocos grupos de poder.

Y a éstos tampoco hay que tenerles miedo: el Cristianismo les venció en el pasado y les vencerá en el futuro; mejor dicho, les convencerá.

domingo, 24 de octubre de 2010

La paciencia de Dios

Nos dice san Pedro en su segunda carta: Considerad que la paciencia de Dios es nuestra salvación...(2P 3, 13).

Y esta frase tiene mucha miga, porque muy frecuentemente nosotros perdemos la paciencia con los demás, ya sea con alguien en particular o con el resto de la humanidad en general. Por ejemplo, solemos preguntarnos cómo Dios no termina con tanta aberración social, sexual y económica; y decide poner fin a los tiempos de una vez por todas.

Pues la respuesta nos la da Pedro: porque Dios es paciente y está esperando a que se dé el momento en el que el mayor número de sus hijos pueda salvarse; y quizá esa espera nos esté viniendo muy bien también a nosotros... ¡que todo podría ser! Porque si exigimos que Dios castigue fulminantemente a todos esos bárbaros, entonces también nos debería haber fulminado a nosotros cuando hicimos aquellas barbaridades [aquí cada uno sabrá a que me refiero; yo lo tengo muy claro].

La diferencia entre Dios y nosotros es que Él es Justicia y Misericordia; y nosotros somos sólo justicia... y muy mezclada con rencor.

domingo, 17 de octubre de 2010

¿De qué se ha liberado el hombre?

Resumiendo lo expuesto en la entrada anterior, podríamos decir que el hombre empezó liberándose de lo sobrenatural, para poder declararse su propio Dios: rechazó la fe y la trascendencia para atarse a la razón y la naturaleza. Pero ahora -gracias a determinados avances científicos- ha podido liberarse también de lo natural, de su propia naturaleza; y así, en el paroxismo de la liberación, acabará destruyéndose: ¿qué queda del hombre si eliminamos tanto su alma como su cuerpo?

Su hace dos siglos pretendió liberarse de la fe para caer en brazos de la razón; ahora se libera de la razón [negar la propia naturaleza es irracional] para caer en brazos del deseo.

En definitiva, se ha convertido en esclavo de aquello de lo que intenta liberarse...

¡Todo, con tal de no ser siervos de Dios!

jueves, 14 de octubre de 2010

La ideología de género

Hace siglo y medio, la civilización -inmersa en la revolución industrial- se lanzó alocadamente a la carrera del progreso sin pensar el coste que dicho progreso pudiese tener: no tuvo en cuenta ni la protección del más débil (el trabajador arrancado del mundo rural y esclavizado en entornos industriales urbanos) ni la conservación de la Naturaleza, que tuvo que soportar todo tipo de agresiones que amenazaban el equilibrio medioambiental en muchas partes del planeta. Fueron necesarias décadas de aberraciones hasta que el afán progresista industrial se moderó y permitió al hombre ver lo que ocurría a su alrededor; y empezar a poner coto a tanta destrucción.

Pues bien, desde la segunda mitad del siglo XX -y especialmente en sus dos últimas décadas- el hombre se ha lanzado a la carrera de disfrutar de las posibilidades que los avances científicos han puesto a su alcance; y en esta alocada carrera tampoco tiene tiempo de pararse a ponderar las consecuencias de sus actos.

Primero se controló la fecundidad humana; y el hombre se lanzó a disfrutar del sexo sin miedo a las consecuencias. Después se la logrado controlar la propia generación del nuevo ser; y muchos se han lanzado a "fabricarse" hijos a su medida, cuándo, cómo y dónde les ha parecido mejor, sin tener en cuenta el bien final de ese hijo que tanto desean.

Y, tras los dos adelantos anteriores, nos hemos lanzado a transformar la sociedad natural basada en la familia (hombre y mujer en unión permanente), sustituyendo la estructura social en la que los individuos se incorporaban a través de una familia basada en lazos de amor, por una estructura totalmente artificial e inviable en la que se considera familia a cualquier colectivo que sea capaz de interaccionar sexualmente.

Y para evitar que las diferencias de sexo ralenticen esta alocada carrera, nos hemos lanzado a eliminarlas y a imponer -a sangre y fuego- una ideología de genero que no es más que la destrucción del ser humano como se ha considerado hasta la fecha (acorde con su naturaleza real): la deconstrucción del hombre.

