martes, 2 de noviembre de 2010

La Fe, ¿comprobarla o vivirla?

Como aficionado a la astronomía, sé que las estrellas menos brillantes se deben observar con el telescopio de forma indirecta, mirándolas con el rabillo del ojo. Si tratas de enfocarlas directamente, entonces es como si desapareciesen; de hecho, es como si en vez de verlas, simplemente se las intuyese. Con la Fe ocurre algo parecido, tienes que observarla indirectamente, porque si te enfrentas a ella directamente, entonces se va difuminando hasta desaparecer.
Esto es así, porque la Fe es ese don que nos da Dios para que la vivamos, no para que la estudiemos: una cosa es razonar las verdades de la Fe (lo que muy a menudo hemos hecho en este blog); y otra muy distinta tratar de poner a prueba dicha Fe. Es algo que se desprende del propio concepto de Fe: la forma de conocimiento que nos proporciona certeza; pero que no es comprobable.

La Fe hay que llevarla a nuestra vida. Podemos utilizarla en nuestra toma de decisiones, en nuestro obrar cotidiano, incorporándola a nuestro criterio de conducta, ya que nos proporciona la certeza de que estamos en el buen camino; pero no podemos comprobar dicha certeza. Si la Fe fuese comprobable, entonces ya no sería Fe, sino conocimiento experimental o razonamiento científico. Y, como no es comprobable, cuando la convertimos en objeto de nuestro intelecto -cuando la miramos directamente-, entonces se difumina y parpadea, se debilita.

Y es que la Fe se vive o no se vive; pero no se puede poner a prueba.

No hay comentarios:

Publicar un comentario