Y todo para que el goce y la libertad humana sea ilimitada: tratamos de liberar al hombre de su propio cuerpo. Es lo más parecido a Dios: un ser sin limitación alguna que realiza en todo momento su deseo.

Pero en Dios esto es acorde a su naturaleza divina; mientras que en el hombre supone la destrucción de su naturaleza

Por supuesto, para poder imponer esta ideología de género, se debe destruir primero en el hombre todo concepto de trascendencia -de reconocimiento de límites a la actuación humana-, ya que ésto limitaría nuestra libertad de autodestruirnos con tal de gozar sin límite. Con este objetivo, cualquier esfuerzo por corromper la sociedad cristiana será poco; y a los que se opongan se los tachará de retrógrados, fanáticos, peligrosos... y se les acabará persiguiendo. Parece como si la sociedad, ajena a cualquier código moral, hubiese caído en la dependencia de la "droga del deseo" y no le importase lo que haya que destruir para conseguir droga.

¿Es esto diabólico? ¿Hasta cuándo lo consentirá Dios? Quizá hasta que volvamos nuestro rostro hacia Él y le pidamos sinceramente que vuelva a tomar el timón de nuestra sociedad. Entonces podremos mirar a nuestro alrededor y ver todo lo que hemos destruido...

martes, 12 de octubre de 2010

El rescoldo del cristianismo

Recientemente he leído un artículo en el que se comentaba que el historiador y parlamentario británico Arnold Toynbee comentó durante una sesión parlamentaria: "... El ocaso no llegará. Occidente es distinto a causa del cristianismo. En occidente está presente el cristianismo y el cristianismo en un manantial de constante renovación. ¡El cristianismo es esa minoría creativa en el corazón de la civilización!"

Estas palabras me han hecho pensar mucho.

Primero, que el cristianismo es efectivamente la raíz de la civilización occidental: ante la duda no tenemos más que compararnos con otras civilizaciones orientales y ver en qué radica la diferencia entre una y otras. Pero si a una civilización le arrancamos la raíz, ¿qué pasa con el resto? Pues ocurre lo mismo que si le arrancamos la raíz a un árbol: la copa se seca. Y esto es lo que le está pasando a la civilización occidental: alejada de sus principios cristianos, está abocada al ocaso, se está secando, mientras se ve invadida por civilizaciones que tienen mucho menos que ofrecer. En definitiva, es un suicidio.

Por otra parte, es cierto que el cristianismo, al no ser la religión de una civilización, pueblo o raza concreta, ha sabido adaptarse siempre a toda circunstancia y también ha sabido adaptar su entorno: de hecho, en occidente acabó permeando toda la actividad social. Pero no debemos olvidar que al principio, esa sociedad que acabó rindiéndose al mensaje cristiano le estuvo persiguiendo y tratando de aniquilar durante casi cuatro siglos. Y tampoco debemos olvidar que el cristianismo también ha sabido sobrevivir en civilizaciones muy hostiles: está presente en Japón, la India, China... y permaneció en el mundo comunista, pese a la persecución feroz que sufrió. Por esto es por lo que Toynbee confiaba en que el "rescoldo" del cristianismo acabase avivando a toda la decadente sociedad que intenta, por todos los medios, apagarlo.

La cuestión no es si el rescoldo cristiano tiene capacidad de salvar una sociedad, lo que ya ha demostrado sobradamente a lo largo de la Historia. La cuestión es si los cristianos vamos a ser capaces de reavivar el rescoldo que tenemos de nuestra propia fe, enterrado bajo las cenizas de una sociedad paganizada y hedonista; y vamos a reavivar esa fe y la esperanza en nuestro mensaje, en la Palabra de Dios y en la Eucaristía, que son las únicas armas de las que disponemos para tan ingente misión.

Porque si seguimos tratando de ganarnos al mundo con las armas del mundo, la batalla estará perdida antes de comenzarla.

lunes, 4 de octubre de 2010

Cuando el camino no está claro

Por supuesto, en la vida diaria del cristiano no siempre es fácil descubrir cual es el camino correcto. Ya sabemos que, frecuentemente los atajos se revelan como caminos mucho más duros y en los que podemos extraviarnos con facilidad.

Pero hay veces en las que Dios permite que el camino se vuelva borroso, que sus márgenes se desdibujen, que en alguna encrucijada no aparezca clara la senda a seguir. No se trata de abandonar el camino, ni de buscar atajos, sino simplemente de que aparece la duda.

Esta situación siempre nos incita a la rebeldía: si yo estoy dispuesto a seguir el camino, por qué no se me muestra claramente.

Pues tenemos que rechazar esta tentación, porque Dios tiene siempre sus razones; pero no siempre nos permite conocerlas. Repito lo dicho en la entrada anterior: Dios nos pide que le creamos, no que le entendamos. Si se plantea la duda, debemos poner más ahínco en descubrir el camino: el quedarse parados o salirse por la tangente, no conducen a la meta.

En la mayoría de los casos, será Dios quien consienta esas dudas: ya sea para probarnos o para dejarnos bien claro que Él es el Camino, la Vedad y la Vida: para que siempre le utilicemos como referencia segura.

Recuerda que Jesús libró de las dudas a los discípulos mientras estuvo con ellos: a pesar de que no entendían casi nada de lo que les decía y de sus frecuentes errores, su confianza en el Señor no flaqueó. Lo contrario de lo que pasó cuando su palabra se vio cumplida y sucedió todo como se lo había predicho: entonces es cuando comenzaron sus dudas y se puso a prueba su fe; prueba que no todos superaron a la primera.

Por el contrario, a Judas sí le permitió dudar y consintió que sus dudas le llevasen a extraviarse: ¿por qué?

Quizá comprendamos estos misterios en la otra vida. Ahora lo único que se me ocurre es conjeturar que las disposición que cada uno tenga frente a Dios tienen mucho que ver: hay quien busca motivos de duda y quien los rechaza. Imagino que estas diferentes actitudes de cada uno influyen mucho en el camino que Dios nos marca y en cómo nos lo marca.


Y, por supuesto, ante la duda... Rezar.

jueves, 30 de septiembre de 2010

El error de Lutero

Un último comentario antes de dejar atrás a Lutero.

Se le ha condenado a Lutero porque basaba la salvación solo en la Fe, con independencia del comportamiento que después tuviese ese creyente. Y esto es un error, porque la Fe sólo salva cuando las obras demuestran la coherencia con aquello en lo que se cree. Las obras tienen que manifestar inequivocamente nuestro amor a Dios y a los demás, o nuestra Fe no valdrá de nada: "también los demonios creen y se condenan". Pero denunciar este error no puede llevarnos a poner las obras por encima de la Fe, porque es nuestra fe en Cristo -y no la moral social- el sello distintivo del cristiano. Por esto, la misión del cristiano, más que convencer a los demás de la bondad de su moral, consiste en proclamar su fe en Cristo... "y este resucitado" (como decía San Pablo).

Y si cabe alguna duda, traeré aquí ahora el mandato que cierra el relato evangélico: "Id y predicad a todos los pueblos; el que crea se salvara, el que rehuse creer se condenará..." Observad que no dijo id y convencedles que mi moral es la mejor...

Es la fe [aceptar la autoridad de Dios]lo que nos salvará, no la razón ni nuestro convencimiento. Del mismo modo, debemos predicar el mensaje evangélico, razonar nuestra fe y nuestra moral debe ser algo secundario.

viernes, 24 de septiembre de 2010

El discurso del Papa (II)

Continuamos repasando el importante discurso de Benedicto XVI ante el Parlamento de Westminster.

En otras palabras, la religión no es un problema que los legisladores deban solucionar, sino una contribución vital al debate nacional. Desde este punto de vista, no puedo menos que manifestar mi preocupación por la creciente marginación de la religión, especialmente del cristianismo, en algunas partes, incluso en naciones que otorgan un gran énfasis a la tolerancia.

Éste es el gran problema de occidente: quiere renegar de sus raíces cristianas, como si la religión fuese un obstáculo al progreso; y no se dan cuenta de que precisamente ha sido el cristianismo el que potenció en occidente el progreso social y la dignidad de la persona. Puede que a alguno le extrañe esta afirmación, ya que la "historia políticamente correcta" lleva desde la revolución francesa ocultando los logros del cristianismo y recordando sólo sus errores; pero a quien no comparta esa afirmación le ruego que compare con otras civilizaciones sujetas a otras religiones, o trate de buscar los efectos que el "ateísmo oficial" causó en el pueblo (la propia revolución francesa y la implantación del Comunismo). Y, por supuesto, son los más tolerantes los que no están dispuestos a tolerar que mantengamos nuestras raíces.

Hay algunos que desean que la voz de la religión se silencie, o al menos que se relegue a la esfera meramente privada. Hay quienes esgrimen que la celebración pública de fiestas como la Navidad deberían suprimirse según la discutible convicción de que ésta ofende a los miembros de otras religiones o de ninguna. Y hay otros que sostienen -paradójicamente con la intención de suprimir la discriminación- que a los cristianos que desempeñan un papel público se les debería pedir a veces que actuaran contra su conciencia. Éstos son signos preocupantes de un fracaso en el aprecio no sólo de los derechos de los creyentes a la libertad de conciencia y a la libertad religiosa, sino también del legítimo papel de la religión en la vida pública. Quisiera invitar a todos ustedes, por tanto, en sus respectivos campos de influencia, a buscar medios de promoción y fomento del diálogo entre fe y razón en todos los ámbitos de la vida nacional.

Claro, si los políticos actuasen según su conciencia, se acabaría la disciplina de partido y muchos políticos verían mermada su influencia. No, a los políticos no les interesan ni los principios ni siquiera la razón... no vaya a ser que les acaben pidiendo cuentas. Ellos prefieren dirigir la política nacional según los intereses del propio partido. La religión, la moral, la ética y la razón: son estorbos para sus ambiciones.


Una vez más, este Papa sabio ha puesto el dedo en la llaga: ¿le harán caso o seguirán llevando a Occidente a su suicidio como civilización?

martes, 21 de septiembre de 2010

Discurso del Papa en el Parlamenteo Británico

El discurso que pronunció Benedicto XVI el pasado día 17 en el Parlamento más antiguo del mundo, es un discurso fundamental para explicar las bases y los límites del sistema democrático; y los límites legislativos de las autoridades; y contiene importantes precisiones sobre la vinculación entre la razón y la democracia. Empieza por ponernos como ejemplo a Santo Tomás Moro, que murió por defender la coherencia política de su fe:

En particular, quisiera recordar la figura de Santo Tomás Moro, .../..., quien es admirado por creyentes y no creyentes por la integridad con la que fue fiel a su conciencia, .../..., pues eligió servir primero a Dios. El dilema que afrontó Moro en aquellos tiempos difíciles, la perenne cuestión de la relación entre lo que se debe al César y lo que se debe a Dios, me ofrece la oportunidad de reflexionar brevemente con ustedes sobre el lugar apropiado de las creencias religiosas en el proceso político.


Después nos recuerda que fue el Cristianismo quien empezó a reconocer la dignidad de toda la persona humana; y, en consecuencia, quien promovió las únicas entidades benéficas que existieron hasta el siglo XX:

.../... Si bien con otro lenguaje, la Doctrina Social de la Iglesia tiene mucho en común con dicha perspectiva, en su preocupación primordial por la protección de la dignidad única de toda persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios, y en su énfasis en los deberes de la autoridad civil para la promoción del bien común.

Es decir, que la política tiene como fin el bien común, no el interés de un partido, aunque gobierne en mayoría.

Con todo, las cuestiones fundamentales en juego en la causa de Tomás Moro continúan presentándose hoy.../...: ¿Qué exigencias pueden imponer los gobiernos a los ciudadanos de manera razonable? Y ¿qué alcance pueden tener? ¿En nombre de qué autoridad pueden resolverse los dilemas morales? Estas cuestiones nos conducen directamente a la fundamentación ética de la vida civil. Si los principios éticos que sostienen el proceso democrático no se rigen por nada más sólido que el mero consenso social, entonces este proceso se presenta evidentemente frágil. Aquí reside el verdadero desafío para la democracia.

El consenso, base del sistema democrático, no puede establecer los principios éticos, sino que debe limitarse a encontrar la mejor manera de aplicarlos, una vez reconocidos por todos. No puede renunciarse total o parcialmente a un principio ético con objeto de formar una mayoría parlamentaria; pues no es posible buscar el bien común con principios adulterados.

La reciente crisis financiera global ha mostrado claramente la inadecuación de soluciones pragmáticas y a corto plazo relativas a complejos problemas sociales y éticos. Es opinión ampliamente compartida que la falta de una base ética sólida en la actividad económica ha contribuido a agravar las dificultades que ahora están padeciendo millones de personas en todo el mundo. .../... igualmente en el campo político, la dimensión ética de la política tiene consecuencias de tal alcance que ningún gobierno puede permitirse ignorar.

Nos recuerda que, al igual que la crisis financiera se produce por la total ausencia de principios éticos en la búsqueda del lucro, la búsqueda del voto al margen del bien común y los principios éticos solo puede generar caos social.

Así que, el punto central de esta cuestión es el siguiente: ¿Dónde se encuentra la fundamentación ética de las deliberaciones políticas? La tradición católica mantiene que las normas objetivas para una acción justa de gobierno son accesibles a la razón, prescindiendo del contenido de la revelación. En este sentido, el papel de la religión en el debate político no es tanto proporcionar dichas normas, como si no pudieran conocerlas los no creyentes. Menos aún proponer soluciones políticas concretas, algo que está totalmente fuera de la competencia de la religión. Su papel consiste más bien en ayudar a purificar e iluminar la aplicación de la razón al descubrimiento de principios morales objetivos.

Nos explica cómo se debe utilizar la razón para descubrir los principios éticos; y el papel que la religión juega al exigir la recta actuación de los agentes políticos y sociales, anteponiendo el bien común a sus intereses personales. Precisamente por esta exigencia, la religión ha sido frecuentemente apartada del mundo político: porque nos recuerda constantemente que el poder tiene unos límites objetivos que ninguna mayoría puede traspasar:

Este papel "corrector" de la religión respecto a la razón no siempre ha sido bienvenido, .../... Sin la ayuda correctora de la religión, la razón puede ser también presa de distorsiones, como cuando es manipulada por las ideologías o se aplica de forma parcial en detrimento de la consideración plena de la dignidad de la persona humana. Después de todo, dicho abuso de la razón fue lo que provocó .../... la difusión de las ideologías totalitarias del siglo XX. Por eso deseo indicar que el mundo de la razón y el mundo de la fe -el mundo de la racionalidad secular y el mundo de las creencias religiosas- necesitan uno de otro y no deberían tener miedo de entablar un diálogo profundo y continuo, por el bien de nuestra civilización.

En definitiva: un discurso histórico que denuncia los intentos de imposición de un laicismo que anule los límites que la religión impone al poder político.

No sé por qué, pero creo que no le van a hacer mucho caso...


sábado, 18 de septiembre de 2010

Lutero

He visto recientemente la película LUTERO, que es una burda deformación de la realidad histórica; pero que, no obstante, me ha suscitado varios pensamientos interesantes.

Una vez más, cuando la Iglesia esconde sus errores en vez de corregirlos, acaba provocando -a sí misma y a los demás-un daño mucho mayor del que se pretendía evitar. Los malintencionados esconden esos errores para poder seguir aprovechándose de ellos; los bienintencionados, los esconden para evitar el escandalo de los inocentes; pero el malo acaba aprovechando esas mentiras e hipocresías para hacer su labor. Tenemos ahora un ejemplo doloroso de lo que digo: los casos de los abusos a menores por parte de eclesiásticos, que antes se trataban de ocultar.

Creo que la mejor actitud ante las vergüenzas de la Iglesia sería denunciarlas con humildad, sabiendo que todos somos pecadores, para tratar de corregirlas. De esta forma se evita el abuso de los malintencionados y no se escandaliza a nadie.

Por el contrario, Lutero no se limitó a denunciar lo que era incorrecto [la venta mercantilizada de indulgencias], sino que pretendió imponer su criterio y destruir a los corruptos [que no eran todos]; pero con su soberbia acabo destruyendo la Fe de los inocentes con doctrinas totalmente equivocadas sobre la salvación, la fe y los sacramentos. Efectivamente, afirmó que para la salvación sólo importaba la Fe, al margen de los muchos pecados, que ya no hacía falta confesar; y que esa fe dependía de la libre interpretación de las Escrituras. De esta forma, acaba con la Fe y con la moral, que son sustituidas por la propia postura personal subjetiva, por muy equivocada que esté. Estas doctrinas tan radicales no quedan reflejadas en la película, porque de hecho, en la actualidad, ni los pastores protestantes aplican esas doctrinas de Lutero, sino que exigen un comportamiento moral objetivo y se reservan la facultad de interpretar las Escrituras. Con esto actitud han logrado reducir a unas 25.000 las ramas protestantes que hoy existen, porque de otro modo habría tantas como individuos protestantes.

Lo que no tiene lógica es que los protestantes se empeñen en seguir separados de la Iglesia Católica cuando ésta ya ha superado todos esos pecados y corrupciones; y ellos han rectificado la radicalidad de sus doctrinas iniciales. Quizá se deba a esta incongruencia el constante flujo de conversiones al catolicismo.

Pero recordemos: la verdad nos hará libres..., aunque nos haga pasar vergüenza.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

¿Somos el rebaño o las ovejas perdidas?

Nos aseguró el Señor que Él dejaría a las 99 ovejas del rebaño y se iría en busca de la oveja perdida. desde luego esta forma de actuar no encaja en los utilitarios criterios humanos: ¿es lógico dejar a todo el rebaño a merced del lobo, por salvar a una sola?

Ni los planes ni los caminos de Dios son nuestros planes ni nuestros caminos.

No obstante, viendo que en la actualidad el rebaño del señor está a merced del Malo -el lobo- se me ocurre pensar que quizá el Señor nos ha dejado temporalmente para ir a buscar a las ovejas perdidas, a aquéllas a las que nosotros no hemos sabido traer al rebaño. Es más, quizá hasta las habremos extraviado más aún con teorías modernistas equivocadas: ellas querían encontrar a Dios y nosotros les hemos mostrado un monigote concebido a nuestra medida.

Quizá esto sea lo que le esta ocurriendo a occidente; ésta sea la razón por la que el lobo se enseñorea tan descaradamente entre el rebaño... Porque el Pastor ha tenido que ir a hacer lo que nosotros hemos abandonado: la catequesis...

Hasta cuándo?

lunes, 13 de septiembre de 2010

Dios y los cálculos humanos

Sigamos con la opinión de los científicos sobre Dios.

Al parecer, lo que realmente desean es someter a Dios a las propias leyes físicas que Él ha creado, que el la manera que tienen los científicos de someterlo todo a su criterio. Pero no se puede encerrar a Dios en unas leyes físicas que Él mismo ha creado; ni se le puede someter a los cálculos matemáticos que Él tiene bajos u control. Si Dios lo ha creado todo, entonces está por encima de todo; y por tanto, la ciencia que estudia lo creado no puede negar al Creador.
Por el contrario, si Dios no existiese, nunca saldríamos de la duda, pues la ciencia nada puede decirnos del momento anterior a la creación o al big bang, como se le prefiera llamar. Es decir, la ciencia puede intentar demostrar la existencia de Dios o permanecer agnóstica; pero nada puede decir en contra de su existencia, nunca podrá liberarse de su Creador.
Pero lo curioso es que este Dios irreductible, sí ha querido dejarse encerrar en un Sagrario, transustanciado desde el pan o el vino. Esta es la grandeza y el amor de Dios... Infinitamente superior a cualquier imaginación humana...

Por esto, como decíamos en la entrada anterior, ni el Dios de los cristianos ni el mensaje evangélico podría haber sido invención humana.

martes, 7 de septiembre de 2010

Dios y los científicos

Dicen que Stephen Hawking ha dicho que Dios no fue necesariopara la creación del universo; y esto es mucho decir, porque...:


¿Estaba él allí para comprobar lo que hacía falta antes del Big Bang?


Si la ciencia lo desconoce todo del momento anterior al Big Bang, ¿como se puede hacer esa afirmación?


Si antes del Big Bang todo era caos, ¿quién imprimió el orden implícito en esa energía inerte, para que su desarrollo fuese la creación como la conocemos?


En todo caso, si estuviese dispuesto a admitir que para la creación no hacía falta Dios [veanse mis entradas del 29 y 30 de septiembre de 2005, para repasar argumentos sobre la necesidad de la intervención de una Inteligencia Diseñadora]; eso no significaría que la falta de necesidad excluya la existencia de Dios.


Y, si el señor Hawking fuese capaz de convencerme de que toda la creación podría haber aparecido sin que Dios existiese, yo seguiría preguntándome: ¿es posible el Evangelio sin Dios? Podría llegar a creer que todo sea fruto de la casualidad en la evolución de la materia inerte [¡mucha casualidad sin causalidad es esa!], mientras Dios se limita a observar inactivo; pero nunca podré creer que el mensaje evangélico sea invención del hombre. No, el Evangelio no puede ser fruto de la casualidad, ni de la evolucion aleatoria de la materia. Al Cesar lo que es del Cesar [y sólo lo que es suyo] y a Dios lo que es de Dios [prácticamente todo].

Más les valdría a los científicos dejarse de tanto cálculo teórico y pararse a observar sin más la creación; o lo que es mejor, pararse a observar dentro del corazón humano. Seguro que entonces sí veían clara la necesidad de un Dios creador y padre...; y si de paso investigan dentro del Evangelio, descubrirán también al Hijo.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

El poder de Dios

Dice San Pablo en su carta a los corintios que él sólo predica a Cristo y éste crucificado, porque prefiere que sea el poder de Dios y no la sabiduría humana la que lleve la fe a los hombres.


Efectivamente, si apoyamos nuestra fe en nuestros hilados razonamientos, entonces ésta dependerá de nuestra sabiduría, que siempre puede torcerse. Además, ya no sería fe, sino convencimiento...; y podremos convencer a los que sean menos sabios que nosotros y se nos resistirán aquellos que se crean más sabios.


San Pablo lo vio muy claro: la fe tiene que llegar a los hombres a través de la propia fe que se manifiesta mediante una vida coherente. Entonces es cuando Dios con su poder enciende la chispa de la fe en los que nos rodean. Fe que dependerá del poder de Dios y no de que nuestros razonamientos tengan o no fallos.

Mostremos el rostro de Cristo con nuestra propia vida... y el resto llegará por añadidura.

domingo, 29 de agosto de 2010

El sexo es bueno

Me hago eco de un comentario a mi entrada anterior: el sexo no siempre es esclavitud.

¡Por supuesto! Es más: el sexo, como todo lo creado por Dios, es bueno.

Ya he aludido en alguna entrada anterior que el famoso dicho español de que "si algo es bueno o engorda o es pecado", es totalmente falso en lo que a lo segundo se refiere. No hay nada creado por Dios que sea malo utilizado en su justo momento y medida.

El sexo, en su debido modo y momento, es el lenguaje del amor, por lo que no solo es bueno, sino que es también santo... como todo lo que exprese amor, que es la esencia de Dios.

En mi entrada anterior me refería al "vicio" del sexo; es decir: cuando el sexo se utiliza indebidamente acaba creando adicción y esclavizando al hombre.

La verdad nos hará libres.

jueves, 29 de julio de 2010

La esclavitud del sexo

Es alarmante la extensión que en la sociedad ha experimentado el vicio del sexo, en cualquiera de sus manifestaciones. Incluso en esta sociedad ultra-liberal, se llega a hablar de la sexo-adicción, como una enfermedad de la que es difícil salir.

Por desgracia, la propia Iglesia Católica no ha podido escapar a esta epidemia, en parte debido a la corriente de relativismo y relajación moral que se infiltró ya hace décadas. Cada vez son más frecuentes las noticias de conductas sexuales inmorales por parte de personas consagradas, incluso de abusos a menores. Parece como si la posesión del sexo fuese en nuestros días algo similar a las posesiones diabólicas que sufrían los contemporáneos de Jesús; y a quienes vino a liberar: los ciegos ven, los sordos oyen y los poseídos son liberados...


Por supuesto, también ahora nos puede liberar, solo es necesario acudir a Él con fe y determinación; en definitiva, la primera y casi única condición es querer liberarse.

jueves, 22 de julio de 2010

La Edad Media

Se dice que la Edad Media fue una época oscura, porque no hubo en ella especiales avances científicos; y la vida social del antiguo Imperio Romano se perdió. Pero este juicio adolece de simplificación y de la exclusión arbitraria de otros aspectos en los que la humanidad no estuvo a oscuras. Y es que se juzga desde nuestra pragmática mentalidad utilitarista: no hay más progreso que el progreso científico. Esta es la razón por la que la sociedad occidental está regresando alegremente a la pre-historia humana, pero ésta decadencia queda encubierta en medio de enormes progresos científicos. Y si lo vemos así, nuestra orgullosa sociedad es mucho más oscura (menos brillante), desde el punto de vista humano, que la más profunda Edad Media: nuestros avances científicos no nos han impedido perder el conocimiento del origen y el destino del hombre, incluso de la propia naturaleza humana y la de las principales instituciones naturales de la sociedad (la identidad sexual, el matrimonio, la familia); y, como una consecuencia inevitable, también se ha oscurecido totalmente el conocimiento del bien y del mal.

Es cierto que en la Edad Media no se produjeron importantes avances científicos, y que el derecho, la participación política, la vida ciudadana y ciertas artes y letras, sufrieron una importante paralización o retroceso. Pero no es menos cierto, que la vida espiritual vio un desarrollo como no lo había habido anteriormente; y que tenían muy clara la diferencia entre el bien y el mal (aunque no siempre escogiesen lo correcto, por supuesto). La filosofía y la teología siguieron desarrollándose y lograron rescatar y superar los planteamientos clásicos de griegos y romanos. El hombre tenía un perfecto conocimiento de su naturaleza y de la dependencia que tiene del ser: sabía que la realidad es muy tozuda, aunque no se quiera admitir.

Y en algunas habilidades se siguió prosperando: el arte religioso y la arquitectura (que desarrollo hasta el máximo el arco, la bóveda y la cúpula). Y la prueba de que durante ese periodo seguían latentes todas las potencialidades humanas es que se salió de él, se recuperaron todas las artes y habilidades anteriores y se superaron con creces. El error fue pensar que la recuperación de la potencialidad humana iba a permitirnos dominarlo todo, incluso la verdad y nuestras más profundas limitaciones naturales: el progreso científico nos despertó la ambición de ser como dioses sin contar con Dios; y este fue el comienzo del descarrío en el que nos encontramos.

Y es que, como ya he dicho en anteriores entradas, la única forma de ser realmente dioses es contando con Dios.

viernes, 9 de julio de 2010

¿Ciencia y antropología?

El hombre moderno se niega a aceptar una norma que no entiende, o un hecho que no puede comprobar. Y quizá para los asuntos terrenos sea una forma correcta de actuar. Pero ese criterio no sirve para los asuntos trascendentes, ni para la moral. Supeditar nuestra fe a los datos empíricos, o el cumplimiento del Decálogo a nuestro juicio racional, sería como la actitud del niño que se negase a obedecer los mandatos de su padre simplemente porque no los entiende o no le parecen justos.

Es bueno tratar de entender las razones de Dios, cuando nos impone una norma, ya que entendiéndola podremos cumplirla mejor; pero no debemos condicionar nuestra respuesta a dicho entendimiento. Nuestra motivación debe ser la voluntad de Dios, que siempre quiere que actuemos según la naturaleza de las cosas que Él mismo nos ha revelado: si no descubrimos el porqué, tenemos la seguridad de que Dios sí lo sabe.

Por esto, limitarnos a difundir una ciencia verdadera o una antropología cristiana, como medio para que el hombre adecue su conducta a su naturaleza, relegando a un segundo plano la revelación o la moral, es un camino equivocado para traer el Reino a la tierra. Si sólo conseguimos que se obedezca la Ley Natural después de haber demostrado que Dios estaba en lo correcto -pretensión que no deja de ser una insolencia-, no podremos traer el Reino en esa infinidad de aspectos que no sabemos razonar. Difundamos el mensaje de Cristo...; y la ciencia y la antropología llegarán por añadidura.

jueves, 8 de julio de 2010

El hambre de las almas

Los cristianos tenemos el alimento que puede saciar el hambre de todas las almas; y en vez de distribuirlo entre todos, lo tenemos retenido en almacenes húmedos, sin valorarlo como se merece y permitiendo que se corrompa.
No me estoy refiriendo ahora al hambre corporal (que sí tratamos de aliviar en la medida de nuestras posibilidades), sino al espiritual, que tenemos totalmente olvidado. Y tampoco me estoy refiriendo específicamente a la Eucaristía. Me refiero al mensaje evangélico que Cristo nos dijo que ensenásemos a todas las gentes.

Nos preocupamos mucho por mejorar las condiciones materiales de nuestros hermanos; y nos olvidamos de que lo principal para un cristiano es difundir el mensaje evangélico; lo otro, la ayuda material, bien la pueden proporcionar muchos filántropos aunque sus almas también pasen hambre. Pero la ayuda espiritual sólo la puede prestar quien antes la ha recibido y aceptado.

Escamotear a los demás el mensaje evangélico, la solución cristiana para el mal del hombre, es el mayor pecado del creyente. Y lo malo es que dejamos de difundir nuestro mensaje porque pensamos que sería ridículo proponer a un mundo pagano y materialista soluciones espirituales; y son precisamente éstas las que necesitan y están esperando de nosotros.

La Historia, y en definitiva Dios, nos juzgara por esta omisión que ha permitido el extravió de la humanidad